El mercado de
esclavos en el Cádiz de la Edad Moderna (1650-1750)[1]
The slave market in Cadiz in Early Modern times
(1650-1750)
Arturo Morgado García
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Cádiz
Resumen: a partir de 1650 la esclavitud en España se encuentra en una situación de decadencia, aunque en Cádiz sigue manteniendo su vitalidad hasta, al menos, los primeros años del siglo XVIII. Este trabajo pretende analizar la situación del mercado esclavista en la ciudad entre 1650 y 1750, atendiendo a la condición de los esclavos vendidos, los precios, los compradores y los vendedores.
Palabras clave: España, siglo XVII, siglo XVIII. Historia social. Esclavitud. Cádiz.
Summary: beginning in the mid-seventeenth
century, slavery in Spain underwent a decline, although it remained active in
Cadiz until at least the early years of the eighteenth century. This work offers an analysis of the slave
market in the city between 1650 and
1750, studying the condition of slaves sold, the prices, the merchants and the
buyers.
Keywords: Spain, XVIIth century, XVIIIth
century, social history, slavery, Cadiz.
1. El volumen del comercio esclavista
La esclavitud no era un fenómeno ni mucho menos desconocido en la Europa moderna. Ya en los siglos bajomedievales era común en los territorios italianos e hispánicos la presencia de esclavos eslavos, circasianos o tártaros, y, en 1441, arribaba a Lagos, en el sur de Portugal, el primer cargamento de esclavos subsaharianos[2]: de hecho, en un primer momento el tráfico esclavista se dirigirá hacia la Península Ibérica mucho más que hacia el continente americano. Según las ya clásicas evaluaciones de Philip Curtin, la trata europea movilizó a un total de 15.000 esclavos africanos entre 1451 y 1475, que serían 18.500 entre 1476 y 1500, 42.500 entre 1501 y 1525, y 43.800 entre 1526 y 1550 (durante este último período, tan sólo 12.500 se encaminaron hacia la América española)[3]. A lo largo del siglo XVIII, la llegada al país luso de barcos cargados con esclavos africanos seguía siendo algo bastante habitual[4], hasta el punto que todavía en 1761, año de la abolición de la trata con destino a Portugal, se introducían anualmente cuatro mil personas[5]. En Italia la esclavitud, de procedencia norteafricana y turca en su mayor parte, era corriente en los siglos XV y XVI: a finales de esta centuria serían entre 20 y 50 mil, del 0,5 al 1,1% de la población total[6]. Todavía en la Livorno de las postrimerías del Seiscientos, había un mercado de esclavos bastante importante, existiendo tres casas de negocios que se dedicaban a este tráfico[7]. En la isla de Malta[8] la esclavitud era un fenómeno en modo alguno desconocido, apoyándose en su mayor parte en las capturas realizadas por los sanjuanistas. Y en las regiones del sur de Francia, al menos durante el siglo XVI, la presencia de esclavos berberiscos era habitual[9], aunque con el tiempo, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XVII, la esclavitud privada tendrá un carácter meramente anecdótico, tratándose, en la mayor parte de los casos, de esclavos negros que acompañaban a sus amos antillanos, cuya negritud contribuía a enaltecer la magnificencia de su propietario[10].
Por supuesto, España tampoco se quedaría atrás. Según José Luis Cortés López, a finales del
siglo XVI habría probablemente en el país un total de 57.582 esclavos, lo que
equivale al 0,73% de la población[11].
No obstante, a partir de mediados del siglo XVII y en el siglo XVIII desaparece
lentamente. Según la explicación canónica de Don Antonio Domínguez Ortiz, en
primer lugar, la esclavitud se presta mal a su autorenovación debido a la
escasa natalidad de la población esclava. El mantenimiento del stock solamente
podía producirse por medio de aportaciones foráneas, cada vez más difíciles
ante la caída de la demanda (limitada a la adquisición de esclavos como
artículo suntuario), el descenso de la actividad naval de España en el
Mediterráneo (lo que provoca la disminución de los esclavos berberiscos) y la independencia
de Portugal, que supone un freno momentáneo a las importaciones de esclavos
subsaharianos[12].
Sin embargo, hay una excepción en este panorama: la urbe gaditana. Entre 1650 y 1750, el gran siglo de la esclavitud en la ciudad, y contabilizando tan sólo los años finalizados en cero y en cinco, fueron vendidos un total de 3481 esclavos, al menos según los registros de protocolos notariales[13]. Es cierto que muchos de ellos fueron vendidos y revendidos en varias ocasiones, pero no lo es menos que hay que contar también con las destrucciones sufridas por la documentación y con el hecho de que muchos esclavos no tuvieron la venta registrada ante notario: así, en 1670 Miguel de los Reyes vendía una esclava mora llamada Barca que había comprado dos años atrás en el Puerto de Santa María sin que mediara escritura alguna[14]. Costumbre que debía estar muy extendida en otros lugares: en 1665 Domingo Sorbeos, procedente del Languedoc, vendía un esclavo negro llamado Juan Baptista, adquirido previamente en Génova sin escritura “por no ser estilo hacerlas de los esclavos en dicha ciudad”[15]. Sea como fuere, si multiplicamos por cinco, ellos nos da un total de 17.000 esclavos vendidos en la ciudad durante estos cien años, lo que no es ni mucho menos despreciable desde el punto de vista estadístico, ya que durante toda la Modernidad la suma total podría alcanzar los 20.000 ó 25.000. No obstante, los ritmos cronológicos son muy dispares, de tal modo que la segunda mitad del siglo XVII, con gran diferencia, constituye el momento culminante, cuando la presencia de la esclavitud en la ciudad no es en modo alguno un fenómeno anecdótico ni marginal, puesto que los 300, 400 o 500 esclavos vendidos en los mejores años constituyen una suma perfectamente comparable, y en algunos casos superior, a la de otras poblaciones españolas: en Sevilla, la media sería de 225 entre 1500 y 1525[16], unas 1000 en los años ochenta del siglo XVI, y 700 entre 1611 y 1650[17]. En Valencia, habría unas 300 ventas anuales entre 1479 y 1516[18]. Para la Isla de Gran Canaria en el siglo XVI, nos encontraríamos con un centenar de ventas al año[19]. En Córdoba, unas 150 entre 1569 y 1599, y unas 100 entre 1600 y 1621[20].
Cronología
de las ventas
AÑO |
ESCLAVOS |
AÑO |
ESCLAVOS |
1650 |
126 |
1700 |
79 |
1655 |
226 |
1705 |
31 |
1660 |
295 |
1710 |
27 |
1665 |
512 |
1715 |
15 |
1670 |
614 |
1720 |
17 |
1675 |
406 |
1725 |
6 |
1680 |
262 |
1730 |
19 |
1685 |
283 |
1735 |
18 |
1690 |
327 |
1740 |
12 |
1695 |
182 |
1745 |
8 |
|
|
1750 |
16 |
TOTAL
1650-95 |
3233 |
TOTAL
1700-50 |
248 |
Estas adquisiciones se produjeron en
lugares muy dispares. En un principio, era muy habitual el procedimiento de
comprar los esclavos directamente en los navíos holandeses, ingleses, o
portugueses anclados en la bahía y que procedían, bien de Portugal, bien de las
costas africanas. En 1670, por ejemplo, el capitán Matías Gómez Trigoso
declaraba haber comprado al esclavo negro Gabriel Joseph “en una Nao en la bahía de esta ciudad”[21].
O, en 1685, Juan Mollen mencionaba haber comprado a Magdalena, negra atezada, “de un armazón que llegó hace un año”[22].
Y, en 1695, Duarte
Francisco Cardoso expresaba que Dominga y su hija Teresa, ambas negras, fueron
adquiridas “a bordo de un navío de
negros”[23].
También se podían comprar esclavos en pública
almoneda, como lo hiciera en 1667 Fernando Domínguez, que adquiriera a Domingo,
esclavo de origen portugués, y comprado en el Puerto de Santa María en pregón
público “por intruso en estos reinos”[24].
O acudir a ferias celebradas en localidades vecinas, siendo éste el caso de
Francisco de Leiba, tratante en vinos, y que compró a Fátima, esclava mora, “de un merchante de la ciudad de Jerez en
feria” (1660)[25].
Con el tiempo, no obstante, parece
que en la ciudad existieron locales especializados en la venta de esclavos,
ubicados en lugares como la calle de la Pelota (1690)[26]
o la plaza de la Cruz Verde (1720)[27],
y que eran propiedad de comerciantes como Pedro Pober (1685)[28],
Antonio Lapraya (1685)[29],
Francisco Brun (1720)[30]
o el irlandés Andrés Asidle (1735)[31],
lo que puede sugerir que el mercado había alcanzado tal nivel de desarrollo y
consolidación, que acabaron surgiendo centros específicos para estas ventas,
especializados incluso en la venta de “negros”
(1685, 1720, 1735)[32]
o “turcos” (1695)[33].
Y habrá incluso mercaderes centrados prioritariamente en esta actividad, como
Lucas de Bien, citado en 1690 como “tratante
de esclavos”[34].
Las motivaciones de estas ventas no parecen muy claras. En algunas
ocasiones el propietario declara que su esclavo es borracho, ladrón o huidor:
Juana Camacho manifestaba en 1660 que Francisco, esclavo negro, “acostumbra emborracharse muy de ordinario no
recibimos ninguna utilidad ni servicio”[35].
Una
mala experiencia tuvo al respecto Raimundo de Lantery, que nos muestra cómo “el turco Assan que tenía en casa, me hizo diferentes hurtos aunque los
más hallé, me costaba mi dinero de sacarlo adonde lo empeñaba por vino. Con que
lo puse en casa de Oviedo, el sombrerero, para que lo castigara, y por fin y
postre se lo vine a vender, perdiendo la mitad en él”[36].
Otras veces, el amo debía partir de viaje (así, en 1650, Sebastián de
Aguilar, de viaje a Nueva España,
vendía a su esclavo negro Jerónimo[37]),
y no consideró conveniente llevar a su esclavo consigo, o bien necesitaba
liquidez para el periplo (en 1685 Ursula de Troya, a punto de partir de la
ciudad, tuvo que vender a su esclava María de los Angeles y a sus cuatro hijos
“obligada en la precisa necesidad en
que he estado y estoy por no tener otros medios de presente con que poder
costear los precisos gastos que he de hacer para pasar de esta ciudad a
Canarias”[38], o bien, lo
que se daba en algunos casos, el esclavo se negaba a desplazarse, y el dueño
consideraba la solución menos problemática proceder a su venta, tal como le
sucediera a Lantery en 1685, cuando las tres esclavas negras que tenía en su
casa, madre y dos hijas, se negaron a viajar a Saboya, acabando por venderlas a
un tendero mulato, manifestando, con total normalidad, que se trataba de “las primeras negras que he vuelto a vender
de tantas como he tenido”[39].
En otras ocasiones, aunque este altruismo no era ni mucho menos habitual, se
pretendía que dos esclavos casados pudieran residir bajo el mismo techo: Diego
Fernández Villalón vendía en 1665 a Diego Martín, esclavo mulato, que estaba
casado con Inés de Avila, que lo era del capitán Francisco Fernández Forte, “y por cuya honra y que estén juntos y en una
misma casa se me ha pedido por los dichos venda al susodicho”[40].
Y siempre podía suceder que el propietario se viera, contra su voluntad, a
vender a su esclavo por tener una acuciante necesidad de liquidez: en 1660
Luisa de Alarcos, que volvía de Tierra Firme, se vio en la circunstancia de
tener que vender a su esclavo Esteban de la Cruz, de color membrillo cocho, y
que había comprado en Lima hacía veinte años, por haber naufragado con todos
sus papeles, ropa y hacienda, el navío El
Fragón, a la altura de Puerto Real, y en el cual habían realizado el
largo viaje de retorno a España[41]. Lo mismo debía sucederle, aunque no lo
declarara expresamente, a Juana Manuela de Aymart, cuyo marido Eusebio
Margueron estaba prisionero en las cárceles del Santo Oficio de Sevilla[42].
La venta casi siempre es incondicional, sin que el propietario
introduzca ninguna cláusula de reserva. Pero éstas, aunque excepcionales, se
dieron en algunas ocasiones. Vicente del Campo vendía en 1650 a su esclava
María, de color membrillo cocho, con la condición de que se embarcara a Tierra
Firme y jamás regresara a España[43].
Alonso Verdugo deseaba que Jerónimo Estrata, que en 1670 comprara a su esclavo
Juan Bernardo, lo pusiera en libertad al término de cinco años y medio previo
pago de 450 reales de vellón[44].
Una exigencia similar, aunque en este caso sin pago previo, era manifestada por
Eugenia Melero, que vendió a su esclavo negro Nicolás a Sebastián Parsero con
la condición de que a los tres años le concediera la libertad, deseo que se vio
cumplido en 1725[45]. Y Juan del
Pozo y Silva, sargento mayor y vecino de Buenos Aires, aunque vendió en 1685 a
su esclava mulata Brígida, pedía que ésta continuara a su servicio en tanto no
embarcara hacia la capital argentina[46].
2.
Caracterización de los esclavos vendidos
Desde el punto de vista de la composición étnica de la demanda esclava, se observa de una forma muy clara el paso de un modelo mediterráneo a un modelo atlántico. Si en los años cincuenta y sesenta los elementos norteafricanos (moros y berberiscos) son los predominantes, desde los setenta habrá una situación de equilibrio con los subsaharianos, que a partir de los ochenta constituirán el grupo étnico hegemónico, con una primacía absolutamente abrumadora en la primera mitad del siglo XVIII. Destacar también la irrupción de los turcos en los años noventa, como consecuencia de las campañas militares libradas por imperiales, venecianos y otomanos durante dicha década en tierras balcánicas, y que no finalizarían hasta la firma, en 1699, de la Paz de Karlowitz. Sería precipitado, sin embargo, identificar la esclavitud norteafricana y otomana como “blanca” y la subsahariana como “negra”. Este axioma se cumple bien en el segundo caso, pero no en el primero, habida cuenta de la variadísima composición étnica que nos encontramos, no tanto entre los turcos, de quienes mayoritariamente se dice que son blancos, cuanto entre los moros y los berberiscos. En el caso de los primeros, de 109 esclavos conceptuados como turcos, se precisa el color de la piel de 69, entre los que nos encontramos a 55 blancos, cuatro membrillos, dos morenos, dos negros y seis trigueños. Pero esta situación relativamente uniforme no la encontraremos ni entre los moros ni entre los berberiscos, habida cuenta de la enorme mezcolanza de gentes que poblaban por entonces los territorios norteafricanos[47]. De los 392 berberiscos, se precisa el color de la piel de 206, y nos encontramos a 127 membrillos, 4 claros, 49 blancos, 3 morenos, 6 mulatos, 8 negros, uno oscuro, cinco trigueños, dos mulatos y un pardo. Por lo que se refiere a los 788 moros, de los cuales de 673 se especifica el color de la piel, nos encontramos con un atezado, 156 blancos, uno claro, 387 membrillos, 7 mulatos, 79 negros, 12 trigueños, 10 morenos, uno oscuro, uno pardo y ocho turcos. Es una cuestión de percepciones, que nos permite concluir que para los gaditanos de la época el concepto de alteridad era más aplicable a los norteafricanos que a los otomanos, considerados desde el punto de vista físico mucho más parecidos, en tanto que en el caso de los primeros parece existir un especial hincapié en señalar la diferencia…y no olvidemos, que la esclavitud, en última instancia, se justifica en la percepción de la diferencia.
Condición étnica de los esclavos vendidos.
|
1650-55 |
1660-65 |
1670-75 |
1680-85 |
1690-95 |
1700-20 |
1725-50 |
TOTAL |
Berberiscos |
24 |
82 |
84 |
56 |
40 |
- |
- |
286 |
Blancos |
13 |
23 |
18 |
3 |
1 |
- |
1 |
59 |
Membrillos |
8 |
42 |
67 |
30 |
15 |
7 |
2 |
171 |
Moros |
124 |
233 |
329 |
69 |
11 |
8 |
4 |
778 |
Mulatos |
43 |
81 |
67 |
43 |
43 |
18 |
4 |
299 |
Negros |
126 |
219 |
401 |
294 |
307 |
108 |
60 |
1515 |
Turcos |
1 |
11 |
6 |
11 |
58 |
21 |
1 |
109 |
Otros |
- |
2 |
4 |
4 |
3 |
2 |
- |
15 |
Indeterminado |
13 |
114 |
44 |
35 |
31 |
5 |
7 |
249 |
TOTAL |
352 |
807 |
1020 |
545 |
509 |
169 |
79 |
3481 |
Muy
escasa, sin embargo, es la información que los protocolos notariales nos
proporcionan acerca de la procedencia geográfica de nuestros esclavos. De
España son originarias 4 mujeres, figurando como sus lugares de origen
“Castilla”, Sevilla y Sanlúcar de Barrameda. Y dos varones, uno de “España” y
un segundo de Tarifa, ambos negros. De Portugal, por lo que se refiere a las
mujeres, nos encontramos con 3 membrillo cocho, 7 mulatas, 11 negras, 2
blancas, 1 de color claro. Y, entre los varones, a 3 membrillo cocho, 5
mulatos, 19 negros, y un pardo. Hay una mujer mora definida como procedente del
puerto toscano de Livorno, amén de una turca de origen bosnio y un turco de
Constantinopla. Por lo que se refiere al norte de Africa, nos encontramos a una
berberisca y dos moras de Orán, una mora de La Mámora, dos moras de Salé, una
de Larache, y una mora de Tetuán. Y, entre los varones, a un moro de Bizerta,
tres moros y un turco de Argel, un moro de Salé, y un mulato de Tánger. En
cuanto al Africa subsahariana, una mulata de Africa, 15 negras de Angola, 11 de
Arara, 5 de Cabo Verde, una del Congo, una de Fulupo, 4 de Guinea, una de
Luango, una de Mina, una de Santo Tomé. Y, por lo que se refiere a los varones,
16 de Angola, 3 de Arara, 7 de Cabo Verde, 4 del Congo, 7 de Guinea, 7 de Mina,
2 de Mozambique. Y del continente americano, una negra de la isla Margarita y
una blanca de Brasil, amén de un membrillo cocho de Panamá, un negro de Brasil,
un negro de Cartagena de Indias, un negro de Pernambuco, y un criollo de Lima.
En la España moderna, normalmente el equilibrio entre ambos sexos era la
situación más corriente en el seno de la población esclavizada, a diferencia de
lo observado en la trata trasatlántica, en la cual la hegemonía masculina es
manifiesta[48].
Este equilibrio se manifiesta también en la urbe gaditana, por cuanto, de
los 3481 esclavos vendidos, 1840 son mujeres,
1633 varones, y del resto no se indica el sexo, tratándose de niños recién
nacidos que fueron vendidos junto con sus madres, y que son definidos en la
documentación notarial simplemente como “criaturas”,
sin especificación alguna de sexo. Hay una situación de predominio femenino,
pero tampoco muy marcada, por cuanto los varones constituyen el 47% de los
esclavos vendidos, y las mujeres el 52%. Sin embargo, esta situación paritaria se rompe
si analizamos pormenorizadamente las distintas etnias: las mujeres constituyen
tan sólo el 37,2% de los berberiscos y el 44,1 de los moros, lógico si pensamos
que la mayor parte de unos y otros debió ser conducida a la esclavitud como
consecuencia de apresamientos en alta mar. En el caso de los denominados “membrillos” (posiblemente, de origen
norteafricano en su mayor parte), con un 47,9, las mujeres aparecen en una
situación de equilibrio con respecto a los varones. Pero, por lo que se refiere
a los negros (el 55%), y, sobre todo, a los turcos (69,7) su presencia es
mayoritaria.
Los
protocolos notariales, sin embargo, no son muy válidos para determinar el
estado civil de los esclavos. De las 1840 mujeres, 21 son catalogadas como
solteras, 98 como casadas, y cuatro como viudas. Amén de todo ello, de 21 se
nos dice que se encuentran embarazadas, y sólo de dos de ellas se nos indica
que están casadas, lo que no hace más que reflejar la fortísima natalidad
ilegítima existente en el seno de la población esclavizada, así como, con total
seguridad, la frecuencia de la explotación sexual por parte de los
propietarios. Por lo que se refiere a los 1633 varones, el estado civil es
especificado en el caso de 62 casados y seis solteros. Es posible que el
silencio de las fuentes sea muy elocuente: la mayor parte de los esclavos vendidos
son solteros, y el hecho de estar casado, aunque poco habitual, tampoco es
ningún obstáculo para proceder a su venta. En realidad, los vendedores no
respetaban nada (y, ¿quién podría reprochárselo?, teniendo en cuenta que la
esclavitud no presentaba problema de conciencia alguno): se vende a mujeres
embarazadas, se venden matrimonios por separado, se venden matrimonios juntos
(en 1660 nos encontramos cómo son vendidos Manuel e Isabel, casados y ambos de
color negro)[49], se venden
familias enteras (en 1655 son vendidos Simón de Angola, su mujer Catalina, y “otra muchacha hija de ambos” [50],
casi cien años más tarde, en 1745, eran vendidos a Diego López Ruiz de Salazar,
procurador del número de la urbe gaditana,
Tomás Bernardo, Rosa María, su mujer, y Jacinta, hija de ambos[51]),
se separa a niños de sus madres (en 1660 se vende, a los veinte días de su
nacimiento, a Ursula, de color blanco[52],
en una escritura de 1740 Juan Baptista Rocatalla, que vendía a la turca Teresa
Durán a Francisca Curfado, declaraba que su madre, María Arenales, había sido
vendida diez años antes a María Francisca Franco, vecina de Jerez de la
Frontera[53]), se venden
los hijos a personas diferentes (en 1675 Sebastián Domínguez vendía a Luisa
Comodin a Gracia y su hijo Lorenzo, en tanto su hijo Esteban era comprado por
el capitán Francisco de Villalobos)[54],
se venden esclavas acompañadas de sus pequeños: en este sentido, 120 esclavos
son vendidos junto con sus madres, englobando el precio de venta a la
progenitora y al niño, aunque esta práctica suele realizarse con esclavos de
corta edad: 65 esclavos tenían menos de un año, 16 de uno a dos, 17 de dos a
tres…y solamente cuatro tenían diez o más años, siendo los dos ejemplos de edad
más avanzada con que nos encontramos, dos esclavos de once años.
La edad de los esclavos vendidos en Cádiz ofrece un panorama similar al apreciado en otros puntos de la geografía española, donde se encuentra en casi todas partes una especial preferencia por los esclavos jóvenes, lo que por otra parte es lógico si tenemos en cuenta que su finalidad era su empleo como fuerza de trabajo o en el servicio doméstico, o bien para ser explotados sexualmente, siendo las edades relativamente avanzadas más factible encontrarlas entre las mujeres que entre los varones. Y, por supuesto, hay una clara tendencia a redondear las edades a partir de los 30 años, de tal manera que los esclavos con 30, 40 o 50, años de edad suponen una proporción muy superior a la que estadísticamente correspondería: 162 varones y 265 mujeres son descritos con treinta años de edad, con cuarenta, 61 y 124, y, con cincuenta, 23 y 37 respectivamente.
Edad
de los esclavos vendidos.
Tramos de
edad |
Varones |
Mujeres |
0-4
años |
53 |
55 |
5-9 |
39 |
13 |
10-14 |
136 |
93 |
15-19 |
188 |
133 |
20-29 |
620 |
693 |
30-39 |
322 |
555 |
40-49 |
81 |
159 |
50-59 |
26 |
42 |
60-69 |
8 |
5 |
70-79 |
- |
1 |
80 o
más |
1 |
- |
Total
conocido |
1474 |
1749 |
Los
datos se comentan por sí sólo: los compradores no desean niños, y la mayor
parte de los que nos encontramos son vendidos junto con sus madres. La demanda
empieza a aumentar a partir de los 10 años de edad, y son los esclavos situados
en torno a la veintena los más numerosos. A partir de entonces, el dimorfismo
sexual es evidente: en el caso de los varones, a partir de los 30 la demanda
cae, y a partir de los 40 es muy reducida. Por lo que se refiere a las mujeres,
se mantiene hasta los 40 años, y la disminución que encontramos en este grupo
de edad no es tan marcada como entre sus homólogos masculinos, quizás porque
sus ocupaciones en el servicio doméstico suponían un menor desgaste que los trabajos
productivos desarrollados fuera del ámbito hogareño. Y los esclavos que nos
encontramos con una edad avanzada, no pasan de constituir una situación
anecdótica. No obstante, todos estos datos son muy relativos, ya que era
prácticamente imposible determinar la edad exacta de nuestros esclavos, habida
cuenta de que muchos de ellos o no habían sido bautizados (con lo cual no había
ningún registro de su fecha de nacimiento), o lo fueron una vez adultos (y el
cura de turno debía calcular su edad de forma aproximada), sin contar con el
hecho de que en la época moderna no existía tanta obsesión por medir el tiempo
como tenemos en la actualidad. Todas las cifras que nos proporcionan los
notarios se basan, en muchas ocasiones, en una simple percepción. Tampoco resulta
extraño: un cómputo exacto de la edad requiere alguna forma de registro o una
memoria familiar, y ninguna de ambas opciones estaba al alcance de nuestros
esclavos...y si pensamos que todavía en la Francia del siglo XVII la nobleza
celebraba su cumpleaños de forma muy esporádica[55],
nos daremos cuenta de hasta qué punto cualquier dato relativo a la edad de los
esclavos es una mera aproximación.
3.
Los precios
El
precio del esclavo era bastante variable, dependiendo éste de varios factores,
como la oferta, el sexo (las mujeres son más valoradas por su capacidad de
procreación, su mayor longevidad y docilidad, el convertirse en muchos casos en
concubinas del dueño y, finalmente, por el carácter doméstico, mayoritario pero
no unánime, de la esclavitud en la España moderna), la edad (valorándose más
los esclavos en edades intermedias, por ser los más aptos para las actividades
productivas), la raza, y las cualidades o defectos físicos y morales. El gozar
de buena salud, tener buena capacidad de trabajo, y dominar algún oficio, eran
cualidades que aumentaban el precio del esclavo, en tanto el ser cojo, tuerto,
o tener una conducta inmoral (borracho, ladrón, o prostituta en el caso de las
mujeres) o violenta contribuía a disminuirlo[56].
Pero esto es una explicación canónica, ya que apenas se ha planteado el porqué
las mujeres son más valoradas, aunque los antropólogos que han trabajado sobre
la esclavitud en el continente africano proponen dos posibles respuestas, la
biológica (que primaría las capacidades de las mujeres para la reproducción) y
la económica (la capacidad productiva de las mujeres). La primera línea de
pensamiento es la seguida por los autores españoles, ya que “la tradicional y reiterativa imagen de la
improductividad de las mujeres ha calado tan hondo que hasta el momento nadie
ha osado explicar la mayoría femenina en el mercado esclavista mediante el
trabajo”[57].
En
el caso de la América española, un estudio realizado sobre más de dos mil
esclavos vendidos entre 1767 y 1794 nos revela la concavidad de los perfiles
edad-precio, cómo el precio de las mujeres llega a un máximo a una edad más
temprana que en el caso de los varones, y que el hombre tiene un precio
superior a la mujer, invirtiéndose esta relación para las adolescentes[58],
pero hay que tener en cuenta que la dedicación de muchos esclavos a actividades
en las plantaciones o en la minería podía contribuir a sobrevalorar el precio
de los varones. En España, por el contrario, dado el perfil más doméstico de la
esclavitud, las mujeres tendían a estar más valoradas. En Málaga, por ejemplo,
en los siglos XVII y XVIII el precio medio es de 105 pesos para las mujeres y
89 para los varones, siendo los esclavos más valiosos aquéllos cuyas edades
están comprendidas entre los 15 y los 45 años[59].
En el caso gaditano, como en todas partes, el precio ofrece un abanico
muy amplio. Los esclavos solían costar entre 100 y 200 pesos (suele ser la
unidad de cuenta empleada por la documentación), si bien nos encontramos, en un
extremo de la escala a Juliana, de etnia africana y de 27 años de edad que era
vendida en 1665 por la suma de 410 pesos por Francisco Muñoz Calvo a Juan
Baptista Banhauten, hombre de negocios[60],
que poco después la revendería por la misma suma a Sebastián Banaquem[61].
En el otro extremo, Jerónima de Vargas Machuca vendía en 1660 a Jerónima del
Valle a una esclava de menos de un año de edad, llamada Ursula y de piel
blanca, por la suma de 9 pesos[62].
No es lo normal, empero: 85 esclavos costaron entre 0 y 49 pesos, 503 de 50 a
99, 1003 de 100 a 149, 709 de 150 a 199, 633 de 200 a 249, 290 de 250 a 299, y
85 superaron los 300. Todo parece indicar que comprar un esclavo resultaba caro, y que el
valor de la inversión realizada para su adquisición no era amortizable a corto
plazo. Peñafiel Ramón nos muestra cómo en la Murcia del siglo XVIII un esclavo
vale entre 1140 y 1200 reales (es decir, en torno a los 80 pesos), cuando el
salario anual de un maestro de escuela es de 450 reales, el de guarda de las
alamedas 880, y el del alcalde de la limpieza 220[63].
Por lo que se refiere a Cádiz, partiendo de la base de que a mediados
del siglo XVIII, como veremos, el precio medio de un esclavo era algo inferior
al centenar de pesos, es decir, un poco menos de 1500 reales, y que la cifra de
mil reales anuales constituía por entonces el límite de la pobreza y la
marginación[64], en el que
se situaban 555 peones, 203 barberos, 179 peluqueros, 704 mandaderos de
espuerta y cordel, y 884 sirvientes de
seglares[65], nos será
fácil concluir que la adquisición de un esclavo estaba completamente vedada
para los sectores populares de la población de la ciudad. Pero no, por el
contrario, para sus adinerados comerciantes: en 1771 la media de los beneficios
comerciales ascendía a 6578 pesos anuales para los franceses, más de 5.000 para
los británicos, en torno a los 3.000 para los flamencos e italianos, y 917 para
los españoles[66].
Precio
medio y capital total invertido.
AÑO |
Precio
medio por año |
Capital
invertido |
1650 |
177 pesos |
21978
pesos |
1655 |
146 |
33009 |
1660 |
179 |
52540 |
1665 |
186 |
94343 |
1670 |
177 |
107437 |
1675 |
169 |
67804 |
1680 |
139 |
36050 |
1685 |
110 |
30436 |
1690 |
98 |
32006 |
1695 |
82 |
14769 |
1700 |
100 |
7943 |
1705 |
70 |
2200 |
1710 |
74 |
2004 |
1715 |
81 |
1140 |
1720 |
79 |
1270 |
1725 |
86 |
520 |
1730 |
91 |
1738 |
1735 |
125 |
2140 |
1740 |
125 |
1385 |
1745 |
116 |
935 |
1750 |
90 |
1450 |
Se
aprecia claramente cómo el precio medio se mantiene durante el tercer cuarto
del siglo XVII, aunque a partir de 1675 tiende a descender, como consecuencia
de las deflaciones monetarias de la época de Carlos II, y, quizás, debido a un
exceso de oferta. Durante los primeros años del siglo XVIII el precio medio de
los esclavos ha descendido en casi la mitad, y solamente a partir de 1720
observaremos una cierta recuperación, aunque sin llegar ni mucho menos a los precios
pagados en los mejores momentos del Seiscientos. Se trataba, asimismo, de un
negocio que en sus tiempos de mayor esplendor manejaba sumas de dinero muy
importantes: hablamos, evidentemente, de la segunda mitad del siglo XVII,
especialmente de los años 1665 y 1670, cuando coinciden precios muy altos y una
demanda de esclavos, a juzgar por las ventas realizadas, que llega a sus
mayores niveles, situándose el monto total de todas las operaciones de
compraventa en torno a los 100.000 pesos, es decir, un millón y medio de
reales, cifra que puede ser aún mayor si tenemos en cuenta que muchas ventas se
producían sin escriturar ante notario. Por situar estas cifras en su justa
medida, hay que tener cuenta que en la década de 1660 los ingresos anuales de
los prelados gaditanos no llegaban a los 140.000 reales, y los del cabildo
catedralicio se situaban en torno a los 197.000[67].
O que, en 1668, la ciudad otorgaba a la regente doña Mariana de Austria un
donativo de 200.000 escudos de diez reales de vellón (cifra que en su momento
fue considerada fabulosa) pidiendo la restitución del Juzgado de Indias[68].
No obstante, el precio depende de
muchas variables: cronología, edad, sexo, condición étnica, condiciones físicas
del esclavo, y circunstancias meramente aleatorias como las preferencias
personales del comprador o la premura del vendedor. El factor sexual es
importante: las 1840 mujeres de las que conocemos su precio fueron vendidas por
un total de 302.405 pesos, es decir, 164 de media. Por lo que se refiere a los
1608 varones, que supusieron un capital global invertido de 210.009 pesos, la
cifra media es de tan sólo 130, cifras que muestran claramente la existencia de
una mayor demanda femenina, por todas las ventajas que la adquisición de
mujeres esclavas conllevaba: realización de trabajos en el hogar, empleo como
amas de cría, posibilidades de explotación sexual, o utilización de su
capacidad reproductora. La condición étnica, por el contrario, no es un factor
que parezca tener un peso decisivo, a juzgar por las diferencias relativamente
reducidas que existen en los precios, si bien, eso sí, casi siempre las mujeres
se venden por un monto algo mayor: un esclavo berberisco cuesta de media 178
pesos si es mujer y 132 si es varón, uno membrillo, 172 y 126, uno moro, 194 y
135, uno mulato, 172 y 121, uno negro, 162, y 137, y uno turco (tengamos en
cuenta que su afluencia se produce en una época en la cual los precios han
comenzado a bajar) 115 y 117 respectivamente, siendo éste el único caso en el
cual los varones alcanzan una valoración superior, aunque tampoco con una gran
diferencia.
La
edad, por el contrario, sí es absolutamente determinante. Partiendo de la base
de que en casi todas las ocasiones las mujeres obtienen un precio superior al
de los varones, es fácilmente perceptible que un esclavo obtiene su mayor
valoración económica entre los 15 y los 39 años de edad, el período en el cuál
el propietario puede aprovechar mejor su capacidad laboral (por eso los varones
obtienen sus mayores niveles entre los 30 y los 39 años), sexual o reproductora
(y por tal motivo, en el caso de las mujeres, se priman las edades comprendidas
entre los 15 y los 29).
Edad y precio medio
Edad |
Varones |
Mujeres |
10-14
años |
115 |
114 |
15-19 |
137 |
185 |
20-29 |
134 |
187 |
30-39 |
144 |
167 |
40-49 |
114 |
131 |
50-59 |
90 |
107 |
Más de
60 |
62 |
62 |
4.
Vendedores y compradores
Todos
los grupos sociales de la ciudad estuvieron involucrados en la trata de
esclavos. De los 3481 que fueron vendidos, hemos identificado la profesión del
vendedor en 1724 casos, lo que nos arroja el siguiente resultado:
Administración:
un total de 84 esclavos son vendidos por gentes dedicadas a actividades
burocráticas o administrativas, destacando como tales los contadores (12),
gobernadores (15), pagadores (12) y veedores (10). Artesanos y oficios en
general, venden un total de 121, encontrando entre los mismos a albañiles
(siete), atahoneros (doce), barberos (once), carpinteros (diez), confiteros
(diez), hombres de la mar (siete), pasteleros (ocho), plateros (diez y seis) o
zapateros (una docena). Comerciantes: venden un total de 156. Eclesiásticos,
217 esclavos vendidos, entre ellos doce los canónigos, diez y seis los clérigos
de menores, trece los curas, 122 los presbíteros, y quince los racioneros.
Militares,
un total de 370 esclavos, destacando 98 vendidos por alféreces, cuatro por
almirantes , diez y nueve por ayudantes, dos por generales, 171 por capitanes, cuatro por maestres de
campo, cincuenta por sargentos y once por tenientes. Mujeres: venden un total
de 607, 190 son puestos a la venta por mujeres definidas como tales sin más
precisiones, amén de doncellas (17 esclavos), solteras (10), viudas (el grupo
más numeroso, con un total de 303, lo que puede indicar que la venta está condicionada
por una mala situación económica), o casadas (87), muchas de ellas con el
marido ausente, y motivadas posiblemente por idéntica precariedad de medios de
subsistencia, lo que en modo alguno era excepcional en el Cádiz de la época[69].
Nobles: venden un total de 44 esclavos, figurando entre ellos caballeros de la
Espuela Dorada (uno), la orden portuguesa de Cristo (nueve), las españolas de
Calatrava (seis) o Santiago (quince), o la maltesa de san Juan (tres), condes
(dos), duques (uno la duquesa de Abeyro), o marqueses (cuatro). Oficios
municipales: 34 esclavos vendidos, casi todos ellos (33) por regidores.
Profesiones liberales, 81, figurando los abogados (6 esclavos), boticarios (3),
cirujanos (10), escribanos (42), médicos (9) y procuradores (11).
Y luego, nos
encontramos con otros vendedores difícilmente clasificables, como dos criados,
un ciego (Sebastián García, vendedor de un
esclavo en 1685)[70], e,
incluso, antiguos esclavos o gentes pertenecientes a alguna minoría étnica,
demostrando de este modo que la existencia de la esclavitud era un hecho
asumido por todos. Diego de los Reyes, moreno libre, vende un esclavo en 1655[71].
Sebastiana Hernández, castellana nueva, vende otro en 1660[72].
María Gallarda, parda, vende un esclavo en 1665[73].
Pedro de Plata, pardo, vende otro esclavo ese mismo año[74],
al igual que Manuel Rodríguez, también pardo[75].
Ana María, parda, vende un esclavo en 1690[76].
Y Manuel Esteban, liberto, hará lo mismo en 1700[77].
Casi
siempre son los propietarios los que venden directamente a sus esclavos,
utilizando en pocas ocasiones los servicios de intermediarios, lo que sucede en
tan sólo 230 compraventas. Y parece que el mercado está en manos, una vez
importados los esclavos del exterior en su caso, de los propios gaditanos, que
venden y revenden a sus esclavos continuamente. De hecho, hemos identificado la
vecindad de un total de 3088 vendedores, de los que 2617, más del 85%, son
vecinos de la urbe gaditana, aunque algunos de ellos sean de origen extranjero
(concretamente, dos alemanes, dos armenios, once flamencos, un florentino,
siete franceses, diez y seis genoveses, dos hamburgueses, ocho holandeses, seis
ingleses, un napolitano y un veneciano). Por debajo de ella, destacar el peso
de poblaciones próximas a la ciudad, figurando ante todo el Puerto de Santa
María con 177 vendedores, Sanlúcar de Barrameda con 34, Jerez de la Frontera
con 30, y Sevilla con 29. Y, luego, nos
encontramos con una enorme dispersión desde el punto de vista geográfico. De
esta manera, hay un total de 129 vendedores procedentes de otras poblaciones
españolas, tratándose básicamente de localidades andaluzas. Las colonias
americanas españolas proporcionan un total de ocho vendedores, figurando dos de
Buenos Aires, uno de Cartagena de Indias, dos de La Habana, uno de Potosí, uno
de Santo Domingo y uno de Veracruz. Y, finalmente, nos encontramos a 64
extranjeros no avecindados en ninguna población española, tales alemanes (uno),
flamencos (cuatro), florentinos (uno), franceses (diez, uno de ellos de
Marsella), genoveses (catorce), griegos (tres), holandeses (dos), ingleses
(diez, dos de ellos de Londres), irlandeses (uno), pontificios (uno de
Civitavecchia), portugueses (quince, de ellos tres de Faro y siete de Lisboa),
saboyanos (uno) y venecianos (uno).
La estructura del comercio parece ser sumamente minifundista, por cuanto
los vendedores no parecen dedicarse durante mucho tiempo a esta actividad, y el
número de esclavos con el que se opera es pequeño. El conocido Raimundo de
Lantery, por ejemplo, modelo de mediano comerciante del momento, vendería
cuatro esclavos entre 1685 y 1690. De hecho, pocos son los vendedores
localizados que hayan vendido más de diez
esclavos en total, aunque merece la pena acercarse a algunos de ellos.
Un tal Juan de Baeza vendería un total de 14, fundamentalmente negros.
Sebastián de Castro en 1675 vende una docena de esclavos, negros sobre
todo. El capitán Matías Gómez Trigoso,
en 1670 vende diez esclavos, subsaharianos mayoritariamente. Rodrigo de Lira
también muestra una marcada preferencia por los africanos, vendiendo diez en
1670. Francisco Moreno, por el contrario, con diez esclavos vendidos en 1650,
se inclina prioritariamente por blancos y moros. Y, con gran diferencia,
tenemos a Juan Fajardo, que entre 1665 y 1695 vendiera un total de 50 esclavos
(recordemos que nuestros datos se refieren a catas de cinco años) y que debió
ser el gran mercader esclavista gaditano del momento, hasta el punto que en
alguna ocasión es definido textualmente como “corredor de negros”. Aunque ya lo
encontramos mencionado en 1665, su gran momento se hará esperar hasta los años
ochenta y noventa: 5 esclavos vendidos en 1680, 15 en 1685, 17 en 1690, 12 en
1695. Si bien traficaba también con turcos y berberiscos, se especializó en los
esclavos de origen africano, por cuanto 34 de ellos son definidos como negros.
Debió haber fallecido poco antes de 1700, por cuanto en una escritura de
libertad concedida ese mismo año, una tal Tomasa de Torres se declara como su
viuda[78].
Contra lo que pudiera parecer, los vendedores solían desprenderse de sus esclavos a un ritmo muy rápido. Aunque la relación sea algo tediosa, no estará de más observar que 472 fueron conservados por los mismos durante menos de un año, 323 durante uno, 182 durante dos, 121 durante tres, 67 durante cuatro, 43 durante cinco, 32 durante seis, 33 durante siete, 21 durante ocho, 10 durante nueve, 16 durante diez, 9 durante once, 14 durante doce, 1 durante trece, 6 durante quince, 9 durante diez y seis, 2 durante diez y siete, 2 durante diez y ocho, y 7 durante veinte o más años, batiendo el récord el negro Ventura, vendido en 1690 por su propietario al capitán Bernardino Valcárcel, tras permanecer durante veinte y seis años en su poder[79]. A la esclava berberisca Mariana, por su parte, el hecho de haber nacido hacía veinte y dos años en casa de su amo, el capitán Francisco Benítez Maldonado, no la salvaría de ser vendida en 1685 al veedor Jaime Alemán[80]…una larga convivencia, como vemos, no constituía antídoto garantizado contra una ulterior reventa. Lo habitual es que los esclavos sean vendidos y revendidos continuamente, tal vez por no responder a las expectativas, tal vez por resultar caro su mantenimiento, tal vez por una mala relación entre ambos (es cierto que el dueño podía acudir al castigo para corregir comportamientos levantiscos, pero un esclavo inutilizado ya no resultaba de provecho alguno), tal vez por necesidad de liquidez…situación que a veces se produce incluso a los pocos días, y sin que ello esté guiado por la busca de un beneficio económico, ya que en muchas ocasiones podemos comprobar que los precios se mantienen inalterables de una venta a otra, y que incluso los compradores pueden, en algunos casos, perder dinero. La consecuencia de todo ello será clara: un esclavo podía tener a lo largo de su vida tres o cuatro amos distintos.
Quizás el caso más extremo sea el de Antonio Abad, de 19 años de edad en 1735, que fuera vendido por Guillermo Culpen, factor del real asiento de la Gran Bretaña en Portobelo, y que luego pasaría por las manos de Manuel de Barrios, vecino asimismo de Portobelo (1727), Matías Fernández de Cortázar, Jacobo Sánchez Samaniego, oidor de Panamá (1733), Manuel Fernández de Bilbao, vecino de Sevilla (1733), Cristóbal López de Vergara, vecino de Santa Fé de Bogotá pero que debía encontrarse en ese momento en la Península (1735), y, finalmente, Raimundo de Soto, avecindado en la urbe gaditana (1735)[81]. Pero, naturalmente, no será el único: Manuel de Sosa y su mujer Luisa, ambos negros, fueron vendidos en 1655 al presbítero Francisco Zarco por la suma de 3600 reales de plata, y éste los revendería el mismo año por la misma cantidad a Felipe Diego de Herrera, escribano del número[82]. Juan de Rivera, vecino del Puerto de Santa María, compraba en 1660 a Alí, de origen moro, por 148 pesos, revendiéndolo poco después al capitán Francisco Joseph de Villalta por 150…beneficio mínimo, pero beneficio al fin y al cabo[83]. Ese mismo año, Teresa, esclava blanca, pasó el mismo día por las manos de Francisco de Leyva, tratante en vinos, y el mercader Francisco de Sosa, en ambos casos por la suma de 140 pesos[84]. Cinco años más tarde, en 1665, María Beato de Rojas realizaba un mal negocio: compró al clérigo de menores Juan de Astorga una esclava llamada Francisca, de veinte años de edad, por la suma de 250 pesos, y volvía a venderla varios meses después a Diego Román, vecino de Sevilla, por tan sólo 175[85]. El destino de Juan Polanco, esclavo mulato, es muy significativo, por cuanto el mismo año de 1670 pasó por las manos de Juan de Aranda, Beatriz de Rojas, que lo compró por 127 pesos y medio, Pedro Caramu, que pagó 180, y Blas González, que tan sólo sufragó la suma de 150[86]. Y se llegaba hasta el punto de que el vendedor, arrepentido no sabemos por qué motivos, volvía a comprar a su antiguo esclavo, tal como hiciera en 1670 la viuda María Jerónima, que cinco años antes había vendido a Juan de Ollo una esclava berberisca de veinte y cinco años de edad llamada Juana Jerónima de la Cruz por 240 pesos y se la volvía a comprar por diez pesos más[87].
¿Quiénes eran los compradores? Nuevamente nos encontramos, tal como
sucedía en el caso de los vendedores, con grandes lagunas en esta cuestión, ya
que de 3481 esclavos, solamente en 1895 ocasiones conocemos la procedencia
social del adquisidor, lo que nos arroja el siguiente panorama: Administración: los inviduos que se
dedican a alguna actividad de este tenor compran un total de 84, con una enorme
dispersión de oficios, aunque podemos destacar alguaciles (media docena),
contadores (diez y siete), gobernadores (quince, entre ellos los de Cajamarca y
Tucumán), pagadores (once), receptores (cuatro) o veedores (nueve). Artesanos o gentes de oficios,
adquieren 117 esclavos, a saber: tres albañiles, un trabajador de la almona del
jabón, un artífice de plata, nueve atahoneros, nueve barberos, dos calafates,
tres caldereros, dos canteros, siete carpinteros, tres cerrajeros, tres
confiteros, un ensamblador, un ensayador de la casa de moneda, cinco espaderos,
tres esparteros, un esterero, dos herradores, tres herreros, tres hombres de la
mar, dos hostelajeros, un impresor, un jabonero, un librero, un maestre de
plata, dos panaderos, cinco pasteleros, un pintor, diez plateros, un raspador
de ladrillo, diez sastres, un serrador, ocho sombrereros, un tintorero, un
tonelero, un tundidor y ocho zapateros. Cargos
municipales: 36, con dos jurados
y 34 regidores. Comerciantes y
navegantes compran 106 esclavos, figurando dos comerciantes, un
comprador de oro y plata, un cónsul de Flandes, otro de Génova, dos de
Inglaterra, tres corredores de lonja, 46 hombres de negocios, 33 mercaderes, un
mercader de libros, diez navegantes, un piloto de la Carrera, un teniente de
cónsul de Inglaterra, tres tratantes de vinos, y un vicecónsul de Venecia. Eclesiásticos:
186 esclavos, entre ellos seis beneficiados, diez canónigos, nueve clérigos de
menores, el convento de monjas de Santa María, el convento de Santo Domingo,
quince curas, seis arcedianos, tres monjas, dos obispos, 103 presbíteros, y 16
racioneros. Militares: compran
368, destacando siete maestres de campo, 82 alféreces, seis almirantes, cinco
cabos, 191 capitanes, dos generales, 41 sargentos, dos soldados, y trece
tenientes. Mujeres: como
siempre, el grupo más numeroso, ya que adquieren un total de 860. Nos
encontramos a 410 mencionadas como tales sin más precisiones, amén de 102
casadas, una divorciada, 25 doncellas, once solteras y 311 viudas. Nobles: 42 esclavos comprados,
con dos caballeros de Alcántara, seis
de Calatrava, siete condes, tres caballeros de Cristo, cinco marqueses y 19
caballeros de Santiago. Profesiones
liberales: 89 esclavos comprados,
con nueve abogados, dos boticarios, seis cirujanos, cinco doctores en
Medicina, 41 escribanos, un licenciado, doce médicos, doce procuradores y un
protonotario. Hay, finalmente, dos criados de su Majestad, dos estudiantes, un
labrador de la Barca de la Florida, un mayordomo y dos pardos: Antonia de
Pedroso, que en 1685 comprara otra esclava parda a su vez[88],
y Juan de Parra, que diez años más tarde adquiría un varón de condición étnica
desconocida[89].
Al igual que habíamos visto en el caso
de los vendedores, la mayor parte de los compradores procede de la urbe
gaditana, lo que nos vuelve a corroborar el hecho de que el mercado esclavista
se mueve a una escala local. Nada menos que 2570 esclavos, en torno a las tres
cuartas partes del total, son comprados por vecinos de Cádiz, figurando entre
ellos algunos extranjeros avecindados en la ciudad, tales dos alemanes, un
borgoñón (denominación que se aplicaba a los naturales del Franco Condado),
diez flamencos, cuatro franceses, tres genoveses, cinco holandeses y tres
ingleses. Tras Cádiz, figuran poblaciones de su entorno geográfico más cercano,
destacando 109 comprados por vecinos del Puerto de Santa María, 17 de Sanlúcar,
32 de Jerez de la Frontera y 52 de Sevilla. Las restantes procedencias
geográficas nos ofrecen, nuevamente,
una gran dispersión. Con compradores procedentes del resto de España,
encontramos a 118 esclavos. Una veintena son comprados por residentes en las
colonias españolas, con uno de Cartagena de Indias, tres de Charcas, uno de
Cuzco, uno de Filipinas, uno de La Paz, uno de la isla Mariquita, dos de
México, uno de Panamá, tres de Perú, uno de Quito, uno de Río de la Plata, uno
de Tucumán y tres de Veracruz. Y los extranjeros (aunque muchos de ellos
debieron estar avecindados en poblaciones españolas, si bien este extremo no
sea mencionado) compran a 21 esclavos: cinco genoveses, dos liorneses, amén de
un alemán, un armenio, dos flamencos, dos franceses, dos griegos, un holandés,
cinco ingleses y un napolitano.
Muy posiblemente, existió una cierta
demanda diferencial, y, aunque no contemos con información suficiente, podemos
contrastar los datos de los tres sectores con mayor número de esclavos
adquiridos, a saber, los militares, los clérigos y las mujeres. Se gastan
exactamente lo mismo en su compra: la media es de 152 pesos para los clérigos y
los militares, y de 151 para las mujeres. Tampoco hay variaciones en cuanto a
la edad: la media de los esclavos comprados por los clérigos es de 32 años, de 31
por las mujeres y de 30 por los militares, lo que supone una diferencia
insignificante. Por lo que se refiere al sexo, recordemos que el 52% de los
esclavos vendidos son mujeres. Pues bien, esta proporción es del 42% entre los
comprados por militares, del 44% entre los clérigos y nada menos que del 66%
entre las mujeres, posiblemente por el peso de los prejuicios sociales, que
considerarían poco conveniente que una mujer sóla (recordemos que muchas eran
doncellas, solteras o viudas) comprara esclavos varones y por la preferente
dedicación doméstica de los esclavos adquiridos por las mujeres. Por lo que se
refiere a la condición étnica, podemos fijarnos en la proporción de los
esclavos africanos, el grupo más numeroso durante la mayor parte del período.
Tienen este origen el 75% de los esclavos adquiridos por los militares, el 52%
de los comprados por los clérigos, y tan sólo el 34% de los comprados por las
mujeres. Estas se suelen inclinar, por el contrario, por los norteafricanos o
los turcos, de tal modo que los berberiscos suponen el 9% (la media gaditana es
del 11%), los moros el 33% (el 22% en el conjunto de los esclavos vendidos) y
los turcos el 2% (el 3%).
Del mismo modo que habíamos encontrado
a grandes vendedores, localizamos también a individuos que compran un nutrido
grupo de esclavos a lo largo de varios años, aunque lo habitual sea que los
compradores adquieran esclavos a pequeña escala. Entre las excepciones,
podríamos citar a María del Castillo, responsable de la compra de once esclavos
entre 1660 y 1670. Nuestro ya conocido Juan Fajardo, con doce esclavos
comprados entre 1665 y 1690. Juan Ruiz de Ahumada, que compró nada menos que
quince esclavos entre 1670 y 1695. O el alférez Jerónimo de Villalobos, con
once entre 1655 y 1670. Y recordemos que estamos hablando de catas cada cinco
años, por lo que el número real debió ser mucho mayor, aunque siempre nos
quedará la duda acerca del cual era la motivación inmediata que animaba a
adquirir tan elevado número de esclavos, si se trataba de la perspectiva de
obtener un beneficio económico con su reventa, o si, por el contrario, era para
la utilización personal.
Aunque muy disminuido, el mercado esclavista continuó manteniéndose en la
ciudad con posterioridad a 1750. En 1781, por ejemplo, nos encontramos con la venta
realizada por Isabel de Fontecha Henestrosa, de condición viuda, a Juan Antonio
del Barrio, administrador general de la renta de Salinas, de un esclavo negro
llamado Francisco, de 16 años de edad, y por un monto de 100 pesos[90].
Ventas que encontrarán un nuevo medio de publicidad en la prensa, que se hace
eco en alguna ocasión de la presencia de esclavos. En el Correo
de Cádiz del 21 de abril de 1797, leemos cómo “un sujeto desea comprar un
negro y una negra que sean finos: ésta desde 12 hasta 25 o 30 años, aquél desde
16 a 20 años. Quien quisiera deshacerse de alguno de dichos sirvientes podrá
dar aviso al sr. Contador de Artillería D. Francisco Galo Zapatero, en los
pabellones de este cuerpo, con quien se tratará del ajuste”. Por su parte, en el
Diario Mercantil del 9 de febrero de
1803 se nos muestra cómo “un esclavo
negro de edad de 27 años está a la venta. El que lo necesite podrá acudir por
los informes y ajuste a la botica de la calle de s. Francisco junto a la de
Pedro Conde”[91]. Y estas
operaciones mercantiles seguirán manteniéndose aún en tiempos más tardíos,
pudiéndose detectar algunas incluso durante el Trienio Liberal, concretamente en
el Diario Gaditano editado por José
Joaquín Clararrosa[92]...evidentemente,
los nuevos aires del liberalismo no soplaban para todos por igual.
[1] Artículo recibido en febrero de 2009. Artículo evaluado en marzo de 2009.
[2] Alessandro STELLA, Histoires d´esclaves dans la Peninsule Iberique, París, Ecole de Hautes Etudes, 2000, pp. 34-35. Más información en William D. PHILLIPS, Jr., La esclavitud desde la época romana, hasta los inicios del comercio transatlántico, Madrid, Siglo XXI, 1989, capítulos 5 y 8, y en Hugh THOMAS, La trata de esclavos, Barcelona, Planeta, 1998, útil a pesar de su carácter más bien divulgativo.
[3] Philip D.
CURTIN, The Atlantic slave trade: a census, Wisconsin U.P., 1969.
[4]
Aunque, obviamente, la información no es completa, y hay numerosas lagunas
cronológicas, vid. The Trans-Atlantic Slave Trade Database.
http://www.slavevoyages.org/tast/index.faces
(15-12-2008).
[5]
Alessandro STELLA, Histoires,
pp. 61-64. Sobre la esclavitud en los diferentes países europeos, se puede
consultar la bibliografía recopilada por Alessandro STELLA,
“Bibliographie choisi sur l’esclavage dans le monde”, en Nuevos Mundos, 2003, http://nuevomundo.revues.org/index492.html (11-11-2008).
[6] Raffaella SARTI, “Bolognesi schiavi dei
turchi e schiavi turchi a Bologna tra Cinque e Settecento: alteritá
etnico-religiosa e riduzione in schiavitú”, en Quaderni Storici, 2, 2001, p. 450.
[7] J. MATHIEZ, « Trafic et prix de l’
homme en Mediterranee aux XVIIe et XVIIIe siécles », Annales E.S.C.,
2, 1954, p. 160.
[8] Anne BROGINI, “L´esclavage aun quotidien
à Malte au XVIe siécle”, Cahiers de la Méditerranée, 65, 2005, http://revel.unice.fr/cmedi/document.html?id=26 (18-11-2008), Michel FONTENAY, “Il mercato
maltese degli schiavi al tempo dei Cavalieri di San Giovanni (1530-1798)”, Quaderni Storici, 2, 2001.
[9] Philippe
BERNARDI, « Esclaves et artisanat : une main d’oeuvre étrangère dans la
Provence des XIII-XVIe siècles », en L’étranger au Moyen Age, Paris,
2000.
[10] Michel
FONTENAY, “Pour une géographie de l’ esclavage méditerranéen aux temps
modernes”, Cahiers de la Méditerranée, 65, 2005.
http://revel.unice.fr/cmedi/document.html?id=42 (18-11-2008).
[11] José
Luis CORTES LOPEZ, La esclavitud negra en la España peninsular del siglo XVI,
Salamanca, 1989, p. 203.
[12] Antonio DOMINGUEZ ORTIZ, "La esclavitud en Castilla
durante la Edad Moderna", Estudios
de Historia Social de España, 1952, pp. 32ss.
[13] Archivo Histórico Provincial de Cádiz
(AHPC), Protocolos Cádiz, años 1650, 1655, 1660, 1665, 1670, 1675, 1680, 1685,
1690, 1695, 1700, 1705, 1710, 1715, 1720, 1725, 1730, 1735, 1740, 1745, 1750.
[14] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2107, fol. 222.
[15] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2518, fol. 118.
[16] Alfonso FRANCO SILVA, La esclavitud en Sevilla y su tierra a fines de la Edad Media,
Sevilla, 1979, p. 132.
[17] Alessandro STELLA, Histoires, p. 74.
[18] Vicenta CORTES ALONSO, La esclavitud en Valencia durante el reinado de los Reyes Católicos
(1479-1516), Valencia, 1964, p. 102.
[19] Manuel LOBO CABRERA, La
esclavitud en las Canarias Orientales en el siglo XVI, Las Palmas, 1981, p.
144.
[20] Alessandro
STELLA, Histoires, p. 76.
[21] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1142.
[22] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1543.
[23] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1308, fol. 371.
[24] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 351.
[25] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 342, fol. 659.
[26] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1811, fol. 554.
[27] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2358, fol. 57.
[28] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2360, fol. 542.
[29] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1806, fol. 339.
[30] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 362, fol. 277
[31] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 3612, fol. 547.
[32] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2360, fol. 542,
lib. 135, fol. 249, lib. 362, fol. 277, lib. 3612, fol. 547.
[33] AHPC, Protocolos Cáidz, lib. 1308, fol. 619.
[34] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2366, fol.
1167.
[35] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2516, fol. 51.
[36] Manuel BUSTOS RODRIGUEZ, Un comerciante
saboyano en el Cádiz de Carlos II. Las Memorias de Raimundo de Lantery
(1673-1700), Cádiz, Caja de Ahorros, 1983, p.106.
[37] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 334.
[38] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 3098, fol. 958.
[39] Manuel BUSTOS RODRIGUEZ, Un comerciante,
p. 218.
[40] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5151, fol. 36.
[41] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1537, fols.
101-102.
[42] AHPC, Protocolos Cádiz, lib, 4437, fol. 307.
[43] AHPC, Protocolos Cádiz, lib, 1413, fol. 576.
[44] AHPC, Ptotocolos Cádiz, lib. 1302.
[45] AHPC, Protocolos Cádiz, lib, 1444, fol. 148.
[46] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2360, fol. 26.
[47] Un ejemplo, Bernard VINCENT, “Les noirs à Oran aux XVIe et XVIIe siécles”, en Berta ARES, y Alessandro STELLA, Negros, mulatos, zambaigos: derroteros africanos en los mundos ibéricos, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos, 2000, pp. 59ss.
[48] David
ELTIS, “Fluctuations in sex and age ratios in the transatlantic slave trade
1663-1864”, en Economic History Review, 2, 1993.
[49] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 734.
[50] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5285.
[51] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 3133, fol. 124.
[52] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 3065.
[53] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5541.
[54] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 741.
[55] Jean Claude
SCHMITT, “L’ invention de l’anniversaire”, en Annales. Histoires, sciences sociales, 4, 2007.
[56] Alfonso
FRANCO SILVA, Esclavitud
en Andalucía 1450-1550, Granada, Universidad, 1992, pp.
78-79.
[57] Aurelia MARTÍN CASARES, La esclavitud en
la Granada del siglo XVI, Granada, Universidad, 2000, pp. 248-249.
[58]
C. REWLAND, y M. J. SAN
SEGUNDO, “Un analisis de los determinantes del precio de los esclavos
hispanoamericanos en el siglo XVIII”, Revista de Historia Economica,
Madrid, 3, 1994.
[59] María del
Carmen GOMEZ GARCIA, y Javier MARTIN VERGARA, La esclavitud en Málaga,
Málaga, Diputación, 1993, pp. 72-73.
[60] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5721.
[61] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5721.
[62] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 3065.
[63] Antonio PEÑAFIEL RAMON, Amos y esclavos en la Murcia del Setecientos, Murcia, 1992, pp. 65-66.
[64] Al menos así lo asumen Jesús GONZALEZ
BELTRÁN, y José Luis PEREIRA IGLESIAS, “Jerez de la Frontera en la Edad
Moderna”, Diego CARO (coordinador),
Historia de Jerez de la Frontera. Tomo II. El Jerez Moderno y Contemporáneo,
Cadiz, Diputación, 1999, p.156.
[65] Antonio GARCIA-BAQUERO GONZALEZ, Cádiz 1753. Según las Respuestas Generales
del Catastro de Ensenada, Madrid, Tabapress, 1990, pp. 128-142.
[66] Julián RUIZ RIVERA, El Consulado de Cádiz. Matrícula de comerciantes 1730-1823, Cádiz,
Diputación, 1988, p. 73.
[67] Arturo MORGADO GARCIA, La diócesis de
Cádiz de Trento a la Desamortización, Cádiz, Universidad, 2008.
[68]
Archivo Municipal de Cádiz (AMC), Actas Capitulares (AC), lib. 37, fol. 289.
[69] María José de la PASCUA SANCHEZ, Mujeres
solas: historias de amor y de abandono en el mundo hispánico, Málaga,
Universidad, 1998.
[70] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1806.
[71]
AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5.
[72] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 342, fol. 52v.
[73] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 6.
[74] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 4437.
[75] También se observa esta práctica en el mundo
colonial, donde los negros libres podían adquirir esclavos, costumbre que se
mantuvo hasta inicios del siglo XIX, aunque faltan datos estadísticos de
conjunto (Carmen BERNAND, Negros esclavos
y libres en las ciudades hispanoamericanas, Madrid, Fundación Tavera, 2001,
p. 31).
[76] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 4933.
[77] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 986.
[78] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 3114, fol. 138.
[79] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 4933.
[80] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 3572.
[81] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 2426, fol. 917.
[82] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 4917.
[83] AHPC, Protocolos Cádiz. Lib. 860.
[84] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 342.
[85] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 4415.
[86] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1302.
[87] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 1540, fol. 148.
[88] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 4241.
[89] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5528.
[90] AHPC, Protocolos Cádiz, lib. 5935,
fol. 250.
[91] Pedro PARRILLA ORTIZ, La esclavitud en Cádiz durante el siglo XVIII, Cádiz, Diputación, 2001, p. 154.
[92] Alberto GIL NOVALES,
“Clararrosa americanista”, en VVAA, Homenaje
a Noel Salomón. Ilustración española e Independencia de América, Barcelona,
1979, p. 123.