EL PAPEL DEL NORTE DE ÁFRICA EN LA POLÍTICA

EXTERIOR HISPANA (SS. XV-XVI)

DIEGO TÉLLEZ ALARCIA (1)

Resumen

En el marco de una concepción distinta de la política exterior hispana durante el siglo XVI, lejos de encorsetamientos tradicionales, es preciso replantearse la intervención española en Berbería, su evolución cronológica y, sobre todo, sus diversas manifestaciones durante el periodo. Se analiza en este artículo el frente africano en su propia identidad, sus peculiaridades, los intereses que se dirimían desde el punto de vista hispano y las distintas actuaciones de los monarcas, ya fuesen militares, diplomáticas o de otra índole.

Palabras clave: política exterior, política internacional, cronología, instrumentos, Mediterráneo, Norte de África, Berbería, Magreb, España, Reyes Católicos, Carlos I, Felipe II, Austrias, Siglo XV, Siglo XVI. 

Abstract

In a different way of view the spanish international relationships during the sixteen century, far from traditionals ways, it is necessary to review the spanish intervention in Berberia, its cronologic evolution and, above all, their manifestations during this period. This essay analyses the african frontier in its own identity, the differences with others, the spanish interest and the militar, diplomatic or anyway kings' acctions. 

Key words: international policy, international relationships, cronology, Mediterránean Sea, North of Africa, Berbería, Magreb, Spain, Catholic Kings, Charles I, Philip II, Austrias, Fifthteen Century, Sixteen Century.

1. LA POLÍTICA EXTERIOR ESPAÑOLA EN LOS ALBORES DE LA EDAD MODERNA

1.1. Apuntes historiográficos

Los reinados del Emperador y de su hijo, el "Rey Prudente" han sido los más estudiados desde todos los puntos de vista en toda la historia de España. Si nos propusiéramos compilar los títulos relacionados con los diversos aspectos de este periodo nos veríamos abocados al fracaso. Tan ingente es la bibliografía dedicada a estos monarcas. Y es comprensible tal hecho al estar enfrentándonos a dos de las figuras más controvertidas y relevantes de la historia universal: los dueños del "imperio sobre el que no se ponía el Sol", los señores más poderosos de su tiempo, que rigieron los destinos de sus reinos y, por ende, del resto del mundo durante casi un siglo.

Por si fuera poco, por motivos políticos y religiosos, ambos generaron, tanto en sus reinos como fuera, una serie de imágenes mentales y de símbolos que en gran medida han superado la propia realidad de sus personas. Es en ese mundo de la mentalidad y de la manipulación ideológica donde surge, por ejemplo, la "Leyenda Negra", en unos extremos, o su idealización ultranacionalista en otros (2).

Los estudios clásicos sobre el s. XVI se han visto superados en los últimos tres años por una plaga historiográfica que apenas puede compararse con ningún otro fenómeno similar en nuestro país: la conmemoración conjunta de sus respectivos centenarios, el cuarto de la muerte de Felipe (1998) y en quinto del nacimiento de Carlos (2000). La efeméride ha sido aprovechada desde instituciones políticas y académicas para hacer una revisión científica profunda, unas veces afortunada, otras veces simplemente propagandística. Entre esa marea de trabajos dedicados a las esferas más inimaginables de los monarcas, destacan algunos como algunos -sirvan como botones los de Lynch (3), Kamen (4) o el de Fernández Álvarez (5) por mencionar los más relevantes-. Sin embargo, a pesar de la renovación de notables aspectos acerca de la niñez y la formación del rey, del funcionamiento y las facciones de su corte (6), la propaganda (7), el mecenazgo (8), sus relaciones personales (9) y de momentos puntuales en su reinado, es posible que la política exterior haya quedado en ocasiones un tanto deslucida. Tal vez por ser uno de los temas más tratados por la historiografía tradicional. Tal vez por no ser tan susceptible de crear best sellers.

En este ámbito parece complicado añadir nuevas interpretaciones en un periodo que ha sido estudiado por las figuras más brillantes de la ciencia histórica, autores como Braudel, Elliott o Parker (10) y tras haber sido trabajada su periodización, sus principios o sus medios por otros no menos importantes (11). Sin embargo si atendemos a la bibliografía disponible sobre aspectos concretos de dicha política exterior, veremos las posibilidades de renovación en la revisión de algunos de los postulados tradicionales. Como ejemplo más claro la obra de Rodríguez-Salgado con una reinterpretación magnífica de la década de los cincuenta (12). El objetivo de este estudio es el mismo: replantear el papel del frente norteafricano dentro de la política exterior de la monarquía hispana durante el s. XVI, aunque sin perder de vista sus orígenes en el s. XV.

1.2. Los fundamentos de la política exterior

Uno de los principales defectos de muchas de las páginas dedicadas a la hegemonía de la dinastía austríaca y a sus manifestaciones radica en el enfoque adoptado por los autores a la hora de valorar cuáles eran los principios que guiaban sus actuaciones. El historiador tiende inconscientemente a aplicar los conceptos y categorías mentales de su sociedad a las precedentes sin percatarse en ocasiones de que no son válidos. Así, por ejemplo, se habla de Lepanto como de una victoria no capitalizada, o sin importancia, puesto que la Sublime Puerta reconstruye su flota en un año, sin percibir que los réditos de tamaña empresa son de otro tipo. Tal vez no físicos, encarnados en la ocupación de territorios, en el perdurar de una alianza panmediterránea contra el turco. Sin embargo el crédito obtenido por Felipe II y, sobre todo, la reputación representan por sí solos suficiente ganancia (13).

A veces, estos aspectos son infravalorados, a pesar de ser sumamente conocidos para la historiografía. Se habla de la relevancia de los principios religiosos, que no se distinguieron especialmente de los políticos, siendo de hecho su prolongación y, debido a ello, siendo manipulados repetidamente por los monarcas en su interés (14), o de la defensa de los derechos dinásticos. De hecho no se atiende a la realidad profunda de la mentalidad política de la época. Una mentalidad en la que religión y política no son esferas independientes, en la que la dinastía y el territorio se confunden y en la que el prestigio es más importante que unas arcas saneadas.

Es por tanto vital acceder claramente a ese esquema mental que tanto se opone a nuestra conciencia contemporánea. Para el Emperador o para Felipe II, como dos de los monarcas más poderosos del continente, lo fundamental es perpetuar esa hegemonía. Esto implica muchas cosas, desde mantener una reputación, hasta tratar de imponer, por la misma dinámica de la supremacía, todo un modelo social, cultural, ideológico y religioso. Un modelo que para algunos era obsoleto, pero que si asumimos lo azaroso de la historia, sólo lo es a nuestros ojos. Un reto monstruoso que iba a encontrar todos los obstáculos del mundo y que precipitó al abismo a todo un imperio. 

1.3. Coherencia y linealidad de la política hispana

En tanto en cuanto esos veleidosos intereses no son sino un engranaje más de ese modelo global de sociedad que postula la política hispana (la Christianitas carolina en su momento), el intento de mantener, aún de un modo ficticio la hegemonía -lo que acabará sucediendo en el XVII-, va a obligar a que la estrategia política resulte a lo largo del siglo XVI notablemente caótica, espasmódica en ocasiones, y, por ende, muy poco lineal. Para Braudel "el primer rasgo característico de la política española (…) es su falta de continuidad", mientras que para Kamen, en "aquel tiempo, los gobiernos no tienen política. Simplemente respondían a los sucesos a medida que se presentaban" (15).

De este modo, la periodización clásica de la política tanto de Carlos V como de Felipe II y algunos de los conceptos tradicionales sobre la misma (el cambio del centro político desde el Mediterráneo hacia el Atlántico a partir de finales de la década de los setenta) deben ser tomados con cautela. Los esfuerzos internacionales durante este siglo están seriamente presionados por la coyuntura internacional, pero también por los medios de los que dispone el Estado que, debemos recordar, está aún en plena formación y todavía tiene que superar numerosas trabas, y mucho más aún en el caso de la monarquía multinacional de los Austrias. La conclusión es que la política internacional no está desarrollada en plenitud de facultades, es decir, que los acontecimientos comúnmente sobrepasan y superan a una posible planificación estratégica. Resulta imposible tratar la política exterior de los Autrias y de sus antecesores de un modo uniforme.

Los ejemplos que demuestran esta tesis son abundantes. Del mismo modo que durante el reinado de Felipe II asistimos a la dualidad entre el mundo mediterráneo y el atlántico, durante el de su padre tenemos la misma dialéctica entre la esfera mediterránea y la centroeuropea. Sin embargo se considera que el Emperador todavía es un monarca mediterráneo por su activa política italiana. ¿Qué hay de la lucha contra los protestantes alemanes o contra Francisco I, de las relaciones con Inglaterra, de los años sin operaciones militares relevantes en el Mediterráneo? Así por ejemplo, en 1529, a pesar de la petición de auxilio recibida del Peñón de Argel, fortaleza sumamente importante para el control de la piratería berberisca, Carlos V se centrará en lo que realmente le importa en ese momento: su coronación en Roma por el papa. El Peñón es conquistado por Jeredín Barbarroja.

Incluso, dentro del propio reinado de Felipe II, vemos que el ámbito mediterráneo se difumina en algunas décadas. Este comienza en los campos de batalla de San Quintín y Gravelinas, años en los que el frente mediterráneo tiene que ser defendido por iniciativa de la regente de Castilla, su hermana Juana, y del gobernador de Orán, el conde de Alcaudete (expedición a Mostaganem), frente a la indiferencia del príncipe (pérdida de Bugía en 1554 y sitio de Orán en 1556) y sin su permiso (16). La preeminencia de uno u otro ámbito, incluso de otros más localizados como el norte de Italia o Flandes va a depender de las necesidades e intereses de los monarcas, del peligro de los enemigos, de las posibilidades de la Hacienda y de las pérdidas de reputación (17).

Pero la coherencia de la política exterior hispana se desdibuja, de un modo casi definitivo, si tenemos en cuenta otros dos factores: la lentitud de los medios de comunicación y el policentrismo a la hora de la toma de decisiones. La acción política de un monarca se ve condicionada por las dificultades de comunicación con los diversos frentes (18). El servicio de correos de Felipe II fue uno de los más extensos y mejor articulados de la época. A pesar de este hecho, la inmensidad de su imperio condicionaba el ritmo de intercambio de información: "Felipe II informó a sus nuevos territorios de ultramar acerca de su sucesión al trono portugués mediante cartas fechadas en Badajoz el 7 de noviembre de 1580. El mensaje llegó a Goa (…) el 1 de septiembre de 1581 y a Malaca el 23 de noviembre" (19). Las comunicaciones en Europa eran más rápidas. De París a Madrid, la correspondencia tardaba normalmente entre 10 y 14 días. De Venecia, una misiva podía tardar 4 o 5 semanas (20). Este sistema "suponía un gasto enorme (…) cada correo urgente de los Países Bajos a España costaba 400 ducados". Los mensajes urgentes de los embajadores costaban 3.000 ducados al año al comienzo del reinado; más de 9.000 a finales. Sólo la línea postal entre Bruselas y Saboya suponía un desembolso de 1.000 ducados al año (21).

Sin embargo el problema no estribaba exclusivamente en la lentitud de las comunicaciones. La del monarca en decidirse podía ser otra gran losa del sistema. El enorme volumen de trabajo superaba la capacidad de un sólo hombre y en el caso de Felipe II, su deseo de no delegar el más mínimo asunto, podía llegar a colapsar la maquinaria estatal. Lejanía e indecisión pudieron propiciar en algunos casos una cierta autonomía de actuación en los centros de poder secundarios: regentes, virreyes, capitanes generales, etc. El elemento que difumina totalmente la continuidad de la política exterior hispana es ese policentrismo. Los consejos, los secretarios, las diversas facciones de la corte, los confesores reales (22), la Domus regia y su ascendencia sobre el monarca determinan que la política internacional dependa en ocasiones de intereses muy concretos y, lo más importante, fugaces, transitorios (23).

1.4. Los instrumentos de la política exterior

La hegemonía austríaca se plasmó a través de diferentes manifestaciones, desde las más puramente simbólicas, como era la preeminencia de los embajadores hispanos en la corte pontificia, hasta las físicas, cuyo máximo exponente era el control directo de un gran número de estados. Es importante subrayar brevemente los instrumentos empleados para alcanzar los objetivos políticos de la monarquía, ya que nos darán una visión mucho más completa de los verdaderos intereses de dicha política. A menudo uno de los errores más notables de los estudios sobre política exterior en la Edad Moderna y, en concreto, en nuestro ámbito, es el considerar que el único instrumento o, al menos, el más relevante por el desgaste económico y humano que supone, es el de las operaciones militares, ya sean terrestres o navales.

Incluso dentro del instrumento militar cabe realizar una clasificación de los diversos procedimientos que pueden englobarse bajo esa denominación y que trascienden la mera intervención armada. Así, el mantenimiento económico, logístico y político de ciertos puestos o enclaves estratégicos desde el punto de vista territorial entraría perfectamente en esta categoría. Los presidios norteafricanos son los ejemplos más evidentes de este hecho, ya que eran bases de operaciones perfectas contra los enemigos del norte de África (24). Pero también entrarían en este grupo de medidas las obras de fortificación de dichos enclaves (25), la política portuaria (26), la provisión de bastimentos, víveres, embarcaciones, soldados... Podríamos precisar que éstas, a lo sumo, se caracterizan por un claro matiz defensivo dentro del instrumento militar, frente a las intervenciones directas, de carácter ofensivo.

Por otro lado es necesario rescatar otro tipo de instrumentos empleados prolijamente durante el siglo XVI, especialmente en el reinado de Felipe II, en la cuestión africana y en toda su política internacional que, sin suponer ese esfuerzo económico o humano, muestran igualmente un interés político en un determinado ámbito. Si una expedición supone una erosión financiera y humana, las negociaciones diplomáticas con la Sublime Puerta en la década de los setenta, no representarían un menor desgaste para la reputación del monarca. De hecho cabría considerar las treguas resultantes como una de las actuaciones más importantes en la política exterior filipina durante todo el reinado y probablemente una de las más acertadas. Sin necesidad de que las armas hablasen.

Es evidente que la diplomacia es el segundo gran instrumento (27). Diplomacia oficial encarnada en los embajadores, y demás encargados de los negocios reales. Pero también diplomacia extraoficial, en la que podríamos incluir a diversos tipos de agentes extraoficiales. Paralelo a esa diplomacia, muchas veces solapado a ella, se encuentra el espionaje, compuesto por toda una compleja red de espías, informadores, contactos y agentes secretos al servicio de la monarquía (28). Es en esta esfera donde ampliamos notablemente el horizonte de su capacidad de acción una vez la respuesta militar es imposible o inadecuada. Todo ello sin reducir su eficacia. Es un error creer que el mero hecho de sustituir a los soldados por conspiraciones, conjuras y negociaciones de diplomáticos o de agentes secretos minimiza el interés político de la actuación. Hay ejemplos muy claros que lo prueban, desde las treguas con Constantinopla, pasando por el asesinato de Guillermo de Orange, por el intento de captar a algunos renegados argelinos al servicio de Su Majestad a cambio de dinero, tierras y títulos como Eulj Alí o Hasán Veneciano. Es, de hecho, fundamental no menospreciar ni minusvalorar estas actuaciones. Si bien no suponen un desembolso espectacular ni comprometen de un modo tan grave como las operaciones militares el futuro de la monarquía (lo que en sí mismo indica un interés proporcional desde el punto de vista político), la diplomacia extraoficial es costosa en términos financieros y, sobre todo, es muy cara en términos humanos (es sumamente difícil encontrar personas capacitadas para ejercer estas funciones) y en términos de tiempo. La creación de una red de espionaje y de agentes secretos es una labor de décadas. Todo ello indica algo evidente; detrás de tanta molestia se esconde, al igual que detrás de una intervención armada, un elevado interés político.

Otro de los medios empleados asiduamente por los Austrias en su política exterior es el matrimonio. El propio imperio español no deja de ser el resultado de una afortunada planificación de la política matrimonial de los Reyes Católicos y de Maximiliano de Austria. Carlos I y Felipe II también emplearán este método: las hijas del segundo se casarán por los fines políticos de su progenitor (Catalina Micaela con el príncipe de Saboya e Isabel Clara Eugenia con el archiduque Alberto de Austria). Él mismo será rey de Inglaterra durante unos años en virtud de su matrimonio con María Tudor de Inglaterra y Portugal se incorporará en virtud de sus derechos dinásticos por ser tío carnal del fallecido rey Sebastián.

Existe otro grupo de instrumentos a los que se suele prestar menos atención como los relacionados con la política económica. La concesión de privilegios comerciales a potencias extranjeras (los que obtenían los mercaderes genoveses en el comercio sevillano como contrapartida de su cambio de alianza en el Mediterráneo) o a determinados banqueros (concesiones en Venezuela a los Welser en tiempos de Carlos V), el empleo de los embargos de mercancías (así las que llegaban a Sevilla podían ser empleadas como vía alternativa para conseguir ingresos a cambio de juros) (29), los bloqueos comerciales, etc. Este último método demostrará su eficacia durante el reinado de Felipe IV. Las Provincias Unidas soportarán el bloqueo económico español "bastante eficaz según Jonathan I. Israel (1982), hundió los precios de los productos agrarios en Holanda e hizo escasear los suministros de madera y sal" (30).

Incluso la religión serviría como medio de acción política en el contexto internacional europeo. Aparte del papel que los monarcas hispanos le asignan como principio legitimador de muchas de sus actuaciones, métodos como la excomunión, la concesión de bulas, el control de los obispados de los diversos reinos de la monarquía, etc. tienen unas claras consecuencias en los planteamientos de la política exterior. Así véanse ejemplos como el interés de Felipe II en evitar la excomunión de la reina Isabel de Inglaterra en un evidente último intento de atraer su alianza. 

2. EL PAPEL DEL NORTE DE ÁFRICA

La Berbería coincide geográficamente con lo que conocemos en la actualidad como el Magreb, se alzaba a finales del siglo XV como la prolongación natural de la Península Ibérica y de la reconquista, tras la caída del Reino de Granada. Su territorio habitado abarcaría desde Trípoli, en el Mediterráneo Central, hasta Santa Cruz de Cabo Gue (Agadir) y las Canarias, en el Atlántico (31). Ligada culturalmente al Islam desde el siglo VIII, políticamente es un mosaico de territorios controlados por viejas dinastías tradicionales (Hafsíes de Túnez, Wattasíes en Marruecos, Abdelwadíes y Zianíes en Tremecén), con enormes problemas internos y constantes enfrentamientos intestinos por el poder, debidos, en gran medida, a la inexistencia de una sucesión paterno-filial similar a la existente en Europa. Es este factor muy importante pues facilitará la actuación hispana, a pesar de su discontinuidad.

Socialmente, la enorme heterogeneidad entre los habitantes de las costas, dedicados a la piratería y las actividades ligadas a ésta, y los del interior, pastores en su mayor parte, sumada a las diferencias raciales entre montañeses cabiles, bereberes y beduinos van a convertir en un constante polvorín a estas comunidades, enfrentadas por sus diversos intereses y poco cohesionadas. Otro elemento que añade heterogeneidad a la zona es el comercio de oro y esclavos con el interior de Africa, en lenta decadencia debido a las rutas abiertas por los portugueses. A esta mezcolanza habrá que añadir pronto a los renegados, a los refugiados de Granada (32), a los cautivos cristianos y a los turcos (33).

2.1. Las bases de la intervención hispana: el reinado de los Reyes Católicos

Para entender el papel de la Berbería dentro de la estrategia política hispana en el siglo XVI debemos ser conscientes de la herencia que recibe y del contexto radicalmente diferente en el que surge la inquietud y el interés político por el Magreb. Un contexto en el que las coronas hispánicas están en su proceso de unión dinástica, en el que aún no se ha producido el descubrimiento de las Indias, en el que el Imperio Multinacional de los Austrias no existe... Es asombroso por tanto considerar la potente capacidad de supervivencia que mantendrá durante más de un siglo el interés por un ámbito geográfico como el berberisco, en una situación internacional cambiante como lo será la del fin del s. XV y la del s. XVI. Debemos ser muy conscientes de ello, ya que es lo que demuestra el vigor y la importancia que siempre mantuvo la política africana dentro de la política global filipina. Sólo la coordinación de factores adversos hará desistir a los Austrias de su interés. Y después de notables intentos.

¿Cuál es la situación y el planteamiento político de los Reyes Católicos con respecto al Magreb? (34). La cuestión africana se remonta a fechas anteriores a las emitidas por Braudel (35). Castilla mantiene a lo largo del siglo XV una seria disputa con Portugal por la conquista de emplazamientos costeros en el Africa Atlántica, cuya manifestación más evidente es la ocupación de las Islas Canarias (36). Este enfrentamiento, ora soterrado, ora abierto va a finalizar con la guerra civil entre Juana la Beltraneja (apoyada por los portugueses) e Isabel la Católica, por el trono de Castilla. En los Tratados de Alcaçovas (1479), que da por finalizado el enfrentamiento, Portugal aprovecha la necesidad de Isabel de ser reconocida por la potencia vecina. Isabel se verá obligada a renunciar a muchas de sus pretensiones africanistas (a excepción de las Canarias y un pequeño establecimiento continental) (37) a cambio de ese reconocimiento oficial. Se consumaba una dolorosa renuncia al Reino de Fez (actual Marruecos) (38).

Una vez asentados en el trono de Castilla y Aragón, los Reyes Católicos se enfrentaban a problemas más acuciantes que la política africana: la Guerra de Granada (1481-1492). Esto no impedirá que la corriente social africanista en España origine toda una serie de iniciativas privadas en Africa (39). Una vez finalizada la guerra, ¿cómo borrar siglos de mentalidad atávica? (40) ¿Cómo eliminar el poso hereditario de generaciones? Es más, ¿por qué hacerlo cuando al otro lado de la costa, anidaba el enemigo milenario, agazapado, acechando tal vez para una nueva invasión? ¿Por qué si, además, tal mentalidad servía perfectamente a los propósitos expansionistas de la corona? Así, estimular ese sentimiento de cruzada, se convertía en objetivo manifiesto de la monarquía: había que canalizar adecuadamente el sentir popular, pero no sólo en la esfera hispana, el turco era el enemigo natural de la Cristiandad, a la que tenía atenazada por Oriente tras la toma de Constantinopla en 1453.

Es a partir de este momento cuando la política norteafricana va a establecer una dialéctica constante entre esas dos cuestiones: su carácter de reconquista ampliada (41) y su papel de escenario secundario dentro de la más amplia lucha contra el Imperio Otomano (42). En las fases anteriores el antagonista era Portugal. Tras los Tratados de Tordesillas, primero, y de Sintra, después, habrá un vuelco de la política africana desde el Atlántico hacia el Mediterráneo, desde el enfrentamiento contra Portugal a la oposición a la expansión turca.

En la política norteafricana se contraponen desde el comienzo dos intereses distintos: el intrínseco por un lado, basado en consideraciones que sobrepasan lo meramente territorial e incluyen la lucha contra el corsario, intereses comerciales (control de rutas con el interior, la pesca, las parias, etc.) (43), estratégicos (control de las comunicaciones en el Mediterráneo Occidental, intento de evitar el acceso a hipotéticas quintas columnas interiores), religiosos (rescates de cautivos, evangelización de infieles, guerra santa…) y mentales (proseguir la reconquista, mantener la reputación). Estos elementos confieren a la Berbería un interés per se, independientemente de la presencia turca o portuguesa.

Solapado al anterior, el Magreb tiene un marcado interés extrínseco, ya que es un engranaje dentro de la más amplia lucha por la hegemonía en la política global de la monarquía. En los primeros momentos el pulso es con Portugal. A partir de este momento jugará un papel estelar en la confrontación panmediterránea, ese ya mencionado antagonismo con el Imperio Turco. Conforme la expansión de la Sublime Puerta se haga más intensa, atacar la Berbería será en gran medida atacar a Estambul, ya que resultaba casi imposible hacerlo en su propio territorio, (aunque no del todo, como en las campañas de Cefalonia en 1500 y Korón en 1532). La Berbería cobra así un interés en función del enfrentamiento con el Imperio Otomano. Es este concepto el que ha confundido en gran medida hasta ahora a los historiadores que han tratado el tema. Se ha identificado sistemáticamente el Mediterráneo y la lucha hispano-turca con el posible interés político que el Magreb pudiera despertar en los gobernantes españoles. Es por ello que muchos estudios referidos al norte de Africa tan sólo han prestado interés en realidad al Africa Mediterránea, y tan sólo en función del conflicto con Estambul.

2.2. España y el Magreb en el s. XVI

Tras la conquista de Granada, las campañas de Italia primero y la muerte de Isabel la Católica, con el consiguiente colapso en el gobierno de Castilla (sucesivas regencias de Fernando, Cisneros, Felipe el Hermoso y de nuevo Fernando) después, van a impedir plasmar militarmente ese explosivo interés africanista que la monarquía hispana había demostrado en el último cuarto del s. XV. Este, sin embargo, sí se hará realidad en el terreno diplomático: los avances son espectaculares: el Tratado de Tordesillas con Portugal (1494) (44), un auténtico reparto del Norte de Africa como lo fue de América con la única potencia rival en aquel momento, la Bula Ineffabilis (1495) del pontífice Alejandro VI legalizando la conquista africana (45), y el Tratado de Sintra (1509), el segundo reparto (46).

A partir de 1509, con las campañas de Pedro Navarro auspiciadas por el Cardenal Cisneros, ya podemos hablar de la materialización de esa atención política a través de una planificación militar seria (47). Con todo, estas expediciones están condicionadas a una relativa tranquilidad en el principal eje del interés hispano: Italia. Cuando los acontecimientos vuelvan a precipitarse en aquella zona, Berbería será abandonada como objetivo estratégico prioritario.

Sin embargo los dos elementos claves que irán desviando paulatinamente la atención de los monarcas del Magreb en reinados sucesivos serán el propio descubrimiento de América por un lado, y la formación de la monarquía multinacional de los Hausburgo. Ambos hechos irán absorbiendo los esfuerzos de los habitantes de la Península Ibérica o de sus gobernantes impidiendo una política eficaz y continua, alejada de los cíclicos esfuerzos espasmódicos de los siguientes gobernantes. La continuación de este planteamiento político por parte del Emperador y del "Rey Prudente" será una imposición del contexto internacional (48). Conforme esos dos ámbitos absorban la energía hispana, el Magreb irá siendo abandonado. En la década de los ochenta se halla la inflexión en el proceso. Pero esa pérdida de protagonismo no impedirá la mejora de las escuadras mediterráneas (49), el mantenimiento y fortificación de los enclaves, las gestiones diplomáticas (nuevas treguas con Estambul, negociaciones entre Felipe II y Ahmed al-Mansour entre 1578 y 1593) y las conjuras de la red de agentes secretos en las siguientes décadas. La supervivencia del interés hispano por el Magreb aún dará su postrer fruto durante el reinado de Felipe III, con un vigoroso arranque africanista, en busca de campañas económicas, rápidas y prestigiosas. Así los ataques a Argel (1601) y Túnez (1609 y 1612), la cesión de Larache (1610) y la conquista de La Mamora (1614).

2.2.1. África en la estrategia carolina

La mayor parte del interés que el gobierno hispano demuestra por el Magreb durante el reinado del Emperador se diferencia fundamentalmente del demostrado anteriormente por su carácter extrínseco. Si con Fernando, el Norte de Africa se veía como una provincia aún irredenta del viejo reino visigodo, como un territorio de expansión natural y por tanto como una auténtica prioridad equiparable en algunas fases a ámbitos como el italiano, durante este reinado, Berbería se convierte fundamentalmente en un escenario secundario de un enfrentamiento superior: el antagonismo hispano-turco (50).

Sin embargo este antagonismo posee unas características propias que lo diferencian sustancialmente del que se reproducirá en el reinado siguiente. Para empezar no es un antagonismo exclusivamente mediterráneo. Es el propio Imperio, otro de los territorios de Carlos, el que sufre directamente la amenaza de la Sublime Puerta, lo que implica que los teatros de operaciones también sean continentales, como entre 1529 y 1532, años en los que Solimán se atreverá a sitiar la mismísima Viena (después de conquistar el Reino de Hungría, uno de los feudos imperiales). Si las ayudas del Emperador a su hermano Fernando, su lugarteniente en el Imperio, serán constantes durante todo el periodo, en 1532 llegará incluso a presentarse en la capital, con la intención de enfrentarse al turco en persona (51). Esto nos da una idea de la globalidad de la política carolina, dentro de la que la Berbería ocupa tan sólo un espacio secundario.

Cuatro parecen los factores que influyen en este cambio de perspectiva según Preto:

1.    La unificación política progresiva de España.

2.    El nombramiento de Carlos V como Emperador, que pone bajo su tutela los territorios austríacos, por lo que su Imperio linda con el Otomano en Hungría, España y las posesiones mediterráneas y norteafricanas.

3.    La fuerte impronta del ideal heredado del reinado anterior de cruzada y de deseo de coronación de la reconquista.

4.    La cesión del reino de Nápoles a Fernando el Católico tras sus campañas victoriosas contra Francia (52).

A pesar de este último elemento, la presencia francesa sigue siendo todavía hostil y decisiva, más incluso que en el periodo anterior. La rivalidad entre Carlos V, Francisco I y Solimán por el Mediterráneo configura decisivamente el papel del Norte de Africa en todo el reinado del Emperador (53). La alianza franco-turca será el mejor exponente de este punto, encarnada de modo espectacular en 1543-1544, año en el que la flota otomana, tras una campaña devastadora por el Mediterráneo Occidental, invernó en el puerto francés de Tolón. Esa presión gala, al igual que los compromisos derivados de la corona imperial, también desaparecerá con el cambio de monarca, más concretamente a partir de 1559, tras la paz de Cambrai, que liberará a Felipe II durante más de treinta años de la hostilidad gala.

Sin embargo el enfrentamiento hispano-otomano que marca el papel del Magreb en la política carolina es tan sólo uno de sus frentes abiertos. Aunque se nos ha presentado habitualmente al Emperador como un auténtico cruzado defensor de la unidad de la Cristiandad contra el Islam (54), la realidad de sus acciones desmienten esta visión: el Emperador tan sólo auspició "Tres campañas importantes pero que no se pueden comparar con las fuerzas y los recursos que reunió en ocasiones diversas contra Francia" (55). O contra los príncipes protestantes. El Magreb es por tanto un escenario secundario de una prioridad política también secundaria.

A pesar de ello, el Norte de Africa todavía mantiene un poderoso atractivo intrínseco a ojos de los españoles. El problema de los corsarios va a ser, en este sentido, el que fundamentalmente preocupe desde la perspectiva peninsular y el que motive las escasas actuaciones del Emperador en este frente. La lucha contra las regencias norteafricanas y su piratería legal va a llevar a una serie de acciones inconexas destinadas a frenar dicha actividad con el tradicional sistema de ocupación restringida de las costas. Argel y Túnez serán los objetivos prioritarios. También al desvío de recursos destinados a la preparación de la defensa (fortificaciones, milicias…) (56).

Sin embargo esta línea de actuación siempre se hallará supeditada a la libertad que concedan otros frentes. Esa es la característica fundamental de este reinado. Eso no significa que no haya subfases de mayor actividad. Así por ejemplo la década entre 1532 (ataque a Korón, en Grecia, y la defensa de Viena), y 1541 (fracaso de Argel), o las campañas contra Mahdía de 1551.

En el primer caso, tras la limitada campaña en Grecia -una expedición de castigo y distracción de recursos más que una iniciativa en toda regla- la primera acción a gran escala tiene que esperar a 1535, cuando el Emperador en persona se presenta en Túnez conquistándola e imponiendo a un rey vasallo. No obstante, la falta de continuidad con la fase anterior, había ido erosionando la presencia española en la zona. Argel había recuperado su independencia tras las campañas de Pedro Navarro, sólo estorbada por la heroica resistencia de una guarnición española en la fortaleza del peñón situado a la salida de su puerto. Incluso ésta acabó cediendo en 1529 debido a la desidia de Carlos.

Si Túnez representa la acción rápida y prestigiosa que el Emperador necesitaba en 1535 para capitalizar uno de los breves respiros concedidos en el resto de frentes, el intento de conquistar Argel en 1541, será la respuesta a la primacía de esta regencia berberisca en las actividades corsarias del Mediterráneo Occidental. Su fracaso marcará un paréntesis casi definitivo en las intentonas africanistas por parte de Carlos I. Las treguas con el turco de 1545-50, dejan clara una primera tentativa de abandonar el antagonismo hispano-turco en aras de otros problemas políticos de los respectivos imperios, en Persia y en Centroeuropa. Este precendente de las definitivas treguas del reinado de Felipe II, suponen para la historiografía un primer "giro" de la política española desde su centro neurálgico en el Mediterráneo. También el perfeccionamiento y desarrollo de uno instrumento hasta ese momento poco utilizado en el mundo mediterráneo: la diplomacia.

La actividad corsaria de Dragut, el sucesor de los Barbarrojas en el Mediterráneo Occidental, obligarían a Carlos V a retomar el conflicto a partir de 1550. En ese marco se inscriben las acciones de Susa, Monastir y Mahdia. La instalación de tropas españolas en esta última obligaría a Solimán a reiniciar también el conflicto. Daba comienzo la turbulenta década de los cincuenta, en la que la guerra sería una constante en la zona. Es este periodo, sin embargo, una lenta decadencia del poderío español en Africa, que alcanzará su clímax a finales de la década, con la sucesiva caída de los emporios de los caballeros de San Juan (Trípoli, cedida por los propios españoles tras su conquista) (57), del presidio de Bugía y el asedio fracasado de Orán (58). La conjugación de diversas circunstancias "provoca que este periodo tenga unas características especiales (…) buena parte de los principios articulados y mantenidos durante todo el reinado ahora ya no tendrán razón de ser, dibujándose una transición hacia un nuevo periodo en la España de los Austrias que tendrá como protagonista a Felipe II" (59).

2.2.2. África en la estrategia filipina

Como es bien sabido, la ascensión al trono de Felipe II estuvo jalonada de incidentes y dificultades. Ya era un gobernante experimentado, regente de Castilla entre 1543 y 1548 y entre 1551 y 1554, desde esta fecha rey consorte de Inglaterra tras su matrimonio con María Tudor. Mientras Europa entera asistía al declive del Emperador, la figura incipiente de su hijo pugnaba por hacerse un sitio en el complejo juego político continental a la vez que intentaba evitar el colapso de los reinos de su padre, que pronto serían los suyos, en uno de los momentos más críticos que atravesaban (60). En guerra con los príncipes protestantes del Imperio, con Francia, con el Vaticano y con la Sublime Puerta, sólo un importante esfuerzo económico y una cierta dosis de suerte acabaría por afianzar su posición a finales de la década, tras la paz de Cateau-Cambresis. ¿Dónde queda en estos primeros compases del reinado el frente africano? Es evidente que, ante los colosales compromisos europeos, Felipe, otrora firme defensor de los intereses de los reinos hispanos (en su época de regente), exilia su atención por el Magreb. En un momento en el que la vitalidad turca va a dar una serie de golpes de efecto a la posición hispana en este territorio con la toma de Trípoli (1551), Bugía (1554), el sitio de Orán (1556), las operaciones conjuntas de flotas franco-otomanas e incluso el saqueo de la Ciudadela de Menorca (1558) y en el que va a ir consolidándose la posición de una nueva potencia en Berbería: el reino saadí de Marruecos (conquista de Fez en 1554).

Al contexto internacional debemos añadir un elemento más, factor que no se volverá a repetir en el resto del reinado. Felipe, ausente de Castilla desde 1554 hasta 1559, va a tener que delegar en su hermana Juana quien de facto, como regente de Castilla, va a ejercer el poder mucho más influenciable por los diversos partidos de la corte (61) y, en menor medida, por el propio Emperador en su retiro de Yuste (62).

La pérdida de Bugía así como el sitio de Orán son las chispas que encienden la reacción. Mientras el rey guerrea en los campos de batalla franceses e italianos, demasiado lejos de los intereses de España, sus súbditos sufren las constantes incursiones de los corsarios berberiscos y el cada vez más extendido miedo paranoico a una posible invasión turca o marroquí (63). Es en ese clima de agitación donde se gestan las actuaciones principales del gobierno de regencia, ambas auspiciadas por el conde de Alcaudete, gobernador de Orán, que por acabar ambas en fracaso no dejan de indicar el interés intrínseco (no son actuaciones directas contra el turco) que todavía suscitaba el ámbito africano en la sociedad hispana. En primer lugar, ante los avances saadíes en Marruecos, se decide entablar negociaciones con el Jerife (64), con vistas a una alianza contra el sultán turco. Por otro lado, desde Orán, el conde de Alcaudete preparará una expedición militar contra Mostaganem (1558) (65). Ambas iniciativas sin el apoyo del monarca, absorbido por sus obligaciones en el norte.

Las únicas iniciativas de Felipe II fueron ponerse en contacto con algunas de las figuras más representativas de Argel (el corsario Dragut y Mustafá Arnaut) ambos candidatos a convertirse en dirigentes de la ciudad en torno a 1557, alentándoles a independizarse de la Sublime Puerta con el apoyo hispano (66), y posteriormente la campaña de Djerba (1560) como represalia a la toma de Trípoli por parte del primero.

Lo más relevante de estos acontecimientos es que se producían mientras Felipe II estaba comprometido en otros frentes. Mientras se hacían los preparativos para la expedición de Alcaudete, Felipe se hallaba en plena guerra en los campos de Francia y el duque de Alba en Italia. Tan sólo la expedición de Djerba se produciría una vez apaciguados los compromisos europeos. No obstante todos estos esfuerzos, ya procedentes de la regencia, ya del monarca, van a acabar fracasando. Sin embargo marcan el punto de partida de un periodo de actividad frenética en el Mediterráneo. Es en ese marco más general en el que Berbería va a volver a resultar una pieza clave en el equilibrio de potencias (recuperación del Peñón de Vélez en 1564). De hecho, a partir del regreso de Felipe II a España, la concentración de las fuerzas en este frente es evidente, convirtiéndose en una prioridad hasta el comienzo de la década de los ochenta, momento en el que otros compromisos arrecian.

Es fácil entender el resurgir de esos sentimientos de cruzada en la sociedad hispana y, por ende, el giro de la política regia en consonancia a dichos sentimientos y a determinados acontecimientos. El más importante de ellos fue sin duda la Guerra de las Alpujarras (1568-1570). Los esfuerzos contra el turco se reduplicarán a partir de este hecho (anteriormente, en 1565, la invasión de Malta también había producido la reacción enérgica de Felipe II, con la inesperada consecuencia de la muerte de Dragut) y la toma de Chipre a los venecianos. La Santa Liga, Lepanto, Túnez son sus nombres más gloriosos. A la postre la fuerza desarrollada durante estos años, más aún, durante décadas poco ha modificado el panorama mediterráneo entre turcos y españoles, salvo en desgastar enormemente sus recursos. La última gran intentona africanista se serviría de otros medios menos costosos.

Paralelamente a las campañas militares se habían ido desarrollando en los diversos territorios mediterráneos y norteafricanos toda una red de agentes secretos, espías y diplomáticos extraoficiales al servicio de la monarquía (67). Felipe II no había descuidado este instrumento que se mostraría eficaz en numerosas ocasiones. Rescatadores, renegados, mercaderes, aventureros y ex-cautivos en las bases corsarias y en Estambul se encargaban de organizar las conjuras y complots, de sabotear las infraestructuras del enemigo, de informar sobre los preparativos militares, de las salidas de las flotas, de sobornar altos cargos, de atraer al servicio de Su Majestad a determinadas personalidades, de negociar treguas, paces o alianzas. Los costes de mantenimiento de una compleja red de servicios secretos nunca podrían compararse con los de una campaña bélica en toda regla, pero no eran en absoluto pequeños. A los sueldos de los agentes, que solían superar por lo general los de un militar de idéntico rango, había que añadir los sobornos y regalos, partida ésta que incrementaba con creces el presupuesto y los intentos de hacer renegar a algunas altas figuras. En 1576, Aurelio Santa Cruz, coordinador de los servicios secretos en Estambul, destinaba 1.350 escudos para el sueldo de seis agentes, él incluido (68). Los sobornos incrementaban notablemente estas cifras, ya que se calculaban en miles o decenas de miles de ducados. Y en cuanto a la última partida, atraerse a Eulj Alí le hubiera costado al monarca español anualmente el presupuesto de todo un duque, en mercedes, tierras y títulos.

Sin embargo si, según Parker, los gastos anuales de la flota mediterránea durante los años setenta oscilaron entre los 673.000 ducados de 1577 y los 1.463.000 ducados de 1572 (69), según Sola y De la Peña, los gastos de espionaje "podían alcanzar sólo decenas de miles" (70). Para Modesto Ulloa "a fines del reinado se estimaban en 24.000 ducados, un año con otro, los gastos de las embajadas de Alemania y Francia, y se suponía que para las otras serían menester 36.000. Naturalmente, en estas relaciones no aparecen los gastos extraordinarios, como los muy importantes que se hicieron en París en apoyo de la Liga Católica por medio del embajador Mendoza" (71). En Estambul, los "gastos anuales de todos estos espías eran de 2.300 ducados" (72). Todo ello nos da una idea de las ventajas económicas de este método (73).

Los costes más fuertes eran de otra índole. La puesta en funcionamiento de una eficaz red de espionaje requería, sobre todo, tiempo. Encontrar a las personas adecuadas, sujetos que fueran de confianza y que a la vez no comprometiesen los intereses de la monarquía (74), "hombres de frontera" en los que personajes influyentes como el marqués de Mondéjar, virrey de Nápoles no confiaba:

"fiaría yo poco, porque de los que han estado tanto tiempo en tierra de infieles, por maravilla hay ninguno que sea cristiano" (75).

Confianza y discreción eran cualidades necesarias, también el poseer contactos, capacidades lingüísticas (árabe, turco), liquidez económica y pocos escrúpulos. Pero sobre todo confianza. Felipe II la tenía:

"Si huviere menester algun espía para tener aviso de lo que los enemigos hazen, para podellos mejor ofender y guardar las galeras (…) os damos la facultad para que podáis gastar en esto lo que conviniere, con yntervención de los dichos veedor y contador, y lo que así se gastare se libre y pague del dinero nuestro que oviere en las galeras, encargando a vos que os aya en ello moderación"(76).

La estructura organizativa de los servicios de inteligencia hispanos seguía un patrón establecido. En la cima de la jerarquía se encontraba el monarca y un reducido círculo de consejeros que gestionaban estos negocios junto a él, generalmente el secretario de Estado y algunos consejeros del Consejo de Estado. La relación entre la cúpula directiva y los agentes de campo se realizaba a través de los virreyes de los territorios anexos a la zona donde se había levantado la red de espías. Así, los agentes en Estambul dependían del virrey de Sicilia (el duque de Terranova en las fechas que nos atañen) y los agentes en Berbería del virrey de Valencia (entre 1575 y 1578, fechas que nos interesan, Vespasiano Gonzaga Colonna). Estos eran el vehículo de transmisión de los avisos de los agentes al rey, los encargados de suministrarles los fondos necesarios y de centralizar su administración y la información de la red. Así sería hasta la creación del cargo de Espía Mayor al final del reinado (77).

Por debajo del virrey encontramos al "jefe de espías" (78), una especie de coordinador de la red sobre el terreno. Este puesto sería ocupado por Juan María Renzo y por Aurelio Santa Cruz en Estambul o por los Gasparo Corso en el Magreb. Dentro de la denominación global de "espías" entrarían los agentes, los correos, los corresponsales, enlaces, personajes captados y mercenarios a sueldo (79).

Felipe II no descuidó este instrumento. Ya a partir de las primeras negociaciones con los turcos, en torno a 1558-1559, empleó a dos agentes italianos, el genovés Francesco Franchis y al milanés Nicolo Seco como punta de lanza en la penetración de la red de agentes secretos hispanos (80). A comienzos de los sesenta, tras el desastre de Djerba y ante la imposibilidad de enfrentarse militarmente a los turcos se fue desarrollando en Estambul todo un complejo sistema de espionaje y agentes, puesto en pie por Juan María Renzo y Hurrem Bey, dragomán (intérprete) del sultán, coordinados por el veneciano Aurelio Santa Cruz, también conocido con el nombre de Bautista Ferraro (81) en el que trabajaron hombres como el albanés Bartolomé Bruti (82), Martín de Acuña, Antón Avellán y Jaime de Losada. Un sistema paralelo a la diplomacia oficial que incluso en algunas ocasiones, como con motivo de la firma de las treguas con el sultán, estarán enfrentados a ésta. Así uno de los momentos de crisis de esta red será la firma de las treguas gestionadas en 1578 por el caballero milanés Giovanni Margliani (83). No obstante obtendría sus frutos durante casi dos décadas ininterrumpidas. Sirvan como ejemplos los avisos sobre los movimientos de la flota del sultán y sobre preparativos navales enviados entre 1564 y 1576 por Santa Cruz (84), el intento de incendiar la flota otomana por el caballero de Malta Juan Bareli en 1570, el sabotaje de un polvorín en Estambul en 1574 por el griego Juan Curenzi (85) o, en el verano de 1575, el proyecto de Francisco Peloso de envenenar a Eulj Ali o a algunos de sus arraeces:

"dándoles veneno en algunas conservas y confituras que él con mucha facilidad les encargaría, por tener entrada en la casa del dicho Aluchali y otros, ofreciéndose también de que procurará de poner fuego en el magacén de las municiones del turco"(86).

De un modo similar se desarrollaron estos dos instrumentos en el escenario magrebí ya desde la década de los sesenta, tras los fracasados impulsos militares de finales de los cincuenta. El cambio de estrategia era por lo tanto completo. En Berbería la red de espías estaba coordinada por los hermanos Gasparo Corso: Francisco coordinador desde Valencia, Andrea, Mariano desde Marsella, Felipe desde Argel y un quinto hermano residente en Barcelona (87). Por otro lado se empleaban los presidios como fuentes de información. A ellos llegaban renegados y ex-cautivos cristianos con noticias de los territorios enemigos. Así por ejemplo las noticias del gobernador de La Goleta, D. Carrilo de Quesada (88).

El objetivo principal era controlar a la figura más representativa de la Berbería desde mediados de los sesenta y durante los setenta: Eulj Alí, un renegado de origen calabrés (Italia) apodado el "tiñoso" por sufrir de este mal. En marzo de 1568 sustituye al frente de la Regencia de Argel a Mahamet Bajá, el hijo de Salah Bajá, anterior gobernante de Argel, uno de los compañeros de Jeredín Barbarroja. Y lo sustituye en pleno inicio de la sublevación alpujarreña. Este incidente generaría un enfrentamiento entre ellos muy importante para los intereses españoles. La coyuntura favorable es aprovechada por Eulj Alí para tres objetivos fundamentales: fortificar Argel, apoyar a los moriscos de Granada y tomar Túnez (1569).

Estas tres actuaciones son la consecuencia fatal del fracaso del intento por parte de los Gasparo Corso de atraerle al servicio de la corona hispana. Francesco y Andrea quisieron capitalizar su parentesco con uno de los hombres de confianza del Eulj Alí, Mamí Corso. La oferta era tentadora: una renta vitalicia de 10.000 ducados anuales, tierras en Italia y el título de marqués o duque (89). Además dos de sus lugartenientes, el propio Mamí Corso y el corsario Catania estarían incluidos en el trato.

Eulj Alí fue reclamado por Estambul en 1571. Sería el único mando turco en conseguir huir de las aguas de Lepanto indemne, y nombrado almirante de la flota turca, recuperaría Túnez en 1574, incluyendo el viejo sultanato hafsí en la órbita turca definitivamente. Su postura abiertamente antiespañola, legado de aquellos fracasados contactos, dificultaron las negociaciones de las treguas. El hecho de que un personaje de su calibre (se le podía considerar el tercer hombre más poderoso del Imperio Turco, tras el sultán y el visir, Mohammed Sokoli por estas fechas) no consiguiese obstaculizarlas ni materializar su proyecto de un Gran Magreb, que incluyera a Marruecos, nos da idea de la capacidad de este instrumento que hemos definido como diplomacia extraoficial: el servicio secreto hispano. Eulj Alí moriría en extrañas circunstancias en 1587 tras varios intentos de asesinato frustrados y organizados por agentes españoles (90).

El marco en el que se desarrollan todas estas acciones cambia radicalmente en 1577. La tregua con la Sublime Puerta altera el interés político por el norte de Africa (91). Antes de que el resto de los problemas del reino arreciasen definitivamente (anexión de Portugal, rebelión en los Países Bajos, guerras con Inglaterra y Francia...), la maquinaria política hispana realizaría un último intento por integrar el Magreb en un proyecto político que liderase Felipe II. Esta postrera intentona es ignorada por Braudel probablemente por tratarse más de una conspiración que de una campaña militar, único instrumento al que presta atención en su obra sobre la Berbería y los españoles, o puede que por confundir sistemáticamente dos frentes interrelacionados pero distintos como son el Mediterráneo y el Magreb (92). Sin embargo no es justo que la olvidemos pues demuestra que el interés por el ámbito africano sobreviviría a las treguas con el turco, sobreviviría al final del frente mediterráneo y, como demostraría Felipe III con sus campañas africanas, sobreviviría a la esquizofrenia de la política de guerra total del final del reinado de su padre. Incluso en 1578, cuando Felipe II decide hacer valer sus derechos dinásticos al trono de Portugal, una de sus primeras actuaciones será mandar a las galeras para proteger los presidios portugueses en el Magreb. Pero en 1577 las perspectivas para extender su influencia en Berbería resultaban excesivamente tentadoras como para ignorarlas.

Mahamet Bajá, "ex-rey" de Argel, aquel personaje con el que se había enfrentado abiertamente Eulj Ali al ser nombrado bey de Argel en 1568, había realizado una suculenta propuesta a varios agentes españoles. Pocos años después de aquel incidente con Alí, había sido hecho prisionero en Lepanto por D. Juan de Austria y enviado a Roma, en calidad de prisionero del papa Pío V. Rescatado en 1574, tras la conquista de Túnez, sus contactos con los españoles durante su cautiverio habían sido intensos. Tres años más tarde aún creía poder aprovechar sus influencias dentro de la casa real turca (su mujer era pariente del sultán) para, realizando los presentes adecuados en la corte (que ascenderían a varias decenas de miles de ducados), obtener de nuevo el título de rey de Argel (93).

El ofrecimiento a los españoles era generoso: el nuevo régimen argelino bajo Mahamet Bajá sería un protectorado sujeto a la soberanía filipina (siguiendo el modelo instaurado en el Magreb por los Reyes Católicos y seguido posteriormente por Carlos V en Túnez), cerraría sus puertos a los corsarios dando abrigo a las galeras de Felipe II, tendría un contingente de soldados españoles, tudescos e italianos para garantizar el orden y restauraría las parias.

Sin embargo había dos piezas claves para el éxito de esta propuesta. En primer lugar el propio nombramiento de Mahamet Bajá como rey de Argel por parte del sultán, necesario para poseer el apoyo de parte de la población de la ciudad. Para lograrlo Bartolomé Bruti, uno de los agentes españoles, fue despachado a Estambul con "hasta treinta mil ducados de entretenimiento" (94). Se trataba de lograr, mediante los regalos adecuados, el apoyo necesario entre los parientes y consejeros más cercanos al sultán para el nombramiento. Pronto el ámbito de Eulj Alí pondría manos a la obra para evitarlo. Por no mencionar que tanto Túnez como Argel estaban en ese momento controladas por hombres de su casa (Hasan Veneciano en Argel).

La segunda dificultad atañía a Marruecos (95). El nuevo monarca saadí, Abd al-Malik, tras una guerra civil con su sobrino, el anterior rey, Muhammad al-Mutawakkil, había obtenido la victoria gracias al apoyo militar turco en 1576. Era un gran amigo de Mahamet Bajá y de Andrea Gasparo Corso. Había sido capturado en Lepanto y había estado prisionero en Orán. Ahora estaba interesado en un cambio de alianzas puesto que los turcos, para asegurar su control sobre él y su reino, retenían en Argel a su mujer y a su hijo. El panorama se completaba así: el último gran intento africanista pretendía solucionar de una vez por todas el grave problema argelino estableciendo un protectorado español en Argel y buscando una alianza con el rey de Marruecos. Un ambicioso proyecto.

Sin embargo Marruecos y su monarca, Abd al-Malik, estaban amenazados por el joven rey Sebastián de Portugal. Este había decidido apoyar al monarca marroquí depuesto, el ahora exiliado Muhammad al-Mutawakkil y para ello organizaba una expedición militar contra el nuevo ocupante del trono. Los planes de Felipe II para Berbería se alteraban notablemente con esta intromisión, por lo que trató, en varias entrevistas y cartas, de hacer desistir a su sobrino (96). Primero en las Navidades de 1576, con la presencia del duque de Alba en la famosa entrevista del convento de Guadalupe. Ya en Madrid, Felipe II indicaba: "Le he persuadido de palabra y por escrito, pero no a aprovechado nada" (97). Ya en 1578 enviaría a Lisboa a dos nuevos embajadores para intentar frenarle, a D. Juan de Silva y a D. Benito Arias Montano (98). Cabrera de Córdoba indica como Felipe II comunica a su sobrino todas las gestiones diplomáticas iniciadas con el rey de Marruecos y le aconseja la suspensión de la expedición ya que "las pláticas no suspendían las armas y de ellas podría nacer buen efecto dando de grado lo que le podría quitar por fuerza" (99). Sin embargo, indica a continuación, el rey Sebastián "pidio a su tío no tratase de acuerdo con el moro".

Estos esfuerzos del monarca hispano nos dan una idea de lo que se jugaba en aquel momento por la testarudez del monarca portugués. El plan orquestado para dar un beneficioso golpe de efecto en el norte de Africa se iba al traste por los afanes caballerescos de su sobrino. Tras la Batalla de los Tres Reyes (Alcazarquivir) y la muerte de Sebastian y Abd al-Malik, el plan quedaba frustrado de raíz. Sin embargo se abrían buenas perspectivas en otros frentes. Portugal (y su imperio, incluidas sus bases norteafricanas) era buena recompensa a cambio del incierto resultado de aquel último intento africanista.

Berbería pasa, a partir de 1580, a un segundo plano en la política exterior filipina. Pero no desaparece, como parece deducirse de la escasa mención de la actividad desarrollada en este ámbito en los últimos años de Felipe II. Cerrado el enfrentamiento con el Imperio Otomano (aunque hemos de precisar que difícilmente se era consciente en aquel momento de que el cierre fuera completamente definitivo), Marruecos seguía ofreciendo un cierto interés en el esquema de la política exterior filipina (100).

Tras la muerte de los "Tres Reyes" (Sebastian, Abd al-Malik y su sobrino, el protegido del rey portugués, Muhammad al-Mutawakkil) accede al trono del reino de Fez Ahmed al-Mansur (que reinará entre 1578 y 1603). En el comienzo de su reinado se entra en un complicado juego diplomático en el que los objetivos hispanos son la protección de los dominios portugueses en Africa, la consolidación de la anexión de Portugal y el respeto e incluso alianza, si ello fuera posible, con el rey de Marruecos.

Los actores españoles fueron, en primera instancia, el Padre Marín, que fue hombre de confianza del anterior monarca, Abd al-Malik, enviado a Fez por Felipe II con una oferta de alianza a cambio de garantizar su seguridad y de no emplear sus bazas:

 

"Llegó el padre Marín a Fez llevando consigo un sobrino suyo, hijo de su hermano, que el Xarife recibión con grandes honores y le concedió muchas audiencias secretas (porque el padre Marín sabía muy bien el árabe). Y lo que, con el transcurso del tiempo se pudo descubrir, fue que si (el Xarife) se abstenía de tener cualquier relación con Constantinopla y Argel, el Rey de España le ofrecía toda la ayuda y el favor para garantizar su seguridad, tanto por la costa marítima como por las fronteras terrestres, que retendría cerca de él a los xerifes Mulay Nasar y Mulay Xeque, y que su correspondencia podría operarse en el más absoluto secreto por medio de los cristianos que le pedía fueran rescatados inmediatamente por el embajador Pero Vanegas"(101).

 Y posteriormente el mencionado Pedro Venegas.

El Muley Nasr y el Muley Xeque eran las dos bazas de Felipe II. Príncipes saadíes con claros derechos al trono marroquí estaban refugiados en Castilla desde el ascenso al trono de al-Mansur, bajo la protección de Felipe II. Por su parte, en Estambul estaba retenido Muley Isma'il, el hijo de Abd al-malik, otro pretendiente. Finalmente, el rey de Fez también tenía su baza: en Marruecos se encontraba D. Cristóbal, el hijo del prior de Crato, posible pretendiente al trono portugués (102).

La política de al-Mansur intentará un prudente mantenimiento del status quo. Su alianza en varias ocasiones con la reina inglesa, su intransigencia ante la pretensión hispana de hacerse con el puerto de Larache y su negativa a entregar a D. Cristóbal harán que Felipe II cambie su actitud en 1593. La liberación de Muley Nasr en Melilla marca un viraje ofensivo en la actuación política en el ámbito. Sin embargo la revuelta organizada por este será pronto controlada y Felipe II no tendrá tiempo ni recursos para ocuparse de este escenario en plena guerra con Francia, Inglaterra y las Provincias Unidas.

3. UNA PROPUESTA DE PERIODIZACIÓN DE LA INTERVENCIÓN HISPANA EN EL NORTE DE ÁFRICA

A la luz de las investigaciones de las últimas décadas es posible analizar y reinterpretar la periodización tradicional. Esta divide la actuación hispana en tres etapas, que coinciden en líneas generales con los tres reinados del siglo, destacando de este modo una dudosa linealidad y coherencia de plantemientos regios individuales frente al problema berberisco.

Según esta cronología, una primera respuesta sería la fernandina (1492-1516), encarnada en la toma de puntos estratégicos en la costa magrebí desde los cuales controlar los movimientos de las poblaciones cercanas (103) como continuación de la Guerra de Granada y de la Reconquista. Melilla (1497) y Mazalquivir (1505) primero, Vélez (1508), Orán (1509), Argel (1510), Bugía (1510) y Trípoli (1510) conquistadas después en las campañas de Pedro Navarro y puestos en vasallaje sus territorios anexos (Mostaganem, Dellys, Cherchell y Tremecén) completarían los asentamientos españoles en Berbería.

La segunda respuesta sería la carolina (1516-1559) (104), mucho más discontinua y desordenada en el tiempo dadas las numerosas preocupaciones trascendentales de la política del Emperador. Ello acarrearía una supuesta dejadez de este frente y la paulatina decadencia de la presencia española en Berbería. La pérdida de enclaves (Peñón de Argel en 1529, Trípoli en 1551, Bugía en 1554) y la liberación del vasallaje de los protectorados africanos tras la muerte de Fernando el Católico (105) no se compensaría con la toma de La Goleta por parte de Carlos V en 1535 y el establecimiento de un monarca vasallo en Túnez (106). En este periodo el enfrentamiento con la Regencia de Argel se agudiza (fracasos en el intento de conquistarla en 1519, por Hugo de Moncada, y en 1541, al mando del propio Emperador), en un intento de frenar la influencia y expansión turca en este ámbito.

La ruina absoluta de la política africana llegaría en la tercera etapa: la filipina (1559-1577), con la pérdida de Túnez en 1569 y en 1574 de un modo definitivo (tras la efímera recuperación en 1573 por parte de D. Juan de Austria) y la sumisión a un papel irrelevante del resto de plazas norteafricanas. Las treguas con el sultán marcarían el punto final de la actuación de Felipe II en el Magreb según esta visión, reducido el ámbito berberisco a la categoría de escenario secundario dentro del enfrentamiento con Estambul.

Este planteamiento tiene su origen en la obra de Braudel (107). La mayoría de la bibliografía disponible maneja los mismos conceptos y sigue una periodización similar sin replantear con minuciosidad algunos de los conceptos que hemos tratado en el comienzo de este artículo, conceptos ligados sobre todo a los principios, la linealidad y los instrumentos de la política exterior hispana (108).

Braudel prioriza en su visión de un modo evidente el instrumento militar sobre los demás, haciendo una clara identificación entre la carencia de campañas hispanas sobre el terreno y la ruina de la presencia española en Africa. Precisamente cuando, a partir de 1580, con la conquista de Portugal ésta va a ser más amplia que nunca (asimilación de todos los asentamientos portugueses en el Africa Atlántica, Mazagán, Ceuta y Tánger, vitales para el control del estrecho de Gibraltar) y coincidiendo con una fase de vigorosa y potente actuación diplomática en todo en norte de Africa a través de las gestiones de agentes secretos y en todo el Mediterráneo -primeras treguas con la Sublime Puerta, proyectos de apoyo a los rebeldes griegos (109)- a partir de 1577. Juzga además el gran historiador francés las treguas con el sultán como una cesura definitiva, la cual no era percibida como tal por los propios contemporáneos. "En marzo de 1577, el Consejo Real recibió un alarmante informe respecto a que los moriscos de Valencia y Aragón se preparaban para alzarse en armas en cuanto llegara la flota turca. En enero de 1578, el rey prevenía al gobernador de Milán que estuviese alerta (…)" evidentemente ante los avances de la flota turca. "Pasaría mucho tiempo antes de que el gobierno pudiera pensar en relajar sus defensas; la batalla por el norte de África continuaba" (110).

Por otro lado debemos tener en cuenta que para Braudel el ámbito africano-hispano por excelencia es el Mediterráneo, seguramente centrado en su magno estudio de las relaciones entre las diversas potencias dentro de este ámbito en el reinado de Felipe II. Sin embargo se le escapan las numerosas connotaciones que condicionan la actuación política hispana en este periodo que son heredadas de premisas establecidas en reinados anteriores y fuera del Mare Nostrum.

Debemos reformular esta periodización atendiendo a estas y otras nuevas apreciaciones surgidas en la investigación de las últimas décadas. En los últimos años se han levantado las primeras voces pidiendo un replanteamiento de los postulados braudelianos, tanto los mediterráneos como los africanos. Me atrevería a pedir un esfuerzo suplementario: no confundirlos. Bunes Ibarra es el primero en solicitar la revisión historiográfica del espacio mediterráneo en general. Opina que, en 1580, tan sólo se han fijado las fronteras entre los dos imperios que han competido por este espacio durante casi un siglo. Reivindica el estudio del interés que sin duda suscita aún en esa fecha en los gobernantes hispanos, aunque no sea un interés militar (111). Sin embargo su cronología, aunque más completa, adolece de defectos similares a la braudeliana.

Por otro lado el pionero en la protesta por la carencia de estudios que replanteen el papel concreto del ámbito berberisco, desligado en alguna medida del Mediterráneo, es Bernard Vincent. Es el primero en criticarla ofreciendo una alternativa. Para él la cesura de 1559 no tiene sentido: "La coupure de 1559 est particulièrement contestable car elle en correspond ni à un debut de règne ni à un évément significatif de l’historie hispano-maghrébine. En 1559 fut signé le traité de Cateau-Cambresis moment capital de l’histoire d’une partie de l’Europe mais sans influence pour le monde africain" (112). Considera mucho más importante la toma de Bugía 1555 y el final del reinado de Carlos I como punto de arranque del periodo filipino en el que distinguiría cuatro etapas: una primera que llega hasta 1764, de neto dominio turco, frente a una segunda, hasta 1574 (toma de Túnez), de dominio hispano. Una tercera etapa abarcaría desde esta fecha hasta 1577 con la gestación de las treguas. El resto del reinado estaría incluido en una etapa final más larga y continua, en el que el Magreb pierde protagonismo, pero no se abandona.

Su propuesta es válida atendiendo exclusivamente al Magreb Mediterráneo, dejando de lado las intervenciones hispanas en la zona atlántica. Además, la revisión se limita al reinado de Felipe II, cuando podría hacerse extensible a todo el siglo e incluso a parte del anterior.

Utilizando como criterios de la jerarquización de los periodos el interés que despierta cada momento el Magreb, los instrumentos que se emplean y los objetivos que se plantean, la intervención hispana puede periodizarse en las siguientes etapas:

·        Primera etapa (1474-1482): los inicios de la actuación hispana se remontan a fechas anteriores a 1492: al comienzo del reinado de los Reyes Católicos: 1474. En el marco de la guerra sucesoria entre Isabel y Juana la Beltraneja, Africa se convertirá en un objetivo preferencial: la conquista de las Canarias (expedición a la isla de Gran Canaria en 1478), las cabalgadas y expediciones sobre territorios dependientes de Portugal en Guinea y Fez, el sitio de Ceuta en 1476 en el que Fernando se aliará con el monarca de Fez, el fundador de la dinastía watasí Muhammad al-Sayj y el establecimiento de la primera factoría continental (Torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña en 1476) demuestran que fue un teatro de operaciones importantes. El Tratado de Alcaçovas (1479) regularizaría la situación con Portugal con sus cláusulas referentes a la política africana de ambas coronas. Ya en 1482, otra expedición a Gran Canaria aseguraba la presencia castellana en las islas. En estos años se sientan las primeras premisas de la actuación de las potencias ibéricas en la zona, quedando el ámbito marroquí bajo influencia portuguesa y las Canarias bajo soberanía castellana. La importancia de este hecho en la futura conquista de las Indias es obvia.

·        Segunda etapa (1482-1492): la guerra de Granada supondrá un breve paréntesis en la iniciativa oficial. La conquista del último reducto peninsular absorberá buena parte de los recursos regios aunque las acciones privadas con consentimiento real (perfecto precedente del corso posterior) que se lleven a cabo no serán escasas, siempre de menor importancia (cabalgadas, etc.).

·        Tercera etapa (1492-1511): el afán africanista entra en un periodo de efervescencia como continuación de la Guerra de Granada (de la Reconquista) y como escenario de lucha contra el turco. Sólo la lucha con los Valois en el frente italiano compartirá protagonismo con el Magreb durante esta etapa. Y a partir de 1511 se la restará definitivamente (las Indias aún no han demostrado todo su potencial y no afecta al interés de la monarquía por otros frentes). El interés político se canaliza a través de la vía diplomática (Tratado de Tordesillas, bulas pontificias y Tratado de Sintra) y de intervenciones militares muy planificadas. La diplomacia confirmará el status quo entre Portugal y la corona hispana y legalizará desde el punto de vista religioso la conquista del Magreb. Las campañas asentarán la presencia española en el Africa Atlántica con la conquista de las Canarias (La Palma en 1492 y Tenerife en 1493) y la iniciarán en el Africa Mediterránea (Melilla en 1497, Mazalquivir en 1505, Vélez, Argel, Orán, Bugía y Trípoli entre 1508 y 1511). Será una etapa clave al producirse el giro del Atlántico al Mediterráneo, del enfrentamiento con Portugal al enfrentamiento con el Imperio Otomano.

·        Cuarta etapa (1511-1532): el final del reinado de Fernando y la primera parte del de Carlos I supondrán un nuevo cambio de estrategia. Las guerras con Francia impedirán atender los asuntos africanos. Esta desidia se traducirá en la pérdida de enclaves (Argel) y en el freno definitivo de la expansión hispana en Berbería.

·        Quinta etapa (1532-1544): la conflagración hispano-turca se intensifica por lo que los asuntos africanos pasan a ser atendidos en función de ese enfrentamiento. Los esfuerzos son discontinuos y los medios empleados, sobre todo de índole militar, no siguen una planificación uniforme. Alternan subfases de mayor y menor actividad. El interés político del Emperador no pasa por el Magreb salvo en momentos puntuales, por razones de prestigio, muy en contra de lo que sienten sus súbditos hispanos (113). Las acciones en Túnez y Argel indican claramente la prioridad hispana: la lucha contra el corso. Por su parte los turcos también despliegan su potencial llegando al clímax durante la campaña de 1543-44.

·        Sexta etapa (1545-1550): los compromisos europeos obligan al Emperador a abandonar el Magreb. Las treguas con los turcos (1545-49) pretenden cerrar definitivamente un frente, para concentrar recursos en Centroeuropa. El paréntesis es necesariamente breve y las hostilidades acaban regresando al Mediterráneo.

·        Séptima etapa (1550-1560): durante la década de los cincuenta el interés despertado por la Berbería se aviva por diversos motivos. En primer lugar por la propia ausencia del monarca desde 1548 hasta 1559, centrado en estas fechas en compromisos europeos. Los intereses de las sucesivas regencias de Maximiliano y María, Felipe y Juana de Austria no van a coincidir con los del Emperador y, posteriormente, con los de Felipe II. Las acciones de Dragut rompen la tregua y obligan a la reacción del Emperador. Posteriormente la pérdida de Bugía, el sitio de Orán, el ataque a la ciudadela de Menorca, la caída de Trípoli y el fortalecimiento de la dinastía saadí en Fez obligarán a los regentes a actuar aún sin el consentimiento de los monarcas en el Magreb. En este contexto deben encuadrarse las negociaciones abiertas con los sultanes saadíes para formar una alianza contra el sultán turco y las expediciones de Mostaganem (1558) y Djerba (1560). Como se observa no se desprecia el instrumento diplomático frente al militar. Incluso en los años finales de la década se entablarán negociaciones con Estambul que no fructificarán. La política del gobierno de regencia posee una entidad propia en la evolución de la intervención hispana en el Magreb, independiente de la política del Emperador o de la de Felipe II. No debe confundirse con la primera, de la que se diferencia en los objetivos, más cercanos a Marruecos que a Túnez o a Argel, y en los medios empleados (diplomáticos preferentemente). De la segunda, en el marcado interés africano, no mediterráneo. Y en su carácter fundamentalmente defensivo ante el apogeo del poder otomano.

·        Octava etapa (1560-1577): los esfuerzos del gobierno de regencia serán insuficientes. El regreso de Felipe II a Castilla marcará el inicio de la siguiente etapa, entre 1560 y 1577, en la que el principal objetivo del monarca será frenar esa expansión del turco. En tales circunstancias, el Magreb se convertirá en teatro de operaciones militares dentro de este enfrentamiento (Malta en 1565, Túnez en 1573). Pero también en el escenario de la creación de una red de espionaje hispano. Será la diplomacia no obstante el instrumento que cierre el conflicto con los turcos con la firma de las treguas a partir de 1577.

·        Novena etapa (1577-1580): Sin embargo aún restan periodos de actividad hispana en el norte de Africa. Entre 1577 y 1580 la actuación política se basa fundamentalmente en la diplomacia, oficial o extraoficial. El gran último intento hispano por dominar el Magreb se basará en una conjura organizada por el servicio de inteligencia hispano y en las negociaciones con diversos líderes de la zona (el sultán saadí y Mahamet Bajá). La intervención portuguesa en Marruecos transformará la situación por completo. Africa volverá a ser el engranaje clave en la secular relación entre Portugal y España. Los contactos con el nuevo sultán saadí, al-Mansur, bien para proteger los territorios portugueses, bien para conseguir otros (Larache), para evitar intromisiones (sobre todo de ingleses y turcos) en el proceso de anexión o para rescatar a los nobles portugueses apresados en Alcazarquivir serán el medio para lograr los primeros objetivos de la nueva relación entre ambas potencias.

·        Décima etapa (1581-1593): asistimos al epílogo de la intervención hispana en Africa en el reinado de Felipe II y en todo el s. XVI. Consolidada la anexión de Portugal y centrado en el resto de sus compromisos europeos (Flandes, Inglaterra y Francia sobre todo), Felipe II relega definitivamente a un segundo plano al escenario magrebí. Eso no significa que no haya ningún tipo de actuación en absoluto en este ámbito. Tal dejadez sólo puede acharcarse a los últimos años de su reinado, cuando la guerra se generaliza en el norte. Por el contrario se mantienen los contactos diplomáticos con Fez y Estambul y se mantienen las redes de espionaje en activo. Incluso mantendrá algunas ambiciones sobre Larache. En cualquier caso, un pobre interés y una pobre actuación dadas las circunstancias del final de su reinado.

·        Undécima etapa (1593-1598): abandono casi definitivo del interés por el frente por parte del monarca que en los últimos años de su reinado se ve obligado a enfrentarse a varios conflictos europeos (Flandes, Inglaterra y Francia) lo que desvía recursos de forma decisiva.

4. EL BALANCE DE LA INTERVENCIÓN HISPANA EN BERBERÍA

Braudel hace un balance negativo de la política africana de los Austrias (114), calificada como calamitosa durante el reinado de Felipe II (115). Cabe hacer aquí otra reconsideración. Es desde luego cierto si nos referimos exclusivamente a los réditos territoriales. ¿Pero es el balance tan negativo si consideramos otros aspectos? "Desde el punto de vista militar y político al final del Quinientos se ha logrado parar el avance del adversario en cuanto a sus apetencias territoriales, pero el gran precio que se paga es el de abandonar a los súbditos ribereños y a los navegantes que lo surcan a los ataques corsarios. Los ladrones con patente son los grandes triunfadores del conflicto" (116).

Debemos tener en cuenta que a lo que asistimos realmente durante el siglo XVI en Berbería es a la disputa entre dos grandes potencias, una disputa fronteriza, entendiendo este concepto de frontera de un modo muy amplio, ya que englobaría a regiones tan vastas como Argel, Túnez o Marruecos, y aspectos que sobrepasan lo meramente territorial (117). Si, por un lado, tenemos en cuenta la vitalidad del Imperio Turco en su expansión mediterránea, las circunstancias desfavorables por otro, y el balance final para la Berbería, a la postre, veríamos que dicha política africana tuvo algunas consecuencias positivas. Destaca entre estas el evitar que los estados nacientes del Magreb cayeran directamente bajo soberanía turca y mantuviesen una autonomía nominal y una prácticamente completa independencia real de la Sublime Puerta. A nadie se le escapa lo peligroso de una situación con el Imperio Turco al otro lado del estrecho (118). Todo ello sin tener en cuenta los posibles beneficios para la reputación de los monarcas al prolongar la "Reconquista" de la vieja monarquía visigoda, y al utilizar en beneficio propio el concepto de cruzada, ora en el ámbito del prestigio, ora en el más material de las finanzas (las contribuciones de la Iglesia a la monarquía, vía exacciones como el Excusado o la Cruzada, donativos de las instituciones eclesiásticas hispanas, etc). ¿Conoceríamos igual a Felipe II sin Lepanto? Felipe II se consolidará como señor del Mediterráneo Occidental, siempre hostigado por los corsarios norteafricanos, mientras el sultán lo sería del Mediterráneo Oriental, aunque presionado igualmente por los piratas ragusianos, por las galeras napolitanas y por las acciones de los Caballeros de Malta.

El valor de los presidios no debe ser depreciado: ya hemos mencionado su interés estratégico, económico e incluso psicológico (119). De igual modo era vital la reputación que se ganaba manteniéndolos. El hecho de que la corona soportase sus elevados gastos incluso en los peores momentos denota la relevancia que tenían. Sin embargo su interés en la corte no se reducía a estas razones de Estado. Como bien indica Juan Luis Castellano: "podían servir a la Corte para limpiar la misma de elementos no deseables". O como se deduce de las palabras de felicitación del duque de Alburquerque a D. Alonso de la Cueva por su nombramiento como gobernador de Orán en 1565:

"el salario es poco, pero el aprovechamiento de las cabalgadas muy grande (...) v.m. la acepte luego y con grandes gracias a Ruy Gómez, si se la ha hecho dar" (120).

5. EPÍLOGO

A partir de 1580, tras la anexión de Portugal, la presencia hispana en Berbería se estabilizaría. Los compromisos europeos mantendrían atados los recursos humanos y financieros así como la atención regia en otros frentes. Cerradas definitivamente las hostilidades con los turcos (renovaciones de las treguas) el interés intrínseco del Magreb se diluiría, absolutamente superado por los problemas de la monarquía en otros frentes.

Sin embargo, durante esos tres años, la actuación de la corona hispana, aún no siendo militar, se sirvió de otros instrumentos como, sobre todo, la diplomacia y la red de agentes secretos para lograr unos objetivos que, por última vez en el reinado, estaban motivados por el interés en el ámbito magrebí. El fracaso de esta iniciativa y el hecho de que no implicara una campaña militar no debe impedir que incluyamos estos años dentro de la última etapa de la intervención hispana en Berbería.

El posterior estancamiento, compartido por otro lado por el sultán (que tenía sus propios problemas en Persia) sería poco a poco aprovechado por las regencias africanas, que ganarían en autonomía, y por el resto de las potencias europeas, ajenas a este ámbito durante todo el siglo XVI, para introducirse en este mundo y sacar provecho del comercio, el corso y las alianzas con las emergentes potencias del Magreb. Así, Holanda y sobre todo, Inglaterra, pronto encontrarían jugosos dividendos en esta relación. El embajador español en Londres, Bernardino de Mendoza, informaba a Felipe II en noviembre 1579:

"Esta Reina ha tenido otra carta del turco por vía de Francia en que dice con muchas ofertas el buen acogimiento que se hará a los ingleses que fueren por mar y tierra á las suyas, ansí por la voluntad que muestra de desear su amistad" (121).

En 1581 se fundaba la Compañía de Levante, dedicada al comercio transmediterráneo. Al año siguiente Isabel nombraba a su primer embajador en la Sublime Puerta: William Harborne (122). El peso de la influencia inglesa no sería sin embargo suficiente para que, en vísperas de la Invencible, el sultán enviara una flota de entretenimiento contra las costas españolas. El servicio de inteligencia hispano seguía funcionando perfectamente en Estambul como ya había demostrado en décadas anteriores.

El Magreb pasaba en el s. XVI de la efervescencia al estancamiento. Pero aunque esta premisa es conocida de sobra por la historiografía, conviene matizar en extremo la periodización y la evolución del fenómeno. Para ello sigue siendo imprescindible que, partiendo de las categorías ya establecidas y del material investigado por autores anteriores, reinterpretemos a la luz de los nuevos estudios esos conceptos.

 

 

NOTAS

1        Este artículo es la versión corregida y ampliada del publicado con el título "El papel del Norte de África en la política exterior de Felipe II. La herencia y el legado" en Espacio, Tiempo y Forma, Revista de la Facultad de Geografía e Historia, Serie IV, Historia Moderna, 13, 2000, pp. 385-420. Diego Téllez es becario FPI de la Universidad de La Rioja.

2        GARCIA CARCEL, R., La Leyenda Negra. Historia y opinión. Madrid, 1992.

3        LYNCH, J., La España de Felipe II. Barcelona, 1997.

4        KAMEN, H., Felipe de España. Madrid, 1998.

5        FERNANDEZ ALVAREZ, M., Felipe II y su tiempo. Madrid, 1998 y Carlos I, ???, Madrid, 2000.

6        MARTINEZ MILLAN, J. y DE CARLOS MORALES, C.J. (dir.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la monarquía hispana. Salamanca, 1998.

7        BOUZA ALVAREZ, F., Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II. Madrid, 1999.

8        CHECA CREMADES, F., Felipe II, mecenas de las artes. Madrid, 1992.

9        BOUZA ALVAREZ, F. (ed.), Cartas de Felipe II a sus hijas. Madrid, 1988.

10        Con obras clásicas como: BRAUDEL, F., El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. México, 1976; ELLIOTT, J. H., La España Imperial, 1469-1716. Barcelona, 1965; PARKER, G., España y la rebelión de Flandes. Madrid, 1987 y PARKER, G., Felipe II. Madrid, 1996.

11        Los más relevantes: LAPEYRE, H., Las etapas de la política exterior de Felipe II. Valladolid, 1973; DOMINGUEZ ORTIZ, A., Notas para una periodización del reinado de Felipe II. Valladolid, 1984 y VILLARI, R y PARKER, G., La política de Felipe II. Dos estudios. Valladolid, 1996.

12        RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., Un imperio en transición, Carlos V, Felipe II y su mundo. Barcelona, 1992.

13        Un aspecto que pasa desapercibido en LAPEYRE, H., op. cit., págs. 64-68. Sin embargo claramente reflejado por RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., op. cit., págs. 49-61.

14        Los ejemplos son muchísimos: Carlos V aliado con príncipes protestantes en su pugna por mantener su soberanía en el imperio (Mauricio de Sajonia, por ejemplo) o protegiendo a reyezuelos norteafricanos como el de Túnez en el ataque de 1535, o el constante pulso con el pontificado (Saco de Roma en 1527) o las treguas de Felipe II con los turcos a partir de 1578. Por otro lado constantes conflictos con Francia, país católico. Puede un ejemplo perfecto del verdadero lugar que ocupan los principios religiosos en GOMEZ-CENTURION, C., Felipe II, la empresa de Inglaterra y el comercio septentrional. Madrid, 1988.

15        BRAUDEL, F., "Los españoles y el norte de Africa de 1492 a 1577", En torno al Mediterráneo. Barcelona, 1996, pág. 88 y KAMEN, H., op. cit., pág. 230.

16        Ordenes de Felipe en 1557 en contra de la expedición de Mostaganem, A.G.S., Estado, 119, fols. 12-14; Estado, 448, fols. 73-74. Citado en RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., op. cit., pág. 413.

17        El ataque a Túnez en 1535 por parte de Carlos V es un claro ejemplo de cómo el emperador aprovecha un pequeño respiro de su política europea para una campaña rápida y de escasos réditos territoriales. No obstante enormemente fructífera en lo que a reputación se refiere. Véase BUNES IBARRA, M. A. de y SOLA, E., La vida e historia de Hayradin, llamado Barbarroja. Granada, 1997.

18        Para Braudel el espacio era el enemigo número uno, como reza uno de los epígrafes de su obra BRAUDEL, F., El Mediterráneo…, op. cit., vol. I, pág. 473.

19        PARKER, G., "Felipe II, conocimiento y poder", Philippus II Rex. Madrid, 1998, pág. 24.

20        Braudel en su obra magistral sobre el Mediterráneo examina el tiempo que tarda la correspondencia en llegar a la República desde las diversas capitales europeas. Para ello utiliza un mapa del continente en el que plasma una línea isócrona por cada semana que tarde la misiva. BRAUDEL, F., El Mediterráneo…, op. cit., vol. I, págs. 488-489.

21        PARKER, G., "Felipe II, conocimiento…", op. cit., pág. 31. Basado en datos que extrae de A.G.S., Estado, 146 y 189.

22        Sobre la influencia de los confesores reales: PIZARRO LLORENTE, H., "El control de la conciencia regia. El confesor real Fray Bernardo de Fresneda"; MARTINEZ MILLAN, J. (dir.), La Corte de Felipe II. Madrid, 1994, págs. 149-188 y LAMET, P. M., Yo te absuelvo, Magestad. Confesores de reyes y reinas de España. Madrid, 1996.

23        Cómo influye la corte en la política mediterránea de Felipe II en CASTELLANO, J. L., "La Corte y su política en el Mediterráneo", BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), Felipe II y el Mediterráneo, vol. III. Madrid, 1999, págs. 1-30.

24        Los gastos derivados del mantenimiento de los presidios era ingente. Así, "la solde des garnisons était répartie comme suit: 12.000 ducats au Peñon, 19.000 à Melilla, 90.000 à Orán et Mers el Kébir, 88.000 à La Goulette, soit un total 209.000 ducats". Y "la construcction de la nouvelle Goulette couta à l'Etat 50.000 ducats en 1556 et la meme somme deux ans plus tard". Citado en BOUCHARB, A., "La monarchie espagnole, le Portugal et la Méditerranée: relations politiques et commerciales", BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), op. cit., vol. I, págs. 448. De la disposición a realizar esos desembolsos se infiere la importancia que tenían en el plan político de la Corte hispana. También es fácil comprender el por qué se planteaba su abandono.

25        Que siguió una perfecta planificación en el reinado de Felipe II. Sobre la fortificación en las plazas norteafricanas: BRAUDEL, F., El Mediterráneo…, op. cit., vol. I, pág. 275; CAMARA MUÑOZ, A., "El sistema de fortificación de costas en el reinado de Felipe II: la costa Norte de Africa y las fortificaciones de Melilla en el s. XVI", Melilla en la Historia: sus fortificaciones, Actas del Seminario celebrado en Melilla del 16 al 18 de mayo de 1988. Madrid, 1991, págs. 24-41; CAMARA MUÑOZ, A., "Fortificación, ciudad y defensa de los reinos peninsulares en la España Imperial. SS. XVI y XVII", La ciudad y las murallas. Madrid, 1991, págs. 89-112; CAMARA MUÑOZ, A., "Las fortificaciones y la defensa del Mediterráneo", BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), op. cit., vol. IV, págs. 355-377; MORALES, A. J., "La defensa del Imperio filipino", Las Sociedades Ibéricas y el mar, Exposición Mundial de Lisboa 1998, Pabellón de España. Lisboa, 1998, págs. 167-190 y BRAVO NIETO, A., "Poder y arquitectura militar española en el s. XVI: la organización de la frontera mediterránea del sultanato de Fez", Juan de Herrera y su influencia. Actas del Simposio celebrado en Camargo del 14 al 17 de julio de 1992. Santander, 1993, págs. 105-115.

26        Sobre este tema ver MARTIN CORRALES, E., "La proyección mediterránea del sistema portuario español. Siglos XVI-XVIII", GUIMERA, A. y ROMERO, D. (eds.), Puertos y sistemas portuarios (Siglos XVI-XX). Actas del Coloquio Internacional: El Sistema portuario español. Madrid, 19-21 de octubre de 1995. Madrid, 1996.

27        Dentro de la que se incluirían para Fernández Alvarez elementos dispares como la diplomacia oficial, la política matrimonial, las ligas entre estados, los avisos de embajadores extranjeros o las cumbres internancionales (las dietas en tiempos del Emperador, los Concilios…): FERNANDEZ ALVAREZ, M., Felipe II …, op. cit., págs. 76-86. Se olvida sin embargo de la red de agentes y espías.

28        Sobre diplomacia y espionaje en el siglo XVI y XVII pueden verse FERNANDEZ ALVAREZ, M., Tres embajadores de Felipe II en Inglaterra. Madrid, 1951; CARTER, C. H., The secret diplomacy of the Habsburgs, 1598-1625. Londres, 1964; PASTOR PETIT, D., Anatomía del espionaje. Barcelona, 1970; ECHEVARRIA BACIGALUPE, M. A., La diplomacia secreta en Flandes, 1598-1643. Lejona, 1984; ECHEVARRIA BACIGALUPE, M. A., "El espionaje y las rebeliones de los ss. XVI y XVII en la monarquía hispánica", Actas del Congreso "Rebelión y resistencia en el mundo hispánico del s. XVI. Lovaina, 1990; SALINAS, D., La Diplomacia española en las relaciones con Holanda durante el reinado de Carlos II (1665-1700). Madrid, 1989; SALINAS, D., Espionaje y gastos en la diplomacia española (1663-1683). En sus documentos. Valladolid, 1994 y VAZQUEZ DE PRADA, V., "La embajada española en Francia en la época de Felipe II" en Política, religión e Inquisición en la España Moderna. Homenaje a Joaquín Pérez Villanueva. Madrid, 1996. La diplomacia en tiempos de los Reyes Católicos en OCHOA BRUN, M. A., Historia de la Diplomacia Española, vol. IV. Madrid, 1995.

29        RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., op. cit., pág. 110. Se observa claramente que los embargos de los metales llegados a Sevilla era uno de los métodos empleados habitualmente para conseguir la financiación necesaria para las campañas militares tanto por parte de Carlos V como de Felipe II. No obstante estos embargos eran selectivos, ya que ambos monarcas intentaban salvaguardar los intereses económicos de sus banqueros más fieles de modo que se minimizaba el impacto del embargo en su crédito.

30        Citado en GARCIA CARCEL, R., TARRES, A. S., RODRIGUEZ, A. y CONTRERAS, J., Manual de Historia de España, vol. III. Madrid, 1991, pág. 710.

31        En algunos trabajos se hace una diferenciación entre dos ámbitos dentro de Berbería: el África Atlántica y el África Mediterránea. Así en RUMEU DE ARMAS, A., España en el Africa Atlántica. Las Palmas de Gran Canaria, 1996.

32        Sobre el papel de los moriscos en el Magreb ver BOUZINEB, H., "Los moriscos en Marruecos durante la época de Felipe II", BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), op. cit., vol. II, págs. 611-623.

33        Sobre las nuevas elites en el Magreb y su papel en la fundación de los nuevos estados norteafricanos ver TAYEB, C., "Les nouvelles élites et la refondation des etats au Maghreb au 16eme siècle", BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), op. cit., vol. II, págs. 363-378.

34        Sobre la política exterior de los Reyes Católicos ver SUAREZ FERNANDEZ, L. y FERNANDEZ ALVAREZ, M., La España de los Reyes Católicos (1474-1516), vol. XVII, Historia de España de Menéndez Pidal. Madrid, 1966-69; SUAREZ FERNANDEZ, L., Política internacional de Isabel la Católica Valladolid, 1965-71; HILLGARTH, J. M., Los reinos hispánicos (1250-1516). Barcelona, 1978; PEREZ, J., Isabel y Fernando. Los Reyes Católicos. Madrid, 1997 y Fernando II de Aragón. El Rey Católico. Zaragoza, 1996.

35        BRAUDEL, F., "Los españoles…", op. cit., pág. 41.

36        Para ver el desarrollo del enfrentamiento marítimo luso-castellano durante el siglo XV antes de los Reyes Católicos, RUMEU DE ARMAS, A., El Tratado de Tordesillas. Madrid, 1992, págs. 37-72.

37        La Torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña, en la zona costera adyacente a las Canarias. Ver RUMEU DE ARMAS, A., España en el Africa…, op. cit., vol. I, págs. 137-160, págs. 169-198, págs. 249-284, págs. 441-474 y págs. 543-574.

38        Sobre esta etapa ver RUMEU DE ARMAS, A., El Tratado…, op. cit., págs. 73-85.

39        Ver en RUMEU DE ARMAS, A., España en el Africa…op. cit., vol. I, págs. 169-220.

40        Sobre la imagen del Magreb en España en esta época ver BUNES IBARRA, M. A. de, La imagen de los musulmanes y del Norte de Africa en la España de los siglos XVI y XVII. Los caracteres de una hostilidad. Madrid, 1989.

41        La justificación ideológica de este concepto es que una de las provincias del reino visigodo, la Mauritania Tinginata, seguía irredenta. Citado en RUMEU DE ARMAS, A., España en el Africa…, op. cit., vol. I, pág. 222.

42        Sobre el periodo de máximo apogeo turco en el Mediterráneo puede consultarse un resumen en BUNES IBARRA, M. A. de, "El Mediterráneo y los turcos", Las Sociedades…, op. cit., págs. 191-211.

43        Con respecto al comercio entre España y el Magreb y su importancia ver MARTIN CORRALES, E., "El comercio mediterráneo en la época de Felipe II", BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), op. cit., vol. I, págs. 335-356; RUMEU DE ARMAS, A., Cádiz, metrópoli del comercio con Africa en los siglos XV y XVI. Cádiz, 1976; LAREDO QUESADA, M. A., "Castilla, Gibraltar y Berbería", I Congreso Internacional El Estrecho de Gibraltar. Madrid, 1988 y LOBO CABRERA, M., La esclavitud en las Canarias orientales en el siglo XVI (negros, moros y moriscos). Gran Canaria, 1982.

44        Sobre el Tratado de Tordesillas y su importancia en la política africana: RUMEU DE ARMAS, A., El Tratado…, op. cit., 1992; El Tratado de Tordesillas y su época. Congreso Internacional de Historia. Setubal, Salamanca y Tordesillas 1994. Valladolid, 1995 y VARELA MARCOS, J., El Tratado de Tordesillas en la política atlántica castellana. Valladolid, 1997. La ratificación del documento por los monarcas en A.I., Patronato Real, 1.701, num. 5, citado por RUMEU DE ARMAS, A., España en el Africa…, op. cit., vol. I, pág. 242.

45        Original en A.G.S., Patronato Real, 60, fol. 195.

46        El Tratado de Sintra es el resultado del último episodio del enfrentamiento lusocastellano por el control del Magreb. En 1508 es ocupado por Pedro Navarro el Peñón de Vélez de la Gomera, estableciendo la soberanía de Fernando en el enclave. Sin embargo según las claúsulas del Tratado de Tordesillas, la zona pertenecía al ámbito de expansión portuguesa. El Tratado de Sintra legalizará la ocupación de Vélez. Fernando a cambio renunciará definitivamente a la expansión castellana en el Africa Atlántica. Se consolida así la tendencia que apuntaba desde el final de la Guerra de Granada. Una copia del tratado en A.I., Patronato, 50, fol. 36. Ver RUMEU DE ARMAS, A., El Tratado…, op. cit., págs. 181-206.

47        Sobre el papel de Cisneros en la política hispana ver PEREZ, J. (dir.), La hora de Cisneros. Madrid, 1995.

48        Sobre los planteamientos políticos de Carlos V y Felipe II ver la obra magna de FERNANDEZ ALVAREZ, M., Política mundial de Carlos V y Felipe II. Madrid, 1966.

49        Ver FERNANDEZ DURO, C., Armada Española, desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Madrid, 1972-3; ORELLANA, E. J., Historia de la Marina Española desde sus orígenes hasta nuestros días. Barcelona, s. f. y GARCIA HERNAN, E., La Armada española en la monarquía de Felipe II y la defensa del Mediterráneo. Madrid, 1995.

50        PRETO, P., "I Turchi fra Otranto (1489) e Tunisi (1535): la lotta por il controllo del Mediterraneo Occidentale" en BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), De la unión de coronas al imperio de Carlos V, vol. III. Madrid, 2001, pp. 473-484.

51        KORPAS, Z., "La frontera oriental de la Universitas Christiana entre 1526 y 1532. La política húngara y antiturca de Carlos V" en CASTELLANO, J. L. y SANCHEZ-MONTES GONZALEZ, F. (coords.), Carlos V. Europeísmo y universalidad, vol. III, Los escenarios del Imperio. Madrid, 2001, pp. 321-335.

52        PRETO, P., op. cit., vol. III, pp. 477-478.

53        VINCENT, B., "Charles Quint, François Ier et Soliman" en MARTINEZ MILLAN, J. (coord.), Carlos V y la quiebra del humanismo político en Europa (1530-1558), vol. I. Madrid, 2001, pp. 533-540.

54        Según Fernández Alvarez el Emperador posee "un tono de elevación moral que se debe al hecho de que acaudilló a la cristiandad en una guerra santa", FERNANDEZ ALVAREZ, M., Carlos V, el César y el Hombre, Madrid, 1999, p. 297.

55        RODRIGUEZ SALGADO, M. J., "¿Carolus Africanus?: el emperador y el turco", en MARTINEZ MILLAN, J. (coord.), Carlos V y la quiebra, op. cit., vol. I, p. 488.

56        PARDO MOLERO, J. F., La defensa del imperio. Carlos V, Valencia y el Mediterráneo, Madrid, 2001.

57        Sobre Carlos V y su relación con la orden: FONTENAY, M., "Charles-Quint, Malte et la défense de la Méditerranée" en CASTELLANO, J. L. y SANCHEZ-MONTES GONZALEZ, F. (coords.), Carlos V…, op. cit., vol. III, pp. 177-192.

58        Sobre esta fase puede verse ALONSO ACERO, B., "El Norte de Africa en el ocaso del Emperador (1549-1558)" en MARTINEZ MILLAN, J., Carlos V y la quiebra…, op. cit., pp. 387-414.

59        ALONSO ACERO, B., "Cristiandad versus Islam en el gobierno de Maximiliano y María (1548-1551)" en CASTELLANO, J. L. y SANCHEZ-MONTES GONZALEZ, F. (coords.), Carlos V…, op. cit., vol. III, pp. 15-29.

60        Para entender mejor la problemática de este momento ver: RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., op. cit., cap. 3.

61        Cómo el ascenso del partido ebolista influye en la política hispana en MARTINEZ MILLAN, J. y DE CARLOS MORALES, C.J. (dir.), Felipe II (1527-1598). La configuración …, op. cit., págs. 59-81. Y en la Regente Juana de Austria: MARTINEZ MILLAN, J., "Familia Real y grupos políticos: la princesa Doña Juana de Austria (1535-1573)", MARTINEZ MILLAN, J. (dir.), La Corte…, op. cit., págs. 73-106.

62        Sobre la influencia del Emperador en su retiro de Yuste ver RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., op. cit., págs. 204-209 y págs. 310-322.

63        Miedo producido por la expansión saadí: ver HESS, A. C., The forgotten frontier: a history of the sixteenth century Ibero-African frontier. Chicago, 1978, págs. 50-53.

64        Primero con Ash-Shaykh en torno a 1555, conversaciones apoyadas por el rey de Portugal Juan III en A.G.S., Estado, 377, fols. 145-146; Estado, 479, fol. 115; Estado, 108, fol. 8 y Estado, 108, fols. 57-58. Estos esfuerzos son cercenados por Carlos V y Felipe II ante su negativa a intervenir: A.G.S., Estado, 808, fol. 82; Estado, 809, fol. 75 y Estado, 809, fol. 37. Posteriormente con su sucesor Al Ghalib en 1558: A.G.S., Estado, 448, fol. 273 y Estado, 484, fol. 36, también malogradas por la negativa de Felipe II. Citados en RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., op. cit., cap. 7.

65        Sin el consentimiento de Felipe II: "y ha parecido que esto se debe hacer sin esperar a consultarlo a V. M. por parecer cosa conveniente" se justifica Juana en A.G.S., Estado, 129, fols. 8-10. Las medidas que tomó Felipe para interrumpir la campaña y la decisión final de Juana en A.G.S., Estado, 129, fols. 107-109. Citados en Ibidem, pág. 420.

66        A.G.S., Estado, 483, fols. 258-259. Citado en Ibidem, pág. 415.

67        Sobre la actuación de los agentes secretos de Felipe II tanto en Berbería como en Constantinopla: SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., Cervantes y la Berbería. Madrid, 1995 y FLORISTAN IMIZCOZ, J. M., Fuentes para la política oriental de los Austrias. La documentación griega del Archivo de Simancas (1571-1621), vol. II, León, 1988, págs. 579-737. En el Mediterráneo en general: GARCIA HERNAN, D., "Algunas notas sobre el servicio de ingormación de la Monarquía Católica en tiempos de Felipe II", Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, 7 (1994), vol. I, págs. 245-257. Sobre otras redes de agentes al servicio de Felipe II ver CARNICER GARCIA, C. J. y MARCOS RIVAS, J., Sebastián de Arbizu. Espía de Felipe II. Madrid, 1998.

68        A.G.S., Estado, 1.073, fol. 49. Un contador general de la armada, Sancho de Carroça cobraba 110 escudos en 1577: en A.G.S., Estado, 1.075, fol. 114. Citado en SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 284.

69        PARKER, G., Felipe II, op. cit., pág. 153.

70        SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 284.

71        ULLOA, M., La Hacienda Real de Castilla en el reinado de Felipe II. Madrid, 1986, págs. 102-103.

72        GARCIA HERNAN, D., "Algunas notas…", op. cit., pág. 253.

73        En cuanto a la financiación y las formas de pago, los gastos de espionaje podían asignarse a la administración virreinal, podían ser enviados en casos especiales desde la Corte o podían ser prestados por particulares si la urgencia y la carencia de medios lo requería. Ver CARNICER GARCIA, C. J. y MARCOS RIVAS, J., op. cit., págs. 99-104 y ECHEVARRIA BACIGALUPE, M. A., La diplomacia…, op. cit., págs. 71-76.

74        Así Martín de Acuña, el agente que consigue la primera tregua en 1577, es retenido en Madrid a su regreso de Estambul y ejecutado en 1586 en el castillo de Pinto acusado de denunciar a otro agente. La primera tregua en A.G.S., Estado, 1.071, fol. 191. Citado en SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 99.

75        A.G.S., Estado, 1.073, fol. 166. Carta del virrey de Nápoles al Rey, 21 de noviembre de 1577. Citado en Ibidem, pág. 282.

76        Introducción de Felipe II a Sancho de Leyva, 1568, Archivo de Zabálburu, Carpeta 184, 58. Citado por GARCIA HERNAN, D., "Algunas notas…", op. cit., págs. 248-249.

77        Sobre este cargo ver GOMEZ DEL CAMPILLO, M., "El Espía Mayor y el Conductor de Embajadores", Boletín de la Real Academia de la Historia, CXIX (1946), págs. 317-339.

78        CARNICER GARCIA, C. J. y MARCOS RIVAS, J., Sebastián…, op. cit., pág. 66.

79        Es la estructura en la que se basa el espionaje hispano en Bearn (Francia) en la primera mitad de la década de los noventa, estudiado en Ibidem, págs. 51-90. La misma es aplicable a los servicios de inteligencia en Berbería y en Estambul.

80        La creación de la red de espionaje hispana en Estambul se explica en FLORISTAN IMIZCOZ, J. M., Fuentes para la política oriental…, op. cit., vol. II, págs. 579-737.

81        A.G.S., Estado, 486. Original de Santa Cruz desde Constantinopla a 20 de abril de 1567 en el que llama a Renzo "espía de la Magestad Católica". Citado en SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 156. Renzo y Santa Cruz aparecen citados en una relación de espías hispanos en Estambul en GARCIA HERNAN, D., "Algunas notas…", op. cit., págs. 252-253.

82        Trabajaba en Estambul al servicio de la Señoría de Venecia, pero en 1574 fue captado por el cautivo Margliani, para entrar al servicio de la corona española aunque simuló seguir al servicio de la República. Todo un agente doble. Citado en SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 95.

83        Que había estado al mando de las defensas del fuerte de Túnez durante el asalto de Eulj Ali en 1574. Perdió un ojo y fue hecho prisionero. Rescatado en 1577 es enviado con recomendaciones del Duque de Alba a Estambul a comienzos de 1578. Sobre la misión de Margliani, BRAUDEL, F., El Mediterráneo…, op. cit., vol. II, págs. 660-688.

84        A.G.S., Estado, 488. Citado en SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 84.

85        Ibidem, pág. 94.

86        A.G.S., Estado, 1.144, fol. 96. Citado en Ibidem, pág. 94.

87        Ibidem, pág. 110.

88        A.G.S., Estado, 1.137, fols. 20 y 73. Citado por GARCIA HERNAN, D., "Algunas notas…", op. cit., págs. 254-255.

89        A.G.S., Estado, 487. Las instrucciones para los Gasparo Corso. Citado en SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 111.

90        En 1580 Eulj Ali teme por su vida: A.G.S., Estado, 491. Citado en Ibidem, pág. 81.

91        BRAUDEL, F., El Mediterráneo…, op. cit., vol. II, págs. 658-716.

92        Para Braudel "España abandona el Mediterráneo". Esto se debe al "viraje del siglo": la Guerra de Portugal, BRAUDEL, F., El Mediterráneo…, op. cit., vol. II, pág. 715 y págs. 703-706. Siendo ambas premisas correctas hasta cierto punto, Braudel no percibe que Africa mantiente una entidad propia (ese interés intrínseco que hemos mencionado) que la liga durante más de una década a la política exterior filipina. Lo único que sucede es que el viraje se completa en el Magreb desplazando el centro de interés de la Berbería Mediterránea a la Atlántica.

93        La documentación al respecto en A.G.S., Estado, 488, citado en SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 100.

94        Ibidem, pág. 100.

95        Sobre Marruecos en este periodo ver MIEGE, J. L., "La cote marocaine au temps de Philippe II", BELENGUER CEBRIA, E. (coord.), op. cit., vol. I, págs. 463-470.

96        Lo que ya es percibido por Braudel, aunque no explique la causa: BRAUDEL, F., El Mediterráneo…, op. cit., vol II, pág. 706.

97        B.N., Manuscritos, 2.751, fol. 144.

98        Citado por KAMEN, H., op. cit., pág. 177. Intuye la importancia del momento aunque no menciona las causas.

99        CABRERA DE CORDOBA, L., Felipe II, rey de España. Madrid, 1876-77. Citado por SOLA, E. y DE LA PEÑA, J. F., op. cit., pág. 116.

100    Así, Fernández Alvarez sólo le dedica unas páginas en su magna obra y poniendo en relación ese interés con el conflicto anglo-hispano tras la Armada Invencible: FERNANDEZ ALVAREZ, M., Felipe II…, op. cit., págs. 577-584. Sobre la situación del Mediterráneo y de la Berbería tras la batalla de Alcazarquivir, BUNES IBARRA, M. A. de y GARCIA HERNAN, E., "La expedición de D. Sebastián y el mundo mediterráneo a finales del s. XVI", Hispania, 187 (1994), págs. 447-465.

101    DIAS FARINHA, A., Crónica de Al-Mansur, Sultao de Marrocos, (1578-1603). Lisboa, 1997, pág. 29.

102    Sobre estos Muley Nasr, Muley Xeque y D. Cristóbal ver OLIVER ASIN, J., Vida de D. Felipe de Africa. Madrid, 1955.

103    El famoso sistema de ocupación restringida, puesto en práctica por los españoles en el Magreb. Citado por BOUZINEB, H., op. cit., pág. 617. Sobre dicho sistema: RICARD, R., "Le probléme de l’occupation restreinte dans ‘Afrique du Nord (XV-XVIII siècles)", Annales d’Histoire Economique et Social, 8 (1936), págs. 426-437.

104    Ver una interpretación del planteamiento carolino desde el punto de vista del Derecho, con abundante documentación en TRUYOL Y SERRA, A. (dir.), Tratados Internacionales de España. Periodo de la preponderancia española. Carlos V, vol. II, Norte de Africa. Madrid, 1980.

105    Solo se mantiene el protectorado sobre Tremecén, cuidadosamente mimado por el conde de Alcaudete desde Orán, hasta que la zona es conquistada por el sultán saadí de Marruecos, Muhammad al-Sayj en 1550.

106    El Muley Hasan de la dinastía Hafsí, depuesto en 1534 por Jeredín Barbarroja, por aquel entonces almirante general de la flota turca. Capitulación entre el Emperador y el Rey de Túnez, Muley Hasan (1535) en A.H.N., Estado, 2.876, fol. 12.

107    Esta cronología aparece en BRAUDEL, F., "Les espagnols et l´Afrique de Nord, de 1492 à 1577", Reue Africaine, 69, 1928, págs. 184-233, 351-410. Este artículo esta reeditado en castellano en BRAUDEL, F., "Los españoles…", op. cit., 1996. Otro de sus estudios resulta interesante: BRAUDEL, F., El Mediterráneo: el espacio y la historia. México, 1989.

108    Entre la que cabe destacar los siguientes estudios: HESS, A. C., op. cit., 1978 y GARCIA ARENAL, M. y BUNES IBARRA, M. A. de, Los españoles y el Norte de Africa. Siglos XV-XVIII. Madrid, 1992. Para este último la fecha de comienzo en su periodización es 1497. Las actuaciones anteriores las engloba en un apartado de "Antecedentes".

109    No se ha pretendido en este artículo revisar la tesis tradicional, heredada de Braudel, que supone el final de la política mediterránea de Felipe II con la llegada de las treguas con el sultán. Siendo cierto que el centro de interés hispano bascula del Mediterráneo al Atlántico, tal vez sea también necesario revisar ese supuesto abandono del frente turco. En Simancas se conservan documentos que demuestran la existencia de proyectos en ese ámbito como el de apoyar a los rebeldes griegos de Maina (Peloponeso) o del Arzobispado de Ocrida: FLORISTAN IMIZCOZ, J. M., Fuentes para la política oriental…, op. cit., vol. I, págs. 246-414 y vol. II, págs. 415-507.

110    KAMEN, H., op. cit., pág. 150.

111    BUNES IBARRA, M. A. de, "Felipe II y el Mediterráneo: la frontera olvidada y la frontera presente de la Monarquía Católica" en MARTINEZ MILLAN, J. (dir.), Felipe II (1527-1598). Europa y la Monarquía Católica. Actas del Congreso Internacional: Felipe II (1527-1598). Europa dividida, la Monarquía Católica de Felipe II (U.A.M., 20-23 de abril de 1998). vol. I-1. Madrid, 1998, págs. 97-110.

112    VINCENT, B., "Philippe II et l’Afrique du Nord", MARTINEZ MILLAN, J. (dir.), Felipe II (1527-1598). Europa…, op. cit., vol. I-2, págs. 970-971.

113    Con respecto a este tema SANCHEZ MONTES, J., Franceses, protestantes y turcos. Los españoles ante la política internacional de Carlos V. Pamplona, 1951.

114    BRAUDEL, F., "Los españoles…"., op. cit., pág. 96.

115    Ibidem, pág. 85.

116    BUNES IBARRA, M. A. de, "Felipe II y el Mediterráneo: la frontera…", op. cit., vol. I-1, págs. 99-100.

117    Sobre los que también se reclama una revisión: VINCENT, B., op. cit., págs. 965-974.

118    "Aunque los corsarios resultarían súbditos nada fáciles y con frecuencia ignoraban las peticiones otomanas, el Estado de Argel era considerado, acertadamente, como una avanzadilla para la expansión otomana" según RODRIGUEZ-SALGADO, M. J., op. cit., págs. 383-384. Ver también HESS, A. C., op. cit., págs. 65-72.

119    Al respecto se ha leído una tesis doctoral muy interesante en la Universidad Complutense: ALONSO ACERO, B., Orán y Mazalquivir en la política norteafricana de España (1589-1639). Tesis Doctoral, Madrid, 1997.

120    A.G.S., Estado, 561. Citado en CASTELLANO, J. L., op. cit., pág. 26.

121    Mendoza a Felipe II, 28 de noviembre de 1579, FERNANDEZ DE NAVARRETE, M. et al. (eds.), Colección de documentos inéditos para la historia de España, vol. XCI. Madrid, 1889, págs. 439-440.

122    Sobre su embajada ver: RAWLINSON, H. G., "The embassy of William Harborne to Constantinople, 1583-1588", Transactions of the Royal Historical Society. Londres, 1922, págs. 1-27.

 



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ISSN: 1699-7778