ALGUNAS
NOTAS SOBRE
LA CONVERGENCIA EN EL LIBRO
I DE GARGANTÚA
Y PANTAGRUEL DE FRANÇOIS
RABELAIS
CLAUDIA MÖLLER RECONDO
Este es un trabajo que se
propone reflexionar sobre un tema concreto, de los muchos abordados en el
Seminario de posgrado “Sabios y Marmitones” dictado
por el Dr. J. Burucúa. Ahora bien, Sabios y
Marmitones[1]: ¿una dualidad?; ¿una ambigüedad?; ¿un binomio
separable e inseparable a la vez? Creo que fundamentalmente dos palabras que
encierran una clave tipológica, sociológica,
semiológica... de una época que inaugura el llamado programa de la modernidad,
aquel resultado de una convergencia permanente de esfuerzos, aquel que hizo
posible el encuentro real e imaginario de las culturas de elite y las culturas
populares[2].
Por otra parte, si bien las palabras, los
términos “sabios y marmitones” nos introducen en un mundo fascinante, también
hay un elemento entre ambos que es
preciso rescatar: el conectivo “y”; ya que como muy bien dice Michel Foucault en Las palabras y
las cosas: lo que verdaderamente interesa no son ni las palabras ni las cosas
sino la “y” que los une, articula y les da sentido. Creo que en ese conectivo
está la clave para ingresar al universo
de significaciones que se nos grafica bajo el rótulo de “sabios y marmitones”
la sociedad del siglo XVI, en términos amplios.
La historiografía ha hecho diferentes
aportes a través de los cuales ha intentado separar, parafraseando a Lotmann[3], las semiosferas
propias de la elite y del pueblo respectivamente. La tradición de los Annales, y con esto incluyo a las cuatro generaciones y a
sus simpatizantes, parecen haberse inclinado por el predominio de las elites a
la hora de definir un clima cultural; del otro lado de La Mancha, los ingleses
-tanto marxistas como liberales- como no podía ser de otra manera, se
inclinaron por lo opuesto: cierta autonomía y creatividad de las culturas
populares. Los italianos y los norteamericanos -desde Princeton-,
tomaron una postura equilibrante entre las dos primeras: trataron de estudiar
los mecanismos de comunicación, de transmisión, de convergencia entre ambas
culturas[4].
A partir de este último intento, es que
en el presente trabajo se intentará buscar sistemas peculiares de convergencia
física, existencial y mental. Para ello se tomará el Libro I de Gargantúa y Pantagruel de François Rabelais[5], como estudio de caso.
La elección se fundamenta en que François Rabelais es tal vez, a
la manera de los “sabios y marmitones”, un personaje que encierra en sí mismo
esta tipología, un intermediario cultural, o mejor un anfibio cultural, que
seguramente permitirá aproximarnos al mundo de los acercamientos entre dos
culturas que para muchos nada tienen en común.
François Rabelais
aparentemente nace en Turaine en 1494 y muere en 1553[6], a pesar de lo cual lo ubicamos sin problemas en la
primera mitad del siglo XVI; su padre era un hombre de leyes y según se dice,
un burgués acomodado. Su vida pasó por distintas etapas espirituales e
intelectuales que sin lugar a dudas responden al clima de ideas de la época:
primero estudia en una abadía benedictina; luego en un convento franciscano
donde toma contacto con el latín, la teología y la escolástica; pasa
posteriormente a la orden de San Benito, para luego cambiar el hábito de monje
por el de simple clérigo; estudia medicina, y a partir de aquí se produce un
giro interesante en su vida: se instala en Lyon,
ciudad donde Calvino había sembrado su doctrina,
ciudad tolerante, capital intelectual de Francia[7], y en esta etapa toma contacto con la obra de Erasmo.
Publica tratados sobre medicina y dicta conferencias sobre la materia, pero ha
llegado al punto que necesita publicar más obras porque tiene algunas
dificultades económicas, así es que idea la puesta en la feria de almanaques y
antiguas crónicas: material de distracción con el cual el pueblo puede instruirse
sin mucho esfuerzo. Así es como empieza a ensayar el estilo de Gargantúa, o como él gustará llamar posteriormente, el
estilo pantagruélico: ridiculiza a personajes de las crónicas medievales,
provoca una dura crítica de las costumbres... despierta la risa, tiene una
doble intención, divertir y enseñar, a la que
puede agregarse una tercera: dejar testimonio. En 1532, en la Feria
puede comprarse el Libro I "Los hechos de Pantagruel"
(que ahora leemos como Libro II), en 1534 aparece el Libro II que es el objeto de este estudio
-que en la obra actual se lee como Libro I-[8].
Convergencia, anfibios culturales... ¿qué
intento referir cuando utilizo estos conceptos? Empecemos por el segundo que
nos introducirá en el planteo concreto de la problemática. François
Rabelais es para Burke, un
intermediario cultural. Pero si se toma el sentido lato de la palabra
intermediario, este nos indicaría que estamos en presencia de un personaje que
se encontraría a mitad de camino entre dos espacios culturales, entre dos semiosferas. Por lo que he creído, para no seguir con
disquisiciones hasta el infinito sobre lo que el término intermediario me
sugiere, que el concepto de anfibio cultural
representa mejor a Rabelais, porque en
realidad lo que aparentemente nuestro autor nos proporciona es la puesta en
narración de géneros que pertenecen a una determinada semiosfera,
pero narrados desde otra; por lo que, tal vez se puedan deducir al menos tres
cuestiones: 1) es posible que Rabelais se ampare en
la semiosfera popular para poder enunciar sistemas de
sentidos, que desde su propia semiosfera no podría
hacerlo, como él mismo lo reconoce cuando dice: “las cosas no se pueden decir
directamente”, “las materias tratadas no son tan frívolas como parecen”; 2) la
significación siempre es producto de una perspectiva interna -de un imaginario
determinado- y aún lo más complejo pertenece al orden de lo dado para quienes
son internos a ella, e incomprensible para los externos a ella; esto nos remite
a la última consideración, 3) Rabelais pertenece al
mundo de los sabios: es médico, clérigo, filósofo... pero no ignora la
existencia de este vasto mundo que se extiende al otro lado de su formación: el
pueblo. Por lo que, quiere por un lado salvar el foso existente entre ambas
culturas instruyéndolas; y por el otro, a partir de la expresión de dichas
culturas, decir lo que siente necesidad de hacer saber a partir de un lenguaje
que le sirve de caparazón, un lenguaje que por lo dicho y por el lugar desde
donde es enunciado no permite ser interceptado
-aunque en algunas oportunidades si lo fue- por los grupos hegemónicos
de la semiosfera a la que él mismo pertenece.
A partir de esta figura de anfibio
cultural se podrá observar cómo Rabelais llevará
desde el mundo subterráneo de los grupos populares, al mundo dominado por los
grupos de la elite -y también en un proceso inverso- mensajes y universos
mentales que nos permitirán sin duda vislumbrar los lugares de convergencia, de
cruce de sentidos, de espacios compartidos físicos, mentales y existenciales.
Este trabajo intentará rastrear, en la
obra seleccionada, esas convergencias, esos nudos que sin duda darán la clave
que permita elaborar el tejido de relaciones que caracterizaron a esta etapa de
transición, en la cual sin duda participaron tanto sabios como marmitones.
Un lugar de convergencia es sin duda la
fiesta, temática trabajada magistralmente tanto por Burke
como por Bajtin[9], evidentemente a partir de lo enunciado por estos dos
autores no cabe mas que introducir lo que Rabelais nos cuenta:
(fiesta del
martes de carnestolendas) "...Habían hecho matar
trescientos sesenta y siete mil catorce de estos bueyes para ser salados... y
poder disponer asi, llegada la primavera, de
abundante carne aderezada para ser servida al comienzo de la comida... Las
tripas fueron copiosas... Pero la gran diablura de los cuatro personajes era
que no había posibilidad de conservarlas por más tiempo porque se habrían
podrido... Por ello se convino en que las devorarían hasta no dejar nada. A tal
efecto convidaron a todos los ciudadanos de Cinais, Seuilly, Roche-Clermaund y Vaugaudry, sin
olvidarse de los de Coudray, Montpensier,
Gue de Vede y otros vecinos, todos grandes bebedores,
buenos compañeros y diestros jugadores de bolos"[10].
"Grandgousier, a su llegada
manifestó tanta alegría al verlos como no sería posible describir. Organizó el
festín más magnífico, más abundante y delicioso que se haya visto desde el
tiempo del rey Asuero. Al levantarse de la mesa,
repartió entre ellos todos los objetos y vajilla que había en su
aparador..."[11].
La cocina es también un espacio de
convergencia, como lo enuncia Burucúa, y Rabelais nos la muestra de la siguiente manera:
"A la vuelta se trasladaba a la cocina para ver lo que asaban
en el asador. Y cenaba muy bien, a fe mía. Convidaba de buen grado a algunos bebedores
vecinos suyos, con los cuales, que bebían tanto como él, se divertían
contándose cuentos viejos y nuevos"[12].
"Después estudiaba cosa de media hora, con los hojos clavados en los libros; pero como dice Cómico, su
alma estaba en la cocina"[13].
En relación con el tema de la cocina se
encuentran la comida y la bebida, dos elementos -en este primer libro- que
permiten sin duda la convergencia: el llamado "a beber" sin duda
convoca a todos ante una necesidad que sin ninguna duda comparten clases
populares y de elite. Desde su nacimiento, Gargantúa
convoca a los presentes a beber, bebe con su preceptor, bebe con la
caballeriza, bebe con el clérigo, bebe con el paje; como dijo el monje "no
hay hombre noble que aborrezca el vino"[14].
La finalización de un enfrentamiento como
el de los pasteleros con los pastores de Grandgousier,
también es ocasión para comer y beber juntos; pero aquí se introduce otro
índice de convergencia para a tener en
cuenta: la guerra.
El rechazo ante la guerra nace en el
campesinado y luego se extiende a la nobleza, pero ya Erasmo había planteado en
varias oportunidades que todo era preferible a la guerra, por ejemplo en Las
Instrucciones al Príncipe Cristiano escritas para el joven Carlos V. Como se
dijo más arriba Rabelais toma contacto con la obra de
Erasmo y se ha dicho que Rabelais era un erasmista,
en su obra se observa claramente: Gargantúa y Grandgousier son erasmistas y también lo son el preceptor,
el paje y algunos escuderos:
-dijo Grandgousier-
"...La razón así lo quiere. Yo me sustento de su
trabajo; de su sudor nos alimentamos yo, mis hijos y mi familia. A pesar de
esto, no emprenderé la guerra, sino hasta después de haber ensayado todas las
artes y todos los medios para conseguir la paz. He aquí a lo que estoy
resuelto"[15].
-Gallet le
dijo- "-Señor, para evitar esta contienda y para
que, vencida toda excusa, volvamos a nuestra alianza, os devolvemos ahora los
bollos que son la causa de la disputa. Nuestras gentes tomaron cinco docenas
que fueron bien pagadas. Tanto queremos la paz, que os devolvemos cinco
carretadas, una de las cuales será para Marquet...”[16].
También, a lo largo del Libro I aparecen
numerosos espacios físicos de convergencia: las murallas donde se reunieron
todas las fuerzas de la ciudad cuando Gargantúa sitió
a Picrocolo en la Roche-Clermaud[17], o la plaza:
-ordenó- "...
que después de comer se reunieran todos en la plaza, delante del castillo,
donde les pagarían la soldada de seis meses, orden que fue cumplida"[18].
"El rey montó, incontinente, en cólera furiosa y, sin
preguntarse el porqué y el cómo, hizo publicar bando tras bando para que todos,
bajo pena de morir en la horca, acudieran armados a la gran plaza, delante del
castillo al mediodía"[19].
Se sabe también que el encuentro con las
hechiceras era un lugar de convergencia, según nos lo indican por ejemplo los
trabajos de Caro Baroja:
-Picrocolo-... "El pobre hombre,
rabioso y furibundo, se marchó de allí. Cruzó el agua... y al contar sus
infortunios a una vieja hechicera, ésta le predijo que le sería devuelto su reino cuando vinieran las orquecigrullas"[20].
También en este aspecto, las rameras crean situaciones de convergencia:
"...o bien se iban a ver a las rameras
de los alrededores y se daban pequeños banquetes entre colaciones y trascolaciones..."[21].
Luego Rabelais
también nos describe una serie de lugares físicos de convergencia por los
cuales transita Gargantúa en compañía de su preceptor:
"...otras veces concurrían a reuniones de gente docta o de
personas que hubieran conocido países extranjeros..."[22].
"Asimismo iban a ver cómo fundían los metales, o cómo se
forjaba la artillería, o a los lapidarios, orfebres y talladores de piedras
preciosas, o a los alquimistas y monederos, a los tapiceros de terciopelo,
relojeros, espejeros, impresores... Iban también a oir
lecciones públicas, a los actos solemnes... a las declamaciones... Gargantúa acudía a las salas y los lugares destinados a la
esgrima... Visitaban las tiendas de los drogueros... Iba a ver a los
titiriteros, a los malabaristas y a los vendedores de teriaca..."[23].
En lo que se refiere a la convergencia en
el plano de lo inmaterial, encontramos algunos elementos interesantes, por
ejemplo la evocación que hacen los personajes de la obra a distintos tipos de
santos, a Dios, y al diablo cuando se refieren al enemigo. La actitud de rogar
los hace converger en algo semejante tanto al rey como a un arquero[24], al preceptor, al sabio, a los clérigos indefensos,
como al pueblo todo. El bautismo -costumbre entre los buenos cristianos[25]- es también un acto de religiosidad que une a todos
luego de la fiesta y el nacimiento de Gargantúa.
A lo largo del libro analizado
también se mezclan con la bebida y la
comida, los cuentos y las aventuras, la cita constante de los clásicos y así,
arriba de la mesa donde se come también aparecen los libros que forman parte de
la instrucción de Gargantúa. Rabelais
utiliza muchas veces el recurso a la cita y la remisión a determinados textos,
según sus palabras, para que no le hagan decir lo ya dicho.
La figura del preceptor es también una
figura interesante para rescatar, en lo referente a los nudos de convergencia. Ponócrates es tal vez ese intermediario cultural entre su
mundo intelectual y el mundo del Gargantúa que recibe
en calidad de discípulo. La referencia que hace Rabelais
a que el sabio le leía a Gargantúa mientras lo
aseaban, en el excusado y en la mesa, (Cap. XXIII),
que cambió los hábitos de Gargantúa y que lo llevaba
a reuniones tanto de gente docta como al encuentro de orfebres por ejemplo, es
un buen índice de lo dicho.
En la misma línea temática es importante
rescatar, a partir de la preocupación de Grandgousier,
el lugar que Rabelais -a través de su personaje- le
asigna a la educación: habla de los pedagogos, del ya nombrado preceptor, de
los debates en la Sorbona, de la llegada de Gargantúa a Paris para instruirse y de su pasaje por Lyon. Aquí aparece muy bien, y tal vez pareciera que se
perdiera, se confundieran en uno solo, Rabelais y Gargantúa: ambos realizan el mismo recorrido
físico-espacial y ambos a través de sus vidas, hechos y dichos, mezclan desde
el lenguaje lo culto con lo popular.
El episodio de las campanas tal vez sea
un buen elemento de análisis a tener en cuenta. El robo de las campanas y lo
que esto genera en el clérigo por ejemplo, muestra muy bien el enfrentamiento
entre las dos semiosferas a las que aludía al
comienzo. Dos universos de significaciones muy diferentes se enfrentan para darle sentido al elemento
campana, todo a partir de la llegada a la ciudad de Paris de Gargantúa (otro índice de convergencia- ya que se sabe por
ejemplo, a través de los numerosos estudios sobre las ciudades, que estas
contribuyeron en gran medida a la convergencia, que poco duró al ser
reemplazada por la urbanización planificada en función de los grupos sociales
hegemónicos).
Aquí, en el momento en que se produce el
“encuentro” de Gargantúa con los parisinos y la
interpretación que él hace de dicho encuentro, es cuando el sentido del texto
se densifica, parafraseando a Barthès, es cuando los
sentidos de los actores se desplazan y no quedan adheridos a las palabras sino
a las configuraciones. Tal vez pueda arriesgar la hipótesis -más desde lo
antropológico que desde lo histórico, desde una perspectiva darntoniana-
que dicho elemento -la campana- con su robo y luego su devolución, se
constituiría en el elemento articulador de las dos semiosferas:
cuando Gargantúa las devuelve, con esa actitud
ingresa sino a la semiosfera que le era extraña, por
lo menos a los límites porosos de la misma.
Por lo que, resumiendo lo dicho podría
estar en condiciones de afirmar que en el Gargantúa
de Rabelais (o por lo menos en el Libro I, objeto de
análisis del presente trabajo) se encuentran innumerables nudos de convergencia
físicos, espirituales y existenciales: la plaza, la muralla, la fiesta, la
cocina, la mesa -donde se come y se estudia-; actitudes como comer, beber,
rogar, bautizar; y posturas tales como la aversión a la guerra, el deseo de
paz, la preocupación por la educación..., pero creo que encontramos también un
planteo muy interesante, Rabelais se adelanta a los
teóricos que propondrán cinco siglos después la cuestión de lo popular/no
popular y su relación, oposición e interrelación . Por otra parte, el lugar
desde donde enuncia Rableais y cómo lo enuncia -apelando
al grotesco- proporciona una llave mágica para ingresar desde el mundo de las
elites al mundo de las culturas populares, y entrar y salir de cada uno de esos
mundos, partiendo también desde ese contexto popular hacia el plano de lo
hegemónico, en una operación en donde el lector se detiene y piensa, ubica la
sentencia en el tiempo y en el lugar donde fue escrita, la aplica al momento y
a la época en que él vive, porque la gran panorámica que el libro ofrece, sus
tipos, sus opiniones, sus refranes lapidarios, e incluso sus esperpénticos
muñecos y su intencionalidad, han dejado de pertenecer a Rabelais,
se han universalizado y se nos ofrece a través de muchas de sus ideas para
hacernos pensar:
"Juzgais demasiado a la ligera
pensando que en ellos -los títulos de sus libros- sólo hay mofas, embustes
chistosos y tonterías, en vista de que la muestra exterior -es decir el título,
se toma comúnmente a burla e irrisión sin intentar averiguar más. Mas no conviene juzgar con tal ligereza las obras de los humanos...
Por eso hay que abrir el libro y pensar cuidadosamente lo que del mismo se
deduce. Entonces sabréis que la droga que guarda en su interior tienen un valor
muy distinto al que prometía la caja; es decir que las materias de que aquí se
tratan no son tan jocosas como sugería el título…"[26].
[1]BURUCÚA, J.: Sabios y Marmitones. Buenos Aires. 1993.
[2]El concepto cultura merece por lo menos dos aclaraciones: a) por un lado es importante marcar la utilización abusiva en singular, del término sobre todo cuando se la diferencia e identifica por lo mismo, tanto con las elites como con el pueblo, en este punto, coincidimos con lo planteado por el Dr. Burucúa "se hace necesario pensar el campo del trabajo material e intelectual de los hombres en términos de interacciones e intersección varias culturas... por lo cual parece mas ajustado hablar (para el siglo XVI), de 'culturas de elites' y 'culturas populares' , ambas en plural". V. BURUCÚA, J.: Sabios y Marmitones. Op. Cit.; b) para su definición tomaremos en cuenta lo planteado recientemente en un Seminario de posgrado por el Dr. García Canglini -Los estudios culturales en los '90-, donde consideró al fenómeno como un problema complejo que entraña numerosos problemas teóricos y metodológicos pero que podría conceptualizarse en torno a la noción de "todos los comportamientos sociales de los cuales son portadores los distintos grupos los cuales, abren esta noción hacia la multiculturalidad.
[3]LOTMAN, I: La semiosfera. Madrid. 1979. Lotman conceptualiza a la semiosfera como un sistema con distintos niveles de integración de formaciones semióticas que tiene una frontera porosa, o no, con el exterior, que permite a su vez, la formación de una identidad cultural. Beatriz Sarlo en su Seminario de Posgrado sobre Historia cultural consideró que probablemente, aunque desde otra perspectiva podría asemejarse la cuestión de la semiosfera con lo planteado por Aby Warburg en lo que respecta a los engramas sociales de la memoria.
[4]Con respecto a las diferentes escuelas que abordan la problemática se han seguido para el presente trabajo los siguientes textos: BLOCH, M.: Los reyes taumaturgos. Buenos Aires. 1988, DARNTON, R.: La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa. México. 1987; O beijo de Lamourette. Sao Paulo. 1990; GINZBURG, C.: Mitos, emblemas e indicios. Barcelona. 1989; El queso y los gusanos. Barcelona. 1981; FEBVRE, L.: El problema de la incredulidad en el siglo XVI. La religión de Rabelais. Buenos Aires. 1968; BAJTIN, M.: La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. 1988; BURKE, P.: La Cultura popular en la Europa Moderna. 1500-1800, ARIES, Ph.: Historia de la vida privada. Madrid. 1990, Vol. 5; CHARTIER, R.: El mundo como representación. Barcelona. 1992; CHARTIER, R.: Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna. Madrid. 1993; YOURCENAR, M.: Opus Nigrum. Barcelona. 1990; BURUCÚA, J.: Sabios y Marmitones. Op. Cit.
[5]RABELAIS, F.: Gargantúa y Pantagruel. Barcelona. Bruguera. 1978. L. I.
[6]GIBERT, A.: "Prólogo a Gargantúa y Pantagruel". EN: RABELAIS, F.: Ibidem. La autora comparte el juicio vertido por los estudiosos de Rabelais y su obra en que muchas partes de su vida están cubiertas por un manto de duda , la propia fecha de nacimiento de François es todavía hoy incierta "la leyenda envuelve al hombre inmortal de este apasionado investigador", el 'caso Rabelais' todavía hoy sigue abierto.
[7]Marguerite Yourcenar también hace transitar a su personaje Zenón por Lyon ejemplificándola a esta ciudad como se dijo. En todo caso Zenón, Rabelais, médicos, filósofos, anfibios culturales: todos personajes que emprenden un viaje a lo largo de su vida y que tal vez sean incomprendidos por la época que les tocó vivir, o mejor, tal vez dicha época todavía no comprendía que el clima -de ideas- sufría un proceso de cambio ininteligible para algunas mentes.
[8]El Gargantúa está dividido en cinco libros, cuatro publicados en vida de Rabelais y otro aparecido nueve años después de su muerte, por lo que su obra además de lo dicho más arriba, no forma un todo completamente unido, no hay a lo largo de ella un único criterio.
[9]BURKE, P.: La
cultura popular... Op. Cit.;
y BAJTIN, M: La cultura popular... Op. Cit.
[10]RABELAIS, F.: Gargantúa... Op. Cit. Cap. IV p. 68-9.
[11]Ibidem. Cap. LI p. 191.
[12]Ibidem. Cap. XXI p. 117.
[13]Ibidem. Cap. XXI p. 113.
[14]Ibidem. Cap. XXVII p. 131.
[15]RABELAIS, F.: Gargantúa... Op. Cit. Cap. XXVIII p. 136.
[16]Ibidem. Cap. XXXII p. 143.
[17]Ibidem. Cap. XLVIII.
[18]Ibidem. Cap. XLIX p. 184
[19]Ibidem. Cap. XXVI p. 128.
[20]RABELAIS, F.: Gargantúa... Op. Cit. Cap. XLIX p. 185.
[21]Ibidem. Cap. XXII. p. 117.
[22]Ibidem. Cap. XXIII p. 123.
[23]Ibidem. Cap. XXIV p. 124-5.
[24]Ibidem. Cap. XLIV.
[25]Ibidem. Cap. VII.
[26]RABELAIS, F.: Gargantúa... Op. Cit. Prólogo del autor, p. 58.