UN ADIÓS PARA KLAUS WAGNER
Pedro J. RUEDA RAMÍREZ
En uno de los panegíricos publicados en cascada en el mundo moderno el laureado es descrito como “un libro animado donde todos leían las máximas más sublimes”. Algo de esto tenía Klaus Wagner pues tanto sabía de libros, que él mismo era un libro andante, animado y capaz de descifrar problemas con una fina habilidad para descubrir el talento, seguir la estela de una idea y exponer en síntesis, sin piruetas, la calidad de una obra. Las amables prendas de Klaus Wagner no pueden mensurarse en breves líneas pues fue punto y fuga, como pocas personas que he conocido, de saberes en torno al libro impreso y la literatura. La noticia de su muerte me llegó mientras estaba en México y allí, al nombrarlo, fue un común sentimiento de pérdida, pues sin dudarlo quienes andan en libros y papeles lo conocen como hombre con una proyección notable que resolvió (y aun seguirá ayudando a resolver) todo un elenco de problemas de bibliografía e historia del libro. Lector voraz en múltiples lenguas y finísimo paladín de la ironía, escribía desde una erudición fértil que pocas veces se da aunada en una misma pluma y que no siempre es tan generosa como era en su caso. Enfrascado en libros y papeles de continuo, conocedor como pocos de los archivos y bibliotecas sevillanas en momentos en los que nadie se aventuraba por sus salas, fue un renovador en muchos sentidos y un observador un tanto desencantado y lúcido de la España que le tocó vivir. Desde su llegada a la Universidad de Sevilla hasta su elección como Académico de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, el recorrido de este sevillano de adopción estuvo cuajado de trabajos científicos e innumerables tareas académicas. En Sevilla, desde los años setenta, desarrollaría una excepcional carrera como investigador aunque no siguiera los pasos del mercadeo de las cátedras, pues su mayor interés estaba en los libros antiguos y en la exquisita colección de Hernando Colón de la Biblioteca Capitular y Colombina. Un porte arreglado y un obrar honrado son el recuerdo que me acompañarán tras un trato mantenido con este hombre sabio y perspicaz que quiso enfrascarse en la difícil tarea del Catálogo Concordado de los Repertorios Bibliográficos de Hernando Colón. Un proyecto inacabado que ayudaría a resolver, de todas todas, el contenido de la más espectacular biblioteca española del siglo XVI y una de las colecciones más importantes y tempranas de manuscritos e impresos. Este proyecto, convertido en un sueño y un desvelo permanente fue el que le ocupó en estos últimos años, su afán perfeccionista le impedía dejarlo sin una última revisión, corrigiendo y mejorando el entramado de referencias que daría cuenta de cada libro que formó parte de la Biblioteca Colombina, se conserve hoy día o no, y en ocasiones descubriendo la presencia de algunos ejemplares colombinos dispersos en colecciones de todo el mundo. Una tarea infinita a la que Klaus había dedicado todos sus afanes. Bien lo sé pues tuve la oportunidad de colaborar con él en tales rastreos bibliográficos en pos de la identificación correcta de las ediciones a partir de las anotaciones manuscritas de los Repertorios.
Le interesó la tarea intelectual en todas sus facetas, el libro en todo su recorrido, pues se ocupó de los autores (no en vano su tesis en Maguncia fue sobre literatura del Siglo de Oro), pero también los impresores (su tesis sevillana fue sobre el impresor Martín de Montesdeoca). Este estudio sobre Montesdeoca publicado en 1982 resultó magistral por su metodología pues nada parecido estaba disponible en la historia de la imprenta sevillana. De hecho, reunir una reconstrucción de la producción del impresor y seguir la pista a su paso por la ciudad en documentación de protocolos permitió, a todas luces, una revisión de los estudios sobre la imprenta. En parte esta ha sido una de sus tareas continuadas a lo largo de los años en un ramillete de artículos sobre impresores e imprentas a partir del riquísimo archivo de protocolos notariales (hoy en el Archivo Histórico Provincial de Sevilla). Klaus no dejó papel sin leer, pues se aventuró a la paleografía con un afán y un cuidado que le permitió sacar a la luz un regesto de documentos referentes a judíos y musulmanes, entre otros trabajos. La retahíla de sus trabajos sería prolija e innecesaria pues Clive Griffin elaboró una cuidada bibliografía publicada en los Avisos de la Real Biblioteca. Entre sus últimos trabajos destacaría la cuidadosa reconstrucción del fondo de venta de libros de Juan Lippeo, un agente de los libreros Belleré de Amberes que murió en Sevilla dejando un almacén de libros bastante para abastecer España y el Nuevo Mundo. Este interés por todo el mundo cultural del siglo XVI llevó a Klaus a preguntarse por una variedad de temas, desde la presencia en Andalucía de algunos viajeros humanistas hasta el paso a tierras americanas de Ulrico Schmidel a quien tradujo en Relatos de la conquista del Río de la Plata y Paraguay (1986). Es más, el mundo americano estuvo en sus miras, pues estudió al librero Guido de Lavezaris, según Klaus sería este personaje el que llegaría a Gobernador de Filipinas tras un periplo singular (y le encantaban a Klaus estos viajeros y estos recorridos, baste recordar su trabajo sobre el peregrinar de Nicolás Clenardo en busca de un profesor de árabe en España). También dio a conocer un pequeño pero sustancioso trabajo sobre una petición de libros de un convento de Santo Domingo de Coyoacán, publicando la lista de libros que pedían desde tierras novohispanas a los libreros sevillanos.
Libros y libreros ocuparon sus afanes logrando un amplio elenco de trabajos sobre la circulación atendiendo a las rutas del libro (aclarando el origen del los “libros naufragados” que Hernando Colón remitió desde Venecia a Sevilla y se perdieron en el mar), descubriéndonos dónde y a qué precios compró Hernando Colón sus libros en los viajes por toda Europa, descubriendo lugares de compra en los que ni imaginábamos estuvieran a la venta determinados impresos de cordel, etc. Los trabajos detallados en torno al consumo de libros son, sin duda, uno de los aspectos más reiterados en la obra de Klaus Wagner entroncando con los estudios culturales de las bibliotecas particulares e institucionales en al menos dos recorridos. Por un parte, a través de los inventarios post-mortem de numerosos personajes y detectando en fondos actuales libros poseídos por humanistas y hombres de letras, un aspecto este que ha permitido corregir determinadas apreciaciones sobre libros de personajes como Juan de Mal Lara. Los estudios sobre bibliotecas particulares han aparecido en numerosas publicaciones, de difícil localización en ocasiones, dando cuenta con especial interés en el círculo de protestantes sevillanos con el libro dedicado a Constantino Ponce de la Fuente a la cabeza, pero también trabajos de gran sutileza sobre Gil de Fuentes, Alonso de Escobar o Francisco de Vargas. Inolvidables son algunos de los trazos biográficos que logró reconstruir en torno a algunos personajes como los inquisidores Andrés Gasco o Pedro González Guijelmo, poseedores de bibliotecas exquisitas cuando no instrumentos musicales y objetos americanos. La precisión de taracea y la cuidadosa publicación de las fuentes en estos casos se suman a una más que acertada identificación de los libros que aparecen en los inventarios, algo que sabemos bien es un caballo de batalla que necesita de pericia y habilidades, las cuales en Klaus eran infinitas.
Leerlo es un placer, en
una combinación de erudición y amenidad singulares,
pero tratarlo era, sin lugar a dudas, un privilegio y una ocasión
para descubrir una valía poco frecuente. Su actitud muy
personal frente al mundo le alejaba de la aristocracia reinante en
las cátedras y las formulas rituales tan al uso; pero, sobre
todo, su ironía y su humanismo le salvaban de las
grandilocuencias y las falsas retóricas. Lector infinito e
inabarcable escritor de intereses variados, era, como apuntaba, un
libro vivo y un ejemplo de sabiduría sublime.