“LIMPIEZA DE
SANGRE”
¿RACISMO EN
LA EDAD MODERNA?*
MAX SEBASTIÁN
HERING TORRES
Abstract
Taking the sixteenth century as a
starting point for research on racism might be considered as absurd, given that
most studies dealing with this phenomenon start off with the beginnings of
anthropology in the eighteenth century. Although the concept of “purity of
blood” in early modern Spain, created by theological dogmatists, is a metaphor,
through early modern Spain, the concept of “purity” partially displaces
religion as a criterion of differentiation and emphasizes, for the first time in the
European history, two fundamental criteria for
social exclusion: “race” and “stained blood”. Regarding this point, the article
presents a new hypothesis: “Purity” oscillates between theological and
proto-scientific axioms, and it is for that reason that it is an oxymoron, in
other words, the first “racist anti-Judaism” in history. The concept of “race”
in early modern Spain does not allow us to state a causal relationship between “purity”
and contemporary scientific racism. However, by observing its function of
exclusion, the historical continuity of this idea is made evident. This leads
the author to compare the concept of “race” with a chameleon surviving by
mimesis, in other words adapting itself throughout time to the chimerical
spheres of “knowledge” and “truth” and at the same time fulfilling its
alienating function.
Resumen
Tomar como punto de partida el
siglo XVI para una investigación sobre racismo, podría ser para muchos un
descabellado designio, dado que la mayoría de los estudios fechan el comienzo
de este fenómeno a partir de la antropología del XVIII. Si bien el concepto de
la “limpieza de sangre” en la España Moderna no deja de ser una metáfora,
creada y fundada por el dogmatismo teológico, el concepto de la “limpieza”
desplaza parcialmente a la religión como criterio de diferenciación y retoma
por primera vez en la historia europea dos criterios fundamentales para
marginar: El de la “raza” y el de la “sangre maculada”. En lo que concierne
esta temática, el presente artículo ofrece una nueva hipótesis: La “limpieza”
oscila entre axiomas teológicos y protocientíficos y
por tanto es denominada como un oxímoron, es decir
como un primer “antijudaísmo racista” en la historia.
El contenido del concepto de “raza” en la España Moderna no nos permite postular
una relación causal entre la “limpieza” y el racismo científico del
contemporáneo. Pero observando la función marginadora, la continuidad histórica
se hace evidente. Esto induce al autor a comparar el concepto de la “raza” con
un camaleón, que mimetizándose, es decir, adaptándose a lo largo del tiempo a
los ámbitos quiméricos del “saber” y de la “verdad” sobrevive, bajo distintos
significados, cumpliendo su función marginadora
1. INTRODUCCIÓN
“[Para] ser
enemigos de Christianos [...] no es necessario ser padre, y madre Iudios,
uno solo basta: no importa que no lo sea el padre, basta la madre, y esta aun
no entera, basta la mitad, y ni aun tanto, basta un quarto,
y aun octavo, y la Inquisicion Santa ha descubierto
en nuestros tiempos que hasta distantes veinte un grados se han conocido judaiçar.”[1]
Tras la persecución de los judíos en
1391, gran parte de ellos consideró como única posibilidad de supervivencia la
conversión al cristianismo, bien de forma voluntaria, bien impuesta en muchos
de los casos por medio de la fuerza.[2]
Después de la conversión, su expectativa de convivencia pacífica con los
“cristianos viejos” se cumplió sólo parcialmente. Como consecuencia del derecho
eclesiástico, los conversos eran considerados como cristianos, y por ende
disfrutaban de la misma condición legal que los “cristianos viejos”; sin
embargo, se difundió rápidamente una tendencia excluyente contra ellos en numerosas instituciones españolas. Con el
fin de impedirles el acceso a instituciones del poder y del saber, se
decretaron los “estatutos de limpieza de sangre”. Estos estatutos y las
investigaciones genealógicas derivadas de ellos, de hecho, prohibían el acceso
a Colegios Mayores, a Órdenes Militares, a Monasterios, a los Cabildos
Catedralicios y a la propia Inquisición, a aquellos cristianos a los que se les
pudiera comprobar sangre “judía, mora o hereje” en sus antepasados.
Mientras la idea fundamental de la conversión pretendía
solucionar el “problema judío”, contradictoriamente ésta se convirtió en una
dificultad de mayores dimensiones para la sociedad cristiana en la península
ibérica: el nuevo conflicto generó miedo ante los neófitos, ante su ascendencia maculada (linaje)
y ante su supuesta “sangre impura”. El bautismo se transformó de esta manera no
sólo en un ritual superfluo, sino que sufrió un paradójico cambio de
significado. En efecto, los conversos eran considerados, tanto en la sociedad
ibérica como en el Nuevo Mundo, “impuros de sangre” a diferencia de los
“cristianos viejos”, de procedencia goda u ibérica según algunos historiadores
de la época. Aunque entre los mismos “cristianos viejos” no había claridad
sobre su propio origen, sí existía consenso en un aspecto entre los estudiosos
como Benito de Peñalosa y Ambrosio de Morales: por las venas de los “cristianos
viejos” fluye sangre “pura” y “limpia”.[3]
Considerar
esta visión del mundo (Weltanschauung)
de la Edad Moderna y su fatales consecuencias, es de particular interés
histórico-científico, especialmente si se tiene en cuenta que por primera vez
en la historia europea se utilizan los criterios “raza” y “sangre” –fácilmente
comprobables en las fuentes– como
estrategia de marginación. Moralistas como Torrejoncillo, autor de la cita inicial
de este ensayo, no duda en afirmar que el judaísmo se define con base en la
“sangre”, sin importar que la conversión al cristianismo hubiera tenido lugar
hace veintiuna generaciones.
Tan
clara y dogmática definición del Ser-Judío, además de testificar la dimensión
que llegó a tener esta forma de pensar, permitió que algunos historiadores
compararan este principio con las leyes de raza de Nuremberg
(Nürnberger Rassengesetze)
del año 1935, y con el antisemitismo racial promovido por la maquinaria de exterminio
del nacionalsocialismo alemán. Pese a la aparente evidencia de esta similitud,
considero que el significado histórico de la concepción de “limpieza” en el
marco de la investigación sobre racismo y antisemitismo está aún por aclararse.
2. ANTECEDENTES HISTORIOGRÁFICOS
Algunos
trabajos sobre el tema de la “limpieza”, de gran importancia sin duda para la
investigación, presentan inconsistencias en cuanto a la perspectiva utilizada,
ya que abordan la indagación sobre racismo interpretando una y otra vez las
estructuras de pensamiento de la “limpieza de sangre” como “racismo” o
“antisemitismo”, sin detenerse en el carácter anacrónico de esas denominaciones
y sin considerar sus contenidos significativos en un contexto histórico
determinado. De manera consciente o inconsciente se proyectan concepciones contemporáneas
del racismo y del antisemitismo en acontecimientos del pasado.[4]
El concepto quimérico “raza” y
“racismo” inferido frecuentemente se puede tipificar a grandes rasgos a través
de los siguientes atributos: “raza” es una categoría contemporánea relativa a
una pseudo-ciencia natural creada y utilizada
para clasificar al ser humano en diferentes grupos; los racistas recurren a
este constructo con el fin de delimitar
jerárquicamente las supuestas razas humanas. En muchas ocasiones, teóricos
racistas intentan legitimar las doctrinas de “raza”, entretejidas por ellos
mismos, basadas en el argumento del poligenismo o recurriendo a métodos de
investigación empíricos como la craneometría. ¡El
racismo aparece entonces como un fenómeno secular, el cual se fundamenta en el
monopolio de verdad producto de la experiencia científica, desplazando a la
teología y a su papel como autoridad legitimadora de la verdad![5]
Uno
de los primeros intentos de contextualización del
significado de la “limpieza de sangre” en el marco de la investigación sobre el
racismo fue impulsado por Cecil Roth, quien comparó
esta doctrina con el antisemitismo racial del régimen nacionalsocialista. Roth denominó la estructura de pensamiento español como
“racial antisemitsm” y como “fifteenth
century precedent for the Aryan
legislation of the twentieth”.[6] A
comienzos de los años cuarenta, Guido Kisch
contradice con vehemencia el intento de interpretación de Roth,
reprochándole el haber acomodado a las fuentes medievales conceptos sobre
imaginarios del racismo contemporáneos, y afirma: “The
racial concept and doctrine
have no foundation in
medieval law either ecclesiastical or secular.”[7] Cecil
Roth mantuvo su opinión hasta mediados de los sesenta[8] para
finalmente, una década más tarde, tener que renunciar a ella.[9] A su
vez, Márquez Villanueva intenta refutar la relación entre el “mito de la
limpieza” y cualquier significado racista: “In the first line, the
problem of the New Christians
was by no means a racial one, it was
social and in the second line religious.
The conversos did not carry in
any moment an indelible biological stigma.”[10]
La
propuesta del estudioso Salo Baron Wittmayer, por mucho tiempo desatendida, expresa en tono
cuidadoso en oposición a la tesis de Guido Kisch y de
manera implícita en contra del resto de las opiniones afines, las que niegan un
racismo en proceso de maduración en la Época Moderna: “Guido Kisch goes to
far in denying these sentiments merely because the original sources fail to call
them by their modern names”.[11] Baron lo sintetiza de manera corta y concisa: El fenómeno
de la “limpieza” debe ser entendido como “early manifestation of racialism”[12]
Es así como, a
pesar de las controversias expuestas, el análisis del tema de la “limpieza de
sangre” en el marco de la investigación sobre el racismo, no ha llegado a ser
satisfactoria. Julio Caro Baroja confirma esta laguna científica cuando, en su
exhaustivo análisis sobre el judaísmo español, oscila entre dos posibles
respuestas al problema. Inicialmente, se refiere a una doctrina cargada de
cierto tipo de biologismo, y en fragmentos
posteriores relativiza su tesis al afirmar que la
“idea de la pureza de “sangre” es más bien de origen espiritual que biológico.”[13]
Dadas las evidentes
deficiencias en el estado de la investigación a comienzos de los ochenta, Yosef H. Yerushalmi por primera
vez aborda con rigor este interrogante. En vista de que su ensayo se fundamenta
en un estudio comparado entre el modelo ibérico y el modelo alemán, con los
riesgos que implica toda analogía, Yerushalmi afirma
de antemano: “de analogías y paralelos en ningún momento se deben deducir
igualdades”.[14] Tan
importante premisa conduce al cuestionamiento de Yerushalmi
de, si al hablar de la doctrina de la “limpieza de sangre” se estaría
refiriendo a un ejemplo de antisemitismo racial. En conclusión, este autor
define la “limpieza” como un “antisemitismo racial latente” y como un “protorracismo”; al respecto afirma: “Tenemos que aceptar
que todavía no nos topamos con el término contemporáneo de raza, pero le falta
poco para serlo.”[15]
De esta manera, el autor insinúa una relación causal y diacrónica, pero ante la
imposibilidad de sustentar este tipo de afirmaciones sin inevitables
deficiencias, solamente hace hincapié en la continuidad funcional entre los
fenómenos aparecidos tanto en la España de la Era Moderna como en la Alemania
de los siglos XIX y XX. Basándose en estos resultados, Yerushalmi
intenta refutar la opinión de que el imaginario del “antisemitismo racial” no
tuvo trascendencia alguna antes de la Edad Contemporánea.
La tesis del “protorracismo” fue retomada
posteriormente por Imanuel Geiss[16]
y por Michael Grüttner[17].
Motivado por estos resultados, Jerome Friedman propone elaborar una revisión de la periodización clásica sobre la judeofobia,
haciendo énfasis en las evidentes relaciones causales entre el antijudaísmo de personas como Martín Lutero
o de manera especial entre la ideología de la “limpieza” y el antisemitismo
racial contemporáneo.[18]
En oposición a esta tesis, John Edwards[19] y más tarde Rainer Walz[20] han profundizado en el carácter independiente del
“discurso de la limpieza” en relación con los intentos posteriores de
construcción de conceptos raciales, cuestionando así una continuidad en este
proceso histórico.
Por último, Benzion Netanyahu resalta la
necesidad de elaborar una “teoría de la raza” en la España del siglo XV, como
mecanismo de defensa en contra de la asimilación de los judíos. Más allá de las
dificultades presentes de considerar la “limpieza” como teoría de la raza, su
tesis parece demasiado atrevida al afirmar que el racismo y el antisemitismo
reemplazaron completamente la doctrina religiosa en la España del siglo XV,
como en la Alemania de los siglos XIX y XX.[21]
Ante las hipótesis
de los eruditos que acaban de comentarse nos preguntamos: ¿Cómo se debe
entender la “limpieza de sangre” con
referencia a la investigación sobre el racismo? Esta pregunta medular exige dos
cuestionamientos sistemáticos: ¿Qué significado portaba la construcción del
concepto de “raza” y hasta qué punto estaba entretejida con la doctrina de
“limpieza”? ¿Qué planteamientos teológicos y, dado caso, de las ciencias
naturales, consolidan el concepto de “limpieza de sangre” y en qué tipo de
relación de continuidad o discontinuidad se presenta este principio con los
imaginarios del racismo contemporáneo?
Sería prematuro
abordar tan complejas preguntas sin antes delinear la naturaleza del sistema de
la “limpieza”; esto es, su proceso de institucionalización y sus implicaciones
sociales.
3. LOS ESTATUTOS DE LA “LIMPIEZA DE SANGRE”
Tras las conversiones forzosas que
tuvieron lugar entre 1391-1415 y en 1492, los judíos bautizados, gracias a su
estatus privilegiado, gozaron de amplias posibilidades laborales, y por ende de
una sorprendente movilidad social.[22] Esta nueva posición social de los neófitos estimuló reacciones de
envidia y angustia en el resto de la sociedad, generadas por la competencia
laboral que representaban los conversos. Adicionalmente, algunos conversos de la primera generación continuaron
practicando su cultura judía bajo el manto del cristianismo, incurriendo así en
el delito de herejía; en concreto: el criptojudaísmo.
Inquisidores y moralistas no titubearon en transferir la culpabilidad de
judaizantes conversos a todos ellos, para así darle un matiz de legitimidad a
la introducción de los estatutos. De hecho, las cláusulas de “limpieza de
sangre” reflejan primordialmente el miedo de la sociedad
“cristiana vieja” ante una asimilación judeoconversa,
la cual, a pesar de las serias dificultades iniciales de aculturización,
se hacía con el paso del tiempo cada vez más evidente. Con el fin de
evitar este proceso asimilatorio, se hizo imprescindible elaborar una
“definición legal”[23]
de los “cristianos nuevos”. Este proceso debe
entenderse como un impulso determinante que permitió la introducción de los
“estatutos de limpieza”. El antijudaísmo clásico sufrió entonces una reformulación.
El 26 de
febrero de 1449 Álvaro de Luna, favorito
de Juan II de Castilla (1406-1474), exigió un impuesto de un millón de maravedís de la
ciudadanía de Toledo, y para su
recaudo contrató al magnate converso Alonso
Cota. Sacando provecho de esta situación, el alcalde Pero Sarmiento se
aferró a este hecho para iniciar campaña en contra de todos los conversos de la
ciudad, la cual finalmente desembocó en sangrientos disturbios. Una vez más los
neófitos fueron utilizados como chivos expiatorios
de las tensiones sociales y económicas imperantes. Tras las acciones violentas
en contra de los conversos, se decretó el 5 de junio de 1449 en el ayuntamiento
de Toledo la “sentencia-estatuto”[24].
En virtud del despido de catorce conversos de cargos oficiales en Toledo se
consolidó la función marginadora inherente a dicha sentencia.
Sería prematuro
referirse en este momento a la presencia desarrollada y “elaborada” de una
ideología de la “limpieza de sangre”. La construcción ideológica de este
principio se le debe atribuir al arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo
(1547) junto a otros teólogos de principios del siglo XVII. Este sistema
ideológico no es la condición para
la introducción de los primeros “estatutos de limpieza de sangre”; por el
contrario, aparece más claramente como su consecuencia, puesto que los legitima
a posteriori. La “sentencia-estatuto”
de Toledo se erigió como modelo y precedió a la aplicación de futuros estatutos
de “pureza de sangre”, los cuales se cimentaron entre mediados del siglo XV y
mediados del siglo XVI en diferentes corporaciones como Órdenes Religiosas,
Cabildos Catedralicios, Colegios Mayores y Menores, Órdenes Militares, la
Inquisición etc.[25] Más
desconcertante aún es que a pesar de la
obstinada insistencia de juristas como Marcos García de Mora para asignarle una
justificación legal a la sentencia-estatuto (1449), ésta nunca llegó a tener un
carácter legal reconocido.[26]
El papa Nicolás V se pronunció reiteradamente en contra del reconocimiento
legal del estatuto y no titubeó en condenar a Sarmiento y a García Mora, en
noviembre del mismo año, mediante la bula de excomunión “humani
generis inimicus”. Aún así, la opinión de los papas
ulteriores terminó transformándose, de tal modo que los estatutos se
difundieron por toda la península ibérica sin mayores tropiezos. Estas
cláusulas no se remitían a una legislación centralizada de la monarquía; pues
se basaban en las actuaciones particulares de las diferentes corporaciones. No
obstante, cualquier iniciativa legal al respecto debía tener el consentimiento
tanto del rey como del Sumo Pontífice.
4. LA “LIMPIEZA DE SANGRE” Y SUS IMPLICACIONES SOCIALES
Para
acceder a las instituciones regidas por dichos estatutos se hizo menester
certificar la “pureza de sangre” mediante la presentación de un árbol
genealógico. Este procedimiento de ingreso se denominaba “prueba de sangre”, en
el que informantes de las instituciones correspondientes examinaban los linajes
en cuestión. A base de interrogatorios se elaboraba un protocolo y se
verificaba la genealogía, indagando sobre su supuesta constitución inmaculada. Los informantes viajaban a los lugares de nacimiento de los pretendientes, a los de sus padres y a
los de sus abuelos, con el fin de localizar testigos entre la comunidad y sus
alrededores que proporcionaran información
concerniente a su posible pasado judío o musulmán.[27] En los casos en que los
encuestados no conocían personalmente a los aspirantes, el prestigio y la
reputación de la familia –en ese entonces, “voz pública” y “fama”– se
convertían en criterios suficientes para denegar o aceptar la solicitud respectiva.
De esta manera se
hace evidente que la investigación genealógica -predestinada a la corrupción y
a la falsificación– se consolidó como criterio determinante de ingreso al mundo del saber y del poder, en una sociedad para la
cual el concepto de la “pureza” o “impureza de sangre” regía la movilidad
social.
Acorde con la teoría
de la “limpieza de sangre”, ésta no tenía otra función distinta al bloqueo y a la obstaculización del proceso de asimilación y de la
correspondiente movilidad vertical de los “cristianos nuevos”. Gracias a las
investigaciones microhistóricas de Jaime Contreras se ha podido comprobar que
en la práctica cotidiana el criterio de “limpieza de sangre” ha sido
instrumentalizado tanto en pro como en contra de los aspirantes, en donde el
carácter de los interrogados, obedeciendo al grado de amistad o de enemistad
con el pretendiente, determinaba si sus testimonios
los beneficiaban o perjudicaban.[28] Más allá de un supuesto “origen verídico” de un
aspirante, la “limpieza de sangre” actuó como un mecanismo de rivalidad entre
familias, clanes y estamentos. De esta manera se dio origen a un nuevo
dispositivo de enemistad social.
5. ¿RACISMO
EN LA EDAD MODERNA?
Angelika Magiros deduce del análisis del libro “Vom Licht des Krieges zur Geburt der
Geschichte”[29] de Michel
Foucault que el racismo es un intermediario entre
los siguientes tres términos: Igualdad, Verdad y Ciencia, lo cual explica de la
siguiente manera:
“Es
posible imaginarse un triángulo, en el cual, en cada uno de sus lados se sitúa
uno de los tres términos. A su vez estos términos proyectan sus sombras hacia
el interior del triángulo; en ese lugar, en donde confluyen las tres sombras se
conforma el punto más oscuro: el racismo.”[30]
La investigación
sobre la judeofobia parte del supuesto de que el odio
contra los judíos en la antigüedad era de carácter pagano, surgiendo así un antijudaísmo medieval de carácter
cristiano-teológico, para finalmente desembocar en un antisemitismo
secularizado en la Era Contemporánea.[31]
La ciencia sobre el racismo afirma que la idea de “raza” adquiere un nuevo
significado en los años cercanos a 1800. En la Edad Moderna, por el contrario,
el término “raza” no era más que una alusión a un origen colectivo, es decir a
una historia común. A su vez, desde comienzos de la
Era Contemporánea, el término “raza” expresa una “categoría biológica humana”,
de tal manera que la ciencia pretendía atribuirle a cada una de las “razas”
rasgos biológicos particulares.[32]
Para responder al
interrogante sobre el significado racista utilizado en la “limpieza de sangre”,
se debe realizar una investigación empírica sobre el tercero de los ejes
temáticos del triángulo del racismo: el de la ciencia. De esta manera, es
posible comprender la naturaleza teológica o científica de la “limpieza de la
sangre” y según los resultados obtenidos, es factible asignarle periodicidad en
el transcurrir histórico.
Acorde al
discernimiento de este método investigativo, se debe necesariamente relacionar con algunos elementos
correctivos, dado que en la investigación histórica un teorema anacrónico –en el sentido de un tipo
ideal weberiano (Idealtypus)–,
no siempre está en condiciones de captar los fenómenos del pasado. Por esta
razón se hará una aproximación al significado del término de “raza”, mediante
los siguientes cuestionamientos: ¿Cuál función de
representación tenía ésta categoría? y más allá, se indagará en
dirección inversa cómo el testimonio terminológico construyó realidades; es
decir: ¿Cómo se inventó la realidad dándole significado (Sinngebung) a un concepto? y de qué manera se argumentó y justificó
este proceder?
5.1. “RAZA” Y “LIMPIEZA”
María Rosa Lida,
comprobó en 1947 que el término “raza” se utilizó por primera vez en los
territorios de habla hispana, en la obra “Corvacho” escrita por el Arcipreste Alfonso Martínez de
Toledo y publicada en el año 1438.[33]
“[...] toma dos
fijos, uno de un labrador, otro de un cavallero:
críense en una montaña so mando e disciplina de un marido e muger.
Verás cómo el fijo del labrador todavía se agradará de cosas de aldea, como
arar, cavar e traher leña con bestias; e el fijo del cavallero non se cura salvo de andar corriendo a cavallo e traer armas e dar cuchilladas e andar arreado.
Esto procura naturaleza; asy lo verás de cada día en
los logares do byvieres,
que el bueno e de buena rraça todavía rretrae dó viene, e el desaventurado, de vil rraça e
linaje, por grande que sea e mucho que tenga, nunca rretraerá
synón a la vileza donde desciende [...]”.[34]
En este pasaje se evidencia que el
término “raza” no pretendía nada más que ser una manifestación de procedencia,
es decir, de linaje. El autor utiliza en principio la expresión “raza”
de manera neutral y sólo mediante la inclusión de un adjetivo positivo “buena
raza” o de uno de carácter negativo “vil raza”, el término obtiene un
componente valorativo. La palabra “raza” en sí misma no contiene, por tanto, ni
una connotación halagadora ni peyorativa. Igualmente se muestra que dicha
concepción de “raza” está acompañada por el imaginario de un ethos natural inmanente e
invariable del ser.
El humanista Antonio Nebrija, entre otros, muestra que el
modo particular como el Arcipreste
hace uso del término “raza” de ninguna manera representa,
la forma habitual de utilizarlo por sus contemporáneos. En su “Diccionario”,
publicado en el año de 1493, le asigna dos diferentes significados a este
término. El primer uso se deriva de su aplicación en el lenguaje cotidiano, el
cual traduce al latín como “raça del sol; radius
solis per rimam”. Un segundo significado del término lo relaciona Nebrija con
una expresión frecuentemente utilizada por el gremio de sastres “raça
del paño: panni raritas”. Nos encontramos entonces ante un doble significado,
el de “raça”, es decir “rayo del sol”, y el de “raça del paño”, que se refiere
a un defecto de la tela, donde la irregularidad del tejido
permite el paso de los rayos del sol. Basándonos en estos pasajes se constata
que si bien la palabra “raza” refleja una variedad de significados, todavía no
manifiesta un enlace ideológico o semántico con el imaginario de la “limpieza
de sangre”. En el debate llevado a cabo en el arzobispado de Toledo en 1547 en
relación con la implementación de los “estatutos de la limpieza de sangre”, el
arzobispo Silíceo utiliza por primera vez el término “raza” en el contexto de
la “limpieza de sangre”. En sus manuscritos se observa el uso del término
equivalente al utilizado por Alfonso Martínez, de tal manera que el significado
de “raza” corresponde con el de linaje.
“[...] se
propuso un estatuto por nos Arzobispo de Toledo en esta Santa Iglesia en el
cual se contenía desde aquel día en adelante todos los Benefiziados
de aquella Santa Iglesia a Dignidades como Canonigos Razioneros Capellanes y clerizones
fuesen xristianos Viejos sin raza de Judio ni de Moro ni hereges
[...]”[35]
Asimismo,
otros autores con inclinaciones antijudías como Augustín Salucio o Vicente da
Costa Matos y su traductor Diego Gauillan Vela,
recurrieron a este vocablo a principios del siglo XVII de manera similar a
Silíceo.[36] Por otra parte, también
algunos moralistas y teólogos, utilizaron este término asignándole un matiz
exclusivamente peyorativo, de tal manera que “raza” se aplicaba como sinónimo
de “mácula” y de “sangre impura”. Este matiz particular del término fue
retomado por otros muchos estudiosos. Al parecer, esto se explica por medio de
la tradición lingüística, en la cual el uso del término de “raza” se asociaba
con origen, al igual que, como se mencionó anteriormente, con un defecto en el
tejido de una tela. Estos dos significados fueron finalmente entrelazados, con
el fin de expresar un “defecto” en el origen. Parece ser que una de las
primeras personas en utilizar estos dos significados asociados fue el sacerdote
Augustín Salucio, quien en
1599 redactó un discurso reformista referente a los estatutos de la limpieza de
sangre. En uno de sus apartes afirma: “[...] porque para tener raça basta un rebisabuelo judio,
aunque los otros 15 sean Cristianisimos y nobilissimos.”[37] Tal
vez mucho más influyente fue el prestigioso filólogo Covarrubias,
quien en su renombrada obra “Tesoro de la lengua” (1611) afirmó:
“RAZA, la casta de cauallos castizos, a los quales
señalan cõ hierro para q sean conocidos. [...] Raza
en los linages se toman en mala parte, como tener
alguna raza de Moro, o Judio.”[38]
Lorenzo Franciosini Florentin,
posiblemente inspirado en Covarrubias, desarrolla en
su libro “Vocabolario español, e italiano” una
definición, que pone de manifiesto la cercanía entre “limpieza” y “raza” de la
siguiente manera: “Limpio: es a veces utilizado en España. Todo el que es
cristiano viejo, es porque no tiene raza, ni procedencia mora ni judía”.[39]
En 1638 Jiménez Patón aborda igualmente la pregunta sobre el significado del
“ser limpio” y afirma: “[...] que son los limpios Christianos
viejos, sin raza, macula, ni descendencia, ni fama, ni rumor dello.”[40]
Parece casi
innecesario aclarar que en este contexto la utilización del término “raza” no
corresponde a una categoría de las ciencias naturales para catalogar a la
humanidad en diferentes agrupaciones. Este
significado perteneciente al uso contemporáneo del término “raza” fue apenas
introducido por estudiosos como Bernier (1620-1688), Linné (1707-1778) y Buffon
(1707-1788), y más tarde por racistas como Gobineau y
Chamberlain.
Por tanto, no
existe un nexo semántico-ideológico entre el término “raza” utilizado en los
siglos XVI-XVII, con el utilizado en los siglos XVIII-XX. Esta aseveración es
válida, puesto que en el momento de su uso, el término “raza”, fundamentado en
la estructura de pensamiento de la “limpieza de sangre”, al parecer las formas
de concebir los términos de “raza” y de “sangre maculada” se condicionaron
mutuamente sin tener otras influencias conceptuales. De ésta manera, “raza” y
“limpieza” conforman una especie de simbiosis ideológica. Es esta una de las
diferencias más significativas entre el uso del
concepto de “raza” en la Edad Moderna y en la Época Contemporánea.
5.2. ¿LA CIENCIA O LA TEOLOGÍA COMO ADMINISTRADORAS
DE LA VERDAD?
Es a partir de
estos resultados cuando es posible investigar empíricamente el “triángulo
racista” propuesto por Angelika Magiros.
En esta empresa se indagará si fueron utilizados planteamientos teológicos o
planteamientos protocientíficos con el fin de aportar
y por tanto corroborar, con contenidos significativos de la verdad, las
categorías de “raza” y de “limpieza”.
Desde el punto
de vista funcional, serían estrategias quasi contemporáneas de exclusión las que serían
fraguadas; sin abandonar por una parte el ámbito tradicional de demostración y
administración de comprobantes en la Época Moderna; y por otra, sin construir
nuevos mecanismos de argumentación contemporáneos basados en la antropología.
Solamente un análisis, que considere tanto la funcionalidad como el contenido
significativo del concepto de “raza”, puede captar metodológicamente la
dinámica histórica del imaginario de “raza”. Denominar cualquier fenómeno
histórico de marginación como racismo, sería simplemente reduccionista,
puesto que se omitiría el contexto histórico mental, el cual condicionaba la
construcción de “la verdad de la desigualdad”.
El
inquisidor Escobar del Corro, en su obra escrita en 1623 “Tractatus
Bipartitus De Puritate”
afirma:
“Basados en [Aristóteles, Tomás de Aquino y Agustín] no queda duda que las
características fisonómicas, la constitución y el temperamento se heredan por
lo general de padres a hijos en el momento de la concepción. Y con seguridad
éstas [las características] serán igualmente heredadas en el momento de la
concepción como las inclinaciones naturales [de los padres], hacia lo bueno y
hacia lo malo. Posiblemente de estas tendencias herejes de los padres proviene
el crimen.”[41]
Apoyado en
los autores de la cita, Escobar afirma que los rasgos fisiológicos y morales
del hombre se heredan en el momento de la concepción. Si estos rasgos son
buenos o malos, dependen de los pecados cometidos por los padres. Y por tanto
si las personas tuvieran antepasados herejes, judíos o musulmanes, estarían
condenados, no solamente a nacer con “sangre tachada”, sino a que sus
tendencias morales fuesen igualmente depravadas. Es de esta manera como
Aristóteles es malinterpretado y explotado para justificar la “limpieza de
sangre”.[42] La instrumentalización de Aristóteles y la adaptación de la
terminología médica de Galeno o de Hipócrates (“Quae qualitates Physiognomiae, complexionis, & temperies”) fueron además armonizadas
con la doctrina de la herencia del pecado original de
San Agustín y de Santo Tomás, para así argumentar que lo moralmente reprochable
corresponde a un rasgo judío genuinamente heredable.
El padre
Francisco de Torrejoncillo, en 1674, desarrolló
en su obra “Centinela contra judíos” una concepción
de “raza” tomando a manera de ejemplo a los neófitos. Al inicio de su
obra afirma que “esta raza [los judeoconversos]
mancha mucho”[43]. De
esta manera el uso del término “raza” está ligado a la denominación de lo
“impuro” y no como criterio de clasificación de la humanidad, como sí fue en el
caso de la Edad Contemporánea. De todas maneras, para elaborar una
clasificación jerarquizada de la humanidad, Torrejoncillo recurrió a la tradición
bíblica del diluvio haciendo referencia a los hijos de
Noé: Jafet, Cam y Sem fueron designados como padres de los distintos pueblos.
Mientras Jafet era
considerado el antecesor de la Europa cristiana y Cam el de África, Asia y más tarde el Nuevo
Mundo, Sem se convirtió en el padre primordial del Islam
y del judaísmo (“semitas”). Los sucesores de Sem, a raíz de la culpa colectiva originada en la
crucifixión de Jesús, perdieron desde entonces su “pureza” portando una mácula indeleble.[44]
Es
importante aclarar que a diferencia del racismo entre los siglos XVII y XX,
Torrejoncillo, como teólogo, obviamente no cuestiona de ninguna manera la noción de la monogénesis. En
todo caso, llama la atención que dentro del principio de la monogénesis
sugiera diferentes líneas de procedencia, en donde, en especial Sem es diferenciado de sus hermanos, con el argumento
basado en la crucifixión de Jesús y por consiguiente su linaje es segregado y
marcado con un estigma amoral. Algunos antropólogos racistas, por medio
de sus postulados pseudocientíficos, persiguen las
mismas metas, aunque la sustentación de sus argumentos poligenéticos
es sustancialmente diferente a la exégesis bíblica en la Edad Moderna.[45]
Es
oportuno ahora presentar la definición completa de “judío” de Torrejoncillos,
la cual en algunas publicaciones se ha utilizado en forma fragmentada; tan sólo
un aparte de la definición fue utilizada para elaborar una analogía con las
leyes de raza de Nuremberg. El pasaje que hasta ahora
ha permanecido ignoto, y que aparece en cursiva a continuación, permite
dilucidar que en este caso la argumentación sobre la “limpieza de sangre” se
fundamenta básicamente en el pecado original. Y esto permanece ausente en los discursos posteriores de antisemitismo
racial.
“[Los judíos] en fin
negando la venida del Mesias, persiguen con motines,
y celdas à los christianos;
y para venir estos casi por generacion, como si fuera
pecado original a ser enemigos de Christianos [...] no es necessario ser padre, y madre Iudios,
uno solo basta: no importa que no lo sea el padre, basta la madre, y esta aun
no entera, basta la mitad, y ni aun tanto, basta un quarto,
y aun octavo, y la Inquisicion Santa ha descubierto
en nuestros tiempos que hasta distantes veinte un grados se han conocido judaiçar.” [46]
En esencia,
este pasaje se refiere al cristiano que en su genealogía posea “sangre judía” y
por consiguiente “impura”. Sin importar si su proporción es de ½, ¼ o hasta 1/20, será
siempre considerado, con base en el principio del
pecado original de San Agustín, como un judío “manchado”.
Esta definición de
judío, que entre otras cosas excede el número de generaciones estipulado en las
leyes de raza de Nuremberg, se diferencia claramente
de la percepción racista de la Edad Contemporánea en la cual el principio del
pecado original es una parte esencial de la lógica inherente a la “limpieza de
sangre”; mientras que esa idea está completamente ausente en las leyes de Nuremberg. En otras palabras, estamos ante la creación de
un segundo pecado original, dirigido esta vez exclusivamente contra los judíos,
con la propiedad de ser inmodificable y que socava toda esperanza ante la
salvación. Éste tiene su origen en la crucifixión de Jesús y no puede ser
absuelto ni siquiera por los efectos purificadores del bautismo. El pecado y la
culpa colectiva de los judíos conformaban la esencia metafórica de la “mácula
en la sangre”. Este estigma de la impureza finalmente fue aplicado de manera
indiscriminada a todos los neófitos –entre otros a los árabes bautizados (moriscos)– sin prestarle
la más mínima atención a la validez de haberles reprochado también a ellos la
muerte de Jesús.
Otros
apartes revelan una clara fusión entre la concepción de aquel entonces acerca
de las funciones corporales y aquella doctrina teológica. No solamente una gota
de “sangre judía” en las venas de una persona implica su “impureza”, sino
también cualquier contacto con la leche de una nodriza judía o conversa tiene
la capacidad de manchar a un “cristiano viejo”.
“En muchos palacios de reyes y de príncipes las nodrizas que amamantan a
los hijos deben ser cristianas viejas, pues no sería recomendable que los hijos
de la nobleza fuesen alimentados por mujeres portadoras de la infamia judía, ya
que su leche al tener origen impuro solo puede provocar inclinaciones perversas
[...]”[47]
Esta cita permite apreciar, hasta qué
punto los teólogos se afianzaban en la teoría de Galeno sobre la menstruación y la
leche materna. La sangre que alimenta al feto dentro del útero se convierte
tras el nacimiento en la leche de la mujer, y por tanto es posible concebirla
como transmisor de aquella tacha. Afirmaciones
como ésta fueron incluidas por autoridades como Isidoro de Sevilla en la Alta
Edad Media.[48]
Aunque la influencia de la patología humoral planteada por Galeno no se manifiesta
explícitamente en este pasaje; sin embargo, otros teólogos, que consideraban la
“impureza de la sangre” como una enfermedad, no dudaron en integrar aquellas teorías médicas sin abandonar la perspectiva
teológica. En la obra del teólogo Castejón y Fonseca
del año 1645 se refleja esta tendencia argumentativa:
“Ay en lo natural achaques contagiosos,
i estos no se hazen dueños de todo el cuerpo humano; este tiene un carbuno en
una mano, el otro en un brazo, i aquel en una pierna, i para lastimar el
coraçon, i quitarle la vida, tanto basta, como si el carbunco ocupara todo el
cuerpo. Las inclinaciones proceden de los humores: estos recivimos de nuestro
ascendientes, de qualquiera podemos recibir este veneno.”[49]
En los pasajes presentados la
argumentación de los teólogos no se fundamenta exclusivamente en aspectos
religiosos o culturales; ellos recurren igualmente a la patología humoral de
Galeno para darle claridad y sustento a sus afirmaciones. El antijudaísmo de la Edad Moderna, basado únicamente en
conceptos teológicos, fue de este modo complementado por la ciencia en un
sentido aristotélico. Esto obviamente no nos permite hablar de un racismo
científico, de antisemitismo o antisemitismo racial tal como se dio en la Era
Contemporánea. Los tratados sobre la “limpieza de sangre” se articulan mediante
la racionalización y apropiación de formas de argumentación no-teológicas, sin
necesidad de alcanzar un cientificismo. Esto no hubiese sido tolerado por la
Inquisición. Es así como el discurso de la “limpieza” se consolida como un
“mecanismo racional” con fundamento teológico.
La tradición de la exposición, de la
evidencia, de la justificación y del argumento en la Edad Moderna se hace de
esa manera evidente; en ella la ciencia se aúna con la teología,
sin que esa fusión despoje a la teología de su monopolio de legitimación de
la verdad.
El dogmatismo del principio de
“limpieza” se fundamentó, en primera instancia, en la omnipotencia de Dios, en
la exégesis bíblica y en la adaptación de las ciencias naturales aristotélicas.
Por este motivo fracasa el intento de Friedman, quien
consideró la “limpieza de sangre” como un estadio previo y como una condición
para la génesis del antisemitismo racial del aparato nacionalsocialista.
Asimismo, no es posible equiparar la doctrina de la “limpieza” con el
antisemitismo del siglo XIX en Alemania, como lo propone Netanyahu,
en vista de que los argumentos teológicos, en contra de su opinión, jugaron de
hecho un papel importante en el discurso de la “limpieza”. Por eso debemos ser
conscientes de que la supuesta “mácula” fue más bien un instrumento utilizado
para obstaculizar el ascenso social, al haber sido aplicado a todo cristiano a
quien se le pudiera calumniar a través de la “voz pública” al menos un
antecesor judío. Es igualmente importante aclarar que la Inquisición nunca
propagó la “macula in sanguine” como motivo o
justificación del exterminio. La limpieza de sangre fue únicamente una
condición para acceder a las corporaciones e instituciones ya constituidas en
España, en Portugal y en el Nuevo Mundo. En vista de la dificultad para
encontrar pruebas de nexos históricos o una causalidad entre la doctrina de
“limpieza” y el racismo contemporáneo, no es posible hablar de una evidencia
causal en el sentido de una continuidad sincrónica.
En este contexto únicamente se
podría hablar de continuidad histórica si la funcionalidad del imaginario de
“raza”, es decir, su fin y su planteamiento argumentativo, hubieran sido
iguales. Por último, sería necesario comprobar relaciones entre causa y efecto
determinadas por eslabones históricos entre los conceptos de “raza” a lo largo
de la historia. Por tanto, no deja de ser cuestionable trabajar con
interpretaciones sobre “la pureza de la sangre” como por ejemplo la referente
al “protorracismo” o la referente a “la precedente a
la legislación de los arios”, puesto que estas sugieren una relación causal
inexistente. En el transcurso de los últimos 500 años hemos sido testigos de
innumerables intentos por construir diferentes imaginarios de “raza”, cada uno
de los cuales se ha fundamentado en diferentes contenidos significativos:
“Raza” en relación con la comprensión de “limpieza de sangre” en la Monarquía
española, “raza” como elemento constitutivo de la nobleza francesa, “raza”como
criterio de categorización pseudocientífico en la
antropología, y finalmente “raza”como criterio determinante para conservar la
vida o determinar la muerte dentro del sistema nacionalsocialista.
Aunque nos encontramos en todos los
casos ante el mismo término, éste ha sido impregnado a lo largo de la historia
de diferentes conceptos de “Verdad” y de “Validez” creando así imaginarios de
desigualdad quiméricos. Esta dinámica histórica del concepto de “raza” es
posible apreciarla en la siguiente metáfora: El camaleón tiene la capacidad de
cambiar su color según el medio en que se encuentre. De igual manera se
comporta la construcción del concepto de “raza”, el cual, dependiendo de la
época y de la región en donde se origina, se adapta a las diferentes
concepciones de verdad y moral, así como a las condiciones, realidades e
intereses sociales imperantes y a partir de esto, vuelve a crear nuevas
realidades capciosas. Ligadas a las instituciones del poder, la teología y la
ciencia, han estado al servicio de la producción del saber y de la verdad.
Estas instituciones no fueron ciertamente solamente empresas del Saber y de la
Validez, sino poderosas industrias de la desigualdad y por esta razón la
difusión de sus postulados fue exitosa.
En los discursos de “raza” a lo
largo de este proceso histórico, se aprecia una constante que incorpora
infatigablemente una estrategia de marginación, cuya funcionalidad de exclusión
termina siendo el cometido común y central. De esta manera se puede hablar de
continuidad histórica funcional, pero en ningún momento de nexos sincrónicos
causales. Dicho de manera concisa, los discursos de “raza” encarnan
significados desiguales; es decir: representan diferentes formas de su propio
ser (discontinuidad), pero siempre pretendiendo un mismo fin: la exclusión (continuidad).
Recalcar este último aspecto es de suma importancia, puesto que de esta manera
se esclarecen los contenidos conceptuales de la idea de “raza”, para captar el cómo de las construcciones sociales e
intelectuales de la desigualdad, las cuales fueron determinadas por la visión
de la verdad de sus contemporáneos, sin que su carácter quimérico repercutiera.
Este impulso metodológico aporta tal vez en su cuestionamiento la comprensión
de manera diferenciada de la dinámica histórica del concepto de “raza”; y por
qué no, tal vez esclarece, cómo y por qué imaginarios sociales e intelectuales
en su periodos históricos ante todo determinaron la “realidad biológica”, pero
nunca en forma inversa.
Por esta razón quiero adherirme a la
aplicación de un “modelo de crecimiento en fases”[50]
(mehrphasiges Wachstumsmodell)
desarrollado por Rainer Walz
en la investigación sobre racismo. Este modelo plantea que en cada una de las
fases históricas relevantes han sido desarrollados diferentes conceptos de
“raza”. A diferencia de ésta tesis no pretendo desligar completamente cada una
de estas etapas, evitando así negar los diferentes lazos y nexos funcionales de
relación existentes entre ellas.
La lógica de la “limpieza” se
constituye como una construcción ideológica, la cual a través de un discurso
desarrollado a posteriori intentaba
legitimar los “estatutos de limpieza de sangre”. Ésta se conformó mediante la
fusión de elementos provenientes del fanatismo religioso y de la instrumentalización de las ciencias naturales griegas, para
finalmente canalizar los resentimientos sociales y las ambiciones de honor y de
poder. En pocas palabras: el ideario de la “limpieza de sangre” pone en
evidencia el miedo y la envidia social inherentes a su época.
Los argumentos “raza” y “sangre”
actuaron como columna vertebral de este sistema
ideológico y doctrinario. Tanto sus principios, como su función confluyen en
racismo, si bien las vías argumentativas basadas en la teología y en las
ciencias naturales aristotélicas determinan su carácter teológico y protocientífico, vías que no se vislumbran en el racismo
contemporáneo.
Todo ello me permite
proponer el término “antijudaísmo racial”, un oxímoron que expresa
la fusión entre la argumentación de la “limpieza de sangre” fundamentada tanto
en la teología como en las ciencias aristotélicas, y la oscilación difusa y
contradictoria entre origen (linaje/“raza”) y
pertenencia religiosa.