Igor
PÉREZ TOSTADO
1.
Introducción
El profesor Elliott
cuenta la siguiente historia: la noche del 17 de marzo de 1623, el
conde de Gondomar, quien durante años había servido
como embajador en la corte londinense, recibió una noticia su
homólogo inglés en Madrid John Digby, conde de Bristol.
Carlos, príncipe de Gales y futuro rey de Inglaterra, había
llegado de incógnito a Madrid con la intención de
terminar las negociaciones matrimoniales que debían unirlo a
la infanta María, hermana del joven Felipe IV.
“Gondomar,
que se enteró de la noticia por el conde de Bristol, se
apresuró a entrar de madrugada en los aposentos palaciegos de
Olivares y llegó con un aspecto ufano que don Gaspar, que
gustaba de tomarle el pelo por su anglofilia, le preguntó
«¿Qué trae V. S. por acá a esta hora, y
tan placentero, que parece que tiene al Rey de Inglaterra en
Madrid?». El de Gondomar respondió: «Que si no el
rey, a lo menos estaba el príncipe». Olivares, por su
parte, corrió a los aposentos del rey se y pasó en vela
la mayor parte de la noche haciendo los preparativos para una
recepción digna de tales huéspedes.”
El
tiempo que Carlos pasó en la corte española es
recordado en la historia como el de la serie de festivales cortesanos
más formidable, lujosa y espléndida del Madrid
barroco.
La presencia en Madrid de un príncipe heredero británico
resultó un espectáculo pintoresco que no dejó de
despertar el interés, no sólo de las cancillerías
europeas, sino de un público heterogéneo y popular a lo
largo de toda Europa.
Semejante acontecimiento ha servido incluso como telón de
fondo para la creación literaria popular contemporánea.
Un aspecto poco conocido
de este colorido episodio es que, entre los bastidores de la pompa
cortesana, la comunidad irlandesa en el exilio desplegó todos
sus medios para que, en el matrimonio o en la guerra, sus problemas y
aspiraciones fuesen tenidas en cuenta por la Monarquía
Hispánica a la hora de llevar a cabo su política
vis-à-vis las Islas Británicas. ¿Cómo
pudieron los exiliados irlandeses organizarse para influir en la
construcción de la política exterior hispana? ¿Estaba
la comunidad organizada armoniosamente y coordinada de manera a
optimizar su capital político y relacional? ¿O estaba
esta dividida internamente tanto en objetivos como en medios? ¿Cuáles
fueron los medios en los que se apoyaron para llevar adelante su
labor? ¿De qué factores dependió su éxito
o fracaso?
La
actuación política irlandesa en la corte hispana
defendió dos objetivos aparentemente enfrentados y
excluyentes. Por un lado, parte de la comunidad abogó por una
salida militar (con invasión hispana de Irlanda incluida en
caso necesario) de los conflictos políticos y religiosos de la
isla. Por otro, buena parte de la comunidad creía que la única
salida factible y durable a esos mismos enfrentamientos pasaba por un
entendimiento entre la comunidad católica y las autoridades
Estuardo. Para éstos, el papel de la Monarquía
Hispánica debía limitarse a promover este entendimiento
a través de su política diplomática en las Islas
Británicas. Sin embargo, no podríamos hablar de dos
grupos enfrentados, sino de tendencias divergentes o de la actuación
bicéfala de una misma comunidad. Partiendo de una sociedad
irlandesa profundamente dividida y pese a los viejos rencores nunca
cicatrizados, la experiencia del exilio fue tejiendo lazos cada vez
más fuertes de colaboración entre las antiguas
comunidades rivales. Ello explica los vínculos de solidaridad
intracomunitarios y la construcción de una identidad propia al
grupo fundamentado en la religión católica y no en la
pertenencia étnica. Este artículo
presenta la actividad de un actor político colectivo poco
conocido, el grupo exiliado, que jugó un papel más o
menos importante según las circunstancias en la política
exterior de la Monarquía Hispánica, influyendo en el
desarrollo de la política internacional en el antiguo régimen,
al tiempo que moldeaba la propia identidad en formación del
grupo.
2. La comunidad
exiliada irlandesa en la Monarquía Hispánica, la Pax
Hispánica y la boda con Inglaterra
El
número, ritmos, variaciones y desarrollo de la emigración
irlandesa a la Europa continental durante el periodo moderno esta
siendo estudiada a fondo por diversos autores y puede consultarse en
su obra.
Sin embargo, interesa aquí recordar que durante las primeras
décadas del siglo XVII la comunidad exiliada irlandesa en la
Monarquía hispánica se fue articulando y fortaleciendo
como elemento político que fue tomando las riendas de su
actividad en la corte. Mientras tanto, las relaciones anglo-hispanas
habían pasado del ciclo de guerra a un ciclo de acercamiento y
colaboración a partir de 1604. Esta nueva tendencia tendrá
su máxima expresión en la negociación de una
alianza matrimonial, entre Henry el heredero de Jacobo I y Ana de
Austria primero, y entre Carlos y María después. La
renovación de la política anglo-hispana formaba parte
de la más amplia pax hispánica o del énfasis
dado al mantenimiento de la hegemonía hispana a través
de la diplomacia, del prestigio dinástico y de una hábil
política matrimonial.
La
causa principal de las olas migratorias hacia la monarquía
hispánica fue el fracaso de las diferentes guerras y
rebeliones en contra de la autoridad inglesa en la isla.
Especialmente durante la última parte del siglo XVI, la
actividad militar hispana tomó muy en consideración el
teatro bélico irlandés dentro de su estrategia militar
global en el norte de Europa.
Paralelamente, los mercenarios irlandeses comenzaron a suplir en
parte la creciente necesidad de mano de obra en los ejércitos
de los Austrias. Al mismo tiempo que diferentes armadas eran enviadas
a Irlanda (en 1596 y 1601), los colegios irlandeses en la Península
Ibérica y en Europa abrían sus puertas (entre 1590 y
1620 los de Salamanca, Sevilla, Madrid, Alcalá y Santiago de
Compostela) para proveer una educación católica a los
hijos de los líderes aristócratas católicos y a
los futuros misioneros en su tierra de nacimiento.
Esta
emigración religiosa y militar, apoyada en parte por la
monarquía (que ofrecía subsidios y cargos para los
soldados y formación para los estudiantes y futuros
sacerdotes), no era la única en producirse. Simultáneamente
se desarrolló una emigración en masa de gente más
humilde que intentaba escapar de las persecuciones políticas y
religiosas, habían perdido sus propiedades, dependían
de los líderes emigrados o esperaban recibir ayuda de la
Monarquía Hispánica. En la cultura popular católica
de la Edad Moderna, la corona de los Austrias se había
convertido en la gran protectora de los católicos oprimidos en
toda Europa. Sin embargo, la llegada de estos grupos no fue
generalmente bienvenida por las poblaciones locales, especialmente en
los puertos de Galicia, donde este tipo de emigración fue más
intensa a principios del siglo XVII.
Privados de recursos y sin medios con los que ganarse la vida, muchos
de ellos se convertían en mendigos, siendo mantenidos por las
instituciones caritativas locales. Con el objetivo de mejorar su
situación, estos irlandeses tendieron a moverse hacia la
corte, soñando con una pensión de la mano del monarca.
Su número llegó a ser tan elevado que las autoridades
intentaron en varias ocasiones “limpiar
esta corte de irlandeses”.
Las
últimas décadas del siglo XVI se habían
caracterizado por la explosión de la hostilidad política
y religiosa entre los antiguos aliados ingleses y castellanos.
Sin embargo, hacia fines de siglo se operó un cambio de
actitudes, que culminó en la firma de diferentes tratados
(Vervins con Francia, 1598, Londres con Inglaterra, 1604 y finalmente
la tregua de los doce años con las Provincias Unidas en 1609).
Ello no significó el comienzo de un periodo de paz
generalizada, ya que la mayoría de las disputas no fueron
resueltas sino pospuestas, por lo que la tensión y los
conflictos locales florecieron varias veces en un periodo considerado
falsamente como de paz generalizada. Como afirma Manuel Rivero, “en
el primero cuarto del siglo XVII nadie pensaba, honradamente, estar
viviendo en un tiempo de paz. […] Se sabía que tarde o
temprano todos los conflictos dormidos despertarían con
virulencia porque la paz, como valor, era irrelevante y muchas veces
indeseable”.
En el
caso de la Monarquía Hispánica, también hubo un
cambio visible en la manera de afrontar las responsabilidades
religiosas del monarca en materia de política exterior. Felipe
III, aun considerándose responsable de la defensa del
catolicismo en todo el continente, no recurrió a los medios
empleados por su padre pese al arranque belicista de su reinado. En
cuanto a Inglaterra, si el rey prudente había confiado en sus
infortunadas armadas, el tercer Felipe decidió usar
herramientas diplomáticas con vistas a conseguir sus
objetivos. La llamada Pax Hispanica o Pax Austriaca de
las primeras décadas del siglo XVII, tuvo en su base una sutil
tela de araña manejada por expertos diplomáticos.
La Pax
Hispanica era vista como la forma de reconstruir el imperio de
Carlos V, pero no a través de la fuerza de las armas, sino de
la dinastía. La estrategia matrimonial de la casa de Austria
era organizada siguiendo estas reglas y ornamentada con un ceremonial
cortesano que exaltaba esta política como una forma de
expansión inteligente: «Bella
gerant alii, tu felix austria nube» (Que hagan otros la
guerra, tu Austria feliz, cásate).
La exaltación de la casa de Habsburgo despertaba, como
contrapartida, temores ante una posible Monarchia Universalis.
Estos miedos demuestran cómo la política de pacifismo
no significaba una renuncia a la expansión. La aprensión
que a lo largo del norte de Europa generaba una posible supremacía
hispana hacía que cualquier incremento real o aparente se su
poder generara un fuerte rechazo. Por ello existía siempre el
riesgo de que la política dinástica hispana sirviese de
catalizadora del pánico, volviendo así en contra sus
promotores.
Dinastía,
diplomacia y guerra podían trabajar alternativamente y sin
contradicción en la construcción de la política
exterior en la edad moderna, especialmente en el caso de la Monarquía
Hispánica, la Inglaterra Estuardo y los católicos
irlandeses.
El
objetivo a largo plazo de la política europea de Jacobo I era
mantener un equilibrio de poder entre las dos potencias
continentales, Francia y España, con el objetivo de prevenir
que ninguna de ellas llegara a ser hegemónica en Europa. Este
equilibrio le permitiría hacerse el árbitro de los
conflictos religiosos del continente. A principios del siglo XVII el
declive político hispano ya había comenzado y Francia
ascendía rápidamente como potencia. Por ello, Jacobo
veía llegado el momento de cambiar de una alianza con Francia
por un entendimiento con España. Para efectuar este giro,
medidas a corto y largo plazo fueron desarrollas. Con todo, la
política doméstica inglesa añadía serias
limitaciones a las aspiraciones del monarca Estuardo, ya que los
protestantes radicales del parlamento nunca aprobarían una
política abiertamente pro-española.
La
estrategia hispana en Inglaterra consistía en utilizar tantos
medios como posibles para obtener una alianza favorable a sus
intereses. El primer objetivo de la diplomacia hispana era hacer
fracasar a toda costa las ofertas de una alianza matrimonial
francesa, que hubiera servido sólo para profundizar los lazos
entre Estuardos y Borbones. Al hacer una oferta matrimonial, pese a
las dificultades en que pudiera derivar, los agentes hispanos
conseguían reforzar, a través de la negociación,
los lazos entre Inglaterra y la Monarquía Hispánica.
Por ese camino se podría sellar una alianza dinástica
en caso de que fuera beneficiosa para los intereses de la monarquía.
Si no se fuera posible alcanzar tal acuerdo, alargar las
negociaciones lo más posible permitía mantener a
Inglaterra neutralizada y alejada de Francia.
Como muy bien afirma Glyn Redworth, en la diplomacia del siglo XVII,
muchas veces la negociación era un fin en sí mismo.
Por
último, los cambios acaecidos a principios del siglo XVII en
Irlanda son muy importantes a nivel europeo.
Durante toda una generación (desde el final de la guerra de
los Nueve Años en 1603 hasta el inicio de las guerras civiles
en 1641), la isla disfrutó de un periodo de paz continuado,
pero sufrió a la vez una transformación rápida y
profunda. Una parte importante de la tierra cambio de manos debido a
las confiscaciones, las medidas punitivas en contra de los católicos
fueron endurecidas
y los líderes políticos y religiosos católicos
emigraron hacia la Península Ibérica,
al tiempo que gran número de colonos protestantes se asentaban
en la isla.
En este contexto, tanto en Irlanda como en el exilio, el dilema en
torno al cual giró la comunidad católica fue el de su
relación con la autoridad Estuardo: ¿ajustarse y
someterse a ella o intentar derrocar su autoridad en la isla con
apoyo continental?
Las negociaciones en
torno a la alianza dinástica entre las casas Estuardo y
austríaca ofrecieron a la comunidad exiliada irlandesa la
oportunidad de avanzar en ambos caminos. El marco de la negociación
matrimonial entre Londres y Madrid dio a los irlandeses la
oportunidad de organizarse para influir las instituciones de la
Monarquía Hispánica, a fin de obtener el reconocimiento
de los derechos, libertades y propiedades de los católicos en
los tres reinos Estuardo.
La negociación
diplomática y la extraña aventura de la visita del
príncipe Carlos han sido excelentemente tratados en el
reciente libro de Redworth. Este autor presenta el sutil juego de
equilibrios y representaciones que suponían las negociaciones
matrimoniales, no sólo dentro los contextos internos británico
e hispano, sino también europeo. Redworth hace hincapié
en la política cultural, sobre todo las incomprensiones
culturales, que permiten entender el fracaso del príncipe
Carlos en Madrid. Por ello, y sólo a título
propedéutico, me permito hacer un pequeño resumen de
las negociaciones matrimoniales que permita al lector situar la
actividad irlandesa en su justo contexto.
Desde el punto de vista
inglés, hay que situar las negociaciones matrimoniales en el
contexto del progresivo desencanto de Jacobo I con sus aliados
neerlandeses, y el doble matrimonio entre las coronas francesa y
española, con las bodas de la infanta Ana con Luis XIII y la
francesa Isabel con el príncipe Felipe en 1611. Los ingleses
respondieron a esta boda con las nupcias de la hija de Jacobo,
Elizabeth, con Federico, príncipe protestante del Palatinado.
Sin embargo, existían pocas opciones matrimoniales para el
ahora heredero al trono, Carlos, príncipe de Gales. La
creciente influencia francesa entre los príncipes protestantes
alemanes y en los Países Bajos generaba recelo en Londres, ya
que ese era un entorno en el que la corona británica quería
mantener intacta su influencia. Aunque Jacobo se sentía
atraído por el prestigio y riqueza que una alianza dinástica
con los Austrias madrileños podría procurarle, era
consciente del rechazo entre sus súbditos a semejante
política.
En la corte española
siempre existieron dudas sobre la posibilidad de conseguir una
dispensa papal que permitiera la boda. Se temía que, sin una
conversión al catolicismo o suficientes concesiones en materia
religiosa por parte de los Estuardo, una alianza matrimonial con
anglicanos repercutiría en una pérdida de reputación
para la Monarquía Hispánica. No obstante, el deseo de
apartar a Inglaterra de Francia y la necesidad de estrechar más
aún las relaciones anglo-hispanas estuvo en la base de la
propuesta de una alianza matrimonial del príncipe Carlos con
la infanta María, hija de Felipe III.
A medida que las todavía
secretas negociaciones entre Londres y Madrid progresaban lentamente,
las nubes de guerra comenzaban a ensombrecer Centroeuropea. La
tormenta estalló por la aceptación de la corona de
Bohemia por parte del yerno de Jacobo, el elector palatino. Federico
fue subsiguientemente expulsado por tropas españolas e
imperiales en noviembre de 1620. A pesar de todo, las negociaciones
siguieron adelante aunque con miedo a que las conversaciones de
matrimonio pudieran fácilmente convertirse en guerra abierta,
como finalmente sucedió.
Pablo V, rival declarado
de cualquier alianza matrimonial anglo-española, murió
en 1621, subiendo Gregorio XV al papado, quien parecía más
receptivo a los argumentos presentados por los diplomáticos
hispanos. Ese mismo año también falleció Felipe
III, dejando su corona a un joven Felipe IV quien se sentía
obligado a no interrumpir las discusiones.
Los
movimientos en aras de la consecución, si no de la tolerancia
oficial, al menos de la no-aplicación de las leyes penales en
contra de los católicos, estaban en marcha en Inglaterra
cuando comenzó el viaje hacia Madrid del príncipe
Carlos y su favorito Buckingham. Durante seis meses los dos jóvenes
proseguirían las negociaciones en la corte hispana esperando
poder concluirlas positivamente de una vez por todas. Sin embargo,
las condiciones impuestas por la corte española por mediación
de los teólogos y de Roma fueron tan altas que Carlos se vio
obligado a ceder en todos los puntos con el fin de poder volver a
Inglaterra y renegar de lo acordado. Pese a que el protocolo de la
principesca visita se salvó, el acuerdo matrimonial quedó
en papel mojado. A su vuelta a Inglaterra Carlos y Buckingham fueron
los más ardientes promotores de la guerra contra España
(1625-1630).
El
cardenal Richelieu fue capaz de canalizar la ola pro-francesa en la
corte londinense para rápidamente negociar la boda de
Henrietta María, hermana de Luis XIII, con Carlos Estuardo. El
obstáculo de la dispensa papal salvado a través de un
acuerdo secreto en el que se afirmaba que la boda se celebraría
incluso a falta de exención.
La infanta María terminaría casándose con un
primo distante de la casa de Austria, convirtiéndose más
tarde en emperatriz. Pero ¿cuál había sido el
papel jugado por los irlandeses en el proceso descalabrado de las
negociaciones Anglo-Hispanas?
3. La práctica
política irlandesa en las negociaciones
Antes,
durante, y después de la estancia del príncipe Carlos
en la corte madrileña, el grupo exiliado católico
intentó ejercer por todos los medios su presión sobre
las autoridades hispanas para que sus reivindicaciones fueran tenidas
en cuenta a la hora de abordar las relaciones con los Estuardo. Esta
experiencia nos abre una ventana para el estudio de un actor político
colectivo poco conocido, el grupo exiliado. Con un resultado más
o menos exitoso según las circunstancias, los grupos exiliados
influyeron en el desarrollo de la política internacional,
tanto de la monarquía hispánica como de la mayoría
de las unidades políticas del antiguo régimen. En el
caso de los católicos irlandeses, su composición,
objetivos y técnicas estuvieron diferenciados y muchas veces
opuestos. Sin embargo, no podríamos hablar de dos grupos
enfrentados, sino de la actuación bicéfala de una misma
comunidad.
El
primer punto que es necesario subrayar es la imposibilidad en nuestro
estudio de crear unidades analíticas de gran tamaño y
difícil concreción, tales como la comunidad católica
exiliada. Los irlandeses y los otros grupos católicos
trabajaron independientemente, a veces unos en contra de otros, e
incluso entre los mismos irlandeses se encuentran posturas
divergentes. Estas diferencias dependían menos de cortes
horizontales del grupo articulados en torno a escalas
socio-económicas (soldados, religiosos, altos aristócratas,
mendigos etc.), como de verticales, organizadas según la
pertenencia a una familia, clan o grupo étnico (Old English
o irlandeses de origen normando y Old Irish o irlandeses de
origen gaélico).
Como era habitual en la sociedad de la Europa moderna, eran los
miembros de las elites dentro de la misma comunidad (aristócratas,
militares y altos sacerdotes) quienes ejercieron de interlocutores
con las autoridades hispanas a la hora de presentar las aspiraciones
y proyectos de una colectividad dirigida y moldeada por ellos mismos.
Desde
el exilio se realizaron numerosos intentos de ofrecer una posición
común en la que el conjunto de la elite que dirigía a
la comunidad pudiera verse reflejada. El problema de los católicos
irlandeses era hasta cierto punto común al de otros grupos
exiliados en Europa: la relación entre religión y
autoridad secular. Muchos de los que se encontraban exiliados en la
monarquía hispánica o mantenían relaciones
secretamente desde Irlanda con la corte de Madrid, eran aquellos que
en un momento crítico habían puesto su lealtad a la
autoridad de la iglesia de Roma por encima de la obediencia a su
monarca.
En
general, todos los miembros de la elite irlandesa exiliada compartían
unos mismos objetivos. Por un lado, aspiraban a una restauración
o al menos una tolerancia para su culto. Por otro lado anhelaban el
fin de las discriminaciones y puniciones recibidas por los seglares
irlandeses en virtud de su confesión católica. En
tercer y último lugar, y como consecuencia de la segunda,
venía la pretensión de revocar las expropiaciones de
bienes y declaración de traición que pesaba sobre
muchos de los exiliados. En pocas palabras, aspiraban a la
restauración de la elite nobiliaria y la jerarquía
eclesiástica a su antigua situación privilegiada tanto
en términos políticos como religiosos, o al menos el
fin de la discriminación. Esto significaba, dentro de lo
posible, una vuelta a una «normalidad»
perdida a consecuencia de la reforma protestante.
No
obstante, a principios del siglo XVII la elite irlandesa era bien
consciente de que la restauración completa de la Iglesia
católica a la posición que había gozado antes de
la reforma religiosa era imposible, por lo que su objetivo se redujo
a obtener la tolerancia para lo que quedaba de ella. Ello equivalía
a un reconocimiento tácito de la integración de la
comunidad protestante en el paisaje político y religioso
irlandés.
Pese a ello, el argumento más importante que usaron todos los
grupos a la hora de incitar a la Monarquía Hispánica a
actuar en Irlanda era la defensa del catolicismo:
“Y
pues es así y por otra parte Dios nuestro señor fue
servido de hacer a Su Majestad Católica el Rey de España,
protector, defensor y amparo de la sagrada Iglesia acá en la
tierra y monarca muy poderoso, enriquecido con todo lo necesario para
sustentar tan grande peso, cosa evidente es que le corre a S. Mag.
obligación en conciencia de dar la mano a los Católicos
Irlandeses”
Si en términos
generales había un consenso entre las elites de la comunidad
exiliada en los objetivos a largo plazo y en que la ayuda de las
potencias católicas continentales sería necesaria para
ello, no todos coincidían en cuál debía de ser
la mejor manera de alcanzar esos objetivos. Parte de la comunidad
proponía que la única forma de solucionar los problemas
políticos y religiosos de Irlanda, siendo un arreglo con la
autoridad Estuardo imposible, era la alternativa bélica con
apoyo continental (y cambio de soberanía incluida). Por otro
lado, dentro de la comunidad también se daba una postura
alternativa, la cual consideraba que no era posible ni viable una
solución a los problemas de la comunidad católica en
Irlanda que no incluyese e integrase a la corona Estuardo, la cual
consideraban legítima. Para éstos, el papel de las
potencias continentales en Irlanda debía limitarse al apoyo a
las reivindicaciones irlandesas en sus negociaciones en Londres. Esta
diferenciación permite distinguir las dos principales posturas
irlandesas que encontraremos en la corte española.
3.1. La postura
pro-bélica
Si
bien no se puede afirmar que sólo los Old Irish ni todos los
Old Irish estuvieran a favor de una solución militar al
problema irlandés, sí se puede trazar en el exilio un
lazo entre aquellos que apoyaban una salida militar con aquellos que
se habían visto afectados directa o indirectamente con la
guerra de los Nueve Años y sus consecuencias en materia de
exilio y expropiación. La mayoría de los líderes
militares del bando derrotado y su círculo de familiares y
dependientes emigraron hacia la Península Ibérica
esperando recibir ayuda de la monarquía hispánica.
De
entre los exiliados, son las grandes familias del Ulster, los O’Neill
y O’Donnell quienes fueron reconocidos, al igual que
anteriormente durante la guerra, como las cabezas visibles de la
comunidad irlandesa en el exilio. Ambas familias seguirán una
carrera militar al servicio de la corona española en los
Países Bajos. Su voz será tenida muy en cuenta en el
concejo de estado a la hora de tratar asuntos irlandeses. Incluso
cuando O’Neill fue a Roma para intentar obtener apoyo y fondos
del papado para sus proyectos, la corona española se sintió
obligada a velar por su bienestar.
Sin
embargo, siempre hubo disputas entre las dos principales familias
aristocráticas de origen gaélico, especialmente en
asuntos de precedencia y reputación, un aspecto clave en la
sociedad barroca. En el archivo general de Simancas encontramos las
amargas lamentaciones de Tyrconnell al rey, quejándose de que
los descendientes de la familia O’Neill recibían un
trato mejor que los de la suya cada vez que residían en la
corte.
Nadie en la corte española dudaba de la preeminencia de las
dos familias dentro de la comunidad católica exiliada, pero a
veces los enfrentamientos internos entre ellas aconsejaban a aquellos
que se acercaban a Madrid o Bruselas pidiendo una intervención
hispana en Irlanda, no mencionar a los dos aristócratas como
líderes del movimiento.
Además
de los dos condes, había otros aristócratas importantes
dentro de esta tendencia, como O’Sullivan Beare, conde de
Berehaven y primo del autor de la Historiae catholicae Iberniae
compendium. Los dos primos compartían las mismas ideas,
tanto cuando el primero se dirigía al consejo de estado como
cuando el segundo redactaba sus obras históricas: la
reconquista por la vía de la fuerza de Irlanda y el regreso de
los aristócratas exiliados a sus posesiones.
No obstante, mientras que la voz de aquellos que clamaban en la corte
por una solución militar al problema irlandés se hacía
progresivamente más fuerte en proporción directa a la
emigración de los líderes militares derrotados, el
número y fuerzas de aquellos dentro de Irlanda dispuestos a
rebelarse contra la autoridad Estuardo iba disminuyendo. Todo ello
era consecuencia, como ya queda dicho, de las sucesivas derrotas
militares y exilios de fines del siglo XVI y principios del XVII, a
los que siguieron programas subsiguientes de expropiación y
plantación llevados a cabo por las autoridades inglesas.
A la hora de presentar
sus puntos de vista a las autoridades hispanas, uno de los argumentos
más recurrentes a favor del recurso a la fuerza militar en
Irlanda era que mientras Inglaterra solía estar en guerra en
contra de España, las autoridades protestantes en la isla no
tenían la posibilidad de agredir a los católicos, por
miedo a provocar una rebelión que pudiera ser aprovechada por
la corona hispana. Su explicación seguía aduciendo que
los periodos de paz con España eran más peligrosos para
los católicos irlandeses, ya que en esos momentos las
autoridades inglesas tenían campo libre para imponer las
medidas punitivas que quisieran con el objetivo de debilitar la
comunidad, sabiendo que en caso de revuelta, esta no sería
apoyada por la Monarquía Hispánica. Por consiguiente,
durante los periodos de paz con la Monarquía Católica,
los Estuardo aprovechaban para destruir toda oposición
pro-española en todos sus territorios, sobre todo en Irlanda.
Este
argumento era aceptado en los círculos hispanos por personajes
tan bien informados sobre asuntos británicos como Diego
Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar, quien en 1619 escribió
que “puede se también tener por cierto que soltara sin
limite la persecución contra los católicos de sus
Reinos y particularmente de Irlanda, como ya lo ha comenzado a hacer
estos días, con mucha Arte y violencia, pareciéndole
conveniente mientras tiene Paz con V. M. asegurarse para la guerra,
quitando a esta corona los amigos que tiene y los que a el le pueden
ser de cuidado, y embarazo.”
Por ello, la existencia y preservación de la comunidad
católica en Irlanda era considerada, más que una
comodidad en época de guerra, una garantía en tiempos
de paz.
Otros argumentos fueron utilizados, algunos más realistas que
otros, a la hora de convencer de la bondad, utilidad, facilidad y
beneficio que la monarquía obtendría de su intervención
en Irlanda, principalmente evidencias militares, políticas y
geo-estratégicas.
Pero
¿cómo era posible que un grupo de exiliados intentara
incitar a la guerra a la monarquía hispánica? Por lo
que podemos inferir de la documentación a nuestra disposición,
su influencia se ejerció a través de la escritura y
presentación de cartas y memoriales ante las autoridades
hispanas, especialmente el embajador español en Londres, la
administración hispana en Bruselas o directamente a los
consejos y cortesanos en Madrid. Un ejemplo típico de su forma
de actuación es la que aparece en la propuesta realizada por
un capitán irlandés en Londres a don Carlos Coloma, en
aquel tiempo embajador hispano en la corte de Jacobo I. El 17 de
agosto de 1624, este capitán visitó al embajador
español en su casa en Londres y le presentó un plan de
invasión que había preparado él mismo con la
ayuda de un sacerdote irlandés, Pablo Requet, que ya había
sido presentado al rey de España seis años antes. El
capitán explicó al embajador que al tiempo que
realizaron su propuesta las relaciones entre Madrid y Londres eran
buenas, por lo que su plan no había sido retenido. Sin
embargo, ahora la situación era propicia para este tipo de
planes y el había decidido presentarlo de nuevo, siguiendo un
impulso personal en el servicio de la religión católica
y del rey de España. También mencionó, como
referencias, sus contactos con un arzobispo en los Países
Bajos hispanos, el cual había estado también implicado
en la planificación del proyecto de invasión. Siguiendo
el procedimiento habitual de la toma de decisiones, Coloma envió
su informe describiendo su encuentro con el capitán irlandés
al rey en Madrid,
quien pasó la noticia al consejo de estado pidiendo que diese
su punto de vista sobre la materia.
En el consejo, los miembros aceptaron como un hecho indudable la
importancia estratégica de Irlanda en el caso probable de una
guerra con Inglaterra, a pesar de que uno de los miembros puso
objeciones basadas en factores de táctica militar, sin duda
consecuencia de las lecciones aprendidas en las operaciones
irlandesas desarrolladas en época de Felipe II y a principios
del reinado de Felipe III.
En
otros casos, era el consejo de estado el que directamente llamaba a
soldados o militares irlandeses a Madrid para preguntarles su opinión
sobre asuntos irlandeses o ingleses, o para que estuvieran preparados
en caso de guerra inminente con Inglaterra, como era el caso en
1624.
Parecía claro que si una nueva armada era enviada a las costas
de Irlanda, la comunidad militar exiliada iría en ella. Sin
embargo, para hacer la tarea de los irlandeses aún más
difícil, había otras dificultades añadidas, ya
que algunos de los que presentaban sus propuestas eran agentes dobles
trabajando tanto para la Monarquía española como para
la inglesa. Por ejemplo, en noviembre de 1624, un agente de la
archiduquesa Isabel en Londres, Jacques Bruneau, recibió
noticias de un espía irlandés a sueldo de la Monarquía
Hispánica. El espía informó a Bruneau que un
aristócrata de las montañas estaba preparando un
levantamiento en Irlanda, y pedía saber si el rey de España
estaba dispuesto a realizar alguna acción en su apoyo.
Sin embargo, información proveniente de los espías de
Flandes y su propio instinto convencieron a Bruneau de que éste
era un agente espía intentando saber cuales eran las
intenciones de la corona española en un momento en el que el
enfrentamiento bélico abierto, al menos por parte inglesa,
parecía inminente.
Estos hechos eran bastante comunes: durante la guerra Anglo-Española
de la segunda mitad de los años 1620, espías ingleses e
irlandeses fueron utilizados en operaciones de espionaje y
contra-espionaje, tanto en Londres como en Madrid.
3.2. La postura
pro-diplomática
Todos aquellos que
defendieron una intervención limitada a la esfera diplomática
de la monarquía hispánica en los asuntos irlandeses,
partían de la convicción según la cual la corona
Estuardo debía ser partícipe de cualquier solución
duradera que se pudiera dar a los conflictos políticos y
religiosos de la isla. Por ello, la diferencia entre una y otra
postura no eran los objetivos finales, sino los medios. De todas
formas, dentro de esta postura, la búsqueda de la tolerancia
religiosa para los católicos y la compatibilidad entre fe
católica y lealtad a la dinastía Estuardo parecen haber
sido los objetivos más importantes.
Aquellos
que aparecían más visiblemente a favor de este tipo de
política eran los miembros de la estructura de la Iglesia
Católica, tanto en Irlanda como sobre todo en el continente.
Su posición conciliadora respecto a la monarquía
Estuardo hizo que la normalmente fueran los Old English los
que se sumaran a estas posturas. No por nada eran estos la parte de
la comunidad irlandesa que en la primera parte del siglo XVII todavía
conservaba sus propiedades en Irlanda, aunque veía su acceso a
los cargos públicos y poder político cerrarse poco a
poco como consecuencia de las medidas anti-católicas. Esta
sería la postura defendida por los irlandeses que de una forma
u otra participaron en las negociaciones matrimoniales dentro del
equipo hispano. De entre ellos, los que más destacaron fueron
David O’Canes, arzobispo de Cashel, y los aristócratas
de origen Old English Jenico Preston, vizconde de Gormanston y la
condesa de Kildare.
Gormanston era la cabeza visible de un grupo de aristócratas
del Pale, la zona de alrededor de Dublín, partidario de
llegar a un acuerdo con la corona británica que garantizara
los derechos religiosos y propiedad de todas las comunidades
católicas dentro de Irlanda.
Para este grupo, al igual
que para la Iglesia Católica irlandesa, la solución de
sus problemas pasaba por un nuevo entendimiento con la Corona Inglesa
en el cual sus derechos políticos volverían a
reconocerse plenamente y su religión respetada. Desde esta
perspectiva, una invasión española sería
contraproducente.
Dentro de este marco, la
actividad política en la corte hispana estuvo principalmente
dirigida a que los problemas de la comunidad católica
irlandesa fuesen tenidos en cuenta por las autoridades hispanas a la
hora de negociar cualquier acuerdo, sobre todo alianzas y tratados de
paz, con la Corona Inglesa. La larga negociación de la boda de
la infanta María con Carlos, y en especial las condiciones que
desde Madrid y Roma deberían exigirse para que se pudieran
llevar a cabo, constituyeron la ocasión perfecta para intentar
sacar adelante este proyecto.
Esta
postura dentro de la comunidad irlandesa tuvo, en comparación
con la belicista, una acogida mucho más favorable en la
estructura de poder hispana. Sus partidarios estaban mejor
considerados debido a la alta estima de que disfrutaba parte de ellos
en la corte. Por ejemplo, David Carney, el arzobispo de Cashel, era
uno de los seis miembros de la junta de teólogos, la asamblea
que en 1621 debatió sobre los problemas religiosos resultantes
de una posible alianza matrimonial anglo-española.
El respeto dentro de la corte hispana por Cashel o su sobrino Richard
Conway de la compañía de Jesús era tal que se
les consultaba incluso en muchos aspectos relacionados con la
comunidad exiliada irlandesa en la Monarquía Hispánica.
El franciscano Florence Conry, arzobispo de Tuam, alcanzó una
posición prestigiosa e influyente como confidente de los
consejeros protectores de los irlandeses y voz conocedora y fiable de
los asuntos irlandeses.
Dejando
a un lado las justificaciones religiosas y teológicas del
arzobispo de Cashel en su disertación dentro de la junta de
teólogos,
su principal demanda era la tolerancia para los católicos,
tanto política como religiosa, a través una mención
expresa a la Iglesia Católica irlandesa en las condiciones del
acuerdo matrimonial entre las coronas Austria y Estuardo. Para
conseguir este objetivo, era necesaria la revocación de todas
las leyes pasadas por el parlamento en contra del derecho a la
propiedad de los católicos y su participación de en los
asuntos públicos. Su última petición, la más
importante, era que para garantizar la seguridad, tolerancia y
supervivencia de la comunidad católica a largo plazo, los
descendientes del príncipe de Gales y de la infanta María
tendrían que ser educados en la fe católica.
Todas las partes, tanto en Roma, Madrid o Londres, eran conscientes
de que tal cláusula, de mantenerse, podría implicar el
retorno de la corona británica a la Iglesia romana.
Otros
memoriales firmados por “los católicos de Irlanda”
aparecieron también durante este periodo, desarrollando más
esta idea de tolerancia y el punto hasta el cual debía
exigirse y desarrollarse: dar a los irlandeses la libertad de crear
una red de educación básica y universitaria en la misma
Irlanda, la revocación del juramento de supremacía
(oath of supremacy) que imposibilitaba el acceso de los
católicos a los cargos públicos, la protección
de las propiedades gaélicas y el perdón de los líderes
de la guerra de los Nueve Años.
Sin embargo, éste y otros puntos no eran más que la
consecuencia lógica de la libertad de conciencia ofrecida
voluntariamente por la autoridad Estuardo, el punto más
importante de todo el tratado.
Esta
tendencia dentro de la comunidad irlandesa disfrutó de una
posición de partida bastante más favorable dentro de la
corte hispana que la defensora de una intervención bélica.
Ello se debía a sus mejores conexiones dentro de la
administración central. Así, no sólo podían
enviar memoriales o abordar algún embajador o consejero.
Algunos de los partidarios de esta postura llegaron incluso a formar
parte de los órganos deliberativos creados por la monarquía
hispánica, como la ya mencionada junta de teólogos.
Desde ella, Cashel no sólo dio su opinión como teólogo
de lo que era correcto hacer.
El arzobispo Irlandés también envió cartas a don
Baltasar de Zúñiga, el ministro más influyente
de Felipe III, explicándole las peticiones políticas de
la comunidad católica irlandesa en un claro y llano lenguaje
político.
Aguzando
el ingenio, individuos favorables a esta tendencia intentaron
infiltrarse en el grupo de siervos y ministros que deberían
acompañar a la infanta María a Inglaterra para
supervisar “como se podrá
mejor restaurar la Religión, y con que medios”.
Para el arzobispo de Cashel, la defensa del catolicismo en todas las
Islas Británicas, no sólo en Irlanda, era el objetivo
más importante de toda su labor y la razón de ser de la
boda principesca. Por ello, además de reservarse para sí
el puesto de limosnero, uno de los tres puestos religiosos de
la comitiva, propuso a otro religioso, el escocés Hugo
Semple.
La razón detrás de esta propuesta era que “el
Reino de Escocia tiene muchas mas necesidad de remedio que Inglaterra
o Irlanda, por no tener casi sacerdotes en Escocia, ni seminarios en
España”.
Además, fray Guillermo del Espíritu Santo propuso que
entre otros irlandeses, era indispensable enviar a los ya mencionados
vizconde de Gormanston y condesa de Kildare.
El nombramiento de estos dos aristócratas era considerado tan
crucial que se proponía incluirlos en una terna
deliberadamente mala, junto a otros dos nombres totalmente
inaceptables para el rey de Inglaterra, con el fin de garantizar que
estos dos fueran escogidos.
Dependiendo
de las circunstancias en política exterior, una tendencia
dentro del grupo obtendría mayor influencia política en
la corte hispana. También dependiendo de esas mismas
circunstancias, el posicionamiento de la comunidad podía
bascular entre una postura pro-bélica o pro-diplomática
al son de la adaptación a las circunstancias o de un cambio
íntimo de opinión. A nivel general, la presentación
ante la monarquía hispánica y la participación
política en la corte ayudaron a moldear su propia identidad
del grupo.
4. Enfrentamiento y
colaboración
En
1625, Diego Talbot proponía enviar una persona de confianza a
Irlanda para informar sobre el estado de la isla. Su argumento se
basaba en que “los propios irlandeses que informan por acá,
[…] las pasiones, odios y particulares intereses […]
los hace contradecir unos a otros”.
No parece que su argumentación estuviera muy lejos de la
realidad, visto que tanto los Old English como los Old
Irish se quejaban del mismo problema de parcialidad y
manipulación de la información referente a Irlanda.
La colaboración y la solidaridad en algunos aspectos fue la
nota dominante dentro de la actuación política del
grupo irlandés, pese a las distintas tendencias y puntuales
enfrentamientos, y sobre todo a pesar de las diferentes experiencias
históricas, etnográficas y culturales de los miembros
de la comunidad. El resultado fue la creación de unos lazos de
solidaridad intracomunitarios dentro del exilio y la construcción
de una identidad propia al grupo basado en la religión
católica y no en la pertenencia étnica.
Los
principales factores de oposición intra-comunitaria no se
limitaban a los esfuerzos enfrentados por influir en la política
exterior de Madrid y Bruselas, sino que abarcaban también la
búsqueda de patronazgo de manos de la Monarquía
Hispánica.
En esta área vital, era necesario convencer a las autoridades
hispanas de quiénes de entre los exiliados merecían más
las ayudas y socorros e influir, como Cashel o Conway, en los órganos
de gobierno hispanos que decidían estos asuntos. En caso de no
tener santos en la corte a quien encomendarse, no quedaba más
remedio que intentar alabarse a uno mismo por ser el servidor más
leal a la corona hispana y haberla servido mejor. En el caso de los
Old Irish, no fue tampoco raro el recurso al mito milesiano para
pasar por descendientes “de
los primeros españoles que pasaron a poblar Irlanda”
para ganarse la solidaridad de la corte hispana.
Polemistas
como Dermot O’Sullivan Beare subrayaban las diferencias entre
irlandeses católicos dependiendo de los orígenes
étnicos y ponían a los irlandeses gaélicos ante
sus lectores bajo una luz más favorable. Sin embargo, a pesar
de las barreras que este autor construye entre las distintas
comunidades étnicas irlandesas, O’Sullivan Beare acusa a
los miembros irlandeses de la Compañía de Jesús
de conformarse, indistintamente de su origen étnico y debido a
su afiliación directa con Roma, con el statu quo y
poder efectivo reinante en cada momento. Ello parece insinuar que en
la realidad, al menos en el continente, las diferencias étnicas
podían no tener tanta importancia. Es más, a través
de obras como la suya, durante las primeras décadas del siglo
XVII se fue construyendo en el exilio una memoria colectiva
compartida. A través de ella se expandieron una misma historia
común de Irlanda y unos proyectos políticos
compartidos, claves del sentido de identidad o pertenencia
compartida.
El
alto grado de colaboración de la comunidad irlandesa en el
exilio en acontecimientos cotidianos de la vida política
desdibujaba las diferencias entre las distintas divisiones internas.
Por ejemplo, cuando los irlandeses exiliados sirviendo en el ejército
de Flandes, muchos de ellos favorables a una intervención
armada en Irlanda, pidieron en la corte que se les pagaran los
atrasos, su conexión con el arzobispo de Cashel puede
apreciarse en la documentación que presentaron.
En este sentido, incluso el encargado de negocios inglés en la
corte española en 1617, Francis Cottington, mandó la
misma petición a Felipe III. Cottington justificaba su acción
en el encargo que tenía del rey de Inglaterra para defender
los intereses de todos sus súbditos sirviendo en el ejército
de Flandes.
La
distinta opinión política que un individuo pudiera
tener dentro del grupo no sólo no estaba determinada por su
pertenencia étnica dentro del grupo sino que además
tampoco era inalterable. En distintas circunstancias un mismo
individuo podía apoyar opciones aparentemente incompatibles
sin que ello supusiera ninguna trasgresión. Es bien conocido
el caso del arzobispo Peter Lombard, quien durante la guerra de los
Nueve Años apoyó incondicionalmente la rebelión
de O’Neill como mejor forma de restaurar el catolicismo en
Irlanda. Sin embargo, en los años que siguieron al fin de la
guerra, Lombard consideró que la mejor manera de solucionar el
problema religioso en Irlanda era a través de un acuerdo
diplomático y no de una nueva rebelión.
En otro caso, el hecho de que personajes como Gormanston o Cashel
defendieran una salida diplomática para el conflicto irlandés
no quiere decir que no tuvieran en cuenta las necesidades y
aspiraciones de poder volver a Irlanda de los seguidores de O’Neill
y O’Donnell.
Fray
Guillermo del Espíritu Santo, en una propuesta para crear un
tercio de irlandeses Old English, ofrece su propia explicación
a la fluida colaboración intra-comunitaria. Éste fraile
argumentaba que en el pasado los Old English habían sido los
primeros en odiar a los gaélicos, por delante incluso de los
ingleses. Sin embargo, para fray Guillermo, hoy en día esta
rivalidad no era más que una pose.
Debido a que los irlandeses gaélicos habían visto su
sistema de propiedad y su mundo social en peligro, se habían
opuesto abiertamente a los cambios introducidos por la corona inglesa
en aspectos políticos y religiosos. Al mismo tiempo, los Old
English vieron que mientras la corona tuviera que luchar en contra de
los gaélicos, no pondría en práctica las leyes
anti-católicas en contra de ellos, con el fin de evitar que se
sumaran a los rebeldes. Esta división se había
mantenido durante buena parte del siglo XVI, y explica en parte la
falta de éxito de las revueltas irlandesas de este periodo y
la profundización de las diferencias entre ambos grupos. Sin
embargo, a principios del siglo XVII las circunstancias estaban
cambiando. La corona inglesa no estaba en guerra con España y
la potencialidad militar gaélica había sido dominada,
por lo que no quedaba ningún obstáculo para la
transformación completa de la isla a través de la
transferencia progresiva del poder político y la propiedad de
la tierra a una nueva elite protestante proveniente de Inglaterra:
los New English. Esta amenaza a la posición de la
comunidad Old English sirvió de incentivo para la
colaboración con sus antiguos antagonistas. Aunque la
rivalidad y divergencias en objetivos no llegarían nunca a
superarse, durante este periodo y en el exilio se establecieron las
bases de una actuación común entre las distintas
comunidades católicas de Irlanda. Para lograrlo tuvieron que
dejar a un lado todo tipo de divisiones y concentrarse en la unidad
católica, en vistas a obtener una salida a la problemática
que, aunque de diferente manera, afectaba a todos los católicos
de la isla. La confederación católica de los años
1640 sería la prueba de los éxitos y fracasos en esta
dirección.
5. Conclusión
Los grupos de presión
en el sistema político de la época moderna no eran
homogéneos ni cerrados, sino de diversa naturaleza y
composiciones. Su actuación política se canalizaba a
través de técnicas (memorial, panfleto etc.) y canales
(entrevista, participación en junta, etc.) diferentes, pero
siempre con el objetivo de influir las decisiones de las autoridades
hispanas y neutralizar otros grupos competidores.
La comunidad exiliada
irlandesa encontró no una, sino diferentes formas de intentar
influir la actuación externa de la monarquía hispánica.
La primera fue a través de las conexiones con los consejos que
asesoraban al rey en sus decisiones, en especial a través de
los grandes nobles irlandeses exiliados que apoyaban una salida
militar al problema irlandés. Dentro de la misma comunidad,
aquellos inclinados a una salida diplomática de los conflictos
de la isla estaban mucho mejor conectados en los círculos de
poder de la Monarquía Hispánica. Algunos incluso
pertenecían hasta cierto punto a ese círculo, como por
ejemplo el arzobispo de Cashel, quien tenía voz y voto en la
junta que deliberaba sobre la boda. Además, este grupo también
podía e intentó influir en el nombramiento de los
sirvientes y consejeros que deberían acompañar a la
infanta en su viaje y estancia en Inglaterra, los cuales se
encontrarían sin duda en una posición de gran
influencia a la hora de orientar la nueva política religiosa
británica. Aquellos que no tenían acceso directo a los
consejos ni a los cortesanos, se tuvieron que conformar con recurrir
a otros medios, como el envío de memoriales al rey o a sus
consejeros, entrevistándose con el embajador en Londres, o
escribiendo arbitrios sobre el lamentable estado de Irlanda con
propuestas concretas para su solución.
Factores
externos incontrolables, tales como el lapso temporal o el contexto
de las relaciones internacionales, influyeron dramáticamente
las posibilidades de éxito o fracaso de los grupos de presión.
Dependiendo de estos factores, sobre todo la evolución
percibida de las relaciones internacionales en Europa en general y
entre las coronas Estuardo e austríaca en particular, unos u
otros elementos de la comunidad encontraban suficiente incentivo como
para pasar a la acción y presentar sus propuestas a las
autoridades hispanas. A cada instante preciso de la evolución
del contexto internacional, este mismo contexto determinaba en buena
manera los incentivos presentes para presentar una u otra propuesta,
y las posibilidades de éxito o fracaso de estas ante las
autoridades hispanas. La dependencia de factores externos, y sobre
todo de la evolución de las relaciones internacionales explica
dos de los elementos clave de la actuación política
irlandesa. Por un lado la cronología de las propuestas y de la
actuación política en la corte hispana. En los periodos
de acercamiento diplomático entre las dos coronas son aquellas
tendencias favorables a una solución diplomática de los
conflictos irlandeses las que toman la iniciativa, intuyendo una
recepción favorable a sus sugerencias. Al contrario, en los
periodos de tensión pre-bélica o ruptura, serán
las tendencias favorables a una solución militar de los
conflictos políticos y religiosos en Irlanda los que esperan
beneficiarse del ambiente reinante en la corte hispana. Por otro
lado, esta forma de entender la actuación bicéfala
irlandesa explicaría también el grado de solidaridad y
colaboración interna que se fue formando dentro de la
comunidad entre individuos provenientes de distintos contextos
culturales y étnicos dentro de Irlanda. Así, su
participación política, además de intentar
afectar el desarrollo de la política externa de la Monarquía
Hispánica, afectó el proceso dinámico
contemporáneo de formación y cohesión la
comunidad irlandesa en torno a una identidad católica
aglutinante basada en una memoria colectiva y proyectos políticos
compartidos.
NOTAS: