José
ANDRÉS-GALLEGO
EL MOTÍN DE
ESQUILACHE, AMÉRICA Y EUROPA
Madrid, Fundación
Mapfre Tavera / CSIC, 2003
Diego
TÉLLEZ ALARCIA
El
15 de noviembre de 1776 fallecía D. Fernando de Silva y
Álvarez de Toledo, XII duque de Alba. Cuatro años
después, Christoph Gottlieb von Murr daba noticia en el IX
tomo de su Journal zur Kunstgeschichte und zur Litteratur de
la confesión que el duque habría hecho, casi en su
lecho de muerte de su responsabilidad en toda una serie de complots e
intrigas desarrolladas a lo largo de los dos últimos reinados.
Así, según dicha retractación, el duque habría
sido uno de los coautores de la carta atribuida al presunto emperador
de los guaraníes, Don Nicolás I, que habría
hecho acuñar las monedas con la efigie de este supuesto
monarca y habría provocado el motín de Esquilache. Todo
con la intención de inculpar a los jesuitas y lograr el
objetivo de su expulsión. Tan formidable confabulación
haría del duque uno de los intrigantes con mayor historial del
siglo XVIII después de su papel protagonista en la detención,
exoneración y destierro del marqués de la Ensenada y de
sus principales colaboradores, en 1754.
La
obra de Andrés-Gállego recoge éste y otros
testimonios sobre uno de los episodios más oscuros y, a la
vez, más apasionantes de la historia política española
durante el siglo XVIII: el motín de Esquilache. Leopoldo di
Gregorio y Masnata, I marqués de Squillace había nacido
en 1701 en Génova. Municionero del ejército español
en Italia entre 1742 y 1748 pasó al servicio del rey de
Nápoles como administrador general de aduanas. Ya en 1753
alcanzaría el cargo de secretario de Hacienda que mantendría
en España, tras el traslado de Carlos III a su nuevo reino. La
figura del estadista italiano, también secretario de Guerra
desde 1763, sirve de hilo conductor al autor para enfrentarse al
problema historiográfico y al contexto histórico que lo
envuelve. En ese sentido, El Motín de Esquilache es un
perfecto paradigma de lo que pretende ofrecernos en los últimos
tiempos un método historiográfico en alza: la biografía
histórica. Una metodología que ha empezado a dar frutos
insignes en los casos de protagonistas indiscutibles del siglo como
el marqués de la Ensenada (Gómez Urdánez),
Campomanes (Castro, Llombart), Carvajal (Delgado Barrado, Molina
Cortón) o Rávago (Alcaraz Gómez).
En
el caso que nos ocupa, puede afirmarse que la premisa preconizada por
la biografía histórica se cumple a rajatabla. El
interés de estas páginas pasa por encima del sujeto
individual en pos de la historia colectiva, en una simbiosis muy
adecuada de ambos extremos. No estamos en absoluto ante una simple
enumeración de hitos, ante una historia fáctica más
o menos adornada, ante una hagiografía o ante un panegírico
razonablemente elaborado. El objetivo final trasciende al propio
marqués convirtiéndolo en la excusa para acercarse a
una época. Por si fuera poco, se acerca a un periodo
tradicionalmente calificado como de transición que ha pasado
desapercibido en las grandes síntesis del XVIII y que poco a
poco comienza a ser rescatado del olvido por las monografías
especializadas. Nos referimos al final del reinado de Fernando VI y
al comienzo del de Carlos III.
La
hipótesis de trabajo del autor es que las teorías que
hasta la fecha se han utilizado para explicar el motín de
Esquilache son en realidad causas coordinadas y complementarias que
actuaron en común para producir la caída del ministro.
Esta visión prima la multicausalidad como elemento vertebrador
del evento, descartando que las distintas alternativas sean
excluyentes.
En
los subsiguientes capítulos se hace un exhaustivo repaso a
dichas alternativas. Se detallan así los problemas de
subsistencias por causa del incremento de los precios del pan, los
descontentos surgidos en la capital por algunas de las medidas
adoptadas por el secretario, las relaciones tensas entre éste
y algunos sectores privilegiados de la sociedad española del
momento (clero y aristocracia fundamentalmente), el malestar de la
población por las medidas fiscales, la tensa situación
internacional, la enemistad del ministro con Campomanes, con Francia
y con los jesuitas.
De
este modo y muy al estilo de la historia total, contemplamos por
primera vez la incidencia real que cada uno de los factores
enumerados tuvieron, desde las causas más generales, como el
clima desfavorable que condicionó las malas cosechas que
precedieron el motín, o el contexto prebélico que se
vivía a nivel internacional en los meses anteriores, pasando
por el análisis microhistórico dedicado a Madrid o por
el análisis en clave socioeconómica de las tensas
relaciones entre los estratos privilegiados y el ministro hasta el
estudio de las relaciones personales del ministro con otros
personajes. Un recorrido por cada una de las escalas posibles de la
investigación histórica, una coordinación de
enfoques micro y macro, un empleo de diversas metodologías que
contribuye a arrojar nueva luz sobre la época.
Por
si fuera poco, la ambición del proyecto da un paso más
allá al otorgar a América un papel protagonista dentro
del discurso narrativo. Esta perspectiva integradora, esta visión
de conjunto que se ofrece del Imperio español en el XVIII
supera los tradicionales reduccionismos geográficos que han
limitado, en otros trabajos, el motín de Esquilache al marco
de la Península Ibérica, en el mejor de los casos.
La
obra contiene además una serie de anejos documentales
sumamente interesantes. El primero describe los orígenes del
marqués. A continuación se ofrecen dos documentos
relacionados con la toma de Manila, lo pagado por su rescate y las
razones británicas para ocuparla. Sigue un repertorio
amplísimo de las sátiras vertidas en 1766 y finalmente
fuentes sobre los planes bélicos de España y Francia
contra Inglaterra en esas fechas, con detallados estados de la flota
y el ejército de ambas coronas.
Todo
ello es resultado de una sobrecogedora recolección de
testimonios primarios. Una compilación que, por sí
sola, justifica la validez de la obra y su interés para el
gremio. La interminable lista incluye las clásicas
instituciones españolas (AGS, AGP, AGI, AHN), un grueso grupo
de archivos municipales españoles, la casi totalidad de los
archivos nacionales hispanoamericanos (México, Buenos Aires,
Santiago de Chile, Lima, Manila) y un listado considerable de
instituciones europeas, sobre todo italianas, aunque también
francesas y portuguesas.
La
recopilación de referencias bibliográficas no se queda
atrás. Cuarenta páginas de bibliografía forman
un epílogo digno de las casi 800 del global. Lo cierto es que
el tema tiene una cierta tradición en nuestra historiografía
y Andrés-Gallego pone un especial cuidado en todo lo
concerniente a este aspecto. Su minuciosidad la agradece, sin duda,
el especialista y demuestra que nos encontramos ante algo más
que una monografía más o menos elaborada. Nos hallamos
ante la plasmación de todo un proyecto vital y así
puede deducirse del listado de artículos, capítulos de
libros y otros trabajos que el autor adjunta al final de su
bibliografía y que ha dedicado al personaje, al problema y al
periodo.
En suma nos enfrentamos a
una obra básica para el historiador dieciochista donde se
descubren numerosas claves de una época a través de la
mirada de un solo personaje. Un espaldarazo definitivo para un método
historiográfico en boga, la biografía histórica,
pero también un reto para otros historiadores que deben
recoger el testigo y arrojar idéntica luz sobre otros
personajes protagonistas del periodo. Son los Wall, Grimaldi,
Huéscar, Gálvez, Arriaga, Roda... los grandes
desconocidos del XVIII.
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