RESISTENCIA ESTÁTICA.
LOS NEGROS COLOMBIANOS
CONTRA LA ESCLAVITUD: CARTAGENA Y MOMPOX, SIGLO XVIII
Moisés
MUNIVE CONTRERAS
INTRODUCCIÓN
En todas las épocas
y en todos los lugares, el débil, el sometido y el oprimido se
enfrentan al fuerte, al opresor y al poderoso; pero los términos
en que se definen son diferentes en cada momento y espacio. En el
período colonial, por ejemplo, la estructura estaba diseñada
de tal manera que vastos grupos humanos formaban parte de la
población pero en general presentaban una existencia recortada
como sujetos de derecho. Este fue el caso de los negros esclavos.
Un buen número de
las investigaciones tradicionales que existen en Colombia sobre la
esclavitud y, más precisamente, sobre las formas de
resistencia al sistema, desarrollan sus argumentos en relación
con las huidas individuales y colectivas premeditadas o concebidas
espontáneamente. Es decir, el cimarronismo es el problema que
por lo general se asocia con el intento por parte de los negros
esclavos por zafarse del agobiante sistema esclavista.
Cuando se aborda esta
problemática desde una posición legal para los negros,
la mayoría de los autores proponen el asunto de la compra de
la libertad; los cuales se ponían de acuerdo con su amo y
destinando cierta cantidad de dinero ganado los días festivos,
ahorraban para liberarse ellos mismos. Sin embargo, un buen número
de estas investigaciones no abordan el problema de la resistencia de
una manera menos directa contra el sistema y el amo. Es decir
manifestaciones que, por ejemplo, se orienten hacia otros aspectos de
la vida, pero igualmente de una forma disfrazada encaran la
esclavitud. Esto es lo que podría denominarse resistencia
estática, acciones por parte de los esclavos que al ver
reducida su posibilidad de acceder a la vida libre, entonces de una
forma inconsciente rechazan el sistema desde otra posición.
Debe entenderse resistencia estática como simples reacciones
en contra de cualquier sujeto u objeto que represente a la estructura
esclavista. En este punto es necesario acudir a algunos conceptos del
psicoanálisis sobre mecanismos de defensa, para darle otra
interpretación a un número relativamente bajo de casos
criminales encontrados en el Archivo General de la Nación
(Colombia). Juicios de segunda instancia, apelados ante el Tribunal
de la Real Audiencia del Nuevo Reino, que se constituyen en fuentes
ideales para escuchar las voces de los comprometidos en las causas:
acusados, testigos y administradores de justicia.
Reconstruir o interpretar
la historia de la resistencia esclava con base en fuentes primarias
que no fueron hechas para tal fin, resulta ser una labor apasionante
por cuanto se trata de sacar zumo a unos documentos que precisamente
no fueron escritos con ese propósito. Es claro que la
población negra no fue objeto de especial mención en
cualquier documento con la intención de guardar su memoria
histórica, por lo tanto los folios de archivo presentan
problemas relacionados con la idea de que sólo quedaban
consignados algunos aspectos; y más precisamente en las causas
criminales aquí estudiadas. Es decir, la información es
selectiva, los escribanos redactaban a su manera y en ocasiones hasta
tergiversaban la información. Sin embargo estos mismos
documentos ofrecen la posibilidad, gracias a la lectura juiciosa, al
análisis y la interpretación seria y respetuosa, de
reconstruir la memoria colectiva de estos humanos. Por eso, dar vida
a la población negra esclava, saber algo de su visión
del mundo, de sus percepciones y para este caso específico de
sus manifestaciones de resistencia, es un reto que este tipo de
fuentes primarias ayudan a esclarecer.
En tal sentido se
evidencia la necesidad de proponer otra opción para la
solución al problema histórico del rechazo negro a la
esclavitud. Los asuntos criminales efectuados por esclavos pueden
también constituirse en otra verdad, aunque fuese parcial,
sobre la oposición al sistema esclavista. ¿Por qué
estuvieron implicados negros esclavos en casos de este tipo, si de
todos modos esto no alteraría su condición de
sometidos? Si un grupo de subyugados quería safarse de la
estructura que lo agobiaba, se organizaba y enfrentaba al sistema,
pero si no lograba consolidar un proyecto colectivo, entonces
individualmente buscaban de manera inconsciente otras salidas, aunque
estas fuesen simplemente de una forma soterrada.
Desde tal perspectiva, el
homicidio, el robo, la violación, la injuria y cualquier tipo
de agresión por parte de los esclavos hacia sus amos podrían
entenderse también como una expresión o reacción
estática al sistema esclavista operante. Algo así como
manifestaciones o mecanismos de defensa, modalidades que el negro
puso en marcha con la finalidad de mitigar o suprimir las
excitaciones internas generadas por la esclavitud. Mecanismos
protectores que le permitieron crear la posibilidad de revertir la
percepción que tenía de su situación.
SABOR A VENENO
Cartagena
de Indias fue una plaza fuerte bastante importante dentro del sistema
defensivo del Caribe hispano, uno de los desembarcaderos acreditados
en los dominios españoles de América para penetrar
negros esclavos y un puesto de asentamiento de la Flota de Galeones
en su comercio con Sur y Centroamérica. El monopolio del
comercio exterior y del tráfico de esclavos transformó
sustancialmente la vida social de esta ciudad, dotándola de
una identidad peculiar en el concierto neogranadino; donde el
elemento decisivo de tal cambio fue la importación masiva de
miles de negros, la mayoría residentes hasta su posterior
envío a tierras del Perú, Quito, Panamá y el
interior de la Nueva Granada.
Aproximadamente se está hablando de 823 esclavos en promedio
por cada uno de los 300 años de dominación colonial, es
decir, al menos 250.000 negros entraron a la actual Colombia y un
poco más de 62.000 se encontraban en todo el territorio de la
Nueva Granada hacia finales del siglo XVIII.
Cada uno de estos esclavos pensó su libertad todos los días
de su vida, de una u otra manera según sus posibilidades
colectivas o individuales.
En
1746 se procedió causa criminal contra tres negros esclavos,
uno de ellos propiedad de Matías Ángel por haber
intentado envenenarlo. Tomás, José y Sebastián
idearon un plan durante un tiempo prudente con el fin de crear un
espacio que le facilitara el camino libre a uno de los subyugados a
través de una vía diferente.
Los esclavizados africanos y afro colombianos en el transcurso del
período colonial lucharon incansablemente por zafarse de la
esclavitud, pues la mayoría no habían vivido y padecido
sus efectos.
Lucha que se encarnó dentro de una concepción de lo
personal y que se podía expandir a una acción de grupo
que al conseguir el objetivo se tornaba defensiva, la cual se conoce
con el nombre de cimarronismo.
El
Ambiente particular en el que se desenvolvían los tres
esclavos mencionados no les daba la oportunidad de huir bruscamente
hacia regiones apartadas o simplemente no se atrevieron. Les fue
necesario entramar una estrategia un tanto salida del contexto de
aquellas primeras manifestaciones para escapar de la institución
esclavista.
La fuga hacia lugares casi inaccesibles daba como resultado la
construcción de poblados o fortalezas llamadas palenques. Sin
embargo no toda huida terminaba en la edificación de uno de
éstos, fugas masivas con posterior dispersión
constituirían cimarrones errantes, quizás como
mecanismos de defensa para evitar delaciones en caso de capturas.
Este no era el espacio con el que contaba el esclavo José.
La
intención del negro era conseguir unas hierbas venenosas,
suministrárselas a su amo y conseguir la libertad. A Tomás
y Sebastián se les acusó de haber sido los mediadores
en la venta del herbaje. Sabiendo que sus efectos eran mortíferos,
le ofrecieron de común acuerdo darle un remedio para amansar a
Matías Ángel por la suma de $300, con la promesa de
devolverle el dinero de no efectuarse el contrato. En los días
de fiesta se veían, después de terminada la misa, cerca
al hospital San Juan de Dios para idear la mejor forma y la menos
sospechosa de atentar contra el amo.
El brebaje estuvo tan bien elaborado que las varias veces que lo tomó
el dueño del esclavo nunca le encontró calidad ni sabor
a veneno, sino hasta el momento en que comenzó a sentir
dolores de estómago y náuseas que le provocaron
bastante vómito.
Inmediatamente
fue atendido por un galeno de la ciudad que no pudo dictaminar con
certeza, en un primer tiempo, el intento de envenenamiento. Una vez
que se logró identificar e interpretar con plenitud los
sucesos, los negros Tomás, José y Sebastián
fueron aprehendidos por la autoridad competente. Ahora era necesario
precisar el rol de cado uno dentro del plan macabro y asignar los
correspondientes castigos: “al esclavo que represento le sobra
malicia aunque edad le falte, pero dado el caso que dicho negro con
malicia estudió y eficaz conato hubiera propinado el veneno
que lo fuese capaz de quitar la vida en los rigurosos términos
del derecho no habiéndose seguido el efecto aunque practicase
en la administración repetida de mortíferos
ingredientes no es mi parte reo de muerte ni se le debe aplicar a
pena”.
En este caso la condena era de 200 azotes y 6 años de trabajo
en fábricas.
Era
claro que el esclavo Sebastián no contó con la
posibilidad, legal o ilegal, de entrar a la vida libre, pues si el
promedio de una carta de manumisión en el siglo XVIII no
superaba la suma de $270,
no era necesario pagar $300 por el veneno. Es decir, se deduce que el
amo no le quiso vender su libertad, situación que lo empujó
a la opción de las hierbas. Matías Ángel no
estaba motivado a hacerse partícipe del ritual de la
liberación por compra: el esclavo manifestaba a su dueño
la intención de manumitirse y el propietario podía
acceder a negociarla. Cuando las dos partes alcanzaban un acuerdo
satisfactorio en cuanto a la cantidad y forma de pago, acudían
ante el escribano donde se procedía a plasmarlo en un
documento oficial.
Por esta negativa, el negro esclavo Sebastián se vio obligado
internamente, como mecanismo de defensa, a efectuar dicho
envenenamiento al no contar con otro espacio para gozar de los
derechos de la libertad.
ATRACO OCULTO
Así
como Cartagena era un puerto privilegiado dentro del imperio español,
Mompox era el centro de distribución de las mercancías,
incluidos los esclavos, llegadas a Santa Marta y Cartagena con
destino al interior del país.
Esta villa era una población muy importante de la Nueva
Granada, la tercera en orden al número de habitantes,
aproximadamente 7118 personas hacia finales del siglo XVIII.
Los españoles habían sido atraídos por las
ventajas de su trascendente posición geográfica que le
hacía el centro del comercio del río Magdalena, por las
facilidades de comunicación, las riquezas naturales de su
suelo, la fertilidad y abundancia de sus campos.
Allí iban a avecindarse de otros lugares de la Nueva Granada y
de la Península.
Mompox
contaba con unas 600 casonas de mampostería y teja de barro,
casas de un solo piso de alto frente y grandes ventanales, ancho
zaguán y portón, amplios patios interiores llenos de
árboles frutales, plantas y flores. Habían 1800 casas
repartidas en 48 manzanas, en 6 plazas y 6 iglesias, con uno de los
primeros hospitales públicos de América del Sur (San
Juan de Dios), varios conventos, aduanas, cuarteles, fábrica
de aguardiente, expendio de tabaco, pólvora y naipes, casa de
fundición del oro, comisario de Santa Inquisición,
cárcel, matadero y carnicería públicos.
En la mayoría de estas edificaciones pasaban, trabajaban o
vivían negros esclavos pensando y maquinando su libertad.
Hacia
mediados del siglo XVIII, Francisco Carrión interpuso demanda
judicial contra su esclava Josefa y la encubridora María
Francisca por hurto de cierta cantidad de dinero y joyas.
En la villa de Mompox el esclavo dispuso de dos formas legales para
obtener su libertad: por voluntad del amo o a través de la
transacción negociada. Sin embargo parece que la criada de
Francisco Carrión no contó con esos espacios a su
favor, lo cual se convertía en una situación
desesperante. En determinadas circunstancias los negros podían
aguantar grandes privaciones y hasta crueles castigos, pero en su
interior no soportaban fácilmente la imposibilidad de
conseguir su manumisión ya fuese por gracia, voluntad
testamental o por compra.
Desde esta perspectiva se entiende la reacción exasperada por
robarle plata y alhajas a su dueño: “habiendo echado de
menos el dinero que le falta y las joyas ha hecho inquisición
para averiguar el sujeto que pudiese hacer semejante substracción
y se le ha informado por varios testigos sobre las negras
responsables”.
No
era extraño, por tanto, encontrar esclavos procesados por
asaltos o hurtos, maneras más rápidas de obtener
dinero, pues en poco tiempo podían hacerse con la cantidad
exigida para su liberación. Considerando que las leyes como
las Siete Partidas facilitaban la fuente que le permitiera a los
esclavos ahorrar el dinero necesario para comprar su libertad, tal
fue el caso del sistema de jornaleros donde los negros eran enviados
por sus amos en los día libres y festivos a las calles a
buscar jornal trabajando en los innumerables empleos urbanos
(aguadores, cargadores, vendedores ambulantes, etc);
y teniendo en cuenta que la intención final de Josefa era
comprar su libertad,
entonces se supone que la esclava no estaba interesada en ahorrar con
juicio y disciplina durante varios años el dinero
correspondiente al valor de su libertad y el amo tampoco estaba
motivado a concedérsela.
A
raíz de situaciones como ésta, algunas leyes
facilitaron la liberación pero con severas restricciones a las
manumisiones privadas. Por ejemplo, se recomendaba que los subyugados
no aspiraran a ser libres a menos que probaran un abnegado
comportamiento; y que los amos no recibieran el desembolso para la
libertad a negros que no evidenciaran haber obtenido el dinero a
través de esfuerzos legales.
Por su parte Francisco Carrión siempre se quejó que le
faltaba plata en su baúl pero nunca consideró que se la
estaban robando, debido a las pequeñas sumas que le sustraían
y porque por lo general tenía dinero a granel y no se
percataba de las diferencias.
Josefa
quería ser libre para hacer parte de esa nueva población
negra que se incrementaba año tras año, formando una
gran masa marginal dentro de la cual había importantes
sectores que a pesar de la discriminación y la explotación
habían logrado un relativo desenvolvimiento económico;
pero como no experimentó la facilidad de un camino expedito e
impulsada por esa capacidad interna propia de los seres humanos por
superarse, de vivir y desarrollarse de una manera positiva a pesar de
la presión y la adversidad,
optó por otra vía. Seguramente no tuvo las agallas de
enfrentarse con la esclavitud a través de la insubordinación
o la fuga, o simplemente las circunstancias de su entorno no se lo
permitieron, por eso de una forma consciente resistió
estáticamente (por medio del robo) a la estructura que la
agobiaba.
La
negra que la ayudó a ocultar el dinero, mientras ahorraba el
valor de su carta de libertad, se defendió con una
argumentación prudente y hasta válida: “dijo que
no sabe nada de donde sacaba lo que le fue dando, que solo sabe que
tuvo la granjería de 2 o 3 fanegas de maíz, cuando
valía barato lo guardaba hasta que valía a tres reales
el almud, que entonces lo vendía y todas las semanas le
llevaba dos pesos”.
FUGA DE LA RELIGIÓN
Una
de las características de la esclavitud fue la negación
de un considerable número de derechos sobre aquellos que
soportaron su rigor, no pudiendo desprenderse con facilidad de su
naturaleza represiva. Durante la centuria decimoctava se dictaron
muchas leyes, pero la mayoría de estas normas que en teoría
eran jurídicamente avanzadas y positivas para un buen número
de la población esclava, no cambiaron sustancialmente el
tratamiento indigno a lo que estaban acostumbrados los amos y en
general la mayoría de la sociedad.
Incluso, aunque la Iglesia contó con teólogos que
propusieron debatir sobre la institución esclavista, la
mayoría justificándola otros no, solamente hasta
finales del siglo XVIII comienzan a producirse transformaciones
favorables para los subyugados. El cambio de mentalidad operó
en torno a 1791 cuando la ideología igualitaria francesa y el
abolicionismo británico dieron al traste con la vieja
justificación aristotélica de la esclavitud.
Sin embargo para los esclavos tales discusiones y debates eran más
teoría académica que vivencia personal, por eso no era
tan extraño que muchos de ellos percibieran a la Iglesia como
un elemento más de la institución opresora. Ante tal
situación se hizo necesario para un buen número de
negros buscar o construir espacios de escape o resistencia.
Hacia
el año de 1790 se le procedió causa criminal al negro
esclavo Pedro José por el robo de la corona del niño
Jesús en la iglesia de la Santísima Trinidad.
La mayoría de los asuntos criminales que se encuentran en los
archivos podría decirse que fueron el producto de la
naturaleza misma de las relaciones que definía al uno como
superior y amo, y al otro como inferior; sin desconocerse, eso sí,
que no se puede ser tan esquemático al deslindar tajantemente
esclavitud y libertad, sin sospechar siquiera traslapes,
negociaciones y dependencias mutuas.
En este caso específico el objeto de agresión o el
mecanismo de defensa fue dirigido a la institución religiosa,
la misma que aprovechaba el opresor como medio de apaciguamiento. Las
Siete Partidas ordenaban instruir a los esclavizados en los
principios del catolicismo para que fueran bautizados durante el
primer año de enseñanza, con el interés de
desterrar las creencias ancestrales, sabiendo que el proceso de
aprehensión no era fácil ni rápido.
Una cosa era el espíritu de la ley y otra muy distinta la
realidad vivida.
Un
testigo vio correr deprisa y desesperado al negro esclavo, al cual se
le levantó una manta de lona que llevaba sobre sus hombros,
por el movimiento brusco que hacía. Tremenda sorpresa
experimentó cuando vio caer de los brazos dos cabos de vela
que desde días atrás se echaban de menos en el altar de
la iglesia junto con la corona. Dos soldados de la primera compañía
lo persiguieron, lo alcanzaron y le encontraron los utensilios que
faltaban en la parroquia. De tal forma lo condujeron a la autoridad
superior: “acaban de traerme preso a un negro que se dice haber
robado en la iglesia la corona del niño que tiene la imagen de
San José y dos velas del altar del santo, todo lo que se le ha
traído a este gobierno y para averiguar este hecho y
castigarlo mando que el regidor alguacil proceda a recibir el
correspondiente sumario”.
Esta manifestación de robo podría tener una explicación
un tanto especial si se observara desde la óptica o sobre la
base de la argumentación básica del psicoanálisis
en relación con los mecanismos de defensa.
Es
cierto que en ninguna parte de los interrogatorios tanto al preso
como a los testigos se menciona la intención o finalidad del
hurto, igual que no se precisa si existía el interés
por parte del subyugado de vender los elementos y comprar la carta de
libertad, suya o de algún pariente, con el dinero conseguido.
Pero si apoyamos éste y los otros casos que hacen parte de la
investigación en algunos conceptos fundamentales del
psicoanálisis, podríamos suponer que sí hubo
relación entre juicios criminales y resistencia a la
esclavitud. Además tales situaciones son evidencias de cómo
los esclavos escapaban del determinismo y se convertían, a
pesar de las circunstancias de maltrato y tensión, en personas
que mostraban un desarrollo normal y lograban superar las
dificultades que el sistema les imponía. También
batallaron contra cualquier representación de la esclavitud,
como la Iglesia, de una manera indirecta o soterrada. Máxime
si se tiene en cuenta que los negros africanos experimentaban como
principal religión el animismo.
Creen en la existencia de dioses y se aproximan a él a través
intermediarios que están en la naturaleza en forma de genios,
espíritus o hasta antepasados.
Considerando
la ignorancia relativa a las normas que favorecían a Pedro
José y todos los negros sobre sus posibilidades de manumitirse
y ante la negativa de algunos amos de socializarlas con sus
esclavizados, el monarca en España propuso que se capacitaran
con suficiencia en las disposiciones, pues por el desconocimiento se
presentaban abusos opuestos a la legislación y demás
providencias generales y particulares.
En esta condición, le era necesario a Pedro José crear
inconscientemente un dispositivo de defensa.
En
determinados períodos de la vida y con arreglo a su propia
estructura específica, el individuo (los esclavos no serían
la excepción) puede seleccionar entre uno y otro método
defensivo, represión, desplazamiento o transformación;
mecanismos que puede usar tanto en el combate como en la defensa.
Desde esta perspectiva podría interpretarse el robo de la
corona del niño Jesús y las velas efectuado por el
esclavo Pedro José. Él estaba rechazando indirectamente
el sistema que lo reprimía, eso es lo que en este estudio se
denomina resistencia estática. Como la religión era un
elemento activo de esa estructura opresiva, a esta también
había que lanzarle dardos de inconformidad.
Finalmente al subyugado
se le condenó a la pena de 200 azotes por las calles de la
ciudad a voz de pregonero que montado en un burro publicaba el
delito, y a 10 años de presidio a ración y sin sueldo
en las obras de fortificación de la ciudad. De todos modos el
negro intentó lo que cualquier otro en su misma condición
hubiera hecho, socavar los cimientos del sistema esclavista, sin
importar que fuese en forma indirecta.
MALICIA EN EL ROBO
La
creación de un sentimiento de identidad y de comunidad entre
los esclavos africanos de América Latina fue esencial para su
supervivencia como sociedad y como grupo. Establecieron familias,
educaron a sus hijos y tuvieron sus creencias, todo lo cual daba
legitimidad a sus vidas; sin embargo, éstas estaban en buena
parte bajo el imperio de otros. A quienes eran incapaces de
conformarse o de refrenar su individualidad, o tan desafortunados
como para no encontrar cierta autonomía o protección
dentro del sistema, les quedaban como salidas la fuga o la rebelión.
Las manifestaciones de resistencia de los esclavos negros pueden
ubicarse en cuatro acciones: la primera, oposición cotidiana
evidente en la disminución del ritmo en las labores, el manejo
desacertado de las herramientas y la indisciplina en el trabajo, con
el fin de requerirle a los amos la anulación de los malos
tratos, castigar a los capataces crueles, aumentar el tiempo libre o
el disponible para sus propios trabajos y las posibilidades de
visitar la familia o vivir con ella. La segunda, pequeño
cimarronaje que hacía referencia al abandono temporal del
trabajo para tomarse un día libre, con el propósito de
solucionar situaciones laborales, mejorar las condiciones de las
familias y el tiempo para socializar. La tercera se conocía
como gran cimarronaje que incluía a los esclavos que buscaban
la libertad definitiva, rompiendo con el control de sus amos para
fundar sus propias comunidades o encontrar refugio en otra que les
diera mayores oportunidades e independencia.
Escapaban con la intención final de abandonar la sociedad
esclavista y hacer una vida propia fuera del control de sus
propietarios y de las autoridades coloniales. La cuarta, resistencia
a través de otras manifestaciones, por lo general
individuales, contra sujetos u objetos que representaban o
simbolizaban al sistema esclavista. Por ejemplo, para algunos
esclavos hurtar prendas de alto o bajo valor también era una
forma inconsciente de rebelarse contra la estructura y sentirse
libres.
A
finales del siglo XVIII se le siguió juicio por robo a Anselmo
Miranda, esclavo de Antonio Carranza: “el subinspector general
de las tropas dijo por el sargento que estaba de guardia el día
de ayer se le ha remitido a un negro por haber hurtado dos polleras,
una manta, una hamaca y un pañuelo, debiéndose proceder
a formarle el correspondiente sumario para inquirir y averiguar la
verdad y castigar al delincuente y sus cómplices”.
Una primera mirada a casos como este que se presentaban con cierta
frecuencia, llevaría a pensar que los esclavos eran eternos
delincuentes, y que por eso se limitó su libre congregación
por la necesidad de impedir la vagancia y el crimen, relacionados
generalmente con el uso de bebidas alcohólicas; también
por el peligro a la formación de grupos que pudieran generar
reacciones contra el orden establecido.
Sin embargo, desde otra visión podrían entreverse
motivaciones diferentes.
Uno
de los testigos interrogados expresó que cuando estaba tocando
guitarra en su casa el domingo por la tarde, entró un moreno
al cual no conocía con certeza que se puso a entonar canciones
en su compañía. En el momento que la luz del día
desapareció mandó a encender una vela, viendo salir
corriendo hacia la calle al esclavo con un bulto debajo del brazo. Al
instante notó que sobre la barandilla de la cama faltaban las
dos polleras que allí había dejado. No lo persiguió
por temor a recibir un mal golpe, pero al día siguiente
saliendo muy de mañana con ánimo de buscarlo lo
encontró en la entrada de una iglesia. Las sospechas se le
aumentaron cuando vio que el negro huyó disimuladamente y se
escondió detrás de la puerta de una casa, por eso
decidió demandarlo ante la autoridad competente. En compañía
de dos soldados salieron y apresaron al esclavo, el cual confesó
que había tomado las polleras y la manta creyendo que eran de
un amigo, por eso las guardó para llevárselas cuando
tuviera tiempo.
La contradicción estaba en que expresó, por la misma
presión, que desafortunadamente ya las había vendido a
un dueño de canoa.
Este
suceso en general fue un detonante de disturbio, y es obvio, pues el
esclavismo por su aspecto compulsivo pocas veces dejó de ser
un factor de agitación desde el mismo momento de su
implantación; la cual pocas veces pudo acallar los anhelos de
libertad de los negros a pesar de su justificación religiosa y
económica. Prácticamente se podría decir que no
hubo territorio en el Nuevo Mundo, Cartagena y Mompox no fueron la
excepción, que no conociera disturbios provocados por la
desesperanza de hombres y mujeres arrancados de su continente en
evidencia terriblemente destructiva.
Aquí puede estar el origen de la resistencia, que en todos los
lugares, tiempos y circunstancias no se exhibió de igual
manera.
El
castigo que se le impuso a Anselmo Miranda fue la aplicación
de un buen número de azotes, por eso la protesta del
procurador general en calidad de protector del esclavo: “que la
pena es excesiva y nada correspondiente a la cortedad de los hurtos.
Este es un delito que admite parvedad de materia y el derecho no
permite que se imponga igual castigo al que roba una cantidad crecida
que al ladrón ratero. Parece que resultando ser las cosas
hurtadas de muy poco valor, el ladrón menor de edad (17),
debía aminorarse aquella pena”.
Sin embargo, desde el plano en que se están analizando o
interpretando estos casos, no fue tan cierto lo expresado por la
defensa en relación con la supuesta sencillez y poca malicia
por parte del esclavo para concebir el delito.
En
vez de medir sólo la intencionalidad del acto propiamente
dicho (esto es lo que muestran los documentos primarios
seleccionados), habría que calibrar o establecer además
el grado de madurez con el que intentó asestar el golpe al
sistema. El robo podría considerarse también como un
mecanismo de defensa inconsciente para resistir a través de
otra vía la estructura esclavista. Dispositivos de protección
entendidos como luchas del individuo contra ideas y afectos dolorosos
e insoportables, que se movilizan o estimulan por el conflicto
originado en el combate entre impulsos instintivos contradictorios.
Es decir en su afán interno por disfrutar de los privilegios
naturales que ofrecía una vida libre, algunos negros que no
pudieron oponerse llanamente, terminaron, muchas veces sin entenderlo
ellos mismos, cometiendo delitos o agresiones a sujetos que de una u
otra forma representaban a la institución de la esclavitud.
APROVECHANDO LA
CONFIANZA
La
situación de la gran mayoría de los esclavos en
cualquier lugar de Hispanoamérica fue dura, no solo por hecho
de intrínseco que aparejaba su posición, sino también
por el mal trato recibido y por el bajo porcentaje de oportunidad de
ser libres que algunos de ellos experimentaran. Es probable que
algunos amos hayan dado en ciertos momentos mejores tratos a sus
subyugados debido tal vez a la cercanía de sus relaciones
laborales, como fue el caso de algunos esclavos domésticos; o
que les concedían una que otra manumisión por sus
buenos servicios y lealtad. Pero, en primer lugar, esas actitudes no
borraban la crueldad con que un buen número de propietarios
trataron a sus dominados;
y en segundo lugar el anhelo final de todo esclavo era simplemente la
libertad, romper las cadenas de opresión. Las buenas o malas
relaciones seguramente debieron ser una preocupación de
segundo orden. Por eso desde los primeros días de la
colonización, algunos esclavos se rebelaban contra sus amos
huyendo a los montes para escapar del sistema y convertirse en negros
fugitivos, llamados desde entonces cimarrones; a pesar de que el
espectro del castigo estuviese latente. El Consejo de Indias, las
reales audiencias, los cabildos, virreyes y gobernadores se
preocuparon constantemente por legislar sobre los más variados
aspectos de las actividades de los esclavos negros en América;
y las castigos correspondientes para los cimarrones no fueron la
excepción. Las penas más importantes para los fugitivos
fueron: 50 azotes por 4 días de ausencia, 100 azotes y una
calza de hierro en un pie por 8 días de ausencia, etc.
Los azotes se contaban hasta 200 según el tiempo de ausencia.
Era
claro, para muchos negros salirse de una vez por todas de la tutela
de sus propietarios y formar palenques con un grupo de sus compañeros
debía constituir un buen camino a la vida independiente.
También hubo los que sin pensarlo formalmente resistieron la
esclavitud por medio de otras expresiones.
Al
negro Lorenzo se le procesó en causa criminal por haber
acuchillado en el rostro a un capitán del ejército.
Juan Marquina, esclavo de Mompox, experimentó los vericuetos
en torno a un juicio debido a que había cometido varios
delitos,
como violación, incendio e injuria hacia la familia de su amo.
Si un esclavo se lanzaba sobre el cuerpo de un blanco para propinarle
en su rostro tres o más navajazos, podríamos darnos la
libertad de interpretarlo también como que dentro de su ser el
arma blanca representaba el instrumento que reventaba los grillos de
la estructura opresora, y la piel suplantaba al campo, la mina o la
casa en la que trabajaba como sujeto oprimido por un sistema que le
brindaba pocos espacios para realizarse como individuo emancipado.
Igual pudo haber pasado con aquellos esclavos que se atrevieron a
violar una mujer blanca.
Aunque
las manumisiones fueron una forma de manifestar algunos amos su
generosidad con sus esclavos como reconocimiento de gratitud a la
lealtad y legalidad con que les sirvieron, por lo general, la
libertad la obtenían después de la muerte del amo y muy
rara vez en vida del mismo. Es cierto que en ocasiones algunos
propietarios no solo se limitaban a dejar en libertad a sus negros
por los buenos servicios prestados, sino que además se
preocupaban por su futuro dejándoles medios para su
subsistencia.
El problema es que esas acciones no eran el común denominador,
sino más bien fueron excepciones de la regla, por lo tanto en
algunos casos había que recurrir a otros medios.
Hacia
el año de 1780 Antonio Rodríguez y Cepeda se quejó
ante el gobernador de Cartagena por los robos de ganado que
realizaron en su hacienda algunos esclavos domésticos.
Al amo le molestó que conocía bien a sus subyugados y
que siempre los había tratado de la mejor forma porque
prácticamente los vio llegar a la vida. Se suponía que
los esclavos domésticos gozaban por lo general de mayores
ventajas afectivas por aquello de su contacto diario, lo que
redundaba en mejores tratos y posibilidades de alcanzar la
manumisión. La natalidad o la educación de un esclavo
en la vivienda de su dueño se convertían en un elemento
clave en la consecución de la autonomía, facilitada por
el curso de una paternidad suplantada.
Para este caso en
particular, que seguramente podría aceptarse como una muestra
apreciable de unos comportamientos generales, parece que los esclavos
no se sentían tan agradecidos ni tan comprometidos con Antonio
Rodríguez. Máxime si se tiene en cuenta que lo más
frecuente era que ellos estuvieran dispuestos inconscientemente a
soportar castigos humillantes como el cepo, las colleras, las
cadenas, las esposas, los grillos y las calzas de hierro; en la
medida que también contaran con algún acceso a la
libertad. Como no sucedió, a pesar de estar muy cercanos a su
amo, fueron empujados por su interior a rebelarse de una manera
bastante peculiar, el hurto. Algo parecido a llamar la atención
y protestar por encontrar la puerta cerrada que los llevase a la
independencia.
POLVOS DE GUSTO
AMARGO
Desde
su arribo a América se le presentaron al esclavo negro dos
caminos hacia la libertad: la integración a partir de la
aceptación de los valores de la sociedad colonial o la
rebelión frente a estos valores.
Conscientes o no de su situación de explotados y de la miseria
en que vivían, lo más seguro es que los negros tuvieran
la imagen de un mundo a ganar y un deseo de cambio de vida;
ingredientes mínimos pero fundamentales para la elaboración
de un proyecto de escape, auque fuese rudimentario. Hubo voces de
protesta que, al no ser escuchadas, se tradujeron en rebeldía
o resistencia directa; y si en los laberintos del derecho fueron
algunas veces acogidas, no afectaron sustancialmente la base por lo
que continuaron como esclavos. La mayor parte de éstas se
limitaron a la condolencia defendiendo la dignidad del esclavo, pues
atreverse a poner en tela de juicio el derecho y las normas de moral
reconocidas o criticar abiertamente el sistema podía traer
consecuencias que no todos estaban dispuestos a soportar.
Ahí también se puede encontrar la raíz del
despertar del negro, la cual hay que buscarla en la respuesta que los
subyugados daban a la esclavitud en su doble carácter de
explotadora y discriminatoria, generando diversas formas de
resistencia.
En
el año de 1789 un médico interpuso denuncia contra
Juana María Rodríguez, esclava de su mujer, por haberle
encontrado una sustancia tóxica con destino al envenenamiento
de sus cuerpos. Durante ocho días la negra estuvo preparando
unas hierbas que suministraba en las comidas de sus amos. Por la
mañana, al medio día y la tarde se acercaba a sus
propietarios y les servía con ánimo voluntarioso la
mesa para que ingirieran los alimentos, pero curiosamente nunca
terminaban los platos porque cada vez degustaban un sabor extraño
en las comidas.
Ante tal situación y teniendo en cuenta que el señor
había estudiado medicina, decidió efectuar una
inspección minuciosa de la alacena de su casa, encontrando una
botella de color raro con agua fétida y polvos amargos. El amo
comenzó a intuir que en la mente de la esclava se estaba
gestando conscientemente un acto delictivo contra él y su
esposa, pero que a lo mejor también se dirigía de una
forma involuntaria o impensada contra el sistema.
Como
alternativa a la imagen del inconsciente como un receptáculo
oscuro en el interior, se podría plantear además la
posibilidad de que sea concebido como una extensión de lo
consciente, sin profundidad, una capa que cubre toda la realidad
porque no es otra cosa que la misma realidad, de la cual se extrae y
se selecciona una particular realidad consciente: la de la sociedad y
la del individuo.
Así que el dueño de la esclava decidió hacer la
prueba: “y habiendo una moneda de plata en el agua y una
cuchara del mismo metal, tomaron un color prieto, y reconoce tenga
aquella agua alguna malicia capaz de matar o hacer daño a su
salud, y al darle un poco al perro experimentó el efecto que
produjo”.
Inmediatamente comenzó el proceso por causa criminal.
Los testigos fueron
llamados, uno por uno para que expusieran su versión. Un
profesor de medicina y unos boticarios también constataron que
en el interior de la botella había un licor ácido
mezclado con agua, el cual era tan fuerte y de naturaleza corrosiva
que hubiera podido causar notables perjuicios a cualquier persona que
la tomase. La mayoría afirmó que el veneno era bastante
fuerte, pero que la familia completa no alcanzó a experimentar
los efectos porque siempre que sentían el sabor amargo tomaban
leche y eso les ayudaba a mitigarlo.
Se
hace necesario tratar de entender o acercarnos a motivaciones
profundas de Juana María Rodríguez para intentar
envenenar a sus amos. La negra ni siquiera contaba con unos
propietarios proclives a facilitarle un cambio de dueño:
“suplico se sirva mandar a mi señora ama Micaela Sánchez
reciba el justo importe de mi persona por el amo que yo he solicitado
quien está pronto a la exhibición de el dinero, para
corregir en justicia mi venta fuera de esta ciudad, teniendo yo
persona que quiera comprarme a mi agrado, que se obligue a mi ama a
que reciba el dinero que por mi le dan”.
Si el esclavo no tenía acceso a por lo menos buscar otros
ambientes de trabajo, iba a verse estimulado internamente a atacar la
estructura esclavista por medio de una agresión física
o hasta intento de asesinato hacia sus amos.
Juana
María Rodríguez entabló conversación
varias veces con sus dueños con el fin de lograr un nivel de
vida un tanto menos agresivo, pero la respuesta de José Sorel
y Micaela Sánchez fue siempre negativa. El efecto que produjo
en la negra fue el de ir pensando la manera legal o ilegal en la que
pudiera zafarse del mal trato de sus propietarios, pues precisamente
uno de los motivos para que huyeran los esclavos se relacionaba con
las actividades a que se veían forzados a realizar. Así
que en la medida que sus oportunidades de libertad o mejor relación
se agotaba, se iban abriendo espacios para mecanismos de defensa
diferentes. Esa fue la opción que tomó la negra,
seguramente se sentía desocializada por el impedimento de
constituirse como dentro de un grupo organizado; despersonalizada por
su asimilación a una extensión del amo; y a lo mejor
hasta desexualizada por la negación del ejercicio de las
funciones propias de cada sexo en relación con su cría.
De ahí la constante resistencia a la esclavitud, adoptada en
multitud de maneras que podían pasar del enfrentamiento
activo-directo y la utilización de los recursos legales que el
sistema esclavista les brindaba, al enfrentamiento pasivo-indirecto;
que aquí se denomina resistencia estática.
PUÑALADA AL
SISTEMA
En
los amos seguramente debió existir cierto sentimiento de
superioridad y en los negros un resentimiento constante hacia aquello
que les recordase su posición en la sociedad. Aunque
existieron ciertas diferencias entre la esclavitud rural y la urbana,
entre unas actividades económicas desempeñadas por los
esclavos y otras, y en las actitudes diversas de los amos,
principalmente muy marcadas durante el transcurso del siglo XVIII; lo
más frecuente fue que los negros poco dejaron de pensarse y
ser pensados como los órganos que en el cuerpo social de la
colonia tenían una función específica e
inamovible: estaban destinados solo a trabajar y no podían
aspirar a un nivel diferente.
Simultáneamente el negro creaba mecanismos de resistencia, es
decir que mientras los tratantes y los esclavistas procuraban
progresivamente hacer de los hombres de origen africano un esclavo,
una mercancía y una cosa; los subyugados procuraban
simplemente mantener su condición de hombres;
en otras palabras disfrutar como todo ser humano de los afanes y las
delicias de la libertad. Obviamente, cuando no contaban con los
espacios para realizar ese sueño, las reacciones podían
ser en algunos casos bastante fuertes.
Comenzando
la segunda mitad del siglo XVIII se le abrió proceso criminal
al esclavo Diego Suárez Pacheco por haber dado muerte a su
propietario: “una misiva en la que me participan haberle dado
muerte alevosa el negro Diego a José Domingo de la Bastida el
día 24 en su labor de mina que tenía dicho difunto en
la quebrada de la Borrachera, mando se siga a la mina para la captura
de agresor y practicar las demás diligencias correspondiente
en justicia”.
Es que en tiempos de crisis general o individual, sujetos hasta ese
momento normales pueden expresar la destructividad más
descarnada.
El amo había
salido de su casa en la mina a hacer una diligencia corporal a la
orilla de un monte cerca de la vivienda, encontrando en el camino a
su esclavo quien se había escondido aprovechando la oscuridad
de la noche. El negro se encontraba partiendo un manojo de tabaco con
un machete pequeño, cuando comenzó el propietario a
regañarlo y amenazarlo con un palo de azadón que traía
en sus manos. Escuchó en absoluto silencio cada una de las
recriminaciones y amenazas verbales hasta que no soportó más
y estalló con violencia. Mientras su amo vociferaba con la
propiedad que le daba el documento en el que estaba registrada su
legal ascendencia sobre el negro, éste iba llenándose
de ira no solo por la humillación y mal trato que le daba José
Domingo, sino también por su condición de esclavo. El
inconsciente debió estar empujándolo a que tomase valor
y rebelarse contra la estructura que en ese momento la representaba
su dueño en un cien por ciento.
La
rebelión personal siempre estuvo a las puertas en la sociedad
esclavista, sobre todo cuando los esclavos experimentaban obstáculos
insuperables en la sublevación colectiva. Ante los malos
tratos continuos, el abuso sexual o ante la inminencia del castigo,
algunos negros optaron por la fuga,
o como en este caso por el homicidio. Como no supo a ciencia cierta
donde le había propinado los machetazos, si en la barriga o en
el pecho y por lo tanto tampoco imaginaba la magnitud de la herida,
Diego Suárez salió despavorido hacia las afuera de la
mina. Por una trocha tropezó con un negro libre a quien le
contó con lujo de detalles lo sucedido, sospechando que había
asesinado a su dueño, como tal aconteció; pues el
liberto asombrado con semejante acto se devolvió hasta el
lugar la tragedia y constató la realidad de la agresión:
“amigo usted desde luego ha matado a su amo y que entonces
volvió a ponerse a llorar el agresor sin hablar palabra y que
habiendo dormido allí aquella noche le estuvo preguntando a un
muchacho por donde era el camino para escapar”.
Esto fue seguramente el fruto de un deseo de libertad frustrado,
cohibido y reprimido. La desesperación interna por
desprenderse de las cadenas opresoras llevó inconscientemente
a la acción de eventos extremos que aunque no hicieran mella
en el sistema, por lo menos permitían un escape individual,
por lo general no pensado o premeditado, y una manifestación
de inconformidad.
El
homicidio efectuado por Diego Suárez Pacheco puede tomarse
como una muestra de que las fibras que entrelazaban el diario vivir
de amos y subyugados no siempre se cosían por albedrío
absoluto de los primeros, ya que los segundos en su pretensión
o esperanza por sobreponer su precaria condición social, se
fugaban, quemaban posesiones y tierras, cambiaban sus nombres,
creaban nexos sentimentales y sexuales con sus amos, engendraban
hijos naturales de sus dueños, rompían los documentos
de propiedad y ofendían a sus amos y demás parentela;
con lo que intentaban dejar atrás el distintivo de mercancía.
Todo esto era con el objeto de ampliar sus posibilidades de gozar una
vida independiente, y si no quedaban más espacios de
resistencia, algunos hasta mataban.
IRA REPRIMIDA
En
el corazón del hombre negro el reflejo de la libertad debió
ser demasiado profundo como para soportar las cadenas de la
esclavitud sin quejarse. La rebelión fue un recurso mediante
el cual los esclavos expresaban su categórico rechazo al orden
social prevaleciente escapando de la unidad productiva donde era
utilizado como fuerza de trabajo barata, forzada y poco calificada.
Sin embargo, aunque la esclavitud creó una estructura social
bipolar, los negros pocas veces lograron plantear sus
reivindicaciones como miembros de una clase social en pugna con la
dominante, sino que se redujeron a obtener la libertad como
individuos y no como protagonistas de los antagonismos derivados del
régimen esclavista.
El siguiente caso, del negro Antonio Mina, ilustra claramente la
lucha personal.
Hacia
el año de 1769 Domingo Vidal demandó a su esclavo por
insubordinación y agresión a mano armada: “yo
natural de los reinos de España y vecino de esta ciudad digo
que con el motivo de tener mi legítima consorte en aquella
jurisdicción una hacienda de cacahual y esclavos pasé a
reconocerla a fin de dar algunas disposiciones, y luego convoqué
al negro que oficiaba de capitán , el que inmediatamente vino
con un machete desnudo que traía bajo el brazo y un cuchillo
en la cintura; y como le pregunté diese rezón de las
herramientas que se habían dado para las labranzas, respondió
con voces desentonadas y altivas que no tenía que darme
cuenta”.
Estos tipos de ejemplos se podrían interpretar también,
desde una óptica más psicoanalítica que desde la
mera posición dada por la exclusiva información de los
documentos, como simples respuestas mentales y motrices no
premeditadas a una situación de crisis que amenazaba con
aniquilar o atontar la conciencia; y revelan en los negros una
facultad muy sana de resistencia y de adaptación eminentemente
creadoras a las condiciones hostiles del medio socio-económico.
Las exigencias concretas de la lucha contra la esclavitud llevaron a
que algunos negros rebuscaran obstinadamente un nuevo equilibrio
psicológico y cultural.
Y a veces ese equilibrio se exteriorizaba a través de la
agresión.
El
conflicto entre el amo y el esclavo estalló realmente por un
desacuerdo en el negocio de la carta de libertad que Antonio Mina
estaba consiguiendo para su esposa. Los dos se habían puesto
de acuerdo para definir el precio de la manumisión, como era
lo normal y legal en la época. Por ejemplo en Cartagena y
Mompox durante el siglo XVIII la compra de la libertad se estableció
como el dispositivo legal de mayor importancia al momento en que el
esclavo intentaba hacer suya la vida libre. En estas dos ciudades la
independencia negociada se erigió como el procedimiento de
mejor viabilidad y probabilidad a la hora de soltarse de la
esclavitud.
Cabe anotar que la práctica de este tipo de manumisión
se dio principalmente por motivos económicos. Al lograr
manumitirse, por lo general los esclavos estaban viejos y muy
depreciados por el sobreesfuerzo que implicaban los trabajos extras,
los cuales se sumaban a las duras tareas impuestas por sus amos. Las
fuentes de ingreso de los negros eran tan exiguas que muchos
envejecían tratando de comprar su libertad. Los esclavistas
por su parte se veían en posesión de una cantidad de
dinero con la que podían obtener un nuevo esclavo más
joven y reiniciar el ciclo.
Así pues, la manumisión por compra constituyó un
buen negocio para los esclavistas, pero de todos modos para los
esclavos era una gran oportunidad; y eso fue lo que intentó
hacer Antonio Mina con su cónyuge.
El
día que se presentó la agresión fue precisamente
a raíz de los $300 que el esclavo había puesto en las
manos de Domingo Vidal y del rechazo de éste al comunicarle
que debía cancelar $400.
Aunque el negro contaba con la posibilidad de demandar a su dueño,
no lo hizo. Los esclavos podían apelar ante los tribunales en
los siguientes casos: primero si los habían liberado por
testamento y el documento fue ocultado de mala fe; segundo, si habían
conseguido dinero de otra persona y se lo confiaban a alguien con el
fin de que lo comprara a su amo para darle luego la libertad, pero
aquel se negaba a cumplir lo prometido; tercero, si los habían
comprado con el trato de que los liberarían cuando pagaran el
precio, pero el comprador se negaba a aceptar el dinero o darles la
libertad.
Por su parte, lo que el negro Antonio Mina decidió fue
resolver el asunto ahí mismo, pues ese era un buen tiempo para
explotar toda su ira guardada contra un sistema que lo oprimía
sin grandes consideraciones.
EN DEFENSA PROPIA
Así
como los esclavos vivían pensando en zafarse de la estructura
y en las opciones que tenían para efectuarlo, la preocupación
esencial del sistema era mantener el orden, lo cual significaba en
cierto modo lograr los índices de productividad, controlar las
huidas, las relaciones entre amos y esclavos, y facilitar las
alternativas de libertad en el tiempo pertinente, entre otros.
El fundamento se encontraba en la normatividad, que pretendió
establecer un cuerpo jurídico organizado para el control de la
población esclava y además demostró la
hostilidad de los amos hacia cualquier intento de regulación
del sistema que usufructuaban porque representaba un recorte de su
gran poder sobre los siervos. Las normas sobre negros se dieron
generalmente para solucionar los problemas que iban surgiendo. Más
que prevenirlos trataron de remediarlos, y las daban generalmente
entidades administrativas indianas.
De las leyes los esclavos esperaban, más que las del buen
trato, aquellas relacionadas con la libertad, pues esta era la razón
de sus vidas: “es de tanto aprecio la libertad del hombre que
no ha podido graduarse su valor sino por aquellos que ya
anteriormente han estado sujetos a personal servidumbre, y la misma
humanidad habla de esto con tanto entusiasmo que es preciso confesar
que después de la existencia del hombre no puede darse en la
tierra prenda de más valor que el libre y buen uso de las
acciones.
Al respecto siempre existieron ciertos paquetes de leyes, los famosos
códigos negros, los cuales tan sólo lograron elevar al
esclavo del rango de bruto, donde lo habían relegado los
socráticos, a un nivel intermedio entre bienes muebles y
hombres libres.
La ambigüedad de estos estatutos lo único que favoreció
fue a interminables querellas judiciales.
El
primer código negro fue elaborado para sujetar los esclavos y
reprimir el cimarronaje. El segundo fue el de 1724 que atentaba
contra el mismo principio de libertad de los ahorrados, obligados
siempre a mantener un singular respeto a sus antiguos amos, lo que
les impedía salir de la condición servil. El tercer
Código Negro español llamado Carolino, se dio para
sujetar a los esclavos evitando los levantamientos. Fue claro en lo
concerniente a las causas por las cuales se concedía libertad
a un esclavo: denunciar una conjura contra la vida de su amo,
informar el lugar donde estaban levantados un número de
esclavos, advertir de una sublevación o fuga, y haber salvado
a un blanco exponiendo su vida.
Precisamente ese fue el caso del esclavo Marcelo en las postrimerías
del siglo XVIII. Su amo ocupaba un cargo público de cierto
rango, el cual le había acarreado vario enemigos.
El
dueño del negro, Manuel Saa y Corral, estaba discutiendo tan
acaloradamente algunos temas con uno de sus tantos adversarios
políticos que llegó un momento en que ninguno de los
dos pudo retroceder la ira que cada vez iba en aumento. En ese mismo
instante la reacción refleja fue la agresión física
hacia Manuel, que si no es por la intervención oportuna del
esclavo el percance hubiera terminado con la muerte del amo que se
encontraba en minoría frente al agresor. Ante tal situación
Saa y Corral decidió concederle la independencia a Marcelo:
“iba en solicitud del citado su amo para que le entregase la
carta de libertad que le había ofrecido por haberle salvado de
la muerte que intentó darle Salvador Navarro y sus compañeros,
exponiendo dicho su esclavo la vida”.
En su afán de independencia el esclavo atacó y dio
muerte a los agresores de su propietario.
La
causa criminal que se le siguió puede también
entenderse como una reacción indirecta o estática al
sistema esclavista en la medida que no fue un acto a favor del amo,
en primer lugar, sino a favor del negro. No debería tomarse
tajantemente tal heroísmo como una respuesta en pro del amo,
que por su supuesto buen trato y afecto se había ganado la
voluntad del esclavo, pues se sabe que por lo general los negros
liberados de tal forma o pagando su manumisión eran los más
conocidos del amo, los de su servicio, aculturados, hábiles en
algún quehacer de manera que podían subsistir por sí
mismos.
Sin embargo, esto fue simplemente una oportunidad de ganarse la
libertad e igualmente (¿por qué no?) agredir
físicamente hasta asesinar a un hombre blanco, prácticamente
con el beneplácito de otro blanco. ¡Que más
pedir!
CONCLUSIÓN
El contenido de este
artículo giró en torno a dos eventos: uno que mostraba
donde se cerraba el espacio para cualquiera de las opciones de
libertad, legales o ilegales; y otro que vislumbraba donde se abría
el espacio para la resistencia indirecta o estática. Esta
última fue el eje del estudio, pues la primera solo servía
para reforzar la necesidad de encontrar una vía diferente de
escape a la esclavitud o al menos de protesta inconsciente contra el
sistema. Se dio la oportunidad de considerar cada uno de los sucesos
criminales en los que estuvieron envueltos negros esclavos en
manifestaciones soterradas contra la estructura esclavista.
Algunos tuvieron la
facilidad de huir o comprar su libertad y zafarse de la esclavitud,
otros contaron con el deseo interno de hacerlo sin poder efectuarlo;
pero a través de algunos hurtos, incendios y de agresiones
físicas o verbales contra blancos, otros expresaron sin
proponérselo incluso su rechazo a la estructura que los
subyugaba (así lo interpretó este estudio). En fin, a
pesar de que los negros esclavos nacieron y vivieron en situaciones
de alto riesgo, contaron con capacidades internas que les permitieron
surgir de la adversidad, adaptarse, recuperarse y hasta enfrentarla.
NOTAS:
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