EL EMPLEO DEL ESPARTO
EN LA CORDELERÍA NAVAL ESPAÑOLA DE LA ANTIGÜEDAD
HASTA EL SIGLO XVIII
Manuel
DÍAZ ORDÓÑEZ
1. LAS
FIBRAS UTILIZADAS EN LA CORDELERÍA EUROPEA EN LA ANTIGÜEDAD:
CÁÑAMO Y ESPARTO
En
Europa y en tiempos de la Grecia clásica, el cordaje realizado
en esta zona geográfica se confeccionó
probablemente con el concurso de una planta parecida al esparto
llamada Ginesta (Spartum junceum)
a la que los griegos llamaban sparton. La fuente
primordial para certificar nuestra afirmación la encontramos
en los textos de Plinio
que diferenciaba claramente las cuerdas realizadas en
Grecia con esta planta, de las realizadas por los cartagineses en la
Península Ibérica con esparto español.
En la misma línea, opinaba el latino Aulo Gelio (c. 123 –
165 a. C.)
quien, además, había vivido bastantes años
en Grecia lo que le confiere una especial credibilidad por su
cercanía a la cuestión material de las fibras. En su
obra Noctes Atticae, Gelio, refería que el esparto que
citaba Homero en la La Iliada y La Odisea serían
plantas propias de la misma tierra griega y no del esparto español
que en aquella época no tenía arribada comercial a esas
latitudes.
El
cáñamo avanzó hacia Europa siguiendo la ruta
continental asiática y abriéndose paso por la
cordillera del Himalaya y la India hacia el cuarto milenio BP.
La llegada del cáñamo a la Europa continental se
realizaría probablemente a través de los Balcanes,
estableciéndose en la península Italiana:
“The
most recent recovery of Cannabis pollen is from the Po Plain in
northern Italy, a region famous for hemp cultivation during the
historical period. Ravazzi (pers. comm.
1998) reports Cannabis pollen (positively
identified based on pore structure and grain size) from a Middle
Bronze Age (ca. 3500-3400 BP) village site. Cannabis pollen
percentages reach 30% near the river and 8% far from the river. These
layers also contain pollen of several cultivated and weed plants”.
Según
los trabajos de Michael P. Fleming y Robert C. Clarke,
el progreso del cáñamo como cultivo en Europa es
bastante difícil de investigar, entre otras cosas, porque los
expertos no lo han considerado, habitualmente, como una información
interesante en el trabajo de establecer la cultura material de la
humanidad y, en consecuencia, no ha sido objeto de una análisis
profundo. Es decir, no ha existido un interés preciso entre
los arqueólogos y otros técnicos que estudian la
Prehistoria para diferenciar claramente si los restos procedían
de cáñamo, lino, esparto u otra planta. Este hecho está
plenamente documentado y denunciado por los trabajos de los
autores ya mencionados, evidenciando que, por
rutina, en la prospección arqueológica se suele
concluir con ligereza que la fibra encontrada es de cáñamo,
cuando el yacimiento es chino y, por el contrario, se considera de
lino si la excavación se encuentra en Europa. Además,
son conclusiones que se realizan, siempre, sin esperar a una
concienzuda analítica bajo el microscopio que despejara
definitivamente las dudas.
Siguiendo esta misma línea de pensamiento, los autores se
cuestionan entonces la antigüedad real de la introducción
del cáñamo en los cultivos europeos,
con lo que se podría aumentar su cronología en varios
miles de años antes de nuestra era. Para ello se basan en que
los restos de fibras vegetales enganchados a una primitiva
herramienta de hueso encontrada en Adaouste, del segundo milenio a.
C., en la zona meridional de Francia, probablemente provendrían
del lino y del cáñamo.
También los restos de tejido localizados en las antiguas
ruinas de Gordium o Gordio, capital de la antigua Frigia,
(Yassihüyük) en Turquía referenciarían, en
opinión de Fleming y Clarke, el uso de cáñamo
trenzado con una antigüedad del siglo IX a. C. en zonas muy
próximas a Europa.
Finalmente, las evidencias textiles encontradas en Trakhones en
Grecia y pertenecientes al siglo VIII a. C., pondrían su grano
de arena final en la reivindicación de la antigüedad del
cáñamo usado en la cordelería europea que hacen
estos autores. En definitiva, hay que poner en duda la rutina
investigadora que asume la presencia de cáñamo en
Europa sólo en etapas muy avanzadas de la Prehistoria. En este
sentido es ejemplar la investigación de M. L Ryder demostrando
que las fibras vegetales halladas en Saint
Andrews (Escocia), datadas en la Edad del
Bronce y clasificadas como probables restos de lino por su
ubicación geográfica y cronológica, eran, en
realidad, restos de cáñamo. El
autor comparó los restos con muestras de lino ya identificado
y constató que el grosor de las primeras era bastante superior
a las segundas, observación que le llevó a plantearse
que se trataban de vegetales diferentes.
El cáñamo se convirtió, así, en la opción
más factible para clasificar aquellos restos vegetales
prehistóricos hallados en Escocia y, por tanto, habría
que retrasar la antigüedad de su
aparición en el continente. A la luz del estudio de Ryder
parece bastante sensato considerar que esta
fibra vegetal se habría introducido en el continente europeo a
partir del primer milenio a. C. y, que se fue asentando en el área
septentrional, probablemente por las mejores condiciones climáticas
y de suelo para favorecer su crecimiento y expansión.
Si
abordamos las informaciones de los autores clásicos para
observar la introducción del cáñamo en la nómina
de fibras destinadas a la cordelería debemos citar a Herodoto
de Halicarnaso, en cuya opinión el cáñamo habría
avanzado hasta la Europa Oriental en los últimos siglos antes
de nuestra era, porque nos dice que los habitantes de la Tracia lo
utilizaban para diversos usos cotidianos:
“Nace
en el país el cáñamo, hierba enteramente
parecida al lino, menos en lo grueso y alto, en que el cáñamo
le hace muchas ventajas. Parte de él nace de suyo, parte se
siembra. Los Tracios hacen de él telas y vestidos muy
semejantes a las de lino, tanto que nadie que no esté hecho a
verlas sabría distinguir si son de lino o de cáñamo,
y quien nunca las haya visto las tendrá por piezas de lino”.
Virgilio
(79-19 a. C.)
recogía en La Eneida la primera
información sobre cuerdas que posiblemente podrían
haber sido de cáñamo, basándonos en que él
utilizaba la palabra “stuppea” (stuppa
–estopa) para referirse a la materia prima de las cuerdas que
sirvieron a los infelices troyanos para introducir la ofrenda
envenenada en forma de caballo de madera de los griegos.
La cercanía de Tracia con la ubicación de la antigua
Troya en Asia Menor, puede inducir directamente al hecho de que entre
ambas localizaciones se pudiera intercambiar esta fibra. Finalmente,
y hablando ya de tiempos romanos, Marco Terencio Varrón
(116-27 d. C.)
en su obra general sobre agricultura Rerum Rusticarum
especificaba que las fibras vegetales utilizadas con preferencia en
su época para la confección de cordelería eran
cáñamo, algodón, juncos y esparto.
Ratificando esta última información debemos destacar
los escritos de Carol Ann Franklin que evidencian que el cáñamo
se había establecido firmemente como un producto más
del comercio romano.
El
lino obtuvo una rápida expansión desde su foco
principal de cultivo en Egipto y Anatolia. Proceso favorecido, sin
duda, por la preexistencia de especies de lino indígenas de
Europa, por lo que la cosecha de esta fibra se extendió a
través del eje del Danubio en dirección norte y oeste,
y acabó asentándose en Escandinavia y en los lagos
suizos en el Neolítico temprano.
2. EL
ESPARTO ESPAÑOL
En
el caso concreto de España podemos destacar las
representaciones pictóricas rupestres de las cuevas del Macizo
del Caroig en Alicante
en las que aparece claramente una figura humana
sustentada por unas cuerdas, mientras recoge la miel de un panal como
las más antiguas evidencias del uso de la cordelería
por el hombre. Esta tradición cordelera española
continuará con la llegada del Neolítico como recoge C.
Alfaro Giner en sus trabajos sobre la cestería, el textil y la
cordelería en la España protohistórica.
Los yacimientos arqueológicos en España demuestran que
el esparto (Stipa tenacissima)
tenía un arraigo en los asentamientos finales del
neolítico del sudeste de España. Un ejemplo de ello es
el hallazgo de los restos de esparto encontrados en las excavaciones
del poblado de la “cultura argárica” de Peñalosa
(Baños de la Encina) en Jaén.
También es conveniente destacar las evidencias de la impronta
de cordelería de esparto encontrada en el yacimiento argárico
de Los Cipreses (La Torrecilla, Lorca).
Lo que nos retrotrae a que el esparto podía hallarse
plenamente integrado en el utillaje humano, en forma de cordelería,
cestería o tejidos en la España meridional desde, al
menos, el quinto milenio a. C..
Un uso primordial de esta primitiva cordelería de esparto
servía para confeccionar las sogas que se utilizaban para
afirmar los elementos que soportaban las techumbres de los cobijos
iberos realizados con paja, junco o cañas.
Una vez tendido el material que cerraría el techo de la
vivienda se procedía a afirmarlo, atándolo fuertemente
con cuerdas realizadas con esparto. La manufactura de las hilazas de
este vegetal, en forma de fibras trenzadas como primitiva cordelería
es, por lo tanto, una realidad en la Península Ibérica
desde muy tempranas etapas del poblamiento humano. En este sentido,
los hallazgos de Cova Murada en Ciutadella de Menorca -que
provienen de la cultura talayótica- así
lo corroboran.
Esta
tradición se intensificó con el paso de los tiempos y
gracias al comienzo de la explotación pesquera de las aguas
costeras del sureste español, el esparto encontró una
nueva área de utilidad que fomentó su explotación.
A pesar de la bondad y la extensión del cultivo natural del
esparto en esta zona de España, otras áreas de la
Península también se beneficiaron de las posibilidades
que brindaba esta fibra en el utillaje pesquero. El hallazgo de una
red atunera en Tavira en Portugal, confeccionada con esparto, de una
antigüedad aproximada de finales del siglo V a. C.
respondería a esta situación. El caso de
esta red es sumamente interesante, porque se extendía en una
superficie cercana a los tres metros, refrendando
así a algunas fuentes de autores de la
Antigüedad que referían el activo comercio de esparto
existente en la Península. En este sentido se inscriben los
textos del siciliano Opiano
incluidos en su obra Halieutica hacia el 180 d.
C., o los de Claudio
Eliano en el siglo III d. C.
que narraban la importancia de la producción de
esparto para la pesca y la construcción naval de la Península
prerromana. Este vegetal continuó explotándose
firmemente con la llegada de los cartagineses y romanos,
los cuales supieron sacar un partido óptimo de la extensión
silvestre del cultivo de esta fibra por el sureste español.
El propio Estrabón nos confirma la salud de la exportación
del esparto peninsular hacia Italia y hacia otros lugares del Imperio
romano como una materia prima muy demandada para la confección
de cordaje.
Las noticias en este sentido de otros autores clásicos lo
continúan afirmando como es el caso de Justino,
Q. Horario Flacco
o C. Plinio Secundo quien realiza la descripción
más detallada del cultivo del esparto en España.
“El
esparto, cuyo aprovechamiento se inició muchos siglos después
del lino, no se comenzó a usar hasta la guerra que los púnicos
llevaron primeramente a Hispania. Trátase de una hierba
que crece espontáneamente y que no puede sembrarse, una
especie de junco, propia de terrenos áridos... En la Hispania
Citerior se encuentra en una zona de la Carthaginiense,
y no en toda, sino sólo en parte, donde lo hace inclusive en
las montañas. Los campesinos confeccionan en él sus
lechos, su fuego, sus antorchas, sus calzados; los pastores hacen sus
vestidos”.
Según
este último autor, el esparto se había comenzado a
aprovechar después de la guerra entre Roma y Cartago. Sin
embargo, es más que probable que Plinio se estuviera
refiriendo con esta fecha, al inicio de la explotación romana
del esparto peninsular, con fines de suministrar el abastecimiento
necesario para su ejército y su marina.
Nos basamos en nuestra conclusión en que las evidencias
arqueológicas que hemos presentado dejan claro que el uso de
esta fibra entre los pueblos nativos de la Península Ibérica
estaba totalmente arraigado antes de la llegada de los ejércitos
de Roma.
Siguiendo con este razonamiento es improbable que el autor no fuera
consciente de la antigua tradición de uso del esparto entre
los iberos, sobre todo cuando él mismo citaba la importancia
que tenía en la vida de los naturales de la Península.
Como prueba de esta última afirmación, el mismo Plinio
achacaba tanta importancia al comercio del esparto peninsular, que
cuando recopilaba sus conclusiones a su Historia Natural,
comparaba Italia, la Galia e Hispania en la línea de expresar
sobre cual era la más rica. La elección para Plinio era
clara. En primer lugar, mostraba sin reparos su primera preferencia
por la opción italiana, probablemente traicionado por su
orgullo de pertenencia a la urbe romana; en segundo lugar, opinaba
que las dos restantes podían asimilarse en la bondad de
cereales, aceite, vino, caballos y metales. Pero concluía que,
sin duda, Hispania quedaba por delante de la Galia en la riqueza del
esparto que crecía en sus suelos, además de por sus
colorantes, por la animosidad en el trabajo, por la resistencia de
los hombres y, finalmente, por el valor de éstos.
La
importancia estratégica del esparto peninsular
respecto al esfuerzo bélico de los países
de la época antigua está bien desarrollada por los
escritos de Tito Livio que se refieren a las campañas bélicas
entre Roma y Cartago, en el marco de las guerras Púnicas.
Uno de los fragmentos más definitorios de esta dependencia
hace referencia a una acción de guerra de la flota romana que
desembarcó cerca de Longuntica,
la actual Guardamar del Segura en Alicante, requisando una gran
cantidad de esparto y quemando todo el sobrante, que había
sido almacenado previamente por el ejército cartaginés:
“Naves
de carga asaltadas y capturadas en el puerto, sesenta y tres; algunas
con su cargamento: trigo, armas, además de cobre, hierro,
velas, esparto y otros materiales necesarios para armar una flota”.
La
llegada de los romanos a la Península provocó a largo
plazo que se pusieran en contacto el esparto nativo, con el cáñamo
que el comercio de éstos traía desde Asia Menor y la
propia Italia. La relación entre ambas fibras se acrecentó
por su concurrencia en los talleres de los artesanos latinos que
confeccionaban la jarcia para los mercantes que comerciaban en el
Mediterráneo. Esta especie de rivalidad entre esparto y cáñamo
en el sentido de cuál de las
fibras era la más adecuada para la manufactura de cordaje se
definió, desde un buen principio, por la preferencia de los
artesanos cordeleros peninsulares por el esparto si el género
iba destinado a su uso en el agua (marítimo, fluvial o
lacustre) y, por el contrario, del cáñamo si se
emplease en el medio terrestre. Esta especialización está
refrendada por los propios autores clásicos como Plinio quien
afirmaba este extremo de forma categórica
o Athenaeus (Ateneo) de Naucratisen
su Deipnosophistae, donde refería que entre los
materiales utilizados para construir una de las embarcaciones de
Hierón II de Siracusa se empleó para la confección
del cordaje fibras de esparto procedente de España.
La
evolución de la cordelería continuó en la Edad
Media y durante la Edad Moderna sin muchas diferencias con los siglos
anteriores. De hecho, las líneas maestras ya estaban
dispuestas por lo que hasta aquí hemos tratado y sólo
debemos hacer hincapié que, para el caso español, el
esparto y el cáñamo habían quedado rivalizando
como fibras de cordelería a finales del Imperio Romano. Otras
consideraciones a hacer serían el gran utilitarismo y la
facilidad que normalmente rigió la preferencia de una materia,
sobre otra, en la transformación de fibras en cordajes. Es
decir, la elección de unas u otras tenía mucho más
a ver con la cercanía al foco productivo de éstas. El
hombre utilizó en esta época indistintamente cualquier
material que le fuera fácil o barato de conseguir en la
confección de la tan, por otra parte, necesaria cordelería
en la vida cotidiana. Sentada ya esta pequeña síntesis
de la evolución material en la manufactura de cordaje hasta
los albores de la Edad Media se abordará, a continuación,
la relación directa de estos materiales con el medio marítimo.
3.
EL FIN DEL ESPARTO COMO MATERIA PRIMA EN LA JARCIA
DE LOS BUQUES MILITARES ESPAÑOLES
En
un buen principio pensamos que las embarcaciones militares españolas
se surtirían de esparto o cáñamo, en función
de su mayor cercanía a los lugares de producción:
esparto en el sur y cáñamo en el Levante. Siguiendo
dicho criterio, si la nave se construía u operaba en la zona
sur del país era más lógico que incorporara en
su aparejo jarcia de esparto debido a la cercanía a los focos
productores. Si, por el contrario, la zona de navegación de la
embarcación se encontraba en el Levante español o en
las costas catalanas, lo más plausible es que se aparejara con
cabuyería de cáñamo. Pero, es que, además,
existía una verdadera razón técnica que
aconsejaba el uso de una u otra fibra vegetal en la confección
del cordaje naval. La pista nos la facilitó una obra de 1537
titulada Quatri partitu en cosmographia practica i por otro nombre
llamado espejo de navegantes, escrita por Alonso de Chaves. En su
interior, el autor realizaba diversos estudios sobre las naos, su
construcción, medidas, equipamiento humano y material y, con
buen criterio pedagógico, incluía un glosario del
vocabulario especializado de los marineros de la época para
hacer más comprensible el tratado. Allí descubrimos su
definición del término marinero estrenque:
“Estrenque,
es una maroma gruesa de esparto con que se amarran las naos estando
surtas en los ríos que son buenas para allí porque las
de cáñamo dáñanse con el agua dulce”.
Según
esto, las características del esparto permitían que los
cabos confeccionados con esta fibra se adaptaran mejor a su maniobra
en los ríos. Es posible, pues, que aunque Chaves tan sólo
se estuviera refiriendo al amarre de la embarcación en los
ríos, el esparto también se utilizara habitualmente en
la confección de otras piezas de la jarcia del aparejo del
buque. Reafirmando este hecho, Adolfo António da Silveira
Martins en su estudio de la construcción naval portuguesa,
entre los siglos XIV y XV, también destaca la preferencia del
esparto en la cordelería de fondeo en los barcos de las
exploraciones lusas:
“Continuando
o tema dos materiais e equipamentos falámos sobre os dois
tipos de massame a bordo: o destinado à enxárcia e o de
fundear. O de fundear era normalmente de esparto e com menos
resistência que o de cânhamo, todavia suportava melhor a
putrefacção provocada pela frequente imersão em
água salgada. Para as enxárcias fixas emprega-se o cabo
de cânhamo alcatroado e para as móveis e de trabalho o
sem tratamento. O alcatroado, ainda que diminuísse
ligeiramente a resistência dos cabos, sem dúvida que
alargava o seu tempo de vida, ao protegê-lo dos efeitos
provocados pelos agentes atmosféricos e pela pressão a
que estavam sujeitos. O alcatrão nos dias de calor muito
frequentes nos trópicos, tornava-se gorduroso e difícil
de segurar com firmeza deslizando entre as mãos dos
marinheiros, tornando as tarefas muito mais dificultadas”.
Por
ello, y dadas las similitudes existentes entre la construcción
naval española y portuguesa de los siglos XIV y principios del
XV, especialmente en las zonas fronterizas como Palos de Moguer, los
datos que aporta Adolfo Antonio da Silveira sirven perfectamente para
definir la apariencia de los aparejos de las naves españolas
de esta época. Creemos que la mejor adaptación del
esparto a las aguas fluviales, unida a la cercanía de los
focos de cultivo esparteros o cañameros del país impuso
una separación en el mapa español del suministro de
jarcia en función de los materiales. En el sur, se centró
la confección de cordajes con esparto, habida cuenta de la
cercanía de los focos de cultivo de esta fibra. Por otra
parte, la Carrera de Indias tendría hasta el siglo XVIII su
centro principal en el puerto de Sevilla. Esta circunstancia
implicaba que los buques destinados a este comercio realizaran largas
estadías en las aguas dulces del Guadalquivir mientras se
realizaban las operaciones de carga, descarga, habilitación
para la travesía, reparación de averías y para
las visitas de los funcionarios de la Casa de la Contratación.
Es muy razonable pensar que los capitanes, patrones y armadores
echaran mano del esparto para confeccionar gran parte de la jarcia de
su aparejo, aprovechando la mayor baratura de esta fibra en función
de su cercanía a los centros de cultivo y por su mejor
idoneidad a las condiciones de los amarres en el río. En el
levante español, por su lado, la navegación era más
marinera y se caracterizaba por un activo comercio de cabotaje y,
además, los focos productores de cáñamo catalán
y valenciano estaban más próximos. En consecuencia, en
las ciudades de la zona mediterránea, los centros
transformadores de cordaje naval controlados por los gremios de
sogueros, corders de cànem, trabajaran preferentemente
el cáñamo en la confección de la cabuyería
con destino a la navegación mercante.
Pero
la separación no fue, ni mucho menos, lo diáfana que
parece expresarse en nuestro último argumento. La verdad es
que, durante los siglos XV a XVI, los buques españoles se
aparejaron indistintamente de cabuyerías de esparto o cáñamo
en función de factores tan dispares como la cercanía a
los centros productores, el precio de la jarcia confeccionada por una
u otra fibra o la urgencia de los propietarios en aparejar el buque.
Es decir, los armadores, capitanes o patrones de los barcos de esta
primera época adquirirían los cabos que necesitaban en
función de la baratura del producto o de las existencias de
estos efectos en la plaza de compra. Como ejemplo de esta situación
podemos referir que buques construidos en Cataluña que podrían
haber sido aparejados en exclusividad con cáñamo de sus
cosechas siguiendo el principio de mayor cercanía a las zonas
de cultivo, eran, sin embargo, aprovisionados indistintamente con
cabuyería de esparto y cáñamo. Por ejemplo, en
1419, Bernardo de Cruilles, recaudador de la Armada, recibió
una orden real de proveer a las galeras de las atarazanas de
Barcelona. Entre los materiales citados aparece “una gumena
tortissa de 4 quintars”,
es decir, un amarre de esparto, con destino a la galera Juhanuco.
Otro caso sería el de la llamada barca del panescalm de
Barcelona, citada por José María Madurell, construida
entre 1451 y 1452, y en la que se utilizaron indistintamente “fil
de canyem, filat e exarcia de spart” para su aparejo.
Santiago Hernández i Izal desarrolla esta misma situación
en sus comentarios a los Costums marítims de Barcelona,
destacando que el esparto se prefería, en la época de
transición entre la Edad Media y los tiempos modernos, a otras
fibras vegetales en el servicio de los amarres para las anclas del
buque construido en las costas catalanas.
Siguiendo
esta tradición y trasladándonos a la construcción
de buques en la zona sur peninsular y con destino al tráfico
oceánico, igualmente se verifica como en el Levante el uso
indistinto de ambas fibras vegetales en el aparejo de los buques en
los siglos XVI y XVI. El hecho más constatable de esta
práctica serían las órdenes que desde la Corona
se oficiaron a los funcionarios reales para que realizaran las
gestiones oportunas para aprovisionar de materiales a los buques que
se encontraban operando en las tierras recién descubiertas.
Sirva de ejemplo, la petición al tesorero Alonso de Morales de
que, en 1502, entregara un fondo de 53.000 maravedíes al
corregidor de Jerez de la Frontera, destinados a la compra de jarcia
de esparto y de cáñamo, clavazón, pez, sebo,
pólvora y salitre para cubrir la demanda de éstos en la
Isla de la Española.
Recogemos
ahora las noticias que la documentación y la bibliografía
nos han dejado sobre esta etapa final en la que el esparto acabó
siendo desplazado por el cáñamo en la preferencia de
confección de jarcia. En primer lugar, debemos hacer
referencia al propio cargamento de los buques españoles que
realizaban el comercio del siglo XVI en sus singladuras a ultramar.
Anunciada Colón de Carvajal presenta en un trabajo sobre
mercancías y construcción naval en el tráfico
ultramarino,
la presencia mixta de jarcia de cáñamo y esparto en los
cargamentos a Indias. En él destacamos la presencia de
numerosa jarcia de esparto, especialmente la correspondiente a los
estrenques de la nave (cable de esparto), tan importantes en los
amarres en los ríos y cursos de agua dulce.
Señalamos también el incremento del peso de esta
jarcia, con relación al desplazamiento total del buque de la
carrera de Indias.
Según Claude Carrère el peso estimado de la jarcia
embarcada en un buque portugués de los descubrimientos (hacia
mediados del siglo XV) ya representaba un 10 % del desplazamiento
total de la nave.
Gaspar de Escolano refiere ampliamente las posibilidades del esparto
que se producía en Cartagena en el siglo XVI en sus Décadas
de la historia de la insigne y coronada ciudad y reino de Valencia,
haciendo también hincapié en las facilidades
industriales que permitía en la confección de jarcia
para las naves españolas:
“Vengamos
ya á hablar del esparto de nuestro campo cartaginés,
que por su mucha cuantidad y bondad y aventajarse al de todo el
mundo, mereció darle el nombre de espartario, como á
boca llena lo confiesa Carolo Clusio. Este generalmente se coge en
todo el reino tan escogido, que ninguno le iguala: pero el cielo
encerró la mayor y mejor parte dél en el paraje que se
estiende de Alicante á Cartagena, cubriendo los montes y
llanos por treinta millas en ancho y largo, segun Plinio(14).
Esta yerba del esparto es de suyo de poco tomo; pero sus provechos y
usos son tales, que sin vergüenza podemos confesar que pende de
sus hilos la vida humana. No los conocieron los romanos ni africanos,
hasta que entrando en España la primera vez á hacerle
guerra, aprendieron de los españoles á saberse servir
dél, Del seco hacian, como aun hacemos, esteras para el suelo;
que si son del comun, sirven á falta de alfombras en las casas
de menos cualidad; y si se labran de un junquillo delicado, salen tan
delicadas y finas, con vistosos labores y colores, que cubren los
suelos y aun las paredes de los granados. Como lo veremos en las que
se traen de Clevillente y Aspe, pueblos de la Gobernacion de
Orihuela, de donde salen cada año más de veinte mil
piezas tejidas. Así mesmo hacen del esparto seco espuertas,
serones, maromas, sogas y soguillas de mil maneras. Del mojado y
majado, labran un género de calzado campesino, que llamamos
alpargatas ó espargatas, por ser de esparto, y muchas otras
especies de cuerdas delicadas. Resuelve Plinio las alabanzas de
nuestro esparto, con decir que el que quisiere darle á esta
milagrosa yerba su justo precio, no haga más que alargar la
vista á los provechos que della sacan los marineros para las
jarcias de su marinaje, los arquitectos para la máquina de sus
fábricas y los demás mecánicos para la ejecucion
de sus ministerios, en que se estrema mucho el esparto de España,
y en España el del reino de Valencia; porque el de Africa es
tan corto y flojo, que le dejan por inútil: y así
cargan las naciones extranjeras del nuestro en infinita cuantidad,
con grande beneficio del reino”.
Sevilla,
puerto de Indias, centró en las cercanías de las
atarazanas del Arenal una floreciente producción artesana de
cabuyería de esparto que tenía una ágil salida
en las necesidades de los buques basados en el Guadalquivir. Mano de
obra esclava, principalmente formada por moros, laboraba el esparto
para reducirlo a fibras en las puertas de la ciudad
y, después, era transportado a los talleres de
los sogueros que confeccionaban la cabuyería, normalmente por
encargo de armadores o patrones y maestres de buques. La importancia
de la actividad manufacturera de jarcia de esparto en la capital
hispalense aumentó considerablemente con el aumento del
tráfico naval en el río con destino al tráfico
ultramarino. La larga tradición artesanal que arrancaba desde
el siglo XIII, provocó que en el siglo XVI esta zona dedicada
a la transformación del esparto en cordaje naval acabara
conociéndose como arrabal de la Espartería o de la
Cordonería.
No sería un caso aislado, pues
otras ciudades costeras andaluzas supieron aprovechar la producción
del esparto de las tierras cercanas para reducirlo a cordaje naval.
Es el caso de Málaga, en la que María Teresa López
Beltrán emplaza, hacia 1525, una floreciente producción
artesanal de derivados del esparto
de la que, evidentemente, también se beneficiaban
los aparejos de los buques que anclaban en su puerto.
Avanzando
en el siglo XVI, el esparto continuaba suministrando gran parte de la
jarcia empleada en los buques construidos o que estaban operativos en
el sur español. Se mantenía, también, su uso
especializado en la fabricación de cables, gumenas y
estrenques de servicio en el amarre o en el fondeo de la embarcación,
habida cuenta de la mejor adaptación de esta fibra al agua
dulce. Prueba de la pervivencia de esta cabuyería la
encontramos en un informe de Alvaro de Bazán, fechado hacia
1580, en el que se quejaba, con amargura, de las malas condiciones
que debían afrontar sus buques, fondeados en Lisboa, donde las
tormentas atlánticas los dañaban con impunidad. Para
solucionarlo recomendaba al rey que:
“Tener
las naos en este rio de Lisboa no conviene pues se menoscaban y
gastan más de amarras con los tiempos tormentosos que en él
ay que otras naos ganan y que sería mejor tenerlas en el rio
de Sacaven, que es dos leguas desta ciudad adonde con dos cabos de
esparto y dos hombres estarían seguras”.
Miguel
de Cervantes en su comedia El gallardo español
testimonia que las galeras españolas, que tenían
sus atarazanas y base de aprovisionamiento en Barcelona, mantenían
las gumenas de amarre de esparto en su dotación. Un último
apunte literario que confirma igualmente la pervivencia del aparejo
de esparto en las maniobras de los buques españoles del siglo
XVII la encontramos en el poema épico de Francisco de
Contreras Nave trágica de la India de Portugal,
publicado en Madrid en 1624. Aunque el autor relataba en su obra el
trágico naufragio del galeón portugués San
Joao en su última singladura de la India a Portugal,
utilizaba todavía el término gumena para
describir parte del equipamiento del buque. Lo que certifica que en
la época seguían perviviendo los amarres de esparto en
los buques españoles dado que Francisco de Contreras,
probablemente, conocía los aparejos de éstos y sabía
que era parte normalizada de la jarcia a bordo:
Señores,
Capitanes, siervos, tropa,
Indios, pilotos,
Pérsicos, grumetes,
Jarcias; amures, cables,
proa, popa,
Bordes, gúmenas,
mástiles, trinquetes;
Perlas, zafiros, nácar,
lienzo, ropa,
Velas, banderas, gavias,
gallardetes,
Sondas, antenas, árboles,
timones,
Ancoras, plazas, armas,
espolones.
El
siglo XVII acabó de cerrar el ciclo del esparto como
suministrador de jarcia para los buques militares españoles.
Las mejoras tecnológicas en el proceso de acondicionamiento de
los cabos para su servicio en aguas dulces, realizados en la jarcia
de cáñamo salvaron la última reserva que impedía
la uniformidad de esta fibra en la confección de jarcia. La
introducción de un mejor alquitranado de las filásticas
de cáñamo permitiría que se incrementara la
impermeabilización del cordaje y, por tanto, se disminuía
considerablemente el efecto nocivo de las aguas dulces sobre las
piezas de jarcia.
El
esparto culminaba así una larga historia de relación
con el esfuerzo militar naval español. No por ello dejaría
de seguir cubriendo otras importantes actividades de la vida
económica del país como sería su empleo en la
producción artesanal e industrial del vestido, el calzado, la
pesca, etc. El desarrollo de esta fibra en su relación con la
cabuyería debió deteriorarse en pocos años,
porque Campomanes, refiriéndose al siglo XVII, definía
que el país carecía casi por completo de manufacturas
especializadas en la elaboración de cabuyería realizada
con esparto. Esta carencia industrial se había subsanado
recurriendo a la exportación de las cosechas españolas
de esparto para su elaboración como cabos y cables en
industrias griegas: "En tiempos muy antiguos, se llevaba el
esparto de España a Grecia para hilarle, tejerle y reducirle a
jarcia, velamen y otros usos".
Con
el paso del esparto al cáñamo, la Marina de guerra
española en el siglo XVII había dejado de ser marinera
para convertirse definitivamente en oceánica. En el nuevo
medio, los rigores del océano imponían unas duras
condiciones de navegación a las flotas españolas que
debían afrontar su esforzada singladura como un hecho
corriente. Situación que, como era lógico, impondría
una mejora tecnológica en las jarcias que aparejaban los
buques de la Carrera de Indias. Esta empresa casi desde sus mismos
inicios, en 1502, con la flota del general Antonio Torres, representó
un importante salto cuantitativo y cualitativo en la construcción
naval española. Cuantitativo, porque supuso que los reyes
españoles destinaran muchos recursos económicos y
humanos en el sistema de flotas, sobre el cual se sustentaría
la mayor parte de la Carrera, y, cualitativos, porque la flota
española fue adaptándose técnicamente al nuevo
tipo de navegación que suponía el tráfico
trasatlántico. Estas nuevas necesidades operativas de las
embarcaciones españolas no podrían ser cubiertas
completamente por el esparto y será el cáñamo
quien lo revelará en este compromiso.
El
esparto continuó utilizándose hasta la actualidad en
numerosas funciones del uso material humano. Y en el siglo XVIII se
adaptó perfectamente a su uso en las artes de la pesca como,
por ejemplo, en los cabos de las almadrabas y, también, en
serones, cestos, esteras, cinchas y cuerdas. El reformismo borbónico
siguió apoyando el crecimiento de la industria del esparto del
país a través de las medidas proteccionistas que
caracterizaron la mayoría de sus iniciativas de fomento al
comercio. La cédula del 1 de agosto de 1788 en la que se
prohibía terminantemente la exportación de la fibra al
extranjero
es una buena muestra de esta línea de acción.
A
finales del Setecientos en España, Joseph Townsend realizó
un intenso viaje por la geografía peninsular y años
después publicó Viaje por España en la época
de Carlos III (1786-1787).
En este texto el autor describía con exactitud como el esparto
pervivía sumamente arraigado a las industrias locales
españolas:
“Algunos
de los cables y cuerdas de esparto que se producen aquí en
gran cantidad se fabrican torciendo este material, como se hace con
el cáñamo, y otros trenzándolo; pero todos con
singular rapidez (…) Los cables son excelentes, pues flotan
sobre la superficie del agua y no corren el peligro de romperse por
el roce con las rocas de cualquier costa accidentada”.
4.
EL ESPARTO: EL FIN DE UNA LARGA TRADICIÓN
Los habitantes de la
Península Ibérica tuvieron desde las etapas más
tempranas de su cultura material acceso al esparto. Con esta fibra
vegetal pudieron desarrollar la construcción de viviendas con
mejor acabado y ahorro que utilizando partes de animales (pelo,
intestinos, etc). El aumento de la actividad humana, principalmente
comercial y militar hizo que este vegetal fuera centro de un especial
interés por los sucesivos invasores del territorio. Así,
fenicios, griegos, romanos y musulmanes utilizaron el esparto para
sus construcciones civiles, para el uso en las tareas agrícolas,
la edificación civil y religiosa y, cada vez más, en la
construcción naval comercial y militar. El aumento del tráfico
marítimo en las postrimerías del Medievo y las
exploraciones hicieron que el sector naval recibiera un fuerte
empuje. Los aparejos de los buques se convirtieron en verdaderos
devoradores de miles de toneladas de fibras vegetales entre los que
destacaron el cáñamo y el esparto. La elección
de uno u otro vegetal solía estar ligada a la cercanía
al foco productor –cáñamo en el Levante español
y esparto en el sur de la Península- y, también, a una
predilección del cáñamo en las funciones
terrestres del cordaje, frente a un uso más claro del esparto
en el medio acuático motivado por su mayor durabilidad en el
agua. Como hemos dejado sentado, este último comenzó a
perder pulso en su empleo como jarcia en los buques españoles,
claramente superado por el cáñamo, durante el siglo
XVII. La razón era la mejora en el proceso productivo del
cordaje naval realizado con el cannabis sativa a través
de la impregnación de las piezas en brea caliente que
garantizaba su correcto sellado. De esta forma, a partir del siglo
XVIII, el esparto acabó especializándose en su empleo
en las artes de la pesca, la arriería y su uso en las labores
del campo, cerrando así, una fructífera relación
con el hombre y la cultura material peninsular, mientras que el
cáñamo se convertiría en su sucesor natural en
los cabos y velas de los llamados “bosques flotantes” del
Dieciocho y el Diecinueve.
NOTAS:
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