Pedro J. RUEDA RAMÍREZ
NEGOCIO E INTERCAMBIO
CULTURAL. EL COMERCIO DE LIBROS CON AMÉRICA EN LA CARRERA DE
INDIAS (SIGLO XVII)
Sevilla, Diputación
de Sevilla – Universidad de Sevilla – Csic Escuela de
Estudios Hispano-Americanos, 2005
Manuel PEÑA DÍAZ
Universidad de Córdoba
La publicación de
este libro, después de recibir el Premio “Nuestra
América” en 2003, culmina una extensa e intensa labor de
investigación sobre el libro en circulación, como
mercancía en el tráfico comercial en la Carrera de
Indias. Este trabajo devuelve a los estudios sobre la historia del
libro a una realidad más material, más humana, gracias
a la magistral interrelación entre historia económica e
historia socio-cultural. Y no es poco para los tiempos que corren, en
los que la historia cultural acusa una peligrosa deriva hacia una
erudición –en ocasiones, estéril- o hacia una
compleja crítica textual, inmersa en el espacio filológico
por excelencia. Cierto es, que este mérito no es únicamente
del autor, al ser discípulo de reconocidos profesores
sevillanos que han dado muestras de la complementariedad de estos
caminos (Carlos Álvarez Santaló, Antonio García-Baquero
y Carlos A. González Sánchez).
Pedro Rueda ofrece una obra excelente, en primer lugar,
por el volumen y el buen trabajo realizado. Sólo la tarea de
identificar más de 14.000 libros y poner en orden los saberes
de tal cantidad, es una labor admirable. En segundo término,
es un estudio con un brillante uso de las fuentes, principalmente el
Registro de Ida de Navíos conservado en el Archivo de Indias,
que ha sido también la base documental de otros trabajos
pioneros sobre esta temática,
además de otras fuentes complementarias
–inquisitoriales, protocolos notariales- que permiten
contrastar y complementar la información de los registros de
los navíos reunidos en la Casa de la Contratación de
Sevilla.
El libro está
dividido en tres grandes bloques. En el primero plantea “la
crítica de las fuentes”, en un doble sentido, desde el
punto de vista del historiador y desde otro enfoque muy atractivo: el
de los agentes del poder que controlaban el comercio de libros. Así,
a las disposiciones de la Corona sobre la intervención de los
oficiales reales de la Casa de la Contratación se añade
la vigilancia inquisitorial sobre los envíos de libros, que
desde mediados del siglo XVI ejerce el control efectivo. Estas redes
no pudieron evitar la existencia de “lecturas incontroladas”,
no sólo por intereses de lectores o libreros, también
por los conflictos derivados de las superposiciones jurisdiccionales
de distintas instituciones o legitimidades. El caso del escrupuloso
Miguel de Luna es significativo de estas tensiones. El 3 de noviembre
de 1647 dicho licenciado, después de oír la lectura
pública de una bula de Inocencio X, presentó a la
Inquisición sevillana una lista de libros prohibidos y a
expurgar que tenía en su biblioteca, la sorpresa fue que a los
inquisidores no les constaba esos títulos como condenados (pp.
81-82). Estamos ante una escrupulosa defensa de unas normas que
significa la transgresión de otras. La conclusión de
Rueda respecto a estas paradojas es contundente: la censura del Santo
Oficio mostró grietas más que evidentes para el paso de
libros que debían ser expurgados. De ahí que, Rueda
prefiera hablar de un imaginario censorio que construyó
una completa apariencia de control y permitió la continuidad
de los calificadores al frente de esas trabas burocráticas.
La segunda parte es el
embrión de otra investigación más amplia y
compleja: las redes atlánticas con los libros por medio. De
momento, en este trabajo se realiza una primera aproximación a
la enorme variedad de circulaciones posibles. Es una suerte de
“ecosistema” del libro en circulación que ofrece
las vertientes del tráfico. El puzzle resultante es
inquietante, todos los resquicios posibles podrían permitir el
intercambio atlántico del libro, una imagen matizable pero,
sin duda, llamativa al encontrar agentes muy diversificados que
participan en este universo de interrelaciones. Toma como punto de
partida la librería sevillana y su negocio atlántico,
con los cambios que el mercado internacional deja en la ciudad de
Sevilla, tan atractivo para los agentes de los principales mercaderes
europeos. En el siglo XVII, tras la quiebra comercial de aquellos
libreros dedicados al libro internacional, se asistirá a su
sustitución por otros agentes intermediarios locales y otras
modalidades de negocio. La rentabilidad de dichas transacciones le
lleva a analizar otros grupos de cargadores de libros. De ese modo,
la reconstrucción de los avatares de los mercaderes le permite
dibujar un mapa de intercambios culturales con Nueva España,
las Antillas, Honduras, Colombia, etc. El impacto de estas
circulaciones del libro también debería ser tenido muy
en cuenta, pues áreas sin librerías reciben los libros
imprescindibles a través de redes de mercaderes. La nómina
de cargadores se amplia, además, con el estudio de los envíos
de escritores en busca del mercado, de particulares, de los cabildos
catedralicios, de los jesuitas y de las órdenes religiosas.
Todos estos intermediarios interfieren el mercado y ofrecen rutas
alternativas para la distribución. El panorama del acceso al
libro se amplía más allá de la tienda abierta de
los libreros en las principales ciudades coloniales.
El tercer bloque es el
más ambicioso y extenso de toda la obra, en él realiza
un análisis preciso de los géneros embarcados durante
la primera mitad del siglo XVII. Al no conservarse una documentación
(libros de cuentas de libreros y compañías) básica
para conocer el comercio del libro en esa época, Rueda rastrea
701 hojas de registro y 576 memorias en las que se indica que títulos
fueron embarcados, en qué momentos, hacia donde fueron, quién
los envió y cuál fue su evolución. La
información era presentada por el cargador a las autoridades
de la Corona en el momento de gestionar los envíos a través
de la Aduana y la Casa de la Contratación. Es una mina de
información que conlleva la criba de cientos de expedientes en
pos de una tentación cuantitativa que le permite ofrecer una
valoración del tráfico y su evolución. Este es,
quizás, un rasgo revelador pues las obras salen de los
anaqueles europeos y, seleccionadas, llenan baúles y frangotes
en busca de un lector colonial. De este modo los investigadores
pueden comparar los títulos de estas memorias de libros en
movimiento con los fondos que ofrecen los inventarios americanos. La
coincidencia entre esta oferta remitida a través de la Carrera
de Indias y el consumo efectivo daría la razón (o no)
al autor en algunas de sus hipótesis. La falta de estudios en
torno a librerías y bibliotecas coloniales no permite
aventurar, todavía, demasiadas conclusiones pero apunta
suficientes líneas de intereses lectores coincidentes con
estas listas de envíos.
En este estudio conjunto
sobre los libros en circulación hacia América destaca
la extraordinaria difusión de pequeños impresos, en su
mayoría pliegos de cordel. Su repaso sobre la literatura de
entretenimiento, los libros de historia, el libro religioso, las
obras de temas políticos y jurídicos, los libros
clásicos y textos para la enseñanza, la literatura
práctica y científica..., es un recorrido alternativo a
las tradicionales historias de la literatura o de la cultura hispana.
Numerosas sorpresas esperan al estudioso actual al abrir este libro
de libro. Las memorias detallan el “almacén de libros”
embarcado y en camino, no así las lecturas de los viajeros, ni
aquellos otros títulos que pudieron pasar sin el control de
las autoridades. En todo caso el resultado es llamativo.
Pedro Rueda nos advierte
que su estudio es un paso, y no el único ni en una única
dirección, que conviene dar para abrir interesantes
perspectivas de investigación, pues “estos libros
permiten detectar algunos intereses básicos de las comunidades
de lectores americanos”. Su tarea debe completarse con otros
estudios, tan excelentes, arduos y complejos como éste, para
conocer dónde y cómo acaban los libros desembarcados.
Estos trabajos podrían aportar datos reveladores respecto al
peso de la oferta librera sobre la demanda lectora. Preguntarse si el
grueso de los envíos respondió a una demanda americana,
o a una oferta del mercado librero y de los poderes civiles y
eclesiásticos de la metrópoli, puede resultar de gran
interés. Además, sería necesario el envío
de libros europeos con la producción impresa colonial. Y, por
supuesto, es imprescindible contextualizar el comercio de libros en
la dinámica de los espacios económicos, teniendo en
cuenta el debate de la posible falta de correlación entre la
crisis del siglo XVII en la metrópoli y la crisis en las
colonias. Sin olvidar la importancia de los libros impresos en
América y el papel de las imprentas europeas que editaron las
obras americanas. El panorama abierto por el libro permite aventurar
estos interrogantes y cuestionar el modelo de transferencia sin más,
pues este mundo de libros es camino de ida y vuelta, de interrelación
e impulso sostenido en común en un lado y otro del Atlántico.
Este magnífico
estudio esconde entre sus páginas numerosos guiños al
buen lector, en una suerte de verónica preciosista. Cada
capítulo se inicia con primorosas citas sobre libros y
lectores. Algunas de autores conocidos, otras de lectores y
escritores anónimos. Ampliadas, analizadas y presentadas en
conjunto son un excelente compendio de los usos y discursos sobre
libros y lecturas en el siglo XVII en el Mundo Hispánico. En
definitiva, un libro y un imaginario librito escritos para paladares
muy exquisitos.
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