Antonio CASTILLO GÓMEZ
ENTRE LA PLUMA Y LA
PARED: UNA HISTORIA DE LA CULTURA ESCRITA EN LOS SIGLOS DE ORO
MADRID: AKAL, 2006; 303
P.: IL.; 22 CM.
(AKAL UNIVERSITARIA.
HISTORIA MODERNA; 248)
Pedro
RUEDA RAMÍREZ
La
historia de la cultura escrita es ya un árbol de notables
brotes con abundantes trabajos que renuevan y reedifican el
complicado artificio de la habilidad lecto-escritora. Este nuevo
trabajo de Castillo es una recopilación de trabajos retomados
y refundidos en un libro donde ahonda en sus líneas de
investigación en torno a la relación del hombre con la
escritura, con la notable novedad de cruzar diversas historiografías
(con una presencia destacada de la bibliografía italiana y,
ahora con más ahínco, la francesa y la portuguesa). En
este libro se abarca parte del universo de los usos y las prácticas
de lectura y escritura en ámbitos tan diferentes como la
cárcel y el claustro, el espacio privado o la pared pública.
Estos múltiples resquicios dan cuenta de las brechas de una
sociedad plenamente encarrilada en una paulatina dependencia gráfica,
pues a mayor ampliación (aunque no progresiva en el tiempo)
del número de alfabetizados, la respuesta del poder estamental
muestra resistencias, roturas y numerosas contradicciones. El libro
vehicula diversos hilos argumentales enlazados en cuatro partes
claramente diferenciadas: 1- Escrituras cotidianas (con dos trabajos
sobre la práctica epistolar y la memoria personal); 2- Escrito
en prisión (con dos estudios sobre la comunicación
escrita en la cárcel y las letras entre rejas); 3- Mujer y
escritura (centrado en el caso de Isabel Ortiz y un segundo trabajo
más genérico titulado “La pluma de Dios” en
el que analiza la escritura femenina conventual) y finaliza con el
bloque 4- Escrituras urbanas (centrándose en la publicidad del
escrito de la oralidad a la voz pública del pregonero, las
tablas o el cartel y en un ensayo que le lleva a la escrituras
expuestas en “los muros toman la palabra” en las que
analiza desde las inscripciones monumentales hasta los pasquines
infamantes).
La
búsqueda por parte de Castillo de un conjunto de actividades
gráficas en espacios como el claustro femenino o el del
encierro, supuestamente ágrafo y ajeno a la comunicación
escrita, proporcionan un contraste notable con los lugares de
aprendizaje (escuelas, universidades, etc.), los lugares de lectura
bien definidos (bibliotecas institucionales o bien academias,
tertulias o cualquier evento similar de lectura) y la Corte, con todo
el singular microcosmos de lectoescritura. Este libro causará
alguna sorpresa a los poco avisados en los ricos caudales, a veces
torrenciales, que circulan más allá de los
profesionales de la lectoescritura, interesantes en todos los
sentidos, pero que han acaparado la atención de los estudiosos
en trabajos sobre bibliotecas particulares (un mundo cerrado que
muchos acarician como un perfecto modelo, aunque sabemos que no lo
son en modo alguno), en estudios de bibliografía y biografías
o el complejo universo de la literatura y la interpretación de
los textos. Sin embargo, en este trabajo la documentación de
archivo tiene un peso específico notable y, también, la
amplitud de miras en el enfoque que arranca desde el siglo XIII-XIV
para adentrarse de lleno en el Siglo de Oro y más allá.
Es una ventaja, y un notable acierto, al no limitarse al área
de conocimiento académica modernista y salirse del cuadro para
articular una larga duración en procesos como el de la
comunicación mediante pregones o la sucesiva evolución
de las escrituras expuestas.
El
libro permite hacer visibles formas de comunicación que han
escapado a nuestra atención y que articulan de manera evidente
mecanismos de conocimiento y de participación activa en
sociedad. Aunque el autor no se adentre expresamente en los actuales
debates en torno al espacio público, la amplia variedad de
testimonios gráficos de carteles y otras acciones diversas de
comunicación gráfica permiten aventurar un debate al
respecto. La anonimia de muchas pintadas, carteles o rótulos
respalda la difusión de un saber que puede tomar diversas
direcciones, desde, por ejemplo, motejar o formar opinión para
el escarnio público hasta las complicadas tramas políticas
locales, las acusaciones contra regidores o la lucha soterrada con la
Corona para evitar el pago de impuestos protagonizado por el clero.
La formación de un público lector y también
gráficamente capaz de convertir a los lugares más
insospechados (puertas, caminos, plazas públicas y mil sitios
variados) en medios de comunicación populares hace que el
libro quede poblado de citas realmente jugosas en las que se valora
la escritura, el valor de la comunicación, de los saberes y de
las oportunidades que ofrece tanto para el amor como para la más
ácida crítica, o las “palabras lascivas y
escandalosas” que repudiaba el padre Jerónimo López
al ir de misiones. El mundo gráfico aparece por doquier y
ofrece una imagen de cotidianidad con la escritura que nos permite
entender mejor el concepto del título de historia social de la
escritura.
En
resumidas cuentas, es este un libro que recorre la intencionalidad
textual y sus públicos. La mirada sobre los usos gráficos
en grupos amplios (como el de la mujer) o minoritarios (como los
encarcelados por la Inquisición) tiene como peculiaridad
ofrecer un panorama alejado de la visión reduccionista del
prototipo de letrado o el segmento del “campo cultural”
de los profesionales de la escritura. Aquí se muestran a toda
una variedad notable de lectores y de escritores que ocupan el
espacio central de la normalidad gráfica y la normalización
de la lectoescritura pero también a aquellos que rompen la
norma, usan de la escritura como medio de comunicación en el
encierro, como medio de choque con el poder o como un mecanismo de
resistencia frente a la imposición, burlando con la escritura
la imposición de un cierto ordenamiento de lo permitido. En
este juego de quiebra de la sociedad estamental y la transgresión
a los privilegiados usos de la escritura, Castillo ahonda en casos
interesantes. En el libro muestra un interés historiográfico
por los poderes públicos en el ejercicio de su dominio gráfico
a la par que da cuenta de los marginados, aquellos a los que los
poderes retiran la palabra escrita o pintada, aunque sobre los
límites reales de tales posibles imposiciones cabría
mucho que decir.
El
territorio queda pues marcado con hitos de reflexión y tras
seguir afluentes de lo más diversos, poco a poco, nos
adentramos en límites y fluctuaciones culturales que delimitan
el campo de intermediación de la escritura y la lectura en la,
en definitiva, cultura mestiza de saberes y experiencias del Siglo de
Oro. El resultado es a la par extremadamente sugerente y, a todas
luces, demanda una mayor averiguación de tales muestras, que
dejan un poso suficiente de dudas en torno a las generalizaciones al
uso en torno a la cultura letrada y sus límites, en el campo
de los saberes normalizados, fosilizados en textos, y frente a usos
reales y lectoescritores concretos que aquí desfilan con toda
su variedad de opiniones. El resultado es una historia cultural
apegada a los documentos, que rastrea en términos cualitativos
y no tiene inconveniente en dejar interrogantes sin responder. Al fin
y al cabo, es la misma sensación que ofrece el panorama de la
cultura letrada al no lograr definir todos sus límites, pues
muchas de las prácticas y usos culturales de las élites
rompen los esquemas y se entrecruzan en caminos que se bifurcan para
acabar conformando una realidad más compleja y enrevesada, un
tanto más ecléctica de lo que sugieren algunos
testimonios.
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