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La crisis de las relaciones hispano-francesas a mediados del siglo XVIII. La embajada de Jaime Masones de Lima (1752-1761) 

Didier Ozanam

EHESS (Paris)

Las relaciones entre España y Francia habían conocido muchos altibajos bajo el largo reinado de Felipe V. Sin embargo, sobre todo a partir de los años 30, teniendo en cuenta una auténtica solidaridad dinástica y cierta comunidad de intereses, ambos países habían llegado a hacer de un entendimiento mutuo la base esencial de su política.

El fallecimiento de Felipe V (9 de julio de 1746) y el advenimiento de Fernando VI, seguido en breve por el restablecimiento de la paz (1748), iban a acarrear una situación nueva, caracterizada primero por un enfriamiento de sus relaciones, y luego por una crisis abierta. De una y otra ya he expuesto las peripecias en varios trabajos[1]. Me limitaré pues aquí a recordar, en forma resumida, algunos datos que permitirán situar el marco en el que tuvo que actuar Jaime Masones de Lima en su larga embajada en Francia.

La llegada al trono de Fernando VI señala una ruptura con el régimen anterior. La reina viuda Isabel de Farnesio y su camarilla son apartados, con excepción del marqués de la Ensenada, quien ha sabido acercarse a tiempo al equipo que se iba preparando. De este equipo el principal teórico e inspirador es el segundón de una ilustre familia extremeña, don José de Carvajal y Lancáster, nombrado ministro de Estado el 4 de diciembre de 1746. De 48 años de edad, antiguo colegial y buen letrado, es un hombre muy honrado y trabajador, que ha leído y reflexionado mucho. Algunos meses antes del cambio ha redactado un Testamento político donde recoge sus ideas políticas y se alza contra el dogma de una alianza necesaria y permanente con Francia, dogma al que él mismo se había adherido algún tiempo, tanto la proximidad geográfica, la comunidad de las casas reales y la convergencia de los intereses parecían postularlo naturalmente. Pero la conducta de Francia ha arruinado esta perspectiva y Carvajal de desgranar la letanía de las traiciones de las que España ha sido la víctima: letanía que encontraremos a menudo bajo la pluma del ministro y de los diplomáticos españoles. Por eso es tajante la conclusión de Carvajal:

 “Conocí con evidencia que es imposible la unión, que tienen para nosotros una enemiga irreconciliable y así no hay que dudar que no cabe tal unión... y que la Francia nos ha de asesinar siempre... y que el Español que predique tal unión o es mal Español o está ciego como lo estuve, pero sea Dios bendito que me ha desengañado”[2].

Llegado al poder, Carvajal es fortalecido en sus convicciones por la manera con la cual Francia pone fin a la guerra, firmando con Inglaterra y Holanda unos preliminares de paz (Aquisgrán, 29 de abril de 1748) sin que el plenipotenciario español Masones haya sido siquiera informado. Profundamente herido el Rey Católico no olvidará este proceder y tampoco Carvajal, quien exclamaba entonces: “Si yo duro y tengo poder, me vengaré a satisfacción nuestra”[3].

Restablecida la paz, Carvajal pone en marcha su programa. Muy autoritario quiere llevar la voz cantante y tratar los negocios en Madrid, confiando sólo un papel secundario a sus representantes en el extranjero. Con respecto a Francia, no escatima las protestas de unión y buen entendimiento, pero la deja en la ignorancia de sus negociaciones con Inglaterra y Austria, y sobre todo, se niega anticipadamente a aceptar cualquier conato de estrechez de parte de la Corte de Versalles. Esta actitud se sitúa en el marco de una política exterior global, pues el primer objetivo de Carvajal (de acuerdo con Ensenada) es restaurar la prosperidad de la península y desarrollar las inmensas potencialidades de las Indias. Para llevar a cabo semejante tarea, necesita un período de paz de bastante duración. En una coyuntura que hace temer un próximo enfrentamiento entre Francia e Inglaterra, el margen de maniobra de España parece estrecho aún cuando un tal conflicto podría ofrecerle algunas oportunidades. Es lo que expone claramente el ministro:

 “Lo que pienso es vivir bien con todos sin reñir ni ligarme con ninguno de la más o menos amistad personal... Deseo tiempo al Rey... para que logre su gusto de desahogar sus vasallos; que habiéndolo conseguido, pensaré muy despacio al partido que más le convenga para aceptar cuando se le presente, pero lo que ya tengo pensado es que su amistad vale mucho... y que no se ha de dar muy barata”[4].

En este clima de espera las instrucciones entregadas a los embajadores respectivamente nombrados para Madrid (Vaulgrenant, 11 de abril de 1749) y París (Pignatelli, 11 de Junio) carecen de contenido político y rivalizan en trivialidades, como es el deseo de mantener la unión y buena inteligencia entre los dos monarcas y los dos países. Tan sólo la de Vaulgrenant alude a la nueva situación vigente en España:

 “Los principios que han prevalecido bajo el reinado de Felipe V ya no existen. El gobierno de los asuntos de España está entre las manos de ministros nacionales que al parecer sólo quieren interesarse por las ventajas directas e inmediatas de su patria”[5].

Esta especie de statu quo se alargó durante unos meses, a lo menos hasta el relevo en Francia del Secretario de Estado de Asuntos Exteriores (9 de septiembre de 1751). El marqués de Puyzieulx, mal considerado en Madrid por su papel en los Preliminares de 1748, había dejado su puesto al marqués de Saint-Contest, un hombre frío, poco comunicativo y bastante perezoso, que no tuvo reparo en confiar parte de sus dependencias al mariscal de Noailles. Este viejo palaciego (73 años), muy escuchado en el Consejo, tenía bastante influencia con el Rey para quien representaba la gran tradición de Luis XIV; había conocido muy bien a Felipe V, había luchado por él en la península y desempeñado una misión cerca de él pocos días antes de su fallecimiento.

En opinión de Noailles, Vaulgrenant llevaba en Madrid una vida retirada y sin lustre que desacreditaba su calidad de embajador de Francia y parecía oportuno sustituirle allí por un gran señor casado y rico, que tuviera más peso. En enero de 1752 tanteó al encargado de negocios de España: confesando que España tenía motivos de queja contra Francia y que demasiadas veces los embajadores franceses habían intentado mezclarse en los asuntos interiores del país vecino, insinuaba que Luis XV podría enviar a Madrid uno “que sólo intentase mantener y estrechar... la unión ... sin introducirse en otras cosas”[6]. Y sugirió el nombre de su joven pariente, el duque de Duras, que admitido por Fernando VI, fue declarado el 25 de abril. De edad de 36 años, emparentado con lo más granado de la nobleza francesa, este aristócrata había tenido una juventud turbulenta antes de empezar una brillante carrera militar. Inteligente, activo, capaz de aplicación, tenía en contra suya una impetuosidad, una presunción, una vanidad y una propensión peligrosa a imaginar las cosas como él quería que fuesen. Deseoso de adquirir méritos que le valiesen distinciones tanto en España como en Francia, había apoyado su candidatura en las más fuertes protecciones: la de su condiscípulo de colegio el guardasellos Machault, gran amigo de la Pompadour, y sobre todo la de Noailles quien podía contar con los votos del secretario de Estado Saint-Contest y de Puyzieulx y Saint-Séverin, vocales del Consejo de Estado. Antes de su salida, prevista para el otoño, Duras se tomó el tiempo de empezar a aprender el castellano y de leer los despachos diplomáticos recibidos en Madrid[7].

Este cambio de personas no significaba un cambio de política con respecto a España. Las instrucciones de Duras, fechadas en 23 de septiembre de 1752 eran muy anodinas: ya que el Rey Católico parecía “tan sólo ocupado por asegurar la tranquilidad de su reinado”, el embajador había de esforzarse por hacerse agradable en su corte y, en la medida de lo posible, “restablecer el más perfecto concierto entre las coronas de Francia y España”[8]. Bastante consciente de la impulsividad de su protegido, Noailles le dirigió, el 20 de octubre, una carta particular llena de consejos atinados:

 “La única observación que he de haceros, mi querido duque, es que moderéis vuestro celo y que, en los seis primeros meses de vuestra embajada, os ciñáis a escuchar, a aclarar en primer lugar el carácter de la nación en general, y después el de las personas con las que habréis de tratar. Hacedos flemático si es posible. Tenéis que recordar que los Españoles son lentos por naturaleza y no quieren ser apremiados”[9].

Esta carta es la primera de la correspondencia particular intercambiada entre los dos hombres durante todo el tiempo de la embajada de Duras cuyos despachos oficiales también se comunicaban a Noailles. Así se puede comprobar muy claramente que bajo el ministerio de Saint-Contest. Noailles tuvo la principal y casi única dirección de los negocios de España.

Llegado a Madrid el 27 de noviembre de 1752, el embajador tardó poco en actuar al revés de los consejos de prudencia que se le habían dado. Llevando un tren de vida fastuoso se propuso crear una corriente de opinión favorable a Francia: cortejando alternativamente a Ensenada y Carvajal, intentando ganar a sus familiares y hasta a los de los Reyes, esforzándose por embaucar al confesor del Rey valiéndose de varios de sus hermanos jesuitas, no escatimó ningún medio para llegar a sus fines.

Su primera iniciativa consistió en proponer a Carvajal, ya desde diciembre de 1752, que se estudiara un “plan general que con asegurar la quietud de ambos reinos, nos garantizase contra los enemigos comunes”[10]. Idea disparatada si nos acordamos de la repugnancia de Carvajal para cualquier nuevo compromiso con Francia. Esto lo había bien entendido Saint-Contest quien se declaró opuesto a semejante paso, ya que “la sangre, la amistad y el interés mutuo hacen las veces de todos los tratados, que resultan casi inútiles” (27 de enero de 1753)[11]. Al cabo de reiteradas instancias que pintaban el éxito como asegurado, el embajador presentó a Carvajal un proyecto de convención defensiva (9 de octubre de 1753). El ministro hizo cuanto pudo por no tener que dar una contestación por escrito, repitiendo que el sistema del Rey Católico era “de estar quieto y no hacer pasos que susciten celos..., para gozar una paz y quietud que necesitan absolutamente sus vasallos por algunos años”[12]. Finalmente, acosado por Duras, hubo de resignarse a entregarle, en nombre de su Amo, una memoria que, descartando la conclusión de una convención, se limitaba a prometer a Luis XV la ayuda de España “si se hallase estrechado de sus enemigos”[13]: compromiso nada vinculante “que podría hacerse sin escrúpulo al mismo Gran Turco”[14], ironizaba el embajador inglés que había sido informado de todo este asunto. Después de un arrebato de cólera, Duras aparentó creer que la carta o memoria de Carvajal equivalía a un tratado y logró persuadir a su corte de ello.

La muerte casi súbita de Carvajal (8 de abril de 1754) va a complicar la situación. Su sucesor, Ricardo Wall, pasa por más favorable hoy a Inglaterra[15]: por tanto Duras estima oportuno apoyarse en el partido de Ensenada, mejor dispuesto hacia Francia. Pero el 20 de julio de 1754 este ministro es depuesto, en el mismo momento en que el embajador le creía a punto de triunfar sobre sus contrarios. Pocos días después fallece en Versalles Saint-Contest (24 de julio) y el departamento de Asuntos exteriores se encarga a Rouillé, del cual en opinión de Noailles, “las luces no son tan amplias como sería de desear para el empleo que desempeña”[16]. En realidad el nuevo ministro no tiene intención de dejar a Noailles la dirección de los negocios de España, acerca de los cuales consulta también a otras personas. Continúa sin embargo la correspondencia confidencial con Duras, si bien su posición se hace más débil con la merma de la autoridad de su protector.

El último año de la embajada de Duras iba a desarrollarse en condiciones particularmente difíciles. De agosto de 1754 a junio de 1755 se prosiguen las negociaciones franco-inglesas, aunque parecen abocadas al fracaso. Francia cree que el apoyo español le daría más peso en ellas. Duras, que desconfía de Wall, imagina que una correspondencia directa entre los dos reyes Borbones le evitaría el tener que pasar por ese ministro mal intencionado: era esto una peligrosa equivocación. Entre septiembre de 1754 y mayo de 1755 tres cartas de Luis XV que defendían la actitud de Francia y denunciaban las ambiciones de Inglaterra, se entregaron a Fernando VI, quien se ciñó a contestarlas por banales exhortaciones a la conciliación. Por esto, el Consejo de Luis XV, en Versalles, decidió poner fin a esta correspondencia real. No obstante, a petición de Duras, Luis XV aceptó enviar una carta a la reina de España (7 de julio), sin más éxito[17].

Es en este mismo mes de julio de 1755 cuando iba a estallar abiertamente la crisis de las relaciones hispano-francesas. El atentado del almirante Boscawen contra unas fragatas francesas a la altura de Terranova (10 de julio de 1755) fue conocido en Madrid el 23 de julio. Sin esperar instrucciones de su corte, Duras consiguió una audiencia de los soberanos españoles el 29 de julio. Solo con ellos, justificó la conducta de Francia y solicitó la ayuda de España conforme  a la carta de Carvajal de noviembre de 1753. Pero al mismo tiempo atacó a Wall a quien acusó de parcialidad y tuvo la osadía de insinuar al Rey Católico que consultara sus tribunales y otras personas competentes para estar mejor informado. Este paso, de una increíble imprudencia, hirió profundamente a Fernando VI con gran satisfacción del embajador inglés. El 6 de agosto, en nombre de su Amo, Wall hizo a Duras una respuesta cortés, pero totalmente negativa, que equivalía a una auténtica declaración de neutralidad: “La indispensable obligación de procurar el descanso y reparo de los pueblos arruinados por largas y obstinadas guerras, precisa SM a seguir las saludables miras de procurar la paz y evitar una guerra”. Pero, ya desde la antevíspera, el mismo Wall había mandado a su embajador en París una “instrucción con motivo de lo ocurrido con el duque de Duras”. En ella, después de recapitular todas las quejas de España contra ese embajador y comentar su conducta durante la audiencia real, denunciaba su carácter inquieto, sus extravagancias y más que todo sus vínculos “con los que, como él, intentaban disponer del Rey y del reino a devoción del ministerio de Francia”, dicho de otra manera con el partido de Ensenada. Desterrado éste, el embajador “se atrevió a culpar a la resolución del Rey y todo el sistema que estableció entonces... y con decir que aseguró al bailío don  Julián de Arriaga que el Rey de Francia enviaría doscientos mil hombres para restablecer en sus empleos al marqués de Ensenada, está dicho todo”[18]. Ante tan escandalosa actitud Wall prescribía a Masones que sugiriese a Rouillé la oportunidad de llamar a su embajador, aunque sin pedírselo oficialmente. Pero ya la Corte de Francia había tomado la delantera y Noailles aconsejó a su protegido que solicitase él mismo su retirada (16 de agosto), lo que este ejecutó el 26 de agosto[19]. Presentó su cara recredencial el 2 de octubre, tres días antes de dejar Madrid, saludado por el comentario irónico de su colega inglés:

 “Recuerde qué cosas admirables se prometían de la embajada de Duras. Tratados iban a ser disueltos, ministros iban a ser derrocados, la oveja perdida iba a ser hallada otra vez, la unión entre las dos coronas establecida con más robustez que nunca. Cuando recuerde todo esto, usted dirá como yo: Sic transit gloria mundi[20].

El fracaso de la misión de Duras, es probable que fuera inevitable, dadas las condiciones en las que se desarrolló. Pero también parece evidente que en él tuvo gran parte la personalidad del embajador. Así lo confesó el mismo secretario de Duras, el abate de Frischman:

 “No se puede negar al Sr. duque de Duras mucho ingenio, una elocuencia natural y muy buenas intenciones, pero sus mejores amigos reconocen que le faltan las cualidades esenciales de un embajador, es decir la paciencia y la discreción que han de acompañar un celo moderado...Varios... me han dicho que había echado atrás los negocios en todo el curso de su embajada”[21].

Este mismo Frischman queda encargado de los negocios de Francia en Madrid hasta la llegada, algo tardía, de un nuevo embajador, el marqués de Aubeterre (14 de abril de 1757). A ambos el gabinete de Versalles ordenó que se abstuviesen de cualquier iniciativa intempestiva y se limitasen a un papel de mero observador[22]. Es verdad que en aquella época Francia resulta menos aislada. Por el tratado de Versalles (1º de mayo de 1756) se ha aliado con la emperatriz-reina, y por la conquista de Menorca (junio), fortalece su posición al mismo tiempo que se hunde en la guerra a la vez marítima (17 de mayo) y continental. El 24 de junio de 1757 Bernis está encargado del departamento de Asuntos extranjeros, mientras los ejércitos franceses se apoderan del electorado de Hanover. En el verano de 1757 la situación de Inglaterra parece tan crítica que Pitt, llegado al poder al final de 1756, intenta una maniobra desesperada con proponer a España una alianza para la reconquista de Menorca que, en caso de éxito, podría conducir a la restitución de Gibraltar (23 de agosto de 1757). El Rey Católico que no había querido ser arrastrado a la guerra por Francia, no tenía la menor intención de alinearse al lado de Inglaterra y tanto menos cuanto que ella se negaba obstinadamente a castigar los excesos de sus corsarios y a cesar sus usurpaciones en las costas de Honduras[23].

Pero en breve tiempo la situación va a dar la vuelta. Las victorias de Federico II en Alemania obligan al ejército francés a evacuar Hanover, y sobre todo Inglaterra prepara un formidable armamento contra la fortaleza de Luisburgo, llave del Canadá. Y esto en un momento en que el tesoro francés está en tan precario estado que Bernis no sabe cómo financiar la próxima campaña en tierra y en mar. Los 10 y 17 de mayo, en nombre de Francia, Aubeterre propone devolver Menorca a España pero “a la vez que el Rey se desprende de la única prenda que tiene entre manos,... espera que S.M.C. declarará la guerra a Inglaterra y accederá al tratado de Versalles”[24]. Algunos días más tarde Bernis pensaba en vender la isla a España, para procurarse fondos. Fracasados todos estos intentos, le tocó a Luis XV dirigirse directamente a su primo (10 de junio de 1758) para pedirle que hiciera causa común con él o, a falta de ello, que ofreciese sus buenos oficios para conseguir una paz equitativa. Paralelamente Aubeterre tenía el encargo de solicitar un préstamo de 36 millones de libras para un año. Constante en su política Fernando VI se negó a unirse a Francia y además pretendió no tener en su tesoro el dinero pedido (29 de junio). Tan sólo aceptó proponer sus buenos oficios por medio del conde de Fuentes que iba a ser nombrado embajador en Londres[25].

Llegado el verano, coincidió con el tiempo de las catástrofes anunciadas. Vencido en Crefeld (23 de junio), el ejército francés retrocedía sobre el Rin. Peor aún, Luisburgo se entregaba a los Ingleses el 26 de julio. La noticia fue conocida en París el 22 de agosto y seis días más tarde en Madrid donde causó honda impresión, reflejada en las instrucciones preparadas para Fuentes (11 de septiembre) que son a la vez una señal de gran inquietud y una especie de último requerimiento a Inglaterra para dar satisfacción a las peticiones de España[26].

Este deterioro de las relaciones hispano-inglesas quizás hubiera podido conducir al acercamiento tanto tiempo esperado y deseado por Francia. Pero Fernando VI nunca firmó las instrucciones de Fuentes. Fallecida su esposa el 27 de agosto, el monarca se encerró en el castillo de Villaviciosa, donde cayó en una locura incurable. Durante casi un año, sus ministros despacharon los negocios corrientes sin atreverse nunca a tomar decisiones políticas. Por tanto Choiseul, que acababa de suceder a Bernis el 3 de diciembre, escribía a Aubeterre: “Comprendo perfectamente que, en las circunstancias molestas en las que os encontráis, sólo podéis desempeñar en Madrid un papel puramente pasivo y conduciros como un mero observador”[27].

Sólo tras la muerte de Fernando VI (10 de agosto de 1759) y la llegada de Carlos III a Madrid (9 de diciembre) se podrá plantear sobre nuevas bases y entre nuevos interlocutores el problema de las relaciones hispano-francesas que desembocarán en el Tercer Pacto de Familia, cerrándose así un periodo de aguda crisis[28].

***

Después de recordar muy por encima lo que ha sido la crisis relacional entre España y Francia bajo el reinado de Fernando VI, yo quisiera volver sobre algunos puntos de la misma, pero desde un ángulo peculiar y original, que es el del embajador español en París, don Jaime Masones de Lima (1696-1778).

Empezaré por unos datos acerca de este personaje[29]. Segundón de una noble y pobre familia española de Cerdeña, pasa a España durante la guerra de Sucesión, ingresa en el ejército en 1719 y emprende en el regimiento de dragones de Lusitania una carrera sin lustre, quizás a causa de una fuerte miopía. Su superior, el marqués de la Mina, nombrado embajador en Francia, se lo lleva allí en calidad de gentilhombre de embajada: ambos residen en París del 5 de enero de 1737 al 8 de agosto de 1740. Así es como Masones tiene la oportunidad de conocer la corte de Versalles y de ponerse al corriente del modo de vivir de los Franceses de esta época.

Vuelto a España con el grado de coronel, toma el mando del regimiento de dragones de Frisia con el que hace varias campañas en Italia, logrando el grado de brigadier (1744). La subida al trono de Fernando VI marca un viraje decisivo en la carrera de Masones. Su íntimo amigo José de Carvajal llega al ministerio y coloca a allegados suyos en puestos diplomáticos: el hermano de Masones en Lisboa, y en Londres Ricardo Wall, compañero de Masones en la milicia. El mismo Masones, sin haberlo buscado, se ve incluido en este movimiento. Nombrado mariscal de campo y plenipotenciario de España en las conferencias de paz (1747), pasa ocho meses en París al lado de su amigo Huéscar embajador allí, antes de llegar a Aquisgrán para enterarse de que sus colegas franceses, ingleses y holandeses han firmado sin conocimiento suyo preliminares de paz (29 de abril de 1748). Este fracaso diplomático, debido a su inexperiencia y a su ingenuidad, no tiene consecuencias sobre el favor que goza en Madrid. Carvajal no tiene reparo en proponerle las embajadas de París y Viena, que rechaza sin vacilar. Regresado a España en la primavera de 1749 y ascendido a teniente general, está empleado en Madrid, haciendo parte de la Junta de generales encargada de reformar las ordenanzas del ejército.

La muerte inesperada de Francisco Pignatelli (14 de julio de 1751) produce de nuevo la vacante en la embajada de París, y esta vez, bajo la presión personal del Rey Católico, Masones tiene que aceptar el puesto, tan a regañadientes que no toma posesión de él antes del 3 de agosto de 1752. De edad de 54 años y de salud delicada, el nuevo embajador no tiene gusto ni afición para la diplomacia. Sin embargo no carece de dotes apreciables: bastante inteligente, culto, buen músico, fiel en sus amistades, dotado de un fuerte sentido del humor, está desprovisto de cualquier pretensión o altivez, lo que hace agradable su trato. En España cuenta con valedores influyentes: los mismos Reyes, el duque de Huéscar, en cierta medida, el marqués de la Ensenada, y antes que todo el ministro Carvajal. Los dos hombres se tutean, se confían mutuamente y mantendrán hasta la muerte de Carvajal una correspondencia familiar de la que sólo nos quedan las cartas de Masones, auténticas joyas epistolares, cuyo tono libre, alegre, desenfadado, chispeante, dista mucho del estilo algo convencional de los despachos oficiales. La edición de estas cartas en las publicaciones de la Universidad de Alicante viene en apoyo de esta opinión. Después de fallecer Carvajal, su sucesor Wall, también viejo amigo de Masones, continuará con él esta correspondencia familiar de la que, desgraciadamente, nada nos ha llegado.

Al marchar para su destino Masones no había recibido instrucciones en forma, pero tan sólo una “carta instructiva”, con fecha de 25 de junio[30]. Aparte de un breve comentario sobre el recién concluido tratado de Aranjuez, este documento se limitaba a repetir que el Rey Católico “sólo desea la paz y eso es lo que dicta a sus ministros en todas partes”, remitiéndole por lo demás a las instrucciones muy generales, entregadas a su antecesor en 1749 cuyo principal artículo le prescribía hacerse agradable a la corte francesa y cultivar la unión entre los dos países. A través de estos textos se vislumbra cómo Carvajal concebía el reparto de tareas. Autoritario, poco propenso a confiar en terceros, quería tratar personalmente en Madrid todos los asuntos de entidad, especialmente los que interesaban las relaciones con Francia. Por tanto el papel del embajador español en París tenía bastante de pasivo: hacer su corte al Rey y a la familia real, congraciarse con los ministros y otras personas de categoría, informar a su gobierno sobre la situación política y económica de Francia, cuidar de los intereses españoles en aquel reino. También le tocaba escuchar y transmitir cuanto pudieran decirle las autoridades francesas, así como comunicarles lo que la Corte de Madrid desearía hacerles llegar. Por supuesto el embajador tenía que abstenerse de cualquier iniciativa política y remitir sistemáticamente a Madrid el examen y la decisión de toda dependencia de alguna importancia. Veamos, pues, como dentro de este marco, se desarrolló la misión de Masones, sobre todo en la época de Carvajal.

Luis XV, su familia, su corte, su ministerio[31]

Masones, embajador de familia, cumple con la obligación de hacer su corte al Rey y a la familia real. Para Luis XV ha tenido desde el principio respeto y hasta cariño: “Es bonísimo, incapaz de hacer mal a una mosca... Es el mejor hombre del mundo si no fuera su foiblesse humana en la que persiste como antes... Es buen hombre y como obrase sólo por sí, se podría contar todo por de buena fe”[32].

Las relaciones entre ambos hombres son fáciles, a veces casi familiares. A Luis XV, que tiene fama de retraído y tímido, le gusta charlar con el embajador nunca sobre negocios, sino sobre temas corrientes “como sucede entre bourgeois”. Así al final de 1753, Masones le encuentra, ligeramente indispuesto, en la cama “con buen semblante, de buen humor y mucha gana de parleta. Me habló de la caza del Rey nuestro Amo y de la gran batida, que se la expliqué como pude, aunque nunca la he visto. Me preguntó de los nuevos empleos y empleados... Yo le he dicho que todos son una canalla”[33]. Con la reina, a cuyo juego acude, y con sus hijos las relaciones son igual de cordiales. Nota que el delfín y las princesas guardan las distancias con la querida del Rey: “Ni el delfín ni las hermanas le rinden vasallaje...Viven entre sí con grande unión y a ella, en sus apartes, le cortan bravos sayos. El padre no lo ignora, lo siente, pero como los ama en extremo, nada manifiesta”[34].

De la marquesa de Pompadour (a quien apoda “Eufrasia”) habla con frecuencia. Sorprende comprobar cómo este viejo militar, solterón, de convicciones cristianas afirmadas, de costumbres intachables, ha quedado sensible al encanto de la marquesa y le ha manifestado una simpatía indulgente. Ella ha sabido conquistarle, interesándose por su salud y enviándole a su propio oculista. En opinión del embajador “es mujer de buenas intenciones, que no hace mal directamente a nadie, que hace bien a muchos y que sus fines son a todo lo que más puede contribuir a la gloria del Rey”[35]. Ella sin embargo tiene que contar con las infidelidades de su real amante quien “preguntado cómo, siendo tan viejo, era tan victorioso, respondió que variando terreno”[36]. Masones relata detalladamente la lucha que opone la marquesa a efímeras rivales que, según dice, no valen para fregonas de ella, y se alegra de verla al final “bella y triunfante...tan inebranlabre en su trono como Luzbel en el suyo”.

El interlocutor habitual del embajador es el secretario de Estado de Asuntos exteriores, quien recibe a los diplomáticos extranjeros en Versalles cada martes. Fueron cuatro los que se sucedieron durante la misión de Masones: Saint-Contest, Rouillé, Bernis y Choiseul. Del primero habla algo despectivamente: “Buen hombre, pero taciturno... un perfecto panarra...nunca me dice nada porque por naturaleza es cerrado como pie de muleto”[37].

Rouillé le parece más abierto aunque “es ligerito según uso de la tierra”[38]. Con Bernis, mucho más listo, se lleva bien y le trata de “mi buen amigo”.

Varias veces Masones alude al Consejo de Estado, donde se debatían los problemas de política exterior. “De todos los diez que le componen, escribe, no hay ninguno que obre con fin directo del bien público... Todos están entre sí y contra los de afuera como gatos y perros”[39].

Quizás sea d’Argenson el ministro más capaz, pero queda aislado frente al partido del guardasellos Machault, muy apoyado por la Pompadour. Los que mejor informan a Masones de lo que pasa en el Consejo son Puyzieulx y Saint-Séverin, quienes por haber tenido la voz cantante en la conclusión de la paz de Aquisgrán, intentan lograr el perdón de España aprovechando todas las ocasiones de prestar servicios a su embajador. Pero el que “es el maestro de capilla para todo” es el mariscal de Noailles[40]. Ambos hombres no simpatizan. Noailles considera al diplomático como “un verdadero hipocondríaco y un franco cacoquimio”[41] con el que es imposible tratar de negocios; y por su parte Masones no hace ningún esfuerzo para congraciarse al mariscal.

Este mismo Noailles es el que ha inventado y patrocinado a Duras a quien había conocido Masones en tiempos de la embajada de Mina, cuando aún era un joven calavera. Ahora parece que ha sentado cabeza. Se le reconoce bastante capacidad, aunque sigue teniendo “el móvil continuo de la nación y el don de embestidura”[42], que a lo mejor su mujer “prudente y sin coquetería” podría templar. Sea lo que sea Masones subraya la necesidad de tratarle con tiento. “porque es favorito de su Amo, muy estrecho de los Noailles, amigo de todos los ministros y de la pandilla de Eufrasia, conque es preciso pasarle la mano por el lomo... ofreciendo a Dios sus embestiduras galicanas que serán fuertes e importunas. Para él no hay mejor brida que su mujer”[43].

Sin insistir sobre otros varios aspectos de la actividad de Masones como son las noticias y comentarios suyos sobre la crisis parlamentaria que tenía tan preocupado a Fernando VI; la manera como se ocupaba de los pensionados españoles en Francia; la organización y el personal de la embajada; la gestión de los servicios comerciales y consulares; la vida de representación; los problemas de salud del embajador, sus aficiones culturales, sus prácticas religiosas, etc... Sólo se tratará de hablar ahora de su papel político.

El papel político de Masones

Los primeros meses de la embajada de Masones transcurren con bastante tranquilidad. Tan sólo se hace el eco de las inquietudes francesas en cuanto al porvenir de las relaciones con España. Se esfuerza por desvanecerlas repitiendo que “el Rey ama mucho a su primo y la nación conoce la utilidad de la buena armonía y amistad, y mucho más ahora que parece se quieren abstener de meterse en nuestras cosas caseras”[44]. Sólo en julio de 1753, Carvajal le pone al corriente de las instancias de Duras por negociar un nuevo convenio político entre ambos países y de la resistencia fundada que le opone España: “Ahí piensan modos de echarnos grillos y acá se desea vivir sin prisiones”[45]. Dos meses más tarde el ministro encarga a Masones que actúe cerca del gobierno francés para desechar este proyecto. Dos largas entrevistas con el ministro francés no dan resultado y el 31 de octubre el embajador escribe: “M. de Saint-Contest no desiste del intento ni yo desisto de el de disuadirle, repitiendo... que no hay mejor alianza que el amor recíproco de los dos soberanos”[46]. En su carta particular de la misma fecha Masones expone su opinión personal que coincide enteramente con la de su amigo: “La tal convención tiene tantos inconvenientes como letras contiene porque no se tirará un fusilazo en Europa que no nos veamos mezclados en la contienda”[47]. Y recapitulando los tratados en los que España fue engañada por Francia, añade: “Todos los ajustaron subrepticiamente y sin nuestra intervención. Y ¿no nos han de dejar en la justa desconfianza que, si ahora por aliados suyos nos metemos en guerra, ejecuten lo mismo?... Vaya señor, todo y muy buena correspondencia y politesses de parte a parte, menos convención. Inimicus nullus, amicus unus, y éste ha de ser Fernando con sus vasallos y reinos, incluso yo”.

En noviembre, pertrechado con copias de la memoria de Duras y de la respuesta de Carvajal, Masones recibió el delicado encargo de comentar y justificar en Versalles la tesis española. Pero no tuvo que luchar: encontró a Saint-Contest ya informado y resignado, quien haciendo de tripas corazón, se declaró satisfecho ya que el documento español “era lo mismo que si se hubiese firmado la propuesta convención”[48]. En tan difíciles circunstancias, Masones aprovechó la oportunidad de ir socavando el crédito de Duras cerca del ministerio francés y en particular de Noailles “que ha sido el hacedor de ese tolondrón”[49].

Pero los excesos de celo del embajador francés no pararon en eso. A falta de haber conseguido su convención, buscaba otro medio de hacer patente, a los ojos de Europa, la estrecha unión de las dos ramas de la casa de Borbón. Ahora bien ambas disponían de altas distinciones o condecoraciones: el Toisón de oro para España; el cordón azul o Sancti Spíritus para Francia. Duras imaginó que intercambios de estas distinciones - de los que podría aprovecharse - pondrían en evidencia la excelencia de las relaciones entre las dos monarquías. Empezó insinuando que la concesión del Toisón al duque de Borgoña, hijo del delfín, complacería a Luis XV, y Fernando VI le envió las insignias el 24 de febrero. El 5 de marzo en Versalles se celebró con gran pompa la ceremonia de entrega del Toisón al joven príncipe. Claramente satisfecho “el abuelo se llenó de los mejores diamantes que tiene...Era para que yo le viera, pero yo no viera, pero yo no vi nada por cegato y por atento a mi arenga que fue tan discreta que ni él ni los circundantes ni yo mismo pudimos entenderla”[50].

Ya antes de esta ceremonia, Duras había emprendido la segunda etapa de su plan, anunciando que Luis XV estaría dispuesto a enviar unos cordones azules a su primo para que los repartiera entre personas de su elección. La idea disgustó enormemente a Carvajal quien precisamente tenía empeño en que se evitara cualquier señal visible de una intimidad demasiado estrecha entre las dos coronas. Por eso instruyó a Masones que intentase desechar esta iniciativa “muy embarazosa”. Así enterado de “los diabólicos incursos del Nene”, el embajador compadeció a su amigo: “Tú mira cómo allí puedes escabullirte, que yo aquí no perderé coyuntura de desviar semejantes sugestiones. Cómase cada uno sus carnes, ellos palomas y nosotros cordero”[51]. La muerte de Carvajal no puso fin al asunto. A pesar de todos los esfuerzos disuasivos de Masones, Luis XV envió dos cordones azules a su primo (7 de mayo) dejándole la elección de los beneficiarios (aunque por varias indirectas el nombre de Masones había sido sugerido). Pero Fernando VI bloqueó el intercambio,, agradeciendo a Luis XV “la fineza...y no menos el modo con que la hace, pues me deja la libertad de que no use por ahora de este arbitrio por los muchos acreedores que hay a esta gracia que harían para mí la elección embarazosa” (22 mayo)[52].

Falta tiempo para seguir detalladamente los pasos de Masones durante los últimos cinco años de su embajada. De su actuación quisiera sin embargo destacar dos episodios en que, por una vez, llevó la voz cantante.

El primero tiene que ver con el abate de Bernis. Este clérigo, tan listo como insinuante, había sido nombrado para suceder a Duras en España (12 de septiembre de 1755). Pero nunca partió para Madrid: protegido por la Pompadour con quien había sabido congraciarse, permaneció en París, con el encargo de conducir con el embajador imperial Starhemberg, las negociaciones secretas que habían de desembocar en la inversión de las alianzas. Aunque nada de ellas había traslucido, a pesar de la vigilancia de los ministros extranjeros, Masones fue el primero en aludir, el 2 de febrero de 1756, a unos rumores al respecto, a los que se resistía a dar crédito: “El menester verlo para creerlo, pero pudiera suceder como hemos visto que ha sucedido un terremoto general que jamás había acaecido en el mundo”[53]. Una semana más tarde esta hipótesis apenas creíble se había hecho casi probable como comentaba Masones en un despacho del 15 de febrero que merece ser citado. El martes 9, día de embajadores en Versalles, después de la comida brindada a los ministros extranjeros por el secretario de Estado Rouillé, Starhemberg convidó discretamente a comer en su casa al día siguiente a Bernis, a Masones y al nuncio. El miércoles, pues, nos cuenta Masones, después del almuerzo, “tomando el café...yo según mi costumbre me quedé dormido...Fuése desde luego el nuncio y el mismo silencio que se observó después me despertó. Sin mover de postura, abrí los ojos y ví que el abate y Starhemberg se había apartado bien lejos de mí y hablaban muy bajo y con mucho fervor. Tan bajo hablaban que no puede oírlos ni una palabra. Observaron que hice movimiento para acomodar la cabeza y luego de puntillas se salieron a la pieza inmediata, cerrando la puerta. Acerquéme a ella y aunque ya hablaban más alto, no pude entender nada. Enfadado hice ruido...Entró luego Starhemberg”[54]. Estas circunstancias, cotejadas con los anteriores rumores, parecían confirmar que había gato encerrado y que las cortes de Viena y Versalles, ofendidas por la conducta de sus respectivos aliados, intentaban un acercamiento entre ellas. En sus Mémoires, Bernis cuenta la misma anécdota con algunas variantes, concluyendo: “Eso prueba cuántas precauciones se deben tomar en los negocios de entidad”[55].

El segundo episodio se relaciona más con la postura de España ante el desarrollo de la guerra de los Siete Años. Aunque reducido a un papel algo pasivo, a Masones le preocupaban cada día más los desastres franceses en Alemania, en el mar y en América, los consiguientes progresos de los Ingleses, y más que todo su creciente arrogancia y desprecio por la libertad de navegación de las potencias neutrales. Compartía estas preocupaciones el barón Scheffer, ministro de Suecia en París, quien en marzo de 1757 había insinuado a Masones lo conveniente que sería para España adherirse al tratado de unión marítima firmado el 12 de julio de 1756 entre Suecia y Dinamarca para la protección de sus barcos mercantes, y ambos diplomáticos siguieron conversando de vez en cuando sobre el tema. A principios del año 1758 decidieron participar sus ideas a sus respectivos ministros, no de manera oficial sino a través de su correspondencia familiar con ellos. Para subrayar mejor el carácter especulativo de sus reflexiones, las intitularon “sueño de calaveras”[56]. También Bernis, Secretario de Estado desde el 28 de junio de 1757, fue puesto al corriente.

Ante el rápido empeoramiento de la situación, Masones resolvió dirigirse oficialmente a Wall en un despacho de 16 de junio de 1758, muy poco antes de las derrotas francesas de Crefeld y Luisburgo. Su proyecto tenía por objeto “hallar el modo de reducir la Inglaterra a una proporción de fuerzas...si no totalmente igual a cada una de las otras potencias marítimas...por lo menos no superior a todas juntas...y poner la Inglaterra a la razón y contener sus ambiciones y violentas resoluciones”[57]. Se unirían por un tratado Francia, España, Suecia y Dinamarca. Concebida en un principio como una liga de defensa marítima, esta alianza podría fácilmente volverse ofensiva, con un desembarco en Escocia y una serie de operaciones en América. Al mismo momento Bernis encargaba a Aubeterre que hablara a Wall en el mismo sentido. Pero el ministro español contestó “que entrar en tal liga y en la guerra, todo era uno, y que si el Rey hallaba ésta justa, no había menester otro aliado que el Rey Cristianísimo su primo”[58]. Masones se dio por enterado, pero hasta su exoneración el 9 de noviembre 1758, Bernis intentó defender este proyecto cerca de Wall.

Si la relativa pasividad de Masones no parecía molestar a Bernis, Choiseul que le sucedió en el ministerio (3 de diciembre de 1758), se impacientó por ella. La muerte de Fernando VI había abierto nuevas perspectivas diplomáticas y el ministro francés deseaba tener en París a un embajador español activo y responsable, lo que a todas luces no era el caso de Masones. En una carta de junio de 1760 a su embajador en Madrid, Choiseul se quejaba de que el Rey Católico mantuviese en Francia como embajador “al mejor hombre del mundo, pero el más inepto ministro que hubo nunca. Me resulta imposible hablar de negocios con el Sr Masones, ni entender lo que me dice cuando habla de ellos...Es todo un caballero, estoy personalmente muy contento con él y sólo por escrúpulo de conciencia en cuanto a los negocios, os confío cuán poco se puede contar con este embajador, cuyos relatos, si hace algunos, están ciertamente desprovistos de sensatez”[59].

Por muy exagerado que suene este juicio de Choiseul y pese a la entrañable amistad de Wall por Masones, aparecía claramente, que en el contexto de una probable negociación con vistas a estrechar otra vez los vínculos entre España y Francia, se imponía un cambio en la embajada. El 14 de enero de 1761 Wall, al mismo tiempo que comunicaba a Masones el nombramiento de Grimaldi en París, le llamaba a España para ocupar su puesto de director de la artillería e ingenieros. El 9 de febrero de 1761 Masones tuvo su audiencia de despedida y el 12 del mismo mes abandonó la capital francesa.

***

En resumidas cuentas se puede afirmar que, en el escenario principal, que se situaba en Madrid, la nueva política española de independencia hacia Francia procedió directamente de las ideas y de la voluntad de Carvajal respaldada por Fernando VI. Fracasaron los esfuerzos de Duras para resucitar la antigua alianza entre las dos coronas. Además, este embajador presumido y arrogante multiplicó las iniciativas contraproducentes y las presiones importunas hasta el punto de hacerse insoportable al Rey Católico y a sus ministros.

En París – escenario de segundo plano – le tocó al embajador Masones el papel ingrato de explicar y justificar una postura española muy mal comprendida y recibida en la Corte de Francia. Pero desempeñó esta obligación con tanta moderación y tanto tacto que, sin llegar a convencer a sus interlocutores, logró compensar y suavizar en cierto modo el impacto causado en Francia por el nuevo rumbo de la política española.


[1] La diplomacia de Fernando VI. Correspondencia reservada entre D. José de Carvajal y el duque de Huéscar, 1746-1749, Madrid, 1975 (en adelante: D. OZANAM, La diplomacia...); “La política exterior de España en tiempo de Felipe V y de Fernando VI”, Historia de España Menéndez Pidal, t. XXIX-1, Madrid, 1985, pp. 443-699 (en adelante: D. OZANAM, “La política exterior...”); Un Español en la corte de Luis XV. Cartas confidenciales del embajador Jaime Masones de Lima al ministro D. José de Carvajal, Alicante, 2001 (en adelante: D. OZANAM, Un  Español...) y “Dinastía, diplomacia y política exterior”, Los Borbones. Dinastía y memoria de nación en la España del s. XVIII, Madrid, 2001, pp. 17-46 (en adelante: D. OZANAM, “Dinastía...”).

[2] JOSÉ DE CARVAJAL Y LANCÁSTER, Testamento político, ed. J. M. Delgado Barrado, Córdoba, 1999, pp. 13 y 17.

[3] Carta a Huéscar, 14 de mayo de 1748 (D. OZANAM, La diplomacia..., p. 319).

[4] Carvajal a Wall, 20 de septiembre de 1751 (Archivo Histórico Nacional [AHN], Estado, 2.964). Despacho importante, que resume toda la política del ministro.

[5] Instrucción al conde de Vaulgrenant, 11 de abril de 1749 (A. MOREL FATIO, Recueil des instructions données aux ambassadeurs et ministres de France..., t. 12 bis, Espagne, París, 1899, p. 286).

[6] Estas consideraciones las hizo el mariscal de Noailles en una conversación que tuvo con el encargado de negocios español, José de Aldecoa (Aldecoa a Carvajal, 10 de enero de 1752, AHN, Estado, 6.501).

[7] Varias cartas de Masones a Carvajal, 1752-53 (D. OZANAM, Un Español..., números 51, 56, 80, 96).

[8] Instrucción al duque de Duras, 23 de septiembre de 1752 (A. MOREL-FATIO, Recueil des instructions..., t. 12 bis, Espagne, pp. 312 y sigs). Ver también D. OZANAM, “La política exterior...”, pp. 671-675 y J. L. GÓMEZ URDÁÑEZ, “El duque de Duras y el fin del ministerio Ensenada”, Hispania, t. 59/1 (1999), nº 201, pp. 217-249.

[9] Noailles a Duras, 20 de octubre de 1752 (D. OZANAM, Recueil des instructions..., t. 27, Espagne-volume complémentaire, París, 1960, p. 77).

[10] Duras a Saint-Contest, 12 de diciembre de 1752 (B.N.París, Mss., Nouv. Acq. Franç., 299, fol. 30-32).

[11] Saint-Contest a Duras, 27 de enero de 1753 (ibid., 301, fol. 14-15).

[12] Carvajal a Masones, 18 de noviembre de 1753 (AHN, Estado, 6506 bis)

[13] D. OZANAM, “Dinastía...”, p. 34.

[14] Keene a Holdernesse, 22 de diciembre de 1753 (COXE-SALAS, España bajo el reinado de la Casa de Borbón, t 3, Madrid, 1846, p. 383).

[15] Sobre la postura política de R. Wall ver el artículo de D. TÉLLEZ ALARCIA, “La supuesta anglofilia de D. Ricardo Wall”, Revista de Historia Moderna (Alicante), 2003, nº 23, pp. 501-536, y sobre todo la tesis doctoral, aún inédita de D. Téllez sobre el ministro.

[16] Noailles a Duras, 15 de octubre de 1754 (Arch. Aff. Étr. París, Mémoires et documents, Espagne, 217).

[17] Sobre estos intercambios de cartas ver D. OZANAM, “La política exterior...”, pp. 681-682.

[18] Sobre la audiencia concedida por los Reyes a Duras (29 de julio), las acusaciones del embajador, la respuesta dilatoria de Wall en nombre de su Amo (4 de agosto) y la instrucción del ministro sugiriendo la retirada de Duras, ver D. OZANAM, “La política exterior...”, pp. 682-683.

[19] Noailles a Duras, 16 de agosto de 1755 y Duras a Noailles, 26 de agosto (Arch. Aff. Étr. París, Mémoires et documents, Espagne, 201, fol. 248 y 195, fol. 159).

[20] Keene a Castres, 19 de septiembre de 1755 (R. LODGE, The private correspondence of Sir Benjamín Keene, Cambridge, 1933, pp. 204-205).

[21] Frischman a Rouillé, 8 de diciembre de 1755 (Arch. Aff. Étr. París, Corr. Pol. Espagne, 518, fol. 397)

[22] Instrucción a Aubeterre, 27 de febrero de 1757 (D. OZANAM, Recueil des instructions..., t. 27, Espagne, pp. 95-96).

[23] D. OZANAM, “La política exterior...”, p. 687.

[24] Acerca de las gestiones francesas relativas a Menorca, ver D. OZANAM, “Menorca entre España y Francia en la guerra de los Siete Años”, 1802. España entre dos siglos, t. 1, Madrid, 2003, pp. 425-429.

[25] Ver la carta de Luis XV a Fernando VI de 10 de junio de 1758, la respuesta del Rey de España del 29 de junio y el despacho de Aubeterre a Bernis de 4 de julio (Arch. Aff. Étr. París, Corr. Pol. Espagne, 523, fols. 275, 312, 317-322).

[26] D. OZANAM, “La política exterior...”, pp. 690-691.

[27] Choiseul a Aubeterre, 12 de diciembre de 1758 (Arch. Aff. Étr. París, Corr. Pol. Espagne, 524, fol. 209).

[28] D. OZANAM, “Les origines du troisième pacte de famille (1761)”, Revue d’Histoire diplomatique, 1961, nº 4, pp. 307-340.

[29] D. OZANAM, Un Español…, pp. 11-31.

[30] AHN, Estado, 6.512.

[31] Véase D. OZANAM, “Louis XV vu par deux ambassadeurs espagnols”, Etudes sur l’ancienne France offertes en hommage à Michel Antoine, París, 2003, pp. 275-291.

[32] Cartas de Masones a Carvajal, 24 de noviembre de 1752, 22 de febrero y 3 de octubre de 1753 (D. OZANAM, Un Español..., números 14 A, 31 F y 74 A).

[33] Del mismo al mismo, 3 de diciembre de 1753 (ibid., nº 85).

[34] Del mismo al mismo, 24 de noviembre de 1752 (ibid., nº 14 A).

[35] Id., ibid.

[36] Del mismo al mismo, 15 de marzo de 1753, (ibid., nº 35 H).

[37] Del mismo al mismo, 22 de febrero, 12 de mayo y 12 de diciembre de 1753 (números 31 A, 46 C y 87).

[38] Del mismo al mismo, 11 de septiembre de 1753 (ibid., nº 71 C). 

[39] Del mismo al mismo, 12 de mayo de 1753 (ibid., nº 46 C).

[40] Del mismo al mismo, 22 de febrero de 1753 (ibid. Nº 31 A).

[41] Noailles a Duras, 5 de abril de 1753 (Arch. Aff. Étr. París, Mémoires et documents, Espagne, 198, fol. 105).

[42] Masones a Carvajal, 14 de septiembre de 1752 (D. OZANAM, Un Español..., nº 5).

[43] Del mismo al mismo, 19 de enero de 1753 (ibid., nº 25).

[44] Del mismo al mismo, 22 de febrero de 1753 (ibid., nº 31 A).

[45] Despacho a Masones, 15 de julio de 1753 (AHN, Estado, 6.506 bis).

[46] Despacho a Carvajal, 31 de octubre de 1753 (AHN, Estado, 6.506).

[47] Masones a Carvajal, 31 de octubre de 1753 (D. OZANAM, Un Español..., nº 77).

[48] Despacho de Masones a Carvajal, 4 de diciembre de 1753 (AHN, Estado, 6.506 bis)

[49] Masones a Carvajal, 15 de noviembre de 1753 (D. OZANAM, Un Español..., nº 81).

[50] Del mismo al mismo, 6 de marzo de 1754, (ibid., nº 101).

[51] Del mismo al mismo, misma fecha (ibid., nº 101 A).

[52] Sobre el asunto de los cordones del Espíritu Santo ver D. OZANAM, “La política exterior...”, pp. 675 y 696 (nota 63).

[53] Masones a Wall, 2 de febrero de 1756 (AHN, Estado, 6.517).

[54] Del mismo al mismo, 15 de febrero de 1756, (ibid.).

[55] BERNIS, Mémoires, ed. F. Masson, t. 1, París, 1878, pp. 273-274.

[56] Estas ideas las comunicó Masones a Wall “en carta familiar, a los principios del año o fines del antecedente”, que no hemos podido encontrar, pero a la que alude el embajador en su despacho de 16 de junio citado en la nota siguiente.

[57] Masones a Wall, 16 de junio de 1758 (AHN, Estado, 6.526).

[58] Wall a Masones, 29 de junio de 1758 (ibid.).

[59] Choiseul a Ossun, 2 de junio de 1760 (D. OZANAM, Un Español..., p. 29).







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ISSN: 1699-7778



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