"Limpieza de Sangre" ¿Racismo en la edad moderna?
"LIMPIEZA DE SANGRE" ¿RACISMO EN LA EDAD MODERNA?
Max Sebastián Hering Torres
Institüt für Geschichte (Universität Wien)
1. INTRODUCCIÓN
“[Para] ser enemigos de Christianos [...] no es necessario ser padre, y madre Iudios, uno solo basta: no importa que no lo sea el padre, basta la madre, y esta aun no entera, basta la mitad, y ni aun tanto, basta un quarto, y aun octavo, y la Inquisicion Santa ha descubierto en nuestros tiempos que hasta distantes veinte un grados se han conocido judaiçar.”
Tras la persecución de los judíos en 1391, gran parte de ellos consideró como única posibilidad de supervivencia la conversión al cristianismo, bien de forma voluntaria, bien impuesta en muchos de los casos por medio de la fuerza. Después de la conversión, su expectativa de convivencia pacífica con los “cristianos viejos” se cumplió sólo parcialmente. Como consecuencia del derecho eclesiástico, los conversos eran considerados como cristianos, y por ende disfrutaban de la misma condición legal que los “cristianos viejos”; sin embargo, se difundió rápidamente una tendencia excluyente contra ellos en numerosas instituciones españolas. Con el fin de impedirles el acceso a instituciones del poder y del saber, se decretaron los “estatutos de limpieza de sangre”. Estos estatutos y las investigaciones genealógicas derivadas de ellos, de hecho, prohibían el acceso a Colegios Mayores, a Órdenes Militares, a Monasterios, a los Cabildos Catedralicios y a la propia Inquisición, a aquellos cristianos a los que se les pudiera comprobar sangre “judía, mora o hereje” en sus antepasados.
Mientras la idea fundamental de la conversión pretendía solucionar el “problema judío”, contradictoriamente ésta se convirtió en una dificultad de mayores dimensiones para la sociedad cristiana en la península ibérica: el nuevo conflicto generó miedo ante los neófitos, ante su ascendencia maculada (linaje) y ante su supuesta “sangre impura”. El bautismo se transformó de esta manera no sólo en un ritual superfluo, sino que sufrió un paradójico cambio de significado. En efecto, los conversos eran considerados, tanto en la sociedad ibérica como en el Nuevo Mundo, “impuros de sangre” a diferencia de los “cristianos viejos”, de procedencia goda u ibérica según algunos historiadores de la época. Aunque entre los mismos “cristianos viejos” no había claridad sobre su propio origen, sí existía consenso en un aspecto entre los estudiosos como Benito de Peñalosa y Ambrosio de Morales: por las venas de los “cristianos viejos” fluye sangre “pura” y “limpia”.
Considerar esta visión del mundo (Weltanschauung) de la Edad Moderna y su fatales consecuencias, es de particular interés histórico-científico, especialmente si se tiene en cuenta que por primera vez en la historia europea se utilizan los criterios “raza” y “sangre” –fácilmente comprobables en las fuentes– como estrategia de marginación. Moralistas como Torrejoncillo, autor de la cita inicial de este ensayo, no duda en afirmar que el judaísmo se define con base en la “sangre”, sin importar que la conversión al cristianismo hubiera tenido lugar hace veintiuna generaciones.
Tan clara y dogmática definición del Ser-Judío, además de testificar la dimensión que llegó a tener esta forma de pensar, permitió que algunos historiadores compararan este principio con las leyes de raza de Nuremberg (Nürnberger Rassengesetze) del año 1935, y con el antisemitismo racial promovido por la maquinaria de exterminio del nacionalsocialismo alemán. Pese a la aparente evidencia de esta similitud, considero que el significado histórico de la concepción de “limpieza” en el marco de la investigación sobre racismo y antisemitismo está aún por aclararse.
2. ANTECEDENTES HISTORIOGRÁFICOS
Algunos trabajos sobre el tema de la “limpieza”, de gran importancia sin duda para la investigación, presentan inconsistencias en cuanto a la perspectiva utilizada, ya que abordan la indagación sobre racismo interpretando una y otra vez las estructuras de pensamiento de la “limpieza de sangre” como “racismo” o “antisemitismo”, sin detenerse en el carácter anacrónico de esas denominaciones y sin considerar sus contenidos significativos en un contexto histórico determinado. De manera consciente o inconsciente se proyectan concepciones contemporáneas del racismo y del antisemitismo en acontecimientos del pasado.
El concepto quimérico “raza” y “racismo” inferido frecuentemente se puede tipificar a grandes rasgos a través de los siguientes atributos: “raza” es una categoría contemporánea relativa a una pseudo-ciencia natural creada y utilizada para clasificar al ser humano en diferentes grupos; los racistas recurren a este constructo con el fin de delimitar jerárquicamente las supuestas razas humanas. En muchas ocasiones, teóricos racistas intentan legitimar las doctrinas de “raza”, entretejidas por ellos mismos, basadas en el argumento del poligenismo o recurriendo a métodos de investigación empíricos como la craneometría. ¡El racismo aparece entonces como un fenómeno secular, el cual se fundamenta en el monopolio de verdad producto de la experiencia científica, desplazando a la teología y a su papel como autoridad legitimadora de la verdad!
Uno de los primeros intentos de contextualización del significado de la “limpieza de sangre” en el marco de la investigación sobre el racismo fue impulsado por Cecil Roth, quien comparó esta doctrina con el antisemitismo racial del régimen nacionalsocialista. Roth denominó la estructura de pensamiento español como “racial antisemitsm” y como “fifteenth century precedent for the Aryan legislation of the twentieth”. A comienzos de los años cuarenta, Guido Kisch contradice con vehemencia el intento de interpretación de Roth, reprochándole el haber acomodado a las fuentes medievales conceptos sobre imaginarios del racismo contemporáneos, y afirma: “The racial concept and doctrine have no foundation in medieval law either ecclesiastical or secular.” Cecil Roth mantuvo su opinión hasta mediados de los sesenta para finalmente, una década más tarde, tener que renunciar a ella. A su vez, Márquez Villanueva intenta refutar la relación entre el “mito de la limpieza” y cualquier significado racista: “In the first line, the problem of the New Christians was by no means a racial one, it was social and in the second line religious. The conversos did not carry in any moment an indelible biological stigma.”
La propuesta del estudioso Salo Baron Wittmayer, por mucho tiempo desatendida, expresa en tono cuidadoso en oposición a la tesis de Guido Kisch y de manera implícita en contra del resto de las opiniones afines, las que niegan un racismo en proceso de maduración en la Época Moderna: “Guido Kisch goes to far in denying these sentiments merely because the original sources fail to call them by their modern names”. Baron lo sintetiza de manera corta y concisa: El fenómeno de la “limpieza” debe ser entendido como “early manifestation of racialism”
Es así como, a pesar de las controversias expuestas, el análisis del tema de la “limpieza de sangre” en el marco de la investigación sobre el racismo, no ha llegado a ser satisfactoria. Julio Caro Baroja confirma esta laguna científica cuando, en su exhaustivo análisis sobre el judaísmo español, oscila entre dos posibles respuestas al problema. Inicialmente, se refiere a una doctrina cargada de cierto tipo de biologismo, y en fragmentos posteriores relativiza su tesis al afirmar que la “idea de la pureza de “sangre” es más bien de origen espiritual que biológico.”
Dadas las evidentes deficiencias en el estado de la investigación a comienzos de los ochenta, Yosef H. Yerushalmi por primera vez aborda con rigor este interrogante. En vista de que su ensayo se fundamenta en un estudio comparado entre el modelo ibérico y el modelo alemán, con los riesgos que implica toda analogía, Yerushalmi afirma de antemano: “de analogías y paralelos en ningún momento se deben deducir igualdades”. Tan importante premisa conduce al cuestionamiento de Yerushalmi de, si al hablar de la doctrina de la “limpieza de sangre” se estaría refiriendo a un ejemplo de antisemitismo racial. En conclusión, este autor define la “limpieza” como un “antisemitismo racial latente” y como un “protorracismo”; al respecto afirma: “Tenemos que aceptar que todavía no nos topamos con el término contemporáneo de raza, pero le falta poco para serlo.” De esta manera, el autor insinúa una relación causal y diacrónica, pero ante la imposibilidad de sustentar este tipo de afirmaciones sin inevitables deficiencias, solamente hace hincapié en la continuidad funcional entre los fenómenos aparecidos tanto en la España de la Era Moderna como en la Alemania de los siglos XIX y XX. Basándose en estos resultados, Yerushalmi intenta refutar la opinión de que el imaginario del “antisemitismo racial” no tuvo trascendencia alguna antes de la Edad Contemporánea.
La tesis del “protorracismo” fue retomada posteriormente por Imanuel Geiss y por Michael Grüttner. Motivado por estos resultados, Jerome Friedman propone elaborar una revisión de la periodización clásica sobre la judeofobia, haciendo énfasis en las evidentes relaciones causales entre el antijudaísmo de personas como Martín Lutero o de manera especial entre la ideología de la “limpieza” y el antisemitismo racial contemporáneo. En oposición a esta tesis, John Edwards y más tarde Rainer Walz han profundizado en el carácter independiente del “discurso de la limpieza” en relación con los intentos posteriores de construcción de conceptos raciales, cuestionando así una continuidad en este proceso histórico.
Por último, Benzion Netanyahu resalta la necesidad de elaborar una “teoría de la raza” en la España del siglo XV, como mecanismo de defensa en contra de la asimilación de los judíos. Más allá de las dificultades presentes de considerar la “limpieza” como teoría de la raza, su tesis parece demasiado atrevida al afirmar que el racismo y el antisemitismo reemplazaron completamente la doctrina religiosa en la España del siglo XV, como en la Alemania de los siglos XIX y XX.
Ante las hipótesis de los eruditos que acaban de comentarse nos preguntamos: ¿Cómo se debe entender la “limpieza de sangre” con referencia a la investigación sobre el racismo? Esta pregunta medular exige dos cuestionamientos sistemáticos: ¿Qué significado portaba la construcción del concepto de “raza” y hasta qué punto estaba entretejida con la doctrina de “limpieza”? ¿Qué planteamientos teológicos y, dado caso, de las ciencias naturales, consolidan el concepto de “limpieza de sangre” y en qué tipo de relación de continuidad o discontinuidad se presenta este principio con los imaginarios del racismo contemporáneo?
Sería prematuro abordar tan complejas preguntas sin antes delinear la naturaleza del sistema de la “limpieza”; esto es, su proceso de institucionalización y sus implicaciones sociales.
3. LOS ESTATUTOS DE LA "LIMPIEZA DE SANGRE"
Tras las conversiones forzosas que tuvieron lugar entre 1391-1415 y en 1492, los judíos bautizados, gracias a su estatus privilegiado, gozaron de amplias posibilidades laborales, y por ende de una sorprendente movilidad social. Esta nueva posición social de los neófitos estimuló reacciones de envidia y angustia en el resto de la sociedad, generadas por la competencia laboral que representaban los conversos. Adicionalmente, algunos conversos de la primera generación continuaron practicando su cultura judía bajo el manto del cristianismo, incurriendo así en el delito de herejía; en concreto: el criptojudaísmo. Inquisidores y moralistas no titubearon en transferir la culpabilidad de judaizantes conversos a todos ellos, para así darle un matiz de legitimidad a la introducción de los estatutos. De hecho, las cláusulas de “limpieza de sangre” reflejan primordialmente el miedo de la sociedad “cristiana vieja” ante una asimilación judeoconversa, la cual, a pesar de las serias dificultades iniciales de aculturización, se hacía con el paso del tiempo cada vez más evidente. Con el fin de evitar este proceso asimilatorio, se hizo imprescindible elaborar una “definición legal” de los “cristianos nuevos”. Este proceso debe entenderse como un impulso determinante que permitió la introducción de los “estatutos de limpieza”. El antijudaísmo clásico sufrió entonces una reformulación.
El 26 de febrero de 1449 Álvaro de Luna, favorito de Juan II de Castilla (1406-1474), exigió un impuesto de un millón de maravedís de la ciudadanía de Toledo, y para su recaudo contrató al magnate converso Alonso Cota. Sacando provecho de esta situación, el alcalde Pero Sarmiento se aferró a este hecho para iniciar campaña en contra de todos los conversos de la ciudad, la cual finalmente desembocó en sangrientos disturbios. Una vez más los neófitos fueron utilizados como chivos expiatorios de las tensiones sociales y económicas imperantes. Tras las acciones violentas en contra de los conversos, se decretó el 5 de junio de 1449 en el ayuntamiento de Toledo la “sentencia-estatuto”. En virtud del despido de catorce conversos de cargos oficiales en Toledo se consolidó la función marginadora inherente a dicha sentencia.
Sería prematuro referirse en este momento a la presencia desarrollada y “elaborada” de una ideología de la “limpieza de sangre”. La construcción ideológica de este principio se le debe atribuir al arzobispo de Toledo Juan Martínez Silíceo (1547) junto a otros teólogos de principios del siglo XVII. Este sistema ideológico no es la condición para la introducción de los primeros “estatutos de limpieza de sangre”; por el contrario, aparece más claramente como su consecuencia, puesto que los legitima a posteriori. La “sentencia-estatuto” de Toledo se erigió como modelo y precedió a la aplicación de futuros estatutos de “pureza de sangre”, los cuales se cimentaron entre mediados del siglo XV y mediados del siglo XVI en diferentes corporaciones como Órdenes Religiosas, Cabildos Catedralicios, Colegios Mayores y Menores, Órdenes Militares, la Inquisición etc. Más desconcertante aún es que a pesar de la obstinada insistencia de juristas como Marcos García de Mora para asignarle una justificación legal a la sentencia-estatuto (1449), ésta nunca llegó a tener un carácter legal reconocido. El papa Nicolás V se pronunció reiteradamente en contra del reconocimiento legal del estatuto y no titubeó en condenar a Sarmiento y a García Mora, en noviembre del mismo año, mediante la bula de excomunión “humani generis inimicus”. Aún así, la opinión de los papas ulteriores terminó transformándose, de tal modo que los estatutos se difundieron por toda la península ibérica sin mayores tropiezos. Estas cláusulas no se remitían a una legislación centralizada de la monarquía; pues se basaban en las actuaciones particulares de las diferentes corporaciones. No obstante, cualquier iniciativa legal al respecto debía tener el consentimiento tanto del rey como del Sumo Pontífice.
4. LA "LIMPIEZA DE SANGRE" Y SUS IMPLICACIONES SOCIALES
Para acceder a las instituciones regidas por dichos estatutos se hizo menester certificar la “pureza de sangre” mediante la presentación de un árbol genealógico. Este procedimiento de ingreso se denominaba “prueba de sangre”, en el que informantes de las instituciones correspondientes examinaban los linajes en cuestión. A base de interrogatorios se elaboraba un protocolo y se verificaba la genealogía, indagando sobre su supuesta constitución inmaculada. Los informantes viajaban a los lugares de nacimiento de los pretendientes, a los de sus padres y a los de sus abuelos, con el fin de localizar testigos entre la comunidad y sus alrededores que proporcionaran información concerniente a su posible pasado judío o musulmán. En los casos en que los encuestados no conocían personalmente a los aspirantes, el prestigio y la reputación de la familia –en ese entonces, “voz pública” y “fama”– se convertían en criterios suficientes para denegar o aceptar la solicitud respectiva.
De esta manera se hace evidente que la investigación genealógica -predestinada a la corrupción y a la falsificación– se consolidó como criterio determinante de ingreso al mundo del saber y del poder, en una sociedad para la cual el concepto de la “pureza” o “impureza de sangre” regía la movilidad social.
Acorde con la teoría de la “limpieza de sangre”, ésta no tenía otra función distinta al bloqueo y a la obstaculización del proceso de asimilación y de la correspondiente movilidad vertical de los “cristianos nuevos”. Gracias a las investigaciones microhistóricas de Jaime Contreras se ha podido comprobar que en la práctica cotidiana el criterio de “limpieza de sangre” ha sido instrumentalizado tanto en pro como en contra de los aspirantes, en donde el carácter de los interrogados, obedeciendo al grado de amistad o de enemistad con el pretendiente, determinaba si sus testimonios los beneficiaban o perjudicaban. Más allá de un supuesto “origen verídico” de un aspirante, la “limpieza de sangre” actuó como un mecanismo de rivalidad entre familias, clanes y estamentos. De esta manera se dio origen a un nuevo dispositivo de enemistad social.
5. ¿RACISMO EN LA EDAD MODERNA?
Angelika Magiros deduce del análisis del libro “Vom Licht des Krieges zur Geburt der Geschichte” de Michel Foucault que el racismo es un intermediario entre los siguientes tres términos: Igualdad, Verdad y Ciencia, lo cual explica de la siguiente manera:
“Es posible imaginarse un triángulo, en el cual, en cada uno de sus lados se sitúa uno de los tres términos. A su vez estos términos proyectan sus sombras hacia el interior del triángulo; en ese lugar, en donde confluyen las tres sombras se conforma el punto más oscuro: el racismo.”
La investigación sobre la judeofobia parte del supuesto de que el odio contra los judíos en la antigüedad era de carácter pagano, surgiendo así un antijudaísmo medieval de carácter cristiano-teológico, para finalmente desembocar en un antisemitismo secularizado en la Era Contemporánea. La ciencia sobre el racismo afirma que la idea de “raza” adquiere un nuevo significado en los años cercanos a 1800. En la Edad Moderna, por el contrario, el término “raza” no era más que una alusión a un origen colectivo, es decir a una historia común. A su vez, desde comienzos de la Era Contemporánea, el término “raza” expresa una “categoría biológica humana”, de tal manera que la ciencia pretendía atribuirle a cada una de las “razas” rasgos biológicos particulares.
Para responder al interrogante sobre el significado racista utilizado en la “limpieza de sangre”, se debe realizar una investigación empírica sobre el tercero de los ejes temáticos del triángulo del racismo: el de la ciencia. De esta manera, es posible comprender la naturaleza teológica o científica de la “limpieza de la sangre” y según los resultados obtenidos, es factible asignarle periodicidad en el transcurrir histórico.
Acorde al discernimiento de este método investigativo, se debe necesariamente relacionar con algunos elementos correctivos, dado que en la investigación histórica un teorema anacrónico –en el sentido de un tipo ideal weberiano (Idealtypus)–, no siempre está en condiciones de captar los fenómenos del pasado. Por esta razón se hará una aproximación al significado del término de “raza”, mediante los siguientes cuestionamientos: ¿Cuál función de representación tenía ésta categoría? y más allá, se indagará en dirección inversa cómo el testimonio terminológico construyó realidades; es decir: ¿Cómo se inventó la realidad dándole significado (Sinngebung) a un concepto? y de qué manera se argumentó y justificó este proceder?
5.1. "Raza" y "Limpieza"
María Rosa Lida, comprobó en 1947 que el término “raza” se utilizó por primera vez en los territorios de habla hispana, en la obra “Corvacho” escrita por el Arcipreste Alfonso Martínez de Toledo y publicada en el año 1438.
“[...] toma dos fijos, uno de un labrador, otro de un cavallero: críense en una montaña so mando e disciplina de un marido e muger. Verás cómo el fijo del labrador todavía se agradará de cosas de aldea, como arar, cavar e traher leña con bestias; e el fijo del cavallero non se cura salvo de andar corriendo a cavallo e traer armas e dar cuchilladas e andar arreado. Esto procura naturaleza; asy lo verás de cada día en los logares do byvieres, que el bueno e de buena rraça todavía rretrae dó viene, e el desaventurado, de vil rraça e linaje, por grande que sea e mucho que tenga, nunca rretraerá synón a la vileza donde desciende [...]”.
En este pasaje se evidencia que el término “raza” no pretendía nada más que ser una manifestación de procedencia, es decir, de linaje. El autor utiliza en principio la expresión “raza” de manera neutral y sólo mediante la inclusión de un adjetivo positivo “buena raza” o de uno de carácter negativo “vil raza”, el término obtiene un componente valorativo. La palabra “raza” en sí misma no contiene, por tanto, ni una connotación halagadora ni peyorativa. Igualmente se muestra que dicha concepción de “raza” está acompañada por el imaginario de un ethos natural inmanente e invariable del ser.
El humanista Antonio Nebrija, entre otros, muestra que el modo particular como el Arcipreste hace uso del término “raza” de ninguna manera representa, la forma habitual de utilizarlo por sus contemporáneos. En su “Diccionario”, publicado en el año de 1493, le asigna dos diferentes significados a este término. El primer uso se deriva de su aplicación en el lenguaje cotidiano, el cual traduce al latín como “raça del sol; radius solis per rimam”. Un segundo significado del término lo relaciona Nebrija con una expresión frecuentemente utilizada por el gremio de sastres “raça del paño: panni raritas”. Nos encontramos entonces ante un doble significado, el de “raça”, es decir “rayo del sol”, y el de “raça del paño”, que se refiere a un defecto de la tela, donde la irregularidad del tejido permite el paso de los rayos del sol. Basándonos en estos pasajes se constata que si bien la palabra “raza” refleja una variedad de significados, todavía no manifiesta un enlace ideológico o semántico con el imaginario de la “limpieza de sangre”. En el debate llevado a cabo en el arzobispado de Toledo en 1547 en relación con la implementación de los “estatutos de la limpieza de sangre”, el arzobispo Silíceo utiliza por primera vez el término “raza” en el contexto de la “limpieza de sangre”. En sus manuscritos se observa el uso del término equivalente al utilizado por Alfonso Martínez, de tal manera que el significado de “raza” corresponde con el de linaje.
“[...] se propuso un estatuto por nos Arzobispo de Toledo en esta Santa Iglesia en el cual se contenía desde aquel día en adelante todos los Benefiziados de aquella Santa Iglesia a Dignidades como Canonigos Razioneros Capellanes y clerizones fuesen xristianos Viejos sin raza de Judio ni de Moro ni hereges [...]”.
Asimismo, otros autores con inclinaciones antijudías como Augustín Salucio o Vicente da Costa Matos y su traductor Diego Gauillan Vela, recurrieron a este vocablo a principios del siglo XVII de manera similar a Silíceo. Por otra parte, también algunos moralistas y teólogos, utilizaron este término asignándole un matiz exclusivamente peyorativo, de tal manera que “raza” se aplicaba como sinónimo de “mácula” y de “sangre impura”. Este matiz particular del término fue retomado por otros muchos estudiosos. Al parecer, esto se explica por medio de la tradición lingüística, en la cual el uso del término de “raza” se asociaba con origen, al igual que, como se mencionó anteriormente, con un defecto en el tejido de una tela. Estos dos significados fueron finalmente entrelazados, con el fin de expresar un “defecto” en el origen. Parece ser que una de las primeras personas en utilizar estos dos significados asociados fue el sacerdote Augustín Salucio, quien en 1599 redactó un discurso reformista referente a los estatutos de la limpieza de sangre. En uno de sus apartes afirma: “[...] porque para tener raça basta un rebisabuelo judio, aunque los otros 15 sean Cristianisimos y nobilissimos.” Tal vez mucho más influyente fue el prestigioso filólogo Covarrubias, quien en su renombrada obra “Tesoro de la lengua” (1611) afirmó:
“RAZA, la casta de cauallos castizos, a los quales señalan cõ hierro para q sean conocidos. [...] Raza en los linages se toman en mala parte, como tener alguna raza de Moro, o Judio.”.
Lorenzo Franciosini Florentin, posiblemente inspirado en Covarrubias, desarrolla en su libro “Vocabolario español, e italiano” una definición, que pone de manifiesto la cercanía entre “limpieza” y “raza” de la siguiente manera: “Limpio: es a veces utilizado en España. Todo el que es cristiano viejo, es porque no tiene raza, ni procedencia mora ni judía”. En 1638 Jiménez Patón aborda igualmente la pregunta sobre el significado del “ser limpio” y afirma: “[...] que son los limpios Christianos viejos, sin raza, macula, ni descendencia, ni fama, ni rumor dello.”
Parece casi innecesario aclarar que en este contexto la utilización del término “raza” no corresponde a una categoría de las ciencias naturales para catalogar a la humanidad en diferentes agrupaciones. Este significado perteneciente al uso contemporáneo del término “raza” fue apenas introducido por estudiosos como Bernier (1620-1688), Linné (1707-1778) y Buffon (1707-1788), y más tarde por racistas como Gobineau y Chamberlain.
Por tanto, no existe un nexo semántico-ideológico entre el término “raza” utilizado en los siglos XVI-XVII, con el utilizado en los siglos XVIII-XX. Esta aseveración es válida, puesto que en el momento de su uso, el término “raza”, fundamentado en la estructura de pensamiento de la “limpieza de sangre”, al parecer las formas de concebir los términos de “raza” y de “sangre maculada” se condicionaron mutuamente sin tener otras influencias conceptuales. De ésta manera, “raza” y “limpieza” conforman una especie de simbiosis ideológica. Es esta una de las diferencias más significativas entre el uso del concepto de “raza” en la Edad Moderna y en la Época Contemporánea.
5.2. ¿La ciencia o la teología como administradoras de la verdad?
Es a partir de estos resultados cuando es posible investigar empíricamente el “triángulo racista” propuesto por Angelika Magiros. En esta empresa se indagará si fueron utilizados planteamientos teológicos o planteamientos protocientíficos con el fin de aportar y por tanto corroborar, con contenidos significativos de la verdad, las categorías de “raza” y de “limpieza”.
Desde el punto de vista funcional, serían estrategias quasi contemporáneas de exclusión las que serían fraguadas; sin abandonar por una parte el ámbito tradicional de demostración y administración de comprobantes en la Época Moderna; y por otra, sin construir nuevos mecanismos de argumentación contemporáneos basados en la antropología. Solamente un análisis, que considere tanto la funcionalidad como el contenido significativo del concepto de “raza”, puede captar metodológicamente la dinámica histórica del imaginario de “raza”. Denominar cualquier fenómeno histórico de marginación como racismo, sería simplemente reduccionista, puesto que se omitiría el contexto histórico mental, el cual condicionaba la construcción de “la verdad de la desigualdad”.
El inquisidor Escobar del Corro, en su obra escrita en 1623 “Tractatus Bipartitus De Puritate” afirma:
“Basados en [Aristóteles, Tomás de Aquino y Agustín] no queda duda que las características fisonómicas, la constitución y el temperamento se heredan por lo general de padres a hijos en el momento de la concepción. Y con seguridad éstas [las características] serán igualmente heredadas en el momento de la concepción como las inclinaciones naturales [de los padres], hacia lo bueno y hacia lo malo. Posiblemente de estas tendencias herejes de los padres proviene el crimen.”
Apoyado en los autores de la cita, Escobar afirma que los rasgos fisiológicos y morales del hombre se heredan en el momento de la concepción. Si estos rasgos son buenos o malos, dependen de los pecados cometidos por los padres. Y por tanto si las personas tuvieran antepasados herejes, judíos o musulmanes, estarían condenados, no solamente a nacer con “sangre tachada”, sino a que sus tendencias morales fuesen igualmente depravadas. Es de esta manera como Aristóteles es malinterpretado y explotado para justificar la “limpieza de sangre”. La instrumentalización de Aristóteles y la adaptación de la terminología médica de Galeno o de Hipócrates (“Quae qualitates Physiognomiae, complexionis, & temperies”) fueron además armonizadas con la doctrina de la herencia del pecado original de San Agustín y de Santo Tomás, para así argumentar que lo moralmente reprochable corresponde a un rasgo judío genuinamente heredable.
El padre Francisco de Torrejoncillo, en 1674, desarrolló en su obra “Centinela contra judíos” una concepción de “raza” tomando a manera de ejemplo a los neófitos. Al inicio de su obra afirma que “esta raza [los judeoconversos] mancha mucho”. De esta manera el uso del término “raza” está ligado a la denominación de lo “impuro” y no como criterio de clasificación de la humanidad, como sí fue en el caso de la Edad Contemporánea. De todas maneras, para elaborar una clasificación jerarquizada de la humanidad, Torrejoncillo recurrió a la tradición bíblica del diluvio haciendo referencia a los hijos de Noé: Jafet, Cam y Sem fueron designados como padres de los distintos pueblos. Mientras Jafet era considerado el antecesor de la Europa cristiana y Cam el de África, Asia y más tarde el Nuevo Mundo, Sem se convirtió en el padre primordial del Islam y del judaísmo (“semitas”). Los sucesores de Sem, a raíz de la culpa colectiva originada en la crucifixión de Jesús, perdieron desde entonces su “pureza” portando una mácula indeleble.
Es importante aclarar que a diferencia del racismo entre los siglos XVII y XX, Torrejoncillo, como teólogo, obviamente no cuestiona de ninguna manera la noción de la monogénesis. En todo caso, llama la atención que dentro del principio de la monogénesis sugiera diferentes líneas de procedencia, en donde, en especial Sem es diferenciado de sus hermanos, con el argumento basado en la crucifixión de Jesús y por consiguiente su linaje es segregado y marcado con un estigma amoral. Algunos antropólogos racistas, por medio de sus postulados pseudocientíficos, persiguen las mismas metas, aunque la sustentación de sus argumentos poligenéticos es sustancialmente diferente a la exégesis bíblica en la Edad Moderna.
Es oportuno ahora presentar la definición completa de “judío” de Torrejoncillos, la cual en algunas publicaciones se ha utilizado en forma fragmentada; tan sólo un aparte de la definición fue utilizada para elaborar una analogía con las leyes de raza de Nuremberg. El pasaje que hasta ahora ha permanecido ignoto, y que aparece en cursiva a continuación, permite dilucidar que en este caso la argumentación sobre la “limpieza de sangre” se fundamenta básicamente en el pecado original. Y esto permanece ausente en los discursos posteriores de antisemitismo racial.
“[Los judíos] en fin negando la venida del Mesias, persiguen con motines, y celdas à los christianos; y para venir estos casi por generacion, como si fuera pecado original a ser enemigos de Christianos [...] no es necessario ser padre, y madre Iudios, uno solo basta: no importa que no lo sea el padre, basta la madre, y esta aun no entera, basta la mitad, y ni aun tanto, basta un quarto, y aun octavo, y la Inquisicion Santa ha descubierto en nuestros tiempos que hasta distantes veinte un grados se han conocido judaiçar.”
En esencia, este pasaje se refiere al cristiano que en su genealogía posea “sangre judía” y por consiguiente “impura”. Sin importar si su proporción es de ½, ¼ o hasta 1/20, será siempre considerado, con base en el principio del pecado original de San Agustín, como un judío “manchado”.
Esta definición de judío, que entre otras cosas excede el número de generaciones estipulado en las leyes de raza de Nuremberg, se diferencia claramente de la percepción racista de la Edad Contemporánea en la cual el principio del pecado original es una parte esencial de la lógica inherente a la “limpieza de sangre”; mientras que esa idea está completamente ausente en las leyes de Nuremberg. En otras palabras, estamos ante la creación de un segundo pecado original, dirigido esta vez exclusivamente contra los judíos, con la propiedad de ser inmodificable y que socava toda esperanza ante la salvación. Éste tiene su origen en la crucifixión de Jesús y no puede ser absuelto ni siquiera por los efectos purificadores del bautismo. El pecado y la culpa colectiva de los judíos conformaban la esencia metafórica de la “mácula en la sangre”. Este estigma de la impureza finalmente fue aplicado de manera indiscriminada a todos los neófitos –entre otros a los árabes bautizados (moriscos)– sin prestarle la más mínima atención a la validez de haberles reprochado también a ellos la muerte de Jesús.
Otros apartes revelan una clara fusión entre la concepción de aquel entonces acerca de las funciones corporales y aquella doctrina teológica. No solamente una gota de “sangre judía” en las venas de una persona implica su “impureza”, sino también cualquier contacto con la leche de una nodriza judía o conversa tiene la capacidad de manchar a un “cristiano viejo”.
“En muchos palacios de reyes y de príncipes las nodrizas que amamantan a los hijos deben ser cristianas viejas, pues no sería recomendable que los hijos de la nobleza fuesen alimentados por mujeres portadoras de la infamia judía, ya que su leche al tener origen impuro solo puede provocar inclinaciones perversas [...]”.
Esta cita permite apreciar, hasta qué punto los teólogos se afianzaban en la teoría de Galeno sobre la menstruación y la leche materna. La sangre que alimenta al feto dentro del útero se convierte tras el nacimiento en la leche de la mujer, y por tanto es posible concebirla como transmisor de aquella tacha. Afirmaciones como ésta fueron incluidas por autoridades como Isidoro de Sevilla en la Alta Edad Media. Aunque la influencia de la patología humoral planteada por Galeno no se manifiesta explícitamente en este pasaje; sin embargo, otros teólogos, que consideraban la “impureza de la sangre” como una enfermedad, no dudaron en integrar aquellas teorías médicas sin abandonar la perspectiva teológica. En la obra del teólogo Castejón y Fonseca del año 1645 se refleja esta tendencia argumentativa:
“Ay en lo natural achaques contagiosos, i estos no se hazen dueños de todo el cuerpo humano; este tiene un carbuno en una mano, el otro en un brazo, i aquel en una pierna, i para lastimar el coraçon, i quitarle la vida, tanto basta, como si el carbunco ocupara todo el cuerpo. Las inclinaciones proceden de los humores: estos recivimos de nuestro ascendientes, de qualquiera podemos recibir este veneno.”
En los pasajes presentados la argumentación de los teólogos no se fundamenta exclusivamente en aspectos religiosos o culturales; ellos recurren igualmente a la patología humoral de Galeno para darle claridad y sustento a sus afirmaciones. El antijudaísmo de la Edad Moderna, basado únicamente en conceptos teológicos, fue de este modo complementado por la ciencia en un sentido aristotélico. Esto obviamente no nos permite hablar de un racismo científico, de antisemitismo o antisemitismo racial tal como se dio en la Era Contemporánea. Los tratados sobre la “limpieza de sangre” se articulan mediante la racionalización y apropiación de formas de argumentación no-teológicas, sin necesidad de alcanzar un cientificismo. Esto no hubiese sido tolerado por la Inquisición. Es así como el discurso de la “limpieza” se consolida como un “mecanismo racional” con fundamento teológico.
La tradición de la exposición, de la evidencia, de la justificación y del argumento en la Edad Moderna se hace de esa manera evidente; en ella la ciencia se aúna con la teología, sin que esa fusión despoje a la teología de su monopolio de legitimación de la verdad.
El dogmatismo del principio de “limpieza” se fundamentó, en primera instancia, en la omnipotencia de Dios, en la exégesis bíblica y en la adaptación de las ciencias naturales aristotélicas. Por este motivo fracasa el intento de Friedman, quien consideró la “limpieza de sangre” como un estadio previo y como una condición para la génesis del antisemitismo racial del aparato nacionalsocialista. Asimismo, no es posible equiparar la doctrina de la “limpieza” con el antisemitismo del siglo XIX en Alemania, como lo propone Netanyahu, en vista de que los argumentos teológicos, en contra de su opinión, jugaron de hecho un papel importante en el discurso de la “limpieza”. Por eso debemos ser conscientes de que la supuesta “mácula” fue más bien un instrumento utilizado para obstaculizar el ascenso social, al haber sido aplicado a todo cristiano a quien se le pudiera calumniar a través de la “voz pública” al menos un antecesor judío. Es igualmente importante aclarar que la Inquisición nunca propagó la “macula in sanguine” como motivo o justificación del exterminio. La limpieza de sangre fue únicamente una condición para acceder a las corporaciones e instituciones ya constituidas en España, en Portugal y en el Nuevo Mundo. En vista de la dificultad para encontrar pruebas de nexos históricos o una causalidad entre la doctrina de “limpieza” y el racismo contemporáneo, no es posible hablar de una evidencia causal en el sentido de una continuidad sincrónica.
En este contexto únicamente se podría hablar de continuidad histórica si la funcionalidad del imaginario de “raza”, es decir, su fin y su planteamiento argumentativo, hubieran sido iguales. Por último, sería necesario comprobar relaciones entre causa y efecto determinadas por eslabones históricos entre los conceptos de “raza” a lo largo de la historia. Por tanto, no deja de ser cuestionable trabajar con interpretaciones sobre “la pureza de la sangre” como por ejemplo la referente al “protorracismo” o la referente a “la precedente a la legislación de los arios”, puesto que estas sugieren una relación causal inexistente. En el transcurso de los últimos 500 años hemos sido testigos de innumerables intentos por construir diferentes imaginarios de “raza”, cada uno de los cuales se ha fundamentado en diferentes contenidos significativos: “Raza” en relación con la comprensión de “limpieza de sangre” en la Monarquía española, “raza” como elemento constitutivo de la nobleza francesa, “raza”como criterio de categorización pseudocientífico en la antropología, y finalmente “raza”como criterio determinante para conservar la vida o determinar la muerte dentro del sistema nacionalsocialista.
Aunque nos encontramos en todos los casos ante el mismo término, éste ha sido impregnado a lo largo de la historia de diferentes conceptos de “Verdad” y de “Validez” creando así imaginarios de desigualdad quiméricos. Esta dinámica histórica del concepto de “raza” es posible apreciarla en la siguiente metáfora: El camaleón tiene la capacidad de cambiar su color según el medio en que se encuentre. De igual manera se comporta la construcción del concepto de “raza”, el cual, dependiendo de la época y de la región en donde se origina, se adapta a las diferentes concepciones de verdad y moral, así como a las condiciones, realidades e intereses sociales imperantes y a partir de esto, vuelve a crear nuevas realidades capciosas. Ligadas a las instituciones del poder, la teología y la ciencia, han estado al servicio de la producción del saber y de la verdad. Estas instituciones no fueron ciertamente solamente empresas del Saber y de la Validez, sino poderosas industrias de la desigualdad y por esta razón la difusión de sus postulados fue exitosa.
En los discursos de “raza” a lo largo de este proceso histórico, se aprecia una constante que incorpora infatigablemente una estrategia de marginación, cuya funcionalidad de exclusión termina siendo el cometido común y central. De esta manera se puede hablar de continuidad histórica funcional, pero en ningún momento de nexos sincrónicos causales. Dicho de manera concisa, los discursos de “raza” encarnan significados desiguales; es decir: representan diferentes formas de su propio ser (discontinuidad), pero siempre pretendiendo un mismo fin: la exclusión (continuidad). Recalcar este último aspecto es de suma importancia, puesto que de esta manera se esclarecen los contenidos conceptuales de la idea de “raza”, para captar el cómo de las construcciones sociales e intelectuales de la desigualdad, las cuales fueron determinadas por la visión de la verdad de sus contemporáneos, sin que su carácter quimérico repercutiera. Este impulso metodológico aporta tal vez en su cuestionamiento la comprensión de manera diferenciada de la dinámica histórica del concepto de “raza”; y por qué no, tal vez esclarece, cómo y por qué imaginarios sociales e intelectuales en su periodos históricos ante todo determinaron la “realidad biológica”, pero nunca en forma inversa.
Por esta razón quiero adherirme a la aplicación de un “modelo de crecimiento en fases” (mehrphasiges Wachstumsmodell) desarrollado por Rainer Walz en la investigación sobre racismo. Este modelo plantea que en cada una de las fases históricas relevantes han sido desarrollados diferentes conceptos de “raza”. A diferencia de ésta tesis no pretendo desligar completamente cada una de estas etapas, evitando así negar los diferentes lazos y nexos funcionales de relación existentes entre ellas.
La lógica de la “limpieza” se constituye como una construcción ideológica, la cual a través de un discurso desarrollado a posteriori intentaba legitimar los “estatutos de limpieza de sangre”. Ésta se conformó mediante la fusión de elementos provenientes del fanatismo religioso y de la instrumentalización de las ciencias naturales griegas, para finalmente canalizar los resentimientos sociales y las ambiciones de honor y de poder. En pocas palabras: el ideario de la “limpieza de sangre” pone en evidencia el miedo y la envidia social inherentes a su época.
Los argumentos “raza” y “sangre” actuaron como columna vertebral de este sistema ideológico y doctrinario. Tanto sus principios, como su función confluyen en racismo, si bien las vías argumentativas basadas en la teología y en las ciencias naturales aristotélicas determinan su carácter teológico y protocientífico, vías que no se vislumbran en el racismo contemporáneo.
Todo ello me permite proponer el término “antijudaísmo racial”, un oxímoron que expresa la fusión entre la argumentación de la “limpieza de sangre” fundamentada tanto en la teología como en las ciencias aristotélicas, y la oscilación difusa y contradictoria entre origen (linaje/“raza”) y pertenencia religiosa.
Notas:
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